Canciones para Paula (21 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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—Sí, no está lejos de aquí.

—¿Puede llevarme hasta allí, por favor?

El taxista asiente. Gira hacia la derecha y pone rumbo al hospital en el que la cantante más escuchada del momento ha sido ingresada durante la madrugada.

Capítulo 21

Esa mañana de marzo, en algún lugar de la ciudad.

—Bueno, pero además de tantos besitos y abracitos, ¿ha habido…?

Diana escucha atentamente a Paula que, sentada en la cama, cuenta a sus amigas su desayuno con Ángel, después de que la pequeña Erica saliera de la habitación.

—No, no ha habido sexo.

—El chico estará desesperado ya —insiste Diana.

—Déjala, no la presiones. Si se conocen desde hace tres días… —protestó Miriam.

—Tres días, más dos meses de ordenador. ¿Crees que el chaval durante ese tiempo no era humano?

—Si la quiere…, esperará lo que sea necesario.

—Venga, Miriam, no me fastidies. Ningún tío espera lo que sea necesario.

—No sé que clase de tíos conoces tú…

—¿Ya estáis otra vez? ¡Que mañana me estáis dando! —interviene por fin Cris—. No os peléis más. Además, aquí la que decide es ella. ¿Tú que piensas, Paula?

Las tres Sugus observan fijamente a su amiga, que duda por un instante lo que decir.

—Pues… Sí, tengo ganas. Creo que Ángel es el chico adecuado. Pero, por otro lado…, quiero que sea especial.

—¡En tu cumpleaños! —dice Diana.

—¿Qué pasa en mi cumpleaños?

—Pues que es un día perfecto para estrenarte.

Las cuatro guardan silencio hasta que Miriam vuelve a hablar:

—Ya sabes lo que pienso de esto. Que eres tú la que tiene que decidir cuándo estarás preparada. Pero si tienes ganas de hacerlo…, puede ser una buena ocasión.

—¡Aleluya! Una cosa en la que Miriam me da la razón…

—No te doy la razón.

—¿No? ¿Y qué has hecho?

—Otra vez. ¡Vaya dos…! —ríe Cristina.

El resto de Sugus también ríe.

—No sé, chicas. ¿Y como se lo propongo? ¿Qué le digo?

—Pues el sábado, después de la fiesta de tu cumpleaños… —empieza a decir Diana, que de repente te queda callada.

—¡Ah! ¿Voy a tener fiesta de cumpleaños?

—Bocazas —murmura Miriam, tapándose los ojos con las palmas de las manos.

—Teníamos que haberla planeado sin contar contigo, Diana —señala riendo Cristina.

—¡Vale, vale! Me he colado, lo siento, se me ha escapado.

—No te preocupes, me hubiera enterado igual. Sois incapaces de guardar un secreto así —indicó Paula—. Sigue, ¿qué decías de después de la fiesta?

Diana suspira, no muy aliviada tras su metedura de pata.

—Pues, que, después de la fiesta, os vais a un hotelito…, y allí… Bueno, eso ya sabrás tú. No necesitas detalles, ¿no?

—¿Y creéis que él querrá?

Las tres Sugus no pueden evitar una carcajada ante la atónita expresión de Paula.

—¿Qué si querrá? ¿Estás de broma, no? —apunta Cris.

—No habrás terminado de decirle lo del hotel cuando tendrá la llave de la habitación en sus manos.

—¡Qué exageradas! —exclama Paula tras las últimas palabras de Diana.

—Ya lo comprobarás.

—Sigo sin verlo claro. El hotel cuesta dinero y estoy sin un euro. Luego están mis padres…

—Teníamos otra cosa que regalarte, pero del hotel nos podríamos encargar nosotras, ¿verdad, chicas? —dice Miriam—. Será nuestro regalo de cumpleaños.

Las otras Sugus asienten con la cabeza.

—Y tus padres, por ser el día de tu cumple, te dejarán hasta más tarde. Nosotras les diremos lo de la fiesta y todo solucionado —continúa diciendo la mayor de las chicas.

—¿Dónde pensáis celebrar la fiesta?

—En mi casa —dice Miriam—. Ya se lo he dicho a mis padres, que casualmente el fin de semana se van de viaje. Después saldremos a dar una vuelta y vosotros dos os podéis marchar al hotel.

—Vaya, Sugus de melón, veo que piensas rápido… —bromea Diana.

—¿Desde cuándo soy el de me…? Tú si que…

Miriam golpea con una almohada la cabeza de Diana.

—Y con tu amigo el escritor, ¿qué hacemos? —pregunta Cris.

—¿Con Álex?

—Claro. ¿Vas a juntar a los dos en la misma habitación?

Paula se queda pensativa. Álex. ¿Qué pasa con Álex? ¿Le había dicho que tenía novio? No. ¿Y eso qué importa? ¿O sí importa?

—Pues no tengo ni su móvil, pero imagino que hablaré por MSN con él esta semana. Y habrá que evitarlo, ¿no?

—¡Huy…!

—¿Qué pasa Diana?

—Nada, no he dicho nada.

—Has dicho "huy".

—Cosas mías. No tiene importancia.

En ese instante suena la puerta del dormitorio.

—¿Puedo pasar? —pregunta Mercedes desde fuera.

—Sí, mamá, pasa.

La mujer entra en la habitación con un gran cucurucho de papel cerrado en las manos.

—Chicas, el desayuno. El preferido de Paula. Os hemos ido a por churros. Y abajo hay preparados cuatro chocolates bien calientes.

Las Sugus sueltan una carcajada, mientras Paula suspira profundamente. No cree que pueda probar ni uno solo más.

—¿He dicho algo gracioso?

—No mamá, es que están con el pavo esta mañana. Ahora vamos.

—Pero rápido, que se enfrían.

Mercedes sale de la habitación confusa por la reacción de las chicas. ¿Qué habrá dicho para que se rían tanto?

Esa misma mañana, en otro lugar alejado de la ciudad.

El agua caliente moja el cabello de Álex y se desliza por todo su cuerpo. Está tenso. Sus hombros están agarrotados. Ha pensado que una buena ducha antes de continuar escribiendo le vendría bien.

Tiene la radio encendida dentro del cuarto de baño, sintonizada en una emisora musical. Después de un pequeño paréntesis en el que han explicado que la cantante Katia está ingresada en un hospital de la ciudad tras sufrir un accidente de tráfico, suena Tantas cosas que contar, de la Oreja de Van Gogh.

Tantas cosas tendría él que contar…

El joven intenta olvidarse por unos minutos de Irene, de su libro, de sus historias. Y de Paula.

Misión imposible.

Mientras los cálidos chorros azotan su piel, la imagen de la chica de dieciséis años vuelve a presentarse. ¿Está empezando a obsesionarse?

Recuerda algo. Su cumpleaños… Sí, le dijo que cumplía diecisiete el sábado de la próxima semana. ¿Qué le podría regalar? Aunque bien pensado, ¿es oportuno regalarle algo? ¿No estaría pasándose?

En realidad, ni siquiera son amigos: son casi desconocidos, apenas han compartido un día juntos. Un día mágico, maravilloso, distinto…, pero solo un día. Y quizá para Paula solo ha sido un día más.

Tal vez sea eso: solo uno más, uno de los tantos chicos que seguro llenan la vida de la joven. Esa idea le desmoraliza.

Álex coge el bote de gel y deja caer un poco en su mano. Con suavidad lo extiende, primero por sus piernas y posteriormente por sus brazos, por el abdomen y por el pecho. Instantes más tarde se enjuaga con el agua ya más tibia.

Quiere verla. Es en lo único que piensa. ¿Cómo es posible que no pueda quitársela de la cabeza?

De todas formas, tendrá novio. No es posible que una chica así ande sola por el mundo.

Coloca la ducha en el enganche, sobre su cabeza, y abre un poco más los grifos para que el agua salga con más presión, con más fuerza. En sus oídos suena como una cascada que le transporta unos minutos al más absoluto relax.

No existe otro sonido: solo el del agua. Ni siquiera puede escuchar cómo en la radio acaban de poner
Don’t Speak
, de No Doubt.

Satisfecho, Álex decide dar por terminada la ducha. Cierra los grifos y coge una toalla blanca con la que se comienza a secar aún dentro de la mampara. Con el cuerpo todavía húmedo sale de la ducha anudándose la toalla a la cintura.

—¡Ah, por fin has terminado! —la voz de Irene le sorprende, tanto que está a punto de resbalar.

Su hermanastra sonríe con un cepillo de dientes en la mano. La chica no puede evitar mirar de arriba abajo al joven.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Lavarme los dientes después de desayunar. Hay que hacerlo cuatro veces al día, por lo menos.

—¿Pero no has visto que estaba duchándome yo?

—Sí, y he llamado a la puerta varias veces, pero no me has contestado.

—No te oí por el ruido del agua.

—Ya lo supuse. No te preocupes, no me molesta que te duches mientras me lavo los dientes.

Álex no da crédito a lo que oye.

—¿Cómo dices?

—Pues eso, hermanito. ¿No te molestará que haya entrado, no? A estas alturas…

—¡Por supuesto que me molesta! Es mi intimidad.

—Ay, no seas cascarrabias. ¿Crees que me puedo asustar de verte desnudo?

La joven sonríe pícara y vuelve a repasar a su hermanastro. Su rostro reluciente y mojado es irresistible. Si fuera por ella…

Por el contrario, Álex resopla desesperado.

—Irene, si vas a vivir aquí, tienes que aceptar unas normas. Y respetarlas.

—¡Uff, eso de las normas…!

—Pues las hay. Deben existir.

—Lo que tú digas. Cuéntame.

La chica se inclina y bebe un trago de agua que comienza a remover dentro de su boca.

—En primer lugar, tienes que llamar a la puerta antes de entrar en mi habitación o en el cuarto de baño.

—¡Si lo he hecho, hermanito! Pero no me has oído, ya te lo he dicho.

Álex empieza a enfadarse.

—Pues la siguiente norma es que, si yo estoy duchándome o durmiendo, no entres.

—Creo que podré hacerlo —contesta ella, sonriendo—. ¿Más normas?

—No pasees por la casa con poca ropa.

—Eso no lo he hecho.

—Por si acaso.

Irene suelta una carcajada.

—Está bien. Me portaré bien. ¿Alguna cosa más, hermanito?

—Sí; no me llames hermanito, por favor.

La joven vuelve a reír escandalosamente, pero acepta la regla. A partir de ahora solo llamará a su hermanastro por su nombre.

Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.

Ángel llama a la puerta de la habitación en la que Katia descansa.

Paradójicamente, una de las enfermeras le ha preguntado si era el novio de la cantante. En principio ha dudado, pero no lo ha negado temiendo que solo dejaran pasar a familiares e íntimos.

—Adelante, entre.

Una joven voz femenina que no reconoce le invita a pasar. El periodista abre la puerta con cuidado y entra en la habitación.

Al fondo, Katia está acostada, tapada con una sábana blanca. La chica de pelo rosa sonríe al verle. Su acompañante, sentada en una silla junto a ella, también lo hace. La desconocida es una joven rubia con mechas de color chocolate, de unos veinticinco años, con cierto parecido a Katia.

—Hola, Ángel —dice tímidamente la muchacha, que hace un gran esfuerzo por incorporarse—. ¡Qué alegría verte…!

Él se acerca hasta las dos chicas sonriendo. Tumbada en aquella cama no parece la misma Katia de estos días. Tiene un ojo morado y una pequeña venda que cubre parte del lado izquierdo de su frente.

—¡No te muevas! ¡Qué tozuda eres a veces…! —le recrimina la joven rubia, que se levanta de la silla para recibir al recién llegado—. Hola. Soy Alexia, la hermana mayor de este elemento.

—Yo soy Ángel. Encantado.

—Igualmente. Algo he oído hablar de ti.

Dos besos.

Como su hermana, Alexia tiene cierto encanto en sus facciones. Su rostro no es tan aniñado y es más alta que la cantante, pero igual de atractiva que ella.

—¡Hey! Y para mí, ¿qué? ¡Que soy la enferma! —protesta infantilmente Katia, tratando de alzar la voz inútilmente.

Ángel se aproxima a ella y también le da dos besos con cuidado para no hacerle daño. Tiene la piel fría. Sin embargo, el lento roce de sus labios con su mejilla es cálido.

—Menudo susto me has dado. ¿Cómo te encuentras?

—Bien. He tenido mucha suerte.

—¿Algo roto?

—¡Qué va…! Esta niña es de granito, ahí donde la vez, tan poca cosa que parece… —interviene Alexia—. Rasguños, moratones y un golpe en la cabeza por el que tendrá que estar aquí hasta mañana en observación. Pero poco más.

Ángel sonríe. Se siente aliviado. Cuando oyó en la radio del taxi la noticia pensó en lo peor.

—¿Cómo fue?

Katia suspira.

—Salí de una fiesta en la que había dado un concierto e iba conduciendo tranquilamente hacia mi casa cuando un coche se me apareció de frente por mi carril. Lo esquivé como pude y choqué contra una farola. El airbag y el cinturón han evitado que me hiciera más daño.

—Menos mal. Sí que has tenido suerte. ¿Al otro le ha pasado algo?

—No. Ni se paró. El accidente lo tuve yo sola.

—Los sábados son peligrosos para conducir de noche. Hay mucho loco suelto —señala su hermana, que acerca otra silla a la cama para que Ángel se siente también.

—Y tú, ¿cómo te has enterado? Iba a llamarte luego.

—Lo escuché en la radio. Ya están dando la noticia.

Katia se lamenta. Pronto aquel hospital estará lleno de curiosos y periodistas. Y el que verdaderamente le importa ya está allí junto a ella.

—Si no me equivoco, tú eres periodista, ¿verdad?

—Sí, trabajo en una revista de música. Gracias a ello conocía tu hermana, que amablemente nos concedió una entrevista.

—Ya me ha comentado algo.

Alexia parece muy informada sobre todo. ¿Qué le habría contado Katia sobre él? ¿Y hasta dónde?

—Pero tranquilas, vengo como amigo, no como profesional —asegura el joven.

—Ya. Seguro que terminas escribiendo en tu revista una noticia sobre el accidente donde cuentas hasta el color del pijama que llevo —bromea la cantante.

—No, no, te aseguro que…

—Ya lo sé, tonto… —se burla Katia, que coge la mano de Ángel y la aprieta con toda la fuerza que puede.

Con él allí se siente mucho mejor. Le encanta que haya venido a verla. No lo esperaba después de todo lo que había pasado el viernes por la noche y el sábado por la mañana. Para ser sincera, creía que no lo volvería a ver. En cierta manera, está contenta de que aquel accidente les haya vuelto a unir.

Los tres conversan animadamente durante un rato hasta que una enfermera entra en la habitación con un carrito en el que porta una bandeja con un plato tapado, dos vasitos pequeños y un bote con pastillas.

—Señorita, le traigo algo para que coma y unas pastillas para el dolor de cabeza.

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