—Ya, ya…, un entretenimiento…
—
Of course!
Paula se inclina y le da un beso en la mejilla como despedida. Luego lleva la bandeja al carrito de recogida. Apenas hay hueco: solo quedan libres las dos baldas de abajo. Se agacha y, mientras intenta colocarla, escucha un silbido desde el otro lado del carrito. Mira a través del espacio que queda entre bandeja y bandeja y se encuentra con los ojos de Luca Valor.
—Si llevas vestido, algo poco aconsejable en esta época del año, deberías tener más cuidado al agacharte —indica el joven, sonriente—. Aunque acabo de descubrir que de ti no me gusta ni la ropa interior.
La chica rápidamente se pone de pie. Está roja como un tomate.
—¡Capullo! —grita mientras camina por el comedor, a toda velocidad. Lo único que le faltaba era algo así.
Entra en la cocina dando grandes pisadas. Ese estúpido… no sabe qué hacer ya para fastidiarla. Uff. Le odia. ¡Le odia! Segundos después llega Luca, que continúa silbando. Lleva las manos en los bolsillos y sonríe descarado.
—No te preocupes, que con un solo ojo no he podido ver mucho.
—Idiota.
—Aunque el color crema como que no…
—¡Déjame ya! ¡Olvídame estas dos horas!
—Bien, te haré caso.
¿Le hará caso? ¿De verdad?
Durante los minutos siguientes friegan los platos, vasos y cubiertos de las bandejas que Margaret y Daisy les van llevando. Luca no se dirige a ella en todo ese tiempo. Ni una sola palabra, ni siquiera una mirada.
Toca barrer el suelo del comedor.
—¿Me pasas la escoba, por favor?
El chico sonríe y se la da sin decir nada. Él coge otra y los dos entran en el comedor para limpiarlo. Está completamente vacío.
Paula no sale de su asombro. Su comportamiento es muy extraño. De no parar de molestarla cada minuto que están juntos, a no hablarle. Mejor. No va a preguntarle el por qué de esa nueva actitud. Se dirige al fondo y comienza a barrer aquella zona. En ese instante suena su móvil. Lo tiene en la chaquetita que lleva puesta sobre el vestido. Es muy extraño que alguien la llame al teléfono allí en Inglaterra. Las llamadas son muy caras. O es Álex o son…
¡Sus padres!
—¿Sí? —contesta.
—
Hi, Paula. How are you?
A la chica se le escapa una sonrisa y dos lágrimas cuando escucha a Erica saludarla en inglés. Luca, que barre la otra zona del comedor, la observa con curiosidad.
—¡Pequeña! ¡Lo haces muy bien!
—¡Claro…! —parece ofendida. ¿Es que no sabe que lleva dando inglés en la escuela desde hace un año y pico?—. Y sé contar hasta veinte.
Durante un minuto la niña le demuestra a su hermana mayor que dice la verdad. La ha visto varias veces por la
cam
y ha hablado con ella por el MSN, pero cada vez que la oye tiene la impresión de que está mucho más mayor. Es muy lista y, por lo visto, tiene la misma atracción para los chicos que ella. Este año ya ha tenido cinco novios. ¡Y eso que hace menos de dos meses que cumplió los siete!
—Muy bien. Dentro de poco sabrás más inglés que yo… —Si Erica estuviera la mitad de tiempo que ella en Londres, seguro que no se equivocaría en eso—. ¿Me pasas a papá o a mamá?
—A mamá.
—Vale. Un besito.
La pequeña le devuelve un sonoro beso al otro lado de la línea y consigue que a Paula le entren ganas de llorar, pero se contiene al escuchar la voz de su madre.
—Hola, cariño.
—Hola, mamá. —Trata de aparentar tranquilidad. No quiere que sepa que no está pasando por un buen momento—. ¿Cómo estás?
—Bien, con mucho frío. Pero imagino que tú allí debes estar igual. ¿No?
—Sí, pero no nieva.
—Aquí nevó ayer. Aunque no cuajó, tu hermana se lo pasó en grande.
Las dos hablan sobre el tiempo, los exámenes y las vacaciones de Navidad durante un cuarto de hora, hasta que su madre pregunta lo que Paula estaba temiendo que preguntase desde el principio.
—¿Cómo está Álex?
Se le hace un nudo en la garganta. Imaginaba que él saldría tarde o temprano en la conversación. Sin embargo, aún no está preparada para contarle la verdad.
—Bien, muy liado con el libro.
—Pobre. Ese chico siempre está trabajando.
—Sí, ya sabes cómo es.
Y ella también lo sabe. Espera que lo que ha sucedido entre ellos no le afecte mucho a la hora de escribir. Tiene un plazo de entrega y debe cumplirlo. Hasta que no comenzaron a salir, no descubrió la cantidad de circunstancias y factores que intervienen en la publicación de una novela. No es solo escribirla y ya está. Después hay que corregirla, editarla, maquetarla, distribuirla, colocarla… Y todo ese proceso depende de que él termine a tiempo.
—Bueno, seguro que tú sabes bien cómo animarlo.
Aquella frase de Mercedes llega directamente al corazón de su hija, que intenta respirar hondo para calmarse.
Transcurren tres, cuatro segundos hasta que vuelve a hablar.
—Mamá, me tengo que ir ya a estudiar.
—Vale, hija. Cuídate mucho.
—Y vosotros también. Dale un beso a papá de mi parte.
—Se lo daré. Adiós, Paula.
—Adiós.
La chica vuelve a respirar profundamente antes de guardar el móvil en su chaqueta. No puede permitirse otro ataque de ansiedad como el que sufrió anoche. Permanece inmóvil, sujetando la escoba con una mano y con la otra frotándose los ojos. Se seca una lágrima. Y luego otra. No puede continuar así. Tiene que ser más fuerte para superarlo. Se muerde los labios, aprieta con decisión la escoba y comienza a barrer el suelo del comedor.
Luca continúa mirándola. ¿Qué hace? Parece que se le ha metido algo en los ojos porque no deja de tocárselos mientras barre. Poco a poco se va acercando a ella. Y ella se va aproximando a él. Mantiene la cabeza agachada y se emplea con mucho ímpetu.
—Españolita, ¿has visto cómo cumplía mi palabra? No te he dicho nada desde que me lo pediste.
Los dos están más cerca el uno del otro. Paula no responde ni lo mira. Simplemente, sigue barriendo. El joven se extraña de que no le conteste como lo hace normalmente, a pesar de que esta vez no se ha metido con ella. Es muy raro, pero se encoge de hombros y también continúa con su tarea.
Prácticamente han recorrido todo el comedor con sus escobas. Sin palabras.
—¿Quién va por la fregona? —pregunta Luca, que ha acabado con su parte.
Por fin, la chica lo mira. Tiene las mejillas mojadas y tiznadas de negro. Sus ojos están rojos, irritadísimos, y al hablarle apenas le sale la voz. El joven la contempla sorprendido.
—Ve tú, por favor. Yo todavía no he terminado.
Sin pedir explicaciones, ni preguntarle la razón por la que está llorando, le hace caso y va a buscar el cubo y la fregona. Sin embargo, mientras camina hacia la cocina, piensa que tal vez le hubiera gustado decirle alguna palabra amable para intentar consolarla.
Hace poco más de un año, un día de finales de noviembre, en un lugar de la ciudad
A pesar de que Abril lo llamó anoche cuando llegó a su casa, apenas pudieron hablar. Su marido estaba allí y le resultaba imposible escaparse mucho tiempo para darle explicaciones. Dos minutos, en voz baja, escondida en el baño, con el cerrojo echado y los grifos abiertos al máximo. ¡De película de Cameron Díaz!
Realmente había poco que explicar. ¡Casada y con un hijo! Álex no puede creer que se haya liado con una mujer con una familia detrás. ¿Cómo no se dio cuentas antes de aquello? Muy sencillo: porque ella no le dijo nada. Lo omitió. De todas formas, sin ser culpable directo de lo que ha pasado, no se siente muy bien con lo que ha hecho. Él es una persona que se deja llevar por otras cosas antes que lanzarse a lo loco a por una mujer. ¿Qué fue de su romanticismo?
«Siento que te hayas enterado de esta manera. Mañana me pasaré por el Manhattan y si quieres hablamos del tema. Besos». ¿Hablar del tema? ¿Que se han acostado durante siete días seguidos en su casa sin contarle que estaba casada y que era madre de un niño pequeño? ¡Es de locos! Y aquel SMS lo confirma.
No deja de lamentarse una vez tras otra. Es cierto que lo suyo no era más que un rollo. Aquella mujer le gustaba, pero no sabía si lo suficiente como para aventurarse a tener una relación con ella. Necesitaba tiempo para conocerla más, para enamorarse. Le fastidia admitirlo porque él no es esa clase de tíos, pero lo que había surgido con Abril era sobre todo una cuestión de sexo.
¿Y ahora, qué? No querrá seguir acostándose con él, ¿verdad? Ya no podría. No. Tiene que dejarle claro cuando hablen que aquella historia se acabó. Sería incapaz de hacerlo con ella sabiendo lo de su marido y su hijo.
Aunque todo ese asunto tiene un inconveniente más en el que ha pensado bastante en las últimas horas: Abril forma parte de la editorial que publica sus libros y es alguien importante dentro de la promoción. Espera que una negativa por su parte sobre seguir adelante no influya en nada que tenga que ver con sus novelas.
Bosteza. No ha podido pegar ojo en toda la noche. El sol luce en la ciudad en aquella mañana de finales de noviembre. Camina hasta el Manhattan con su ordenador portátil en la mano y con la intuición de que hoy no va a ser un día fácil. Abre la puerta del bibliocafé y, cuando entra…, la ve. Está sentada en un taburete y departe alegremente con Joel. Delante tiene una botella de zumo de melocotón, como una de las que ayer lanzó al río. Se ríe de algo que el camarero le cuenta. Vaya, le ha dado un salto el corazón ante aquella inesperada visita. No creía que volvería a verla tan pronto. Pero le agrada.
El escritor sonríe y se acerca hasta donde está Paula.
—¡Buenos días, jefe! —exclama Joel, que es el primero que se da cuenta de la presencia de Álex.
El chico lo saluda con la mano y va a prepararle un café. Paula se pone de pie y le da dos besos.
—Buenos días.
Luego se vuelve a sentar y bebe un trago del zumo.
—Qué madrugadora…
—Es que hay que aprovechar bien los días en los que no hay clase.
Es verdad. Hoy es sábado. Álex no sabe ni en qué día vive. Para él todos son iguales. Un escritor no tiene horarios fijos ni fines de semana.
—Ya veo que has conocido a Joel.
—Sí, es muy majo —comenta y se acerca a él para susurrarle algo al oído—. ¿Este no es gay, no?
—No, es muy
hetero
. Pero… tiene novia.
—¡Jo…! Otro que entra en las estadísticas de que los guapos o son gays o están pillados.
—Lo siento.
—Yo, más.
Un instante en silencio, sonriéndose. Paula no tenía intención de ligar con el camarero, pero le apetecía ver la reacción de Álex al preguntarle aquello. No se ha inmutado demasiado. Eso es que pasa de ella.
—¿Nos sentamos en una mesa?
—Vale.
El chico coge el café que Joel le ha preparado y lo lleva hasta una de las mesitas. La chica lo sigue. Antes de sentarse examina una de las estanterías. Está llena de novelas. ¡Qué mal…, no ha leído ninguna! Se siente un poco ignorante, pero es que los libros nunca han sido lo suyo. Quizá aquel sea un buen momento para iniciarse en la lectura.
—¿Cuántos hay? —le pregunta, mientras lee la sinopsis de
El ocho
de Katherine Neville.
—Unos cien por estantería… Setecientos más o menos.
—Guau, no está mal.
—La verdad es que no son muchos, pero tampoco hay espacio para más.
La chica deja el libro en su sitio y echa un vistazo a su alrededor. Setecientos. No cree que lea ni una décima parte en toda su vida.
—¿Son todos tuyos?
—Sí. Algunos los he ido comprando, otros los heredé de mi padre y otros me los han regalado.
—Yo solo tengo quince o veinte.
Álex sonríe y da un sorbo de café. Enciende su portátil mientras Paula se sienta en la mesa y lo observa curiosa, mirándole fijamente. Eso le pone nervioso.
—¿Qué?
—¿Cómo eres capaz de conseguir todo lo que te propones?
—¡No consigo todo lo que me propongo!
—Claro que sí —señala la chica echándose hacia atrás en su silla—. Eres una especie de genio. En todos los sentidos. Solo que te concedes a ti mismo los deseos.
—No soy un genio, Paula.
—¿No? Pues… tocas el saxofón como si lo fueras; escribes y logras publicar una novela, con lo difícil que es eso; y tienes tiempo para montar este sitio increíble, inventar ideas superrománticas… ¡Con veintitrés años! Yo creo que sí lo eres. Te falta solo salir de una lámpara.
El joven sonríe al oír la última frase de Paula. Sabe que ni es un genio ni consigue todo lo que se propone. Y ella es la prueba de ello. Si lograra todo lo que desea, hace ocho meses ella le habría elegido a él. Y no fue así.
—Las lámparas maravillosas no existen. Solo en los libros y en las películas.
—También las botellas con mensajes dentro son cosas de películas y ayer estuve lanzando un montón de ellas a un río.
Otra sonrisa. Le encanta. Y si esa sonrisa es para ella, todavía más.
—Ya que hablas de lo de las botellitas, voy a mirar a ver si alguien me ha escrito diciendo que ha encontrado alguna.
—¡Genial!
—Vamos a ver…
Con esa esperanza entra en su cuenta de Twitter. Hay varios comentarios felicitándole por la novela y preguntándole que para cuándo la siguiente. Pero ninguno hace referencia a las botellas de zumo.
—¿Nada?
—Nada.
—Qué poco romántica es la gente.
—Hay de todo.
A continuación entra en el resto de sus páginas. Más comentarios y mensajes de felicitación en Facebook y Tuenti. Solo queda el correo electrónico. Abre Hotmail y descubre que tiene un
email
. Mmm… Es de Abril. Lo abre y lee para sí.
Hola Álex.
Te escribo desde la oficina donde me han convocado para una reunión de urgencia. Sí, en sábado. Me hubiera gustado darte explicaciones en persona, pero de momento eso no va a ser posible. La jefa me acaba de comunicar que el lunes tengo que viajar a Frankfurt con tres compañeros más a una serie de conferencias, ponencias y cursos que tienen que ver con este complicado mundo editorial. Al principio no estaba entre las designadas, pero han decidido finalmente que yo también asista. Y si te soy sincera, creo que es lo mejor.
Pasaré unos días en Alemania, hasta el martes de la semana que viene.