Read Cantar del Mio Cid Online
Authors: Anónimo
Dos moros mató con lanza y otros cinco con la espada.
Como los moros son muchos, en derredor le cercaban,
y aunque le dan grandes golpes, no logran quebrar sus armas.
El que en buen hora nació sus dos ojos le clavaba,
embrazó el escudo y luego bajó el astil de la lanza,
aguijoneó a Babieca, el caballo que bien anda,
y fue a atacarlos con todo su corazón y su alma.
Entre las filas primeras el Campeador entraba,
abatió a siete por tierra y a otros cuatro los matara.
Plugo a Dios que la victoria fuese ese día ganada.
Mío Cid con sus vasallos al enemigo alcanzaba;
vierais quebrarse las cuerdas y arrancarse las estacas,
y los labrados tendales que las tiendas sustentaban.
Los del Cid, a los de Búcar de las tiendas los echaban.
Los cristianos persiguen al enemigo. – El Cid alcanza y mata a Búcar. Gana la espada Tizón
Los arrojan de sus tiendas y ya alcanzándolos van;
tantos brazos con loriga vierais como caen ya,
tantas cabezas con yelmo por todo el campo rodar,
caballos sin caballeros ir por aquí y por allá.
Siete millas bien cumplidas se prolongó el pelear.
Mío Cid Campeador a Búcar llegó a alcanzar:
«Volveos acá, rey Búcar, que venís de allende el mar,
a habéroslas con el Cid de luenga barba, llegad,
que hemos de besarnos ambos para pactar amistad.»
Repuso Búcar al Cid: «Tu amistad confunda Alá.
Espada tienes en mano y yo te veo aguijar:
lo que me hace suponer que en mí quiéresla probar.
Mas si este caballo mío no me llega a derribar,
conmigo no has de juntarte hasta dentro de la mar.»
Aquí le repuso el Cid: «Eso no será verdad.»
Buen caballo lleva Búcar, y muy grandes saltos da,
pero Babieca, el del Cid, alcanzándole va ya.
Mío Cid alcanzó a Búcar a tres brazas de la mar,
alzó en alto su Colada y tan gran golpe le da
que los carbunclos del yelmo todos se los fue a arrancar:
cortóle el yelmo y con él la cabeza por mitad,
hasta la misma cintura la espada logró llegar.
Así mató el Cid a Búcar, aquel rey de allende el mar,
por lo que ganó a Tizón que mil marcos bien valdrá.
Venció así la gran batalla maravillosa y campal,
honrándose así mío Cid y a cuantos con él están.
Los del Cid vuelven del alcance. – El Cid, satisfecho de sus yernos; éstos, avergonzados. – Ganancias de la victoria
Del campo se vuelven ya con todo lo que ganaron,
a su paso recogiendo lo que encuentran por el campo.
A las tiendas llegan todos, al señor acompañando,
mío Cid Rodrigo Díaz el Campeador nombrado,
que vuelve con sus espadas, las dos que él estima tanto.
Por la matanza venía el Campeador cansado,
la cara trae descubierta, con el almófar quitado,
la cofia a medio caer sobre el pelo descansando.
De todas las partes van acudiendo sus vasallos;
algo ha visto mío Cid Rodrigo que le ha gustado,
alzó la vista y quedóse fijamente contemplando
cómo llegaban sus yernos, don Diego y don Fernando,
ambos son hijos de aquel conde llamado Gonzalo.
Alegróse el Cid y así sonriente, les va hablando:
«¿Sois vosotros, yernos míos? Por hijos os cuento a ambos.
Bien sé que estáis de luchar satisfechos y pagados;
a Carrión he de mandar mensajeros a contarlo,
y también cómo al rey Búcar la batalla hemos ganado.
Fío yo en nuestro Señor y fío en todos sus santos,
que de esta victoria todos hemos de salir pagados.»
Álvar Fáñez de Minaya en este punto ha llegado,
el escudo lleva al cuello todo lleno de espadazos,
las lanzadas recibidas no le hicieron ningún daño,
porque aquellos que lo hirieron no lograron alcanzarlo.
Por su codo abajo, va ya la sangre chorreando
de veinte moros o más que él había rematado:
« ¡Gracias a nuestro Señor, el Padre que está en lo alto,
y a vos, mío Cid de Vivar Campeador bienhadado!
Matasteis vos al rey Búcar y la batalla ganamos.
Para vos, pues, estos bienes, y para vuestros vasallos.
Ya vuestros yernos, señor, su valor han demostrado,
hartos de luchar con moros, de la batalla en el campo.»
Dijo mío Cid: «Me place el que así se hayan portado,
si ahora son buenos, mañana serán aún más esforzados.»
De verdad lo dijo el Cid, mas ellos lo creen escarnio.
Todas aquellas ganancias a Valencia van llegando,
y alegre está mío Cid como todos sus vasallos,
que por ración cada uno alcanzó seiscientos marcos.
Los yernos de mío Cid la parte hubieron tomado
que les tocó del botín y la ponen a recaudo,
pensando que ya en sus días de nada serán menguados.
Cuando a Valencia volvieron, de gala se ataviaron,
comieron a su placer, lucieron pieles y mantos.
Muy contento está mío Cid como todos sus vasallos.
El Cid, satisfecho de su victoria y de sus yernos. Un gran día fue en la corte del leal Campeador por la victoria ganada a Búcar, a quien mató.
Alzó mío Cid la mano y la barba se cogió:
«Gracias a Cristo, decía, que es de este mundo Señor,
que lidiaran a mi lado mis yernos ambos a dos;
buenas nuevas mandaré de mis yernos a Carrión,
que cuenten, en honra suya, su conducta y su valor.»
Reparto del botín
Sobradas son las ganancias que todos han alcanzado,
lo uno era de ellos ya lo demás tiénenlo a salvo.
Mandó mío Cid don Rodrigo de Vivar el bienhadado,
que de todo aquel botín que en la batalla han ganado,
todos tomasen la parte que les toca en el reparto,
y el quinto de mío Cid no se dejase olvidado.
Todos así lo cumplieron como habíase acordado.
La quinta de mío Cid, eran seiscientos caballos
y acémilas de otras clases y camellos tan sobrados,
que de tantos como había no podían ni contarlos.
El Cid, en el colmo de su gloria, medita dominar a Marruecos. – Los infantes, ricos y honrados en la corte del Cid
Todas aquestas ganancias hizo el Cid Campeador.
« ¡Gracias a Dios de los cielos, que es de este mundo Señor,
que si hasta aquí vine pobre, ahora ya rico soy,
poseo tierras, dinero, bienes de oro y honor,
y puedo contar por yernos a los condes de Carrión;
y venzo en cuantas batallas lucho, cual place al Señor,
y los moros y cristianos yo les infundo pavor.
Allá en tierras de Marruecos, donde las mezquitas son,
se teme que alguna noche pudiera asaltarlas yo,
ellos así se lo temen aunque no lo pienso, no:
no habré de ir a buscarlos, porque aquí en Valencia estoy,
pero me habrán de dar parias, con ayuda del Creador,
que me pagarán a mí o a quien designara yo.»
Grandes son los regocijos en Valencia la mayor
de todas las compañías de mío Cid Campeador
por esta grande victoria alcanzada con tesón;
grande es también la alegría de sus dos yernos, los dos:
ganaron cinco mil marcos de oro de gran valor;
por eso se creen ricos los infantes de Carrión.
Ellos y otros a la corte llegaron del Campeador
donde estaba don jerónimo, el obispo de valor,
y aquel bueno de Álvar Fáñez, caballero luchador,
y otros muchos caballeros que crió el Campeador .
Cuando entraron en la corte los infantes de Carrión,
fue a recibirlos Minaya en nombre de su señor:
«Venid acá, mis cuñados , y nos daréis más honor.»
Tan pronto como llegaron se alegró el Campeador:
«Aquí tenéis, yernos míos, mi mujer, dama de pro,
y aquí están también mis hijas, doña Elvira y doña Sol,
que desean abrazaros y amaros de corazón.
¡Gracias a Santa María madre de Nuestro Señor!
Que estos vuestros casamientos os sirven de gran honor,
y mandaré buenas nuevas a las tierras de Carrión.»
Vanidad de los infantes. – Burlas de que ellos son objeto
A estas palabras repuso el infante don Fernando:
«Gracias a Dios Creador y a vos, Campeador honrado,
tantos bienes poseemos que no podemos contarlos;
por vos ganamos en honra y por vos hemos luchado,
y vencimos a los moros y en la batalla matamos
al rey Búcar de Marruecos, que era un traidor probado.
Pensad en lo vuestro, Cid; lo nuestro está a buen recaudo.»
Los vasallos de mío Cid sonríen, esto escuchando:
ellos lucharon con furia al enemigo acosando,
mas no hallaron en la lucha a don Diego y don Fernando.
Por todas aquestas burlas que les iban levantando,
y por las risas continuas con que iban escarmentándolos,
los infantes de Carrión se van mal aconsejando.
Retíranse a hablar aparte, porque son dignos hermanos,
en aquello que cavilan parte alguna no tengamos.
«Vayámonos a Carrión, que tiempo asaz aquí estamos,
las ganancias que tenemos habrán, tal vez, de sobrarnos,
y no podremos gastarlas mientras tanto que vivamos..»
Los infantes deciden afrentar a las hijas del Cid. – Piden al Cid sus mujeres para llevarlas a Carrión. – El Cid accede. – Ajuar que da a sus hijas. – Los infantes dispónense a marchar. – Las hijas despídense del padre
Pidamos nuestras mujeres al buen Cid Campeador;
digamos que las llevamos a las tierras de Carrión,
para enseñarles las tierras que sus heredades son.
Saquémoslas de Valencia del poder del Campeador,
y después, en el camino, haremos nuestro sabor
antes de que nos retraigan el asunto del león.
Nosotros somos de sangre de los condes, de Carrión.
Las riquezas que llevamos alcanzan grande valor;
vamos, pues, a escarnecer las hijas del Campeador.»
«Con estos bienes seremos ricos por siempre los dos,
y nos podremos casar con hijas de emperador,
porque por naturaleza somos condes de Carrión.
Escarneceremos las hijas del Campeador
antes que ellos nos retraigan la aventura del león.»
Una vez esto acordado entre ambos, tornan los dos,
y haciendo callar a todos, así don Fernando habló:
« ¡Dios Nuestro Señor os valga, mío Cid Campeador!,
que plazca a doña Jimena y primero os plazca a vos,
y a Minaya de Álvar Fáñez y a cuantos en ésta son:
entregadnos vuestras hijas, que habemos en bendición,
porque queremos llevarlas a las tierras de Carrión
que, cual arras, ya les dimos, y ahora tomen posesión;
así verán vuestras hijas las tierras que nuestras son,
y que serán de los hijos que ellas nos den a los dos.»
No recelaba la afrenta mío Cid Campeador:
«Os daré, pues, a mis hijas, con alguna donación;
vosotros les disteis villas en las tierras de Carrión,
yo por ajuar quiero darles tres mil marcos de valor,
y mulas y palafrenes que muy corredores son,
y caballos de batalla para que montéis los dos,
y vestiduras de paño, y sedas de ciclatón ;
os daré mis dos espadas, la Colada y la Tizón,
las que más quiero, y sabed que las gané por varón;
por hijos os considero cuando a mis hijas os doy;
con ellas sé que os lleváis las telas del corazón.
Que lo sepan en Galicia, en Castilla y en León
que con riquezas envío a mis yernos ambos dos.
A mis dos hijas servid, que vuestras mujeres son:
y si así bien lo cumplís, os daré un buen galardón.»
Así prometen cumplirlo los infantes de Carrión,
y así reciben las hijas de mío Cid Campeador,
comienzan a recibir lo que el Cid Campeador les diera en don.
Cuando ya hubieron tomado todo aquello que les dio,
mandaron cargar los fardos los infantes de Carrión.
Grande animación había en Valencia la mayor;
todos tomaban las armas para despedir mejor
a las hijas de mío Cid que parten para Carrión.
Ya empiezan a cabalgar para decirles adiós.
Entonces, ambas hermanas, doña Elvira y doña Sol,
se van a hincar de rodillas ante el Cid Campeador:
«Merced os pedimos, padre, así os valga el Creador,
vos nos habéis engendrado, nuestra madre nos parió;
delante de ambos estamos, nuestros señora y señor.
Ahora nos enviáis a las tierras de Carrión,
y debemos acatar aquello que mandáis vos.
Por merced ahora os pedimos, nuestro buen padre y señor,
que mandéis vuestras noticias a las tierras de Carrión.»
Abrazólas mío Cid y besólas a las dos.
Jimena despide a sus hijas. – El Cid cabalga para despedir a los viajeros. – Agüeros malos
Los abrazos que dio el padre, la madre doble los daba:
« ¡Id, hijas mías, les dice, y que el Creador os valga!
que de mí y de vuestro padre el amor os acompaña.
Id a Carrión para entrar en posesión de las arras pues,
como yo pienso, os tengo, hijas, por muy bien casadas.»
A su padre y a su madre ellas las manos besaban,
y ambos dan a sus dos hijas su bendición y su gracia.
Ya mío Cid y los suyos comienzan la cabalgada,
con magníficos vestidos, con caballos, y con armas.
Los infantes de Carrión dejan Valencia la clara,
de las damas se despiden y de quien las acompañan.
Por la huerta de Valencia salen jugando las armas;
alegre va mío Cid con los que le acompañaban.
Pero los agüeros dicen al que bien ciñe la espada,
que estos dobles casamientos no habían de ser sin tacha.
Mas no puede arrepentirse, que las dos ya están casadas.
El Cid envía con sus hijas a Félez Muñoz. – Último adiós. – El Cid torna a Valencia. – Los viajeros llegan a Molina. – Abengalbón los acompaña a Medina. – Los infantes piensan matar a Abengalbón