Cantar del Mio Cid (8 page)

Read Cantar del Mio Cid Online

Authors: Anónimo

BOOK: Cantar del Mio Cid
13.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

de tal modo que ningún miedo a los que pasan da;

por el valle de Arbujuelo ya comienzan a bajar.

En Medina, para el viaje, todo preparado está,

y al divisar gente armada, Minaya pensara mal

envió a dos caballeros para saber la verdad;

ellos partieron muy presto porque de corazón van;

el uno quedó con ellos, el otro vuelve a avisar:

«Son fuerzas del Campeador que nos vienen a buscar,

he aquí a Pero Bermúdez, que delante de ellos va,

también va Muño Gustioz, que es vuestro amigo leal,

luego Martín Antolínez, el de Burgos natural,

y el obispo don jerónimo, el buen clérigo leal,

y el alcaide Abengalbón con sus fuerzas también va,

por dar gusto a mío Cid, a quien mucho quiere honrar.

Todos vienen juntamente, no tardarán en llegar.»

Entonces dijo Minaya: «Vayámosles a encontrar.»

Todos montaron de prisa, que no querían tardar.

Cien caballeros salieron, que no parecían mal,

montando buenos caballos con gualdrapas de cendal

y petral de cascabeles y el escudo por collar,

en las manos sendas lanzas con su pendón cada cual,

para que los otros sepan Minaya de qué es capaz,

y cómo trata a las damas que a Castilla fue a buscar.

Los que iban de batidores ya comienzan a llegar;

luego, las armas tomando , buscan con ellas solaz;

por junto al río jalón, con grande alegría van.

Cuando los demás llegaron, hacia Minaya se van,

y el buen moro Abengalbón, cuando frente a él está,

con la sonrisa en los labios a Minaya fue a abrazar,

y en el hombro le da un beso, como es costumbre oriental:

« ¡Dichoso día, Minaya, en el que os vengo a encontrar!

Traéis con vos esas damas que nuevas honras nos dan,

a las dos hijas del Cid y a su mujer natural;

con la ventura del Cid todos nos hemos de honrar,

que aunque poco le quisiéramos no se le puede hacer mal,

ya que ha de tomar lo nuestro, ya sea en guerra o en paz;

por muy torpe tendré al que no conozca esta verdad.»

84

Los viajeros descansar, en Medina. – Parten de Medina a Molina. – Llegan cerca de Valencia

De buena gana sonríe Álvar Fáñez de Minaya:

« ¡Ya sé, Abengalbón, que sois un buen amigo, sin tacha!

Si Dios me lleva hasta el Cid y le veo con el alma,

esto que ahora habéis hecho no habrá de penaros nada.

Vayamos a descansar, que la cena es preparada.»

Dijo Abengalbón: «La ofrenda ésta me place aceptarla;

y antes que pasen tres días la devolveré sobrada.»

Todos en Medina entraron, atendidos por Minaya,

y todos quedan contentos de la cena que tomaran;

el mensajero del rey de regreso tomó marcha;

honrado quedara el Cid, en Valencia donde estaba,

de los festines con que en Medina los honraran;

todo lo pagara el rey, y nada pagó Minaya.

Pasada que fue la noche y llegada la mañana,

después de oír misa todos, dispusiéronse a la marcha.

Cuando de Medina salen, el río jalón pasaban,

por el Arbujuelo arriba van en marcha espoleada;

luego el campo de Taranz prontamente atravesaban,

hasta llegar a Molina la que Abengalbón mandaba.

El obispo don jerónimo, el buen cristiano sin tacha,

durante el día y la noche a las damas custodiaba,

con su buen caballo en diestro que le llevaba las armas.

Entre él y Álvar Fáñez iban formando la guardia.

Entrados son en Molina, villa próspera y poblada;

el buen moro Abengalbón los atendía sin falta,

de todo cuanto quisieron, no carecieron de nada,

y aun las mismas herraduras el moro las costeaba .

A Minaya y a las damas, ¡Dios, y cómo las honraba!

A la mañana siguiente siguieron la cabalgada,

y hasta llegar a Valencia, el moro les acompaña;

de lo suyo fue gastando, que de ellos no quiso nada.

Y con estas alegrías y estas noticias tan gratas,

cerca ya están de Valencia, a tres leguas bien contadas.

A mío Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada,

dentro de Valencia mismo el aviso le mandaban.

85

El Cid envía gentes al encuentro de los viajeros

Alegre se puso el Cid como nunca estuvo tanto,

porque de lo que más ama las noticias le han llegado.

A doscientos caballeros que salgan les ha ordenado

a recibir a Minaya y a las damas hijasdalgo;

él se quedará en Valencia, cuidándola y aguardando,

que bien sabe que Álvar Fáñez todo lo lleva cuidado.

86

Don jerónimo se adelanta a Valencia para preparar una procesión. – El Cid cabalga al encuentro de Jimena. – Entran todos en la ciudad

He aquí que todos salen a recibir a Minaya,

a las dueñas y a las niñas y a los que las acompañan.

Mandó mío Cid a todos los que tenía en su casa

que el Alcázar guarden bien como las torres más altas,

igual que todas las puertas, como sus salidas y entradas;

mandó traer a Babieca , que ha poco lo ganara

del rey moro de Sevilla en aquella gran batalla,

y aún no sabía mío Cid, que en buena hora ciñó espada,

si sería corredor o dócil a las paradas.

A las puertas de Valencia, allí donde a salvo estaba,

ante su mujer e hijas quería jugar las armas .

Recibidas con gran honra de todos fueron las damas;

el obispo don jerónimo delante de todos marcha;

apeóse del caballo y en la capilla se entraba,

y con cuantos allí encuentra, que preparados estaban,

con sobrepelliz vestidos, llevando cruces de plata,

salen así a recibir a las damas y a Minaya.

El que en buen hora nació tampoco se retrasaba:

sobregomela vestía de seda y larga la barba;

ya le ensillan a Babieca, que enjaezan con gualdrapas;

montó mío Cid en él, y armas de fuste tomaba .

Sobre el nombrado Babieca el Campeador cabalga,

emprendiendo una corrida que a todos parece extraña;

cuando la hubo terminado, todos se maravillaban.

Desde aquel día, Babieca se hizo famoso en España.

Cuando acabó la corrida, el Campeador descabalga,

y se va hacia su mujer y sus dos hijas amadas;

al verlo doña Jimena, a los pies se le arrojaba:

« ¡Merced, Rodrigo, que en buena hora ceñisteis la espada!

Sacado me habéis, al fin, de muchas vergüenzas malas;

aquí me tenéis, señor, a mí y a estas hijas ambas,

para Dios y para vos son buenas y bien criadas.»

A la madre y a las hijas el Cid con amor abraza,

y del gozo que sentía sus ojos sólo lloraban,

todas las gentes del Cid con júbilo los miraban.

Las armas iban jugando, los tablados derribaban .

Oíd lo que dijo el Cid, que en buen hora ciñó espada:

«Vos, doña Jimena mía, mujer querida y honrada,

y mis dos hijas, que son mi corazón y mi alma,

entrad conmigo en Valencia, que ella ha de ser vuestra casa;

es la heredad que yo quise para vosotras ganarla.»

La madre, con las dos hijas, las manos del Cid besaban.

Y en medio de grande pompa todos en Valencia entraban.

87

Las dueñas contemplan a Valencia desde el Alcázar

Con su mujer y sus hijas el Cid al Alcázar va;

cuando llegaron, las sube sobre el más alto lugar.

Ellas con ávidos ojos no se cansan de mirar:

ven a Valencia extenderse, a una parte la ciudad,

y por la otra extenderse ante sus ojos el mar;

miran la huerta, tan grande, tan frondosa y tan feraz,

y todas las otras cosas, que dan gusto de mirar;

alzan al cielo las manos porque a Dios quieren rogar

y agradecer la ganancia tan buena que Dios les da.

Mío Cid y sus compañas sienten su felicidad.

El invierno ya se ha ido, que ya el Marzo quiere entrar.

Daros os quiero noticias de la otra parte del mar,

de aquel rey moro Yusuf que allá en Marruecos está.

88

El rey de Marruecos viene a cercar a Valencia

Pesóle al rey de Marruecos el triunfo del Cid Rodrigo:

«En mis tierras y heredades audazmente se ha metido,

y él no quiere agradecerlo sino a su Dios Jesucristo.»

El rey moro de Marruecos juntar a sus huestes hizo;

y cincuenta mil soldados de armas hubo reunido.

Entráronse por el mar, en las barcas van metidos,

van a buscar en Valencia a mío Cid don Rodrigo.

Tan pronto llegan las naves, sobre la tierra han salido.

89

Ya llegaron a Valencia, del Cid la mejor conquista,

allí plantaron las tiendas esas gentes descreídas.

De todo aquello, a mío Cid llegábanle las noticias.

90

Alegría del Cid al ver las huestes de Marruecos. – Temor de Jimena

« ¡Loado sea el Creador y Padre espiritual!

Todos los bienes que tengo delante de mí ahora están:

con afán gané Valencia, que hoy tengo por heredad,

y a menos que yo no muera nunca la habré de dejar:

agradezco al Creador y a su Madre virginal,

que a mi mujer y a mis hijas junto a mí las tengo ya.

La suerte viene a buscarme de tierras de allende el mar,

habré de empuñar las armas, no he de poderlo dejar,

y mi mujer y mis hijas habrán de verme luchar:

en estas tierras extrañas, cómo se vive verán,

y harto verán con sus ojos cómo ha de ganarse el pan.»

A su mujer y a sus hijas al Alcázar súbelas;

ellas, alzando los ojos, ven las tiendas levantar.

«¿Qué es esto, Cid? El Creador os quiera de ello salvar.»

« ¡Ea, mi mujer honrada, ello no os cause pesar!

La riqueza que tenemos esto ha de hacer aumentar.

A poco que vos vinisteis, presentes os quieren dar:

para casar nuestras hijas, nos ofrecen el ajuar.»

« ¡A vos lo agradezco, Cid, y al Padre espiritual! »

«Mujer, en este palacio, que es nuestro Alcázar, quedad;

no tengáis miedo ninguno porque me veáis luchar,

que con la ayuda de Dios y su Madre virginal,

siento crecer el esfuerzo porque aquí delante estáis;

y con la ayuda de Dios, la batalla he de ganar.»

91

El Cid esfuerza a su mujer y a sus hijas. – Los moros invaden la huerta de Valencia

Hincadas están las tiendas al clarear el albor,

presurosamente tañen los moros el atambor;

alegróse mío Cid y dijo: « ¡Buen día es hoy! »

Mas su mujer siente un miedo que le parte el corazón;

también temían las dueñas y sus hijas ambas dos,

que en lo que cuentan de vida no tuvieron tal temor.

Acariciando su barba dijo el Cid Campeador:

«No tengáis miedo, que todo ha de resultar mejor;

antes de estos quince días, si pluguiese al Creador,

esos tambores que oís, en mi poder tendré yo,

y os lo habrán de traer para que veáis cuál son,

y al obispo los daremos para que, luego, en honor,

los cuelgue en Santa María, la Madre del Creador.»

Este voto es el que hizo mío Cid Campeador.

Vanse alegrando las damas, ya van perdiendo el pavor.

Y los moros de Marruecos cabalgando entraban por

aquellas, huertas adentro, sin tener ningún temor.

92

Espolonada de los cristianos

Cuando los vio el atalaya, comenzó a tañer la esquila;

prestas están las mesnadas de las gentes de Ruy Díaz;

con denuedo se preparan para salir de la villa.

Al encontrar a los moros les arremeten aprisa,

echándolos de las huertas aquellas de mala guisa;

quinientos de ellos mataron cuando hubo acabado el día.

93

Plan de batalla

Hasta el campamento moro los cristianos van detrás,

y después que tanto han hecho, del campo se tornan ya.

Álvar Salvadórez, preso de los moros, quedó allá.

Tornando van a mío Cid los que comen de su pan;

aunque él lo vio por sus ojos, ellos lo quieren contar,

y alegróse mío Cid con las nuevas que le dan.

«Oídme, mis caballeros, esto aquí no ha de quedar;

si hoy ha sido día bueno, mañana mejor será;

cerca del amanecer, armados todos estad,

el obispo don jerónimo la absolución nos dará;

y después de oír su misa, dispuestos a cabalgar;

a atacarlos nos iremos, de otro modo no será,

en el nombre de Santiago y del Señor celestial.

Más vale que los venzamos que ellos nos cojan el pan.»

Entonces dijeron todos: «Con amor y voluntad.»

Habló Minaya Álvar Fáñez, no lo quiso retardar:

«Si así lo queréis, mío Cid, a mí me tenéis que dar

ciento treinta caballeros, que es necesario luchar;

y en tanto que atacáis vos, por la otra parte he de entrar;

y en una o en otra parte, o en las dos, Dios nos valdrá.»

Entonces dijo mío Cid: «De muy buena voluntad.»

94

El Cid concede al obispo las primeras heridas

Cuando el día ya es salido y la noche ya es entrada,

no tardan en prepararse aquellas gentes cristianas.

Cuando cantaban los gallos antes de la madrugada,

el obispo don Jerónimo la santa Misa les canta,

y una vez la Misa dicha, esta alocución les daba:

«A quien en la lucha muera peleando cara a cara,

le perdono los pecados y Dios le acogerá el alma.

Y a vos, mío Cid don Rodrigo, que en buena ceñiste espada

por la Misa que he cantado para vos esta mañana,

os pido me concedáis, en cambio suyo, esta gracia:

que las primeras heridas sean hechas por mi espada.»

Díjole el Campeador: «Desde aquí os son otorgadas.»

95

Los cristianos salen a batalla. – Derrota de Yusuf. – Botín extraordinario. – El Cid saluda a su mujer y a sus hijas. – Dota a las dueñas de Jimena. – Reparto del botín

Ya por las torres de Cuarte salieron todos armados;

mío Cid a sus guerreros bien los iba aleccionando.

Other books

The House of Lost Souls by F. G. Cottam
The Moon Opera by Bi Feiyu
Night Owls by Jenn Bennett
BeautyandtheButch by Paisley Smith
The Full Ridiculous by Mark Lamprell
The Taming of Taylon by Leila Brown
The Bumblebroth by Patricia Wynn
Stay by Julia Barrett, J. W. Manus, Winterheart Designs