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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (68 page)

BOOK: Canciones para Paula
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—Estás exagerando, Alexia. No es una guerra, no es una cuestión de vida o muerte.

—¿No? ¿Estás segura?

Katia suspira y descruza las piernas, echándose hacia atrás en el sillón en el que está sentada.

—Yo no estoy segura ya de nada, hermana. Alexia saca de su bolso un paquete de Malboro y se enciende un cigarro.

—Tienes una rival, ¿no? La novia de Ángel, una cría que tal vez ni siquiera sabe lo que quiere y que se ha encaprichado del periodista. ¿Crees que es para toda la vida?

—No lo sé.

—Pues ya te lo digo yo: no. Esa relación durará semanas o meses. Con un poco de suerte igual llegan al año. Y después, ¿qué? También te lo digo yo: él querrá o dirá que quiere a otra; y ella, lo mismo.

—Eso lo sé. Es normal que si lo de Paula y Ángel no funciona, los dos rehagan su vida con otras personas.

—¿Y entonces? —pregunta Alexia sacudiendo las cenizas del cigarro en un cenicero de cristal.

—Entonces, ¿qué?

—¿Tú crees que no se puede pelear por un chico de veintidós años que acaba de empezar a salir con una niña de instituto? ¡Por Dios, Katia! Millones de rollos como ese comienzan y acaban todos los días. Son historias inconcretas, historias que viven del momento y en las que, por mucho futuro que crean que tienen juntos, nunca se aspira a más que a seguir soportándose la semana siguiente.

—Pero están enamorados.

—¿Enamorados? ¡Venga ya!

Katia, desmoralizada, se tumba en el sillón.

—Estoy desesperada. No me lo quito de la cabeza. Ayer pasé la tarde con él y fue genial. Pero él no pensaba en mí sino todo el tiempo en ella. Intentaba olvidarme de eso, de que hay otra, y quería disfrutar de mi momento. Pero fue imposible.

Alexia apaga el cigarro. Se levanta y se sienta en el sillón en el que está tumbada su hermana. Dulcemente, le acaricia el pelo y le da un beso.

—Debes pelear por ese chico, Katia.

—No tengo nada que hacer con Ángel. No me quiere a mí.

—¿Le has dicho lo que sientes por él?

—No, pero se lo debe de imaginar. Tonto no es, precisamente.

—¿Nunca le has confesado que lo quieres?

—No.

—Pues debes hacerlo. Y ya.

—¿Cómo voy a hacer eso, Alexia?

—Muy fácil: vas y se lo dices.

—Que vaya, ¿adónde?

—Donde sea, hermana: a su casa, a la revista, al fin del mundo… Tú misma eres la prueba de que quien quiere algo debe luchar por conseguirlo. Saliste de la nada y saltaste al mundo de la música abriéndote paso tú sola. Hoy eres la cantante que vende más discos en este país.

Katia resopla. Su hermana le coge una mano y se la aprieta.

—Alexia, no es lo mismo.

—No. Conseguir a Ángel es más sencillo, porque es convencer a una persona; vender discos es convencer a muchas.

La chica suelta la mano de Alexia y se sienta otra vez en el sillón.

—Lo ves muy fácil. Y seguramente sea lo más difícil con lo que me haya encontrado hasta ahora.

—No he dicho que sea fácil, he dicho que es más fácil que Ángel se enamore de ti que conseguir todo lo que has conseguido.

—Tú, entonces, ¿qué sugieres? ¿Que vaya a su casa y le diga que estoy enamorada, que no puedo vivir sin él y que deje a su novia por mí?

Alexia sonríe.

—Con otras palabras, pero sí. Te sugiero exactamente eso.

—No puedo hacer eso.

—Sí puedes. El no ya lo tienes. Solo puedes ganar.

—Puedo perder su amistad.

—Hermana, no se puede ser amiga de la persona de quien estás perdidamente enamorada. Es una ley no escrita y que muchos intentan disfrazar, pero eso no es una amistad sincera.

La chica comprende lo que su hermana le está diciendo. Tiene razón: si quieres a alguien e intentas ser su amigo, tarde o temprano explotará lo que llevas dentro. Buscarás más, porque no estás a su lado simplemente porque te cae simpático o compagináis bien sino por el amor que sientes hacia él o ella y por la esperanza de que algún día se dé cuenta de que eres el chico o la chica de su vida.

—Katia, ve a por él ahora mismo y dile que lo quieres.

—Pero…

—Hazlo. O algún día te arrepentirás de no haberlo hecho.

La cantante suspira y cierra los ojos. Luego los abre de nuevo y mira a su hermana con emoción.

—Tienes razón, Gracias.

Se levanta del sillón y, con las llaves del coche de Alexia en la mano, sale de su piso decidida a intentarlo por última vez.

Capítulo 101

Esa tarde de un día de marzo, en un lugar de la ciudad.

Le resulta increíble ponerse nerviosa en momentos como ese, pero le sucede. A Diana le da vergüenza comprar la caja de preservativos para Paula y Ángel. Pese a su experiencia sexual, solo es la segunda vez que lo hace, y la primera fue en una gasolinera fuera de la ciudad donde la llevó un motorista mayor de edad. Siempre había convencido al chico de turno con el que mantenía relaciones para que fuera él quien se encargara de ese tema. Por si fuera poco, la farmacia está llena de gente. Solo espera que no la vea ningún conocido.

Hay dos personas detrás del mostrador: una farmacéutica muy joven, que seguramente es una becaria en prácticas, y un chico de unos treinta años, bastante atractivo. Uff. ¿Qué pensará de ella cuando la vea aparecer con la caja de condones? Posiblemente, nada. Estará acostumbrado a que todos los días adolescentes, incluso más jóvenes, compren anticonceptivos. Pero aún así, preferiría que la que le atendiese fuera ella.

Da una vuelta más por el establecimiento. Coge una caja de aspirinas y un paquete de caramelos de menta. A continuación, se acerca a la zona donde están los preservativos. ¿Cuál elige? ¿De sabores? No, para la primera vez es mejor algo clásico. Paquete de doce de Durex.

La farmacia se va vaciando de gente. Quedan solo dos ancianitas que conversan amigablemente con el farmacéutico, al que cuentan una por una todas sus dolencias. La otra chica no atiende a nadie en esos instantes. Es el momento de ir a pagar.

Diana se da prisa para terminar con aquello cuanto antes. Pone las aspirinas, los caramelos y los condones sobre el mostrador y saluda con una sonrisa forzada a la becaria. La chica le responde con otra sonrisa y comienza a pasar los códigos de barras por la máquina. Primero las aspirinas, luego los caramelos y finalmente los preservativos. Sin embargo, hay un problema con estos últimos. La máquina no los reconoce. Lo intenta varias veces sin éxito.

—Perdona que te interrumpa, Juan —le dice finalmente a su compañero—. ¿Puedes venir un segundo? La máquina no me reconoce los preservativos que esta chica ha comprado.

El farmacéutico se acerca hasta ellas y revisa la caja.

—Con estos suele pasar a menudo —dice mientras teclea a mano el código de barras de los condones—. Ya está.

Juan, el farmacéutico, mira sonriente a Diana, aunque no es el único. Las dos ancianas observan a la chica y murmuran algo. Por la expresión de su cara, no parece que sea nada bueno. Diana, roja como un tomate, da las gracias a Juan, el farmacéutico, y paga. Con una bolsita llena con lo que ha comprado en la mano, se despide de los dos y sale lo más rápido posible de la farmacia.

Y es que, por mucha experiencia que se tenga, hay cosas que siempre imponen. Sobre todo si hay un chico guapo implicado.

Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

Se ha pasado toda la tarde durmiendo y tiene que reconocer que le ha sentado de maravilla. Le ha servido para recuperar fuerzas y para dejar descansar su agotada mente. Tantos líos y emociones en los últimos días le han provocado un cansancio físico y mental más propio de un corredor de bolsa que de una estudiante de bachiller.

Paula se mira en el espejo. Son sus últimas horas con dieciséis años, pero se sigue viendo muy niña.

—Toc, toc.

Erica hace con la boca el ruido de llamar a la puerta, que su hermana tiene abierta. Pero ella es muy educada.

—Pasa, princesa.

La pequeña entra corriendo en el dormitorio de Paula y se lanza sobre ella. Su hermana la coge en brazos y recibe muchos besos pequeñitos por toda la cara.

—¿Y este entusiasmo a qué se debe?

—¿Qué? —Erica no entiende lo que le dice.

—Que por qué me das tantos besos…

—Porque es tu cumpleaños.

Paula baja a su hermana al suelo. Pesa. Ya casi no puede con ella.

—Pero todavía no es mi cumple, cariño. Quedan unas horas. Mira, cuando el reloj tenga las dos agujas en el doce será mi cumpleaños. ¿Sabes cuál es el doce?

—El que tiene el uno y el dos juntos.

—Muy bien. Ese es. Qué lista eres.

—Pero mamá me ha dicho que te vas a dormir fuera. Y no me gusta. ¿Por qué no te quedas conmigo?

La niña se pone triste. En realidad, lo que verdaderamente le preocupa es que no vaya a haber tarta. Si su hermana no celebra el cumpleaños en casa, no habrá pastel.

Paula no sospecha las razones por las que a Erica le afecta tanto que vaya a pasar la noche en casa de Miriam. Vuelve a coger a su hermana en brazos y la besa en la mejilla.

—Pero si vuelvo mañana. Y entonces lo celebraremos los cuatro: papá, mamá, tú y yo. ¿Vale?

—¿Pero habrá tarta?

—No lo sé, princesa. Eso es cosa de mamá.

—Ah.

Erica entonces descubre que se ha equivocado de persona. Salta al suelo de nuevo y le da un último beso a su hermana antes de salir corriendo hacia la cocina, donde está su madre.

Paula sonríe. Vuelve a mirarse en el espejo. No, ya no es una niña.

Se termina de arreglar, coge la mochila de las Supernenas en la que lleva el pijama y baja para despedirse de sus padres. Está feliz, segura de que va a ser una noche muy entretenida.

Entra en la cocina donde su madre y su padre conversan. También está allí la pequeña Erica, que casi no puede respirar de la emoción. ¿Qué le pasa?

—¡Nos vamos a ver a Mickey! —exclama la pequeña, fuera de sí.

La chica no comprende nada. ¿Qué se ha perdido?

—Paula, como no sabemos a qué hora llegarás mañana y a qué hora te volverás a ir después —empieza a decir Mercedes—, hemos decidido tu padre y yo darte ya tu regalo de cumpleaños.

—Aunque últimamente no te lo has merecido demasiado —añade Paco, que saca un sobre que tenía escondido detrás de la espalda y se lo entrega a su hija.

Paula lo coge y lo abre nerviosa. Por los gritos de Erica, intuye lo que es.

—Es más bien un regalo para todos. Pero sé que a ti te hacía mucha ilusión desde hace mucho tiempo —comenta su madre, mientras la chica trata de abrir el sobre sin romperlo demasiado.

Por fin, Paula lo consigue. Del interior del sobre saca cuatro billetes para Disneyland-París. Sonríe tímidamente. Era su sueño de pequeña. Ahora con casi diecisiete años no es lo mismo, pero le sigue haciendo ilusión.

—Bueno, ¿te gusta? ¿No dices nada? —pregunta Mercedes, expectante.

—Gracias. Me encanta.

Abraza y besa a su madre y luego hace lo propio con su padre.

—¡Voy a ver a Mickey! ¡Voy a ver a Mickey! —continúa gritando Erica, dando saltos de alegría. Es su personaje de Disney favorito.

Lo que nadie sospecha en ese momento es la importancia que Mickey Mouse va a tener en la vida de Paula a medio y largo plazo.

Capítulo 102

Esa tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.

Final de la clase. Álex recoge todo rápido para poder irse cuanto antes. Tiene mucha prisa. Los ancianos se van despidiendo uno a uno de él. Sin embargo, una voz conocida y distinta sobresale de entre las demás. Es una voz femenina.

—Hola, Álex. ¿Cómo estás?

Irene está tan impresionante como siempre, guapísima, con los ojos perfectamente pintados y los labios increíblemente carnosos. Va más tapada que de costumbre, con un jersey azul marino de cuello alto y un pantalón negro ceñido, pero su silueta sigue siendo imponente.

—Hola, Irene.

—He venido a recoger a Agustín. ¿Lo has visto?

—Sí. Ha ido al baño, enseguida vuelve.

La chica se queda en silencio mientras Álex continúa ordenando la sala.

—Oye, he estado pensando y creo que te debo una disculpa —dice la chica, cuyo tono al hablar es diferente al habitual, más serio y sobrio.

Álex deja de recoger las cosas y escucha atentamente lo que su hermanastra tiene que contarle.

—Dime.

—Verás, no soy muy buena en esto porque no estoy acostumbrada a pedirle perdón a nadie. Pero, después de estar toda la noche pensando en lo que hice y en cómo me comporté, me siento obligada a disculparme contigo.

—Te pasaste bastante esta vez.

—Lo sé. Y entiendo que me odies.

—Bueno, no te odio. Eres mi hermanastra al fin y al cabo. No tenemos la misma sangre, pero continuamos siendo familia.

—Ya. ¿Entonces me perdonas?

—Me costará un tiempo olvidarme de lo que has hecho, pero te perdono.

La chica sonríe débilmente y da un abrazo a su hermanastro, que se ruboriza al sentir el voluminoso pecho de Irene pegado al suyo.

—Me alegro de haberlo arreglado un poco.

—Y yo. No me gusta estar enfrentado con nadie.

El señor Mendizábal aparece por fin. Se está subiendo la bragueta del pantalón y tose ostensiblemente.

—¡Ah! ¡Has venido por mí! ¡Es que eres la mejor! —exclama cuando ve a la chica.

A Irene le cambia el rostro. Sigue sin soportar a aquel hombre, pero no le queda más remedio que vivir con él estos tres meses que dura el curso de Liderazgo. Mejor rodearse de comodidades como las que aquel tipo le ofrece que estar sin ningún sitio adonde ir, aunque sea aguantando las gilipolleces de aquel viejo verde.

—Espero que me readmitas pronto en tu casa o asesinaré a este viejo —le susurra al oído a Álex, mientras abre la puerta de salida.

—Si veo progresos en ti, podrás volver en unas semanas. Irene resopla y, tras despedirse de su hermanastro con dos besos, acompaña a Agustín Mendizábal hasta su coche.

Álex sonríe. Parece otra. Y aunque no cree que Irene haya cambiado de un día para otro, no está mal que le haya pedido perdón por todo lo que ha hecho.

Esa tarde de marzo, en ese mismo instante, en otro lugar de la ciudad.

Hay bastante tráfico, más del que esperaba. Además, la lluvia lo complica todo. Pero eso ahora no importa. A Katia lo único que le preocupa es encontrar a Ángel y decirle todo lo que siente por él. Conduce hacia su casa.

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