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Authors: Blue Jeans

Tags: #Relato, Romántico

Cállame con un beso (32 page)

BOOK: Cállame con un beso
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—Sé que os queríais mucho. Pero si ella ha decidido dejarlo, es que no era la chica de tu vida.

—No sé si lo era o no.

—Aunque suene duro, cuanto antes te olvides de ella, mejor será para ti.

—Lo mejor es que dejemos de hablar del tema, Abril.

Sonríe después de decir esto para no parecer demasiado brusco. No quiere serlo. Pero este asunto ya lo han hablado varias veces. Y tiene razón. Lo más adecuado es olvidar a Paula. Aunque sabe que eso es imposible de momento. Todo es muy reciente. Necesitará tiempo y ni aun así está seguro de que lo conseguirá.

—Es verdad. Perdona.

—Gracias. Sé que te preocupas por mí.

—Claro que me preocupo por ti. Soy tu amiga.

—Lo sé.

Los dos se quedan un instante en silencio y miran hacia la barra donde Pandora conversa con David. El pequeño contempla curioso a la chica, que parece igual de vergonzosa que él. Ya tiene su batido de fresa y espera el donut.

—¿Cómo se está adaptando al Manhattan la nueva camarera?

—Bien. Es una chica muy lista. Está siendo un gran descubrimiento para mí.

—¿Sí?

—Sí. Puede dar otra impresión a primera vista, pero solo hay que conocerla un poco para descubrir que es una joven estupenda.

—¿No es muy rara?

—Lo es. Mucho. Pero eso la hace encantadora.

Abril arquea las cejas. Nunca había escuchado hablar así de nadie a Álex, salvo de Paula. ¿Qué tendrá aquella chica de especial? A ella le parece bastante normal. Incluso insulsa y, físicamente…, mejor ni hablar.

—Pues ya sabes, un clavo saca otro clavo —comenta, en tono de burla—. Aunque no sé si es realmente tu tipo.

Al chico no le gusta aquel menosprecio de la mujer hacia Pandora, pero no le da tiempo a decir nada porque David llega hasta la mesa cargado con el batido y el donut, y se sienta con ellos.

—¿Qué? ¿Está rico? —le pregunta el escritor.

El niño asiente con la cabeza y absorbe por la pajita. Hablar con aquella camarera no ha sido algo tan horrible. Hasta podría decirse que le ha gustado. En cambio, a su madre no le hace tanta gracia que haya otra persona por la que el escritor tenga tanta simpatía. ¿Podría llegar a enamorarse con el paso del tiempo de ella?

No. Eso es imposible.

¿O no?

Capítulo 47

Ese sábado de diciembre, por la tarde, en un lugar de la ciudad

Su hermana no tiene compasión. Es increíble que todavía no haya dado señales de vida. Ni ha contestado a los mensajes ni a las llamadas ni nada de nada. Ha pasado completamente de todo. Hasta del SMS que Diana le envió explicándole la herida que aquel tipo, amigo de su novio, le hizo en el brazo. Mario no puede creer que Miriam haya llegado hasta ese punto de frialdad.

Ya hace cinco días que se fue y no ha tenido la decencia de llamar a sus padres para decirles, el menos, que está bien. ¿A qué juega?

El jueves tuvo que tomar una decisión a pesar de que al principio no estaba muy seguro de hacerlo. Se le ocurrió algo para tranquilizar a sus padres, especialmente a su madre, que se está volviendo loca con todo aquel asunto. Encontró en Internet una página para mandar mensajes de móvil gratis. Desde allí, les envió un SMS a sus padres, como si fuera su hermana. No lo hizo a lo loco. Leyó varias veces los mensajes que Diana guardaba de su amiga en el móvil y trató de imitar su estilo y su lenguaje. Y dio resultado.

En aquel SMS decía que no se preocuparan, que estaba bien y que pronto tendrían más noticias de ella. Que sentía lo que había hecho, pero que era necesario. No era una cría ya. Además, explicaba que no les enviaba el mensaje desde su teléfono porque no tenía saldo. Fue lo suficientemente verosímil para que ni su padre ni su madre se cuestionaran la autoría de aquellas palabras. Aunque a él le dolió engañarles de aquella manera, no tuvo más remedio que actuar así. Ahora disponía de más tiempo para pensar en lo que hacer.

—Mi hermana se ha convertido en una persona sin escrúpulos. Nunca le perdonaré todo esto.

—Está pasando una mala racha.

—Esto no es una mala racha. Hay que ser muy cruel para hacer lo que ella está haciendo.

Diana resopla. Su novio tiene razón. Nunca imaginó, cuando salían juntas, que las cosas tomarían ese rumbo. Ellas eran las Sugus, amigas para siempre. «Uno para todas, o mejor, uno para cada una». Reían, se divertían, lloraban juntas. Un grupo de chicas capaces de todo, con ganas de comerse el mundo. Y Miriam era la mayor, la que ejercía un poco de madre, la que intentaba ayudarlas a todas. Sí, discutían y se peleaban mucho, pero siempre terminaban reconciliándose y reforzando su amistad.

Aunque en aquellos días todavía no estaba con Mario, echa de menos a sus amigas y aquellos tiempos de contarse todo.

—¿Y qué podemos hacer? Parece que no tiene intención de hablar con ninguno de nosotros. Y mucho menos de volver.

—Por mí que se quede allí. Ya volverá cuando las cosas le vayan mal. Porque estando con esos tipos, es imposible que no se meta en líos. Recuerda que hasta se llevó las joyas de mi abuela.

—Ya.

—Tarde o temprano terminará mal. En una comisaría o puede que en un sitio aún peor.

—¿Qué? ¿Piensas eso de verdad?

—Sí. Si no fuera por mis padres, ya habría llamado yo mismo a la policía. Pero no quiero que se alteren más.

Ella se lo ha buscado. Cada día que pasa está más enfadado con Miriam. Siente una gran rabia en su interior. No es justo que su familia esté sufriendo por los caprichos de su hermana. ¿No dice que es muy mayor para hacer lo que quiera? Pues también lo es para comprender que las cosas no se hacen a la fuerza.

—Todo irá bien, cariño.

—Uff.

Diana lo abraza y le da un beso en la mejilla. Sabe que ahora más que nunca juega un papel importante en su vida. Es su principal apoyo. Exceptuando las horas en las que están en la Universidad, el resto del tiempo lo pasan en su gran mayoría el uno con el otro. Incluso anoche le preguntó que si quería que se quedara a dormir en su casa. El chico respondió que no hacía falta y que no sabía cómo se lo tomarían sus padres. A pesar de que llevan año y medio como pareja, nunca han pasado la noche juntos en la casa de alguno de los dos.

—Relájate un poco, anda.

Diana le obliga a levantarse de la silla y, agarrándole de una mano, lo guía hasta la cama, que está deshecha.

—No es el momento de…

Pero antes de poder continuar hablando, siente los labios de su novia en el cuello. Suavemente, la chica lo empuja contra el colchón. Este pierde el equilibro y cae en la cama, donde se sienta. Diana se coloca sobre sus piernas y se desabrocha el botón del pantalón.

—Tienes que relajarte, cariño. Toda esta situación te pone muy tenso y a mí no me gusta que estés así.

Sus palabras llegan mientras se quita la sudadera blanca que lleva puesta. Luego apoya las manos en su pecho y continúa con los besos en el cuello hasta tumbarlo sobre las sábanas.

—Para. Mis padres están abajo…

—Seré buena y no haré mucho ruido.

—Que no. Que si entran…

—Si entran, los saludamos.

—Venga, no bromees con estas cosas ahora.

El chico se libera de los besos de Diana y se sienta en la cama. Esta suspira y se pone a su lado.

—Perdona. No quiero forzarte a hacer nada.

—No es que no quiera hacerlo. Es que no es el momento. Mis padres pueden subir y pillarnos.

—Tienes razón. No te preocupes —indica sonriente—. Solo quiero que estés bien.

Le da otro beso en la mejilla y se vuelve a tumbar. Está boca arriba con la mirada puesta en el techo de la habitación. Es verdad, no es el momento. Aunque hace unos días que nunca encuentran el momento adecuado.

—Estaré bien cuando todo se haya solucionado.

—Pero lo que pasa con tu hermana no te puede condicionar en todo lo demás.

—No es por mi hermana, es por mis padres. Y sí, sí que me condiciona para el resto de cosas porque sé que ellos lo están pasando mal.

El joven se levanta y regresa a la silla en la que antes estaba sentado. Tiene el ordenador encendido aunque ninguna página abierta. Y de pronto siente que echa de menos verla a través de la pequeña ventana del MSN. Estos días han hablado menos. Diana se ha quedado hasta muy tarde en su casa por las noches y, unas veces por él y otras por ella, casi no han coincidido cuando se han conectado. El café de media mañana en la Universidad con Claudia empieza a quedársele corto a Mario.

—Tus padres estarán peor si ven que tú no te encuentras bien —responde Diana cerrando los ojos.

Bosteza. Empieza a sentirse realmente cansada. Aquella situación también la está agotando a ella. Mario ha cambiado bastante en los últimos días y eso le afecta. Aunque sabe que cuando las cosas regresen a su cauce, todo volverá a ser como antes.

—¿Cómo voy a estar bien en esta situación?

—Bueno…, debes estarlo.

—No sé cómo.

—Para eso me tienes a mí. Para hacerte… sentir… bien.

Silencio. Pasan unos segundos sin que ninguno de los dos diga nada. El chico mira hacia la cama y ve a su novia con los ojos cerrados. ¿Se ha dormido? Se incorpora otra vez y se acerca hasta ella para comprobarlo.

Sí, se ha dormido.

Parece tan inocente así. Está preciosa.

Y, sin querer, esboza una sonrisa que sale sola. Eso le hace sentir peor. Tiene una novia increíble y él va jugando a no sabe qué con otra chica. Pero es que…

Su situación no es fácil y, con sus dudas, aún la hace más difícil.

Vuelve a mirarla, aunque ya sin sonreír. Su boca no está totalmente cerrada y respira tranquila. Aparenta ser más pequeña de lo que es. Le apetece besarla. Se inclina sobre ella y… en el instante en el que iba a probar sus labios, se arrepiente y se echa hacia atrás. No. No quiere despertarla.

Mario mira el reloj y regresa a su escritorio. Sábado por la tarde… Cualquier otra persona tal vez estaría preparándose para salir o quizá ya estaría en la calle de fiesta, bebiendo, fumando, ligando en alguna fiesta universitaria… Pero a ella no le van ese tipo de cosas. Es diferente al resto de chicas de su edad. ¡Estudia matemáticas! Ya eso lo dice todo. Seguro que si entra en el MSN la encontrará en su lista de contactos conectados.

Lo que se le pasa por la cabeza no está bien.

Vuelve a girarse y contempla a Diana dormida. ¿Lo hace? No debería, pero la tentación es demasiado grande. Nervioso, pulsa en la pestaña «Iniciar sesión» de Messenger. Y enseguida descubre que tenía razón: Claudia está conectada.

Ella es la primera en escribir.

—Hola, Mario. ¿Cómo estás?

Tras el saludo, una propuesta de videollamada por parte de la chica y un icono sonriente.

—Hola, Claudia. Puedo poner la
cam
, pero no hablar. Diana está aquí conmigo, durmiendo en mi habitación.

—¿Está ahí?

—Sí. Detrás de mí.

El chico se asegura de tener el sonido en silencio y acepta la videollamada. Cuando los dos se ven, se saludan con la mano y sonríen.

—No me puedo creer que estés hablando conmigo y tengas a tu novia ahí. ¿No será peligroso?

—Está dormida. No te preocupes.

Aunque le pide que no se preocupe, el que realmente está preocupado es él. Si Diana se despierta y descubre lo que está haciendo, va a tener problemas. Pero es que no ha podido evitar conectarse para verla. Claudia está guapísima, como siempre. Sus ojos casi negros se hacen enormes en la ventanita de su MSN.

—¿Has visto? —pregunta mientras se pone de pie. Se inclina y continúa escribiendo—. Llevo la camiseta de cerezas.

Aquella camiseta le encanta. La llevaba el primer día que hablaron a través de Internet. Y no pudo evitar confesarle lo bien que le quedaba. Mario sonríe y no pierde ni un detalle de la vuelta que Claudia da sobre sí misma. A pesar de que todos los días se encuentran en la Universidad, cada vez que la ve por la
cam
le atrae un poquito más.

—Me sigue gustando tanto como la primera vez que te la vi puesta.

—Es una pena que te guste más la camiseta que yo —señala después de haberse sentado de nuevo.

—No digas eso.

—Es la verdad.

La chica mira hacia otro lado. No parece muy feliz. A ella le gustaría estar donde ahora mismo está Diana, pero seguro que no dormiría.

—¿Cariño, qué haces?

La voz soñolienta de Diana alarma a Mario que, sin poder despedirse de Claudia, cierra rápidamente la página en la que hablaban. Luego hace lo mismo con el MSN. Apenas tarda un par de segundos, los que tarda en responder.

—Nada. Miraba cosas en Internet.

—¿Porno?

—¡No! ¡Claro que no!

La chica sonríe pícara, aunque tiene los ojos medio cerrados todavía. Es una pena que no estuviera viendo porno; así, quizá, se hubiera animado a seguir lo que antes empezaron. Pero no va a insistir en ello.

—He soñado una cosa que me ha hecho pensar otra.

—¿El qué?

—Bueno, más que con una cosa, he soñado con alguien.

Mario traga saliva. ¿Con alguien? Espera que no haya sido con Claudia. Cuando la conoció el otro día en la salida de la Universidad, se puso muy celosa.

Sin embargo, el chico no tarda en descubrir que no es con su compañera de clase con quien su novia ha soñado. El nombre que escucha es el de otra persona y lo que Diana propone a continuación no es una idea tan descabellada. Tiene sentido. Aunque, en su opinión, tampoco de esa manera conseguirán nada.

Capítulo 48

Esa tarde de diciembre, en un lugar de la ciudad

La primera vez que hicieron el amor no podía creérselo. Fue una de las mejores cosas que le había pasado en la vida. No imaginaba que él fuera tan romántico. Aquella cita tuvo de todo: cena, hotel, velas, pétalos de rosa… No era su primera vez, pero le marcó como si lo fuera. Fueron ardientes, apasionados, decididos. Se tenían ganas y entre aquellas cuatro paredes fluyeron cada uno de sus deseos. Ya han pasado varios meses desde aquel día. Y sin embargo, siguen conservando todo aquello de lo que disfrutaron en su primer encuentro.

Hace cincuenta minutos que él salió de la cama. Se duchó, se vistió y, tras darle un beso en los labios y decirle que la quería muchísimo, se marchó de la habitación. Ella, como una tonta, se quedó tumbada sintiéndose la chica más afortunada del mundo. Luego se durmió abrazada a la almohada, desnuda bajo todas las mantas y sábanas de las que disponía. Solo un ratito. El tiempo suficiente como para soñar con él y reponer algo de fuerzas.

BOOK: Cállame con un beso
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