Carolina se enamora (15 page)

Read Carolina se enamora Online

Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Carolina se enamora
13.65Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y eso hacemos. Nada más doblar la esquina, aparece ante nuestros ojos la casa en todo su esplendor. Parece una de esas viejas casonas que se ven en las fotografías del campo, sólo que por lo general se encuentran en la Toscana o en Umbría o, en cualquier caso, fuera de Roma, ¡pero ésta está en pleno centro! Y, además, la música suena a todo volumen.

—¡Finley!

Bajo el porche hay un disc-jockey que mueve la cabeza al ritmo de la música. Se muerde el labio, lleva una gorra con la visera al revés y nos saluda alzando la barbilla en dirección a nosotras.

—¡Vamos! —Pone otra canción haciendo
scratching
—. ¡Ahí va!

Alis se separa del grupo y se une a las chicas que bailan junto al borde de la piscina, se quita al vuelo los zapatos y se queda descalza. La música es increíble. El tipo ha entendido que nos gusta y alza el volumen. Los
woofer
de los altavoces retumban hasta alcanzar las estrellas. Alis va vestida de una manera ideal. Ahora me doy cuenta. Lleva un vestido de flecos, blanco, con muchos cordoncitos que se mueven a la vez. Abre el bolso que ha dejado allí cerca y saca una cinta, se la coloca alrededor de la frente y agita la mano hacia el cielo haciendo círculos. «Yujuuu», parece una chica salvaje a caballo. Siempre sucede lo mismo, ella, que por lo general es un ejemplo de corrección, se vuelve loca apenas oye un poco de música. Salta entre los demás, bailando alrededor de ellos.

—¿Qué hacemos? ¿Vamos?

Miro a Clod esperando su respuesta.

—No. ¡Me da vergüenza!

—¿De qué? Venga, nos divertiremos, escucha qué música. —La aferro por un brazo y la arrastro—. ¡Vamos, ven!

Pero ella opone un poco de resistencia y eso me impide avanzar.

—¡Eh! —Se ríe—. ¿Qué pasa? —le pregunto riéndome a mi vez.

—¡Ya lo sabes!

¡Qué pesada es! En cualquier caso, en el fondo también quiere venir, aunque si se para, no hay manera de arrastrarla. Así que al final, de esa forma tan tonta, llegamos junto a Alis y empezamos a bailar, y veo que también están las otras chicas de la clase: Martina, Vittoria, Stefy, Giuli, y Lallo y los otros… Incluso los Ratas. Veo a Luca y a Fabio… Alguien me toca en el hombro.

—¡Eh! ¡Pero si eres Caro!

Me vuelvo y esbozo una sonrisa. Es Matteo. ¡Matt! Sigo bailando delante de él y le respondo a voz en grito para hacerme oír por encima de la música.

—¡¿A quién buscabas?!

—A ti… Pero no te había reconocido. Estás guapísima.

Enrojezco un poco, pero sigo bailando mientras lo miro a los ojos. Caramba, luna, ayúdame, dime que no se nota que estoy roja como un tomate. ¡Dímelo, te lo ruego! Y sigo bailando y lo miro a los ojos y sonrío, dando muestras de una gran torpeza. Pero ¿por qué ha de sucederme siempre lo mismo cuando lo veo y me hace un cumplido? Tengo la impresión de que ha entendido lo que me ocurre y que lo hace adrede. Por fin consigo responder algo más o menos coherente.

—Lo dices sólo porque voy más maquillada.

—De eso nada… No me había dado cuenta. ¡Ven!

Y esta vez es él el que me coge un brazo y el que tira de mí con tanta fuerza que casi me hace tropezar. Y corro detrás de él mientras Alis y Clod me ven escabullirme como arrastrada por una banda elástica.

—Eh, ¿adónde van? —Clod se acerca a Alis.

—Pero ¿es que no sabes que Matt, como ella lo llama, le gusta desde siempre?

Por suerte, no me da tiempo a oírlas, estoy ya lejos de ellas, más allá del jardín, del bufet, arrastrada por el entusiasmo de ese loco de Matt. Se da cuenta de que he visto lo que hay sobre la mesa.

—Venga, luego volvemos a comer algo, ¿vale?

Asiento con la cabeza, aunque en realidad me importa un comino. De manera que me arrastra al interior de la casa y atravesamos unos salones antiguos llenos de cuadros y de estatuas y de bustos de mármol apoyados sobre unas elegantes columnas. Parece que estemos en uno de esos museos que hemos visitado alguna vez con el colegio.

—Ven, quiero enseñarte algo…

Matt me sonríe. Me parece aún más guapo de como lo recordaba. Dios mío, ¿cómo era la historia? Ah, sí, cambió de colegio porque sus padres se mudaron de casa. Es alto, delgado, tiene el pelo castaño claro y los ojos marrones. Un cruce entre Colin Farrell, Brad Pitt y Zac Efron. En fin, supongo que habréis entendido a qué me refiero. Pues sí, está buenísimo. Por si eso no bastara, viste genial: unos vaqueros militares, unos zapatos North Sails, un suéter sin camisa debajo con el cuello de pico y coderas con doble costura de color ligeramente más oscuro que el del suéter, azul esmalte. Un sueño. Pero ¿para qué os lo cuento? «¡Pues no nos lo cuentes!», me responderían Alis y Clod. Menos mal que no pueden oír mis pensamientos… ¡Y menos mal que tampoco los puede oír él! Al menos, eso espero.

—¿En qué estás pensando?

—¿Eh? —Veo que sonríe—. No, en nada. Nada… En lo grande que es esta casa.

Sigue sonriéndome. Tengo la impresión de que no me cree. ¿Cómo iba a creerme? Me ruborizo de nuevo. Y ya van dos.

—¡Hemos llegado!

Entramos en una sala repleta de armaduras.

—Mira…

Está llena de fusiles antiguos, de arcabuces, de espadas, de lanzas, de yelmos y extrañas banderas. Matt me lleva de la mano por entre las viejas armas y los estandartes hasta llegar frente a un maniquí que luce un vestido increíble hecho con perlas y pequeñas piedras de mil colores, un cuerpo de rombos de plata y oro blanco, de hilos dorados que se entrelazan formando mágicos entramados. Me empuja con la mano hasta allí; luego me suelta, de modo que acabo detrás del maniquí.

—Eso es, párate ahí… —Matt saca del bolsillo un Nokia N95. Lo reconozco de lejos. Era mi segundo preferido—. Quieta… No te muevas. ¡Eso es, así, la cabeza bien alta!

Me quedo inmóvil detrás del maniquí, como si fuese yo la que llevara puesto ese vestido tan antiguo y precioso. Matt dirige el móvil hacia mí, me encuadra y a continuación saca una fotografía. Flash.

—Ya está —sonríe—. Eres mi princesa.

Caramba. El chico va fuerte. Pero antes de que me dé tiempo a pensar en otra cosa, me coge de nuevo la mano y casi me hace girar sobre mí misma. Corro detrás de él como puedo. Pasa por delante de otras dos armaduras más sencillas, luego se detiene al fondo de la habitación, me mira con aire malicioso y también un poco astuto.

—Chsss, por aquí. ¡Es un pasadizo secreto!

Y se mete en una chimenea, en un estrecho pasadizo que acaba en una escalera iluminada con unas pequeñas bombillas de luz tenue y vacilante, como si fuesen antorchas. Lo sigo mientras sube por la escalera de caracol de madera hasta llegar a una pequeña verja.

Rechina cuando la abrimos. Después salimos a la gran azotea de la casa, como si hubiésemos llegado allí procedentes de un pequeño desván. Se trata de una gran explanada bajo el cielo. En el extremo de la azotea hay cuatro agujas.

—¡Debía de ser un auténtico castillo! Ven.

Matt me coge de nuevo la mano y yo, como no podía ser de otra forma, lo sigo. Y en la oscuridad de la noche llegamos al borde de la azotea, rodeado por una vieja barandilla blanca un poco desconchada. Matt se apoya en ella asomándose ligeramente hacia adelante.

—Mira, ahí abajo siguen bailando.

Yo también me asomo. Veo a Alis, que, en medio de los demás, se divierte en compañía de Clod, Simona y el resto de las chicas del colegio. Ahora están haciendo una especie de trenecito, la música asciende levemente amortiguada, desmenuzada por el viento, que aleja algunas notas.

—Vamos a ver lo que hay allí… —Se dirige hacia la barandilla que hay al otro lado. Lejos de todo y de todos. De ese ruido. Llegamos bajo unos grandes árboles de color verde oscuro, tan oscuros coma la noche que nos rodea, como la ciudad que parece tan remota. A lo lejos sólo se divisan las mil luces de las calles que conducen al centro—. Eso de ahí abajo es el Altar de la Patria.

Apunta a lo lejos con la mano. Trato de seguir la dirección que señala su dedo hasta que lo encuentro. O, al menos, eso me parece. Después yo también le señalo algo.

—¿Y eso que se ve al fondo, todo iluminado, qué es?

Matt me sonríe.

—A ver… —Casi apoya la mejilla en mi brazo y a continuación se inclina poco a poco intentando entender qué le estoy señalando, como si mi dedo fuese una mira telescópica—, ¿Te refieres a eso?

—Sí, sí, claro.

Siento su mejilla caliente en mi brazo. Después me agarra la mano y me atrae hacia sí. Me mira a los ojos.

—No lo sé, lo único que sé es que tienes las manos frías.

Eso ya me lo dijo alguien en otra ocasión. Dios mío, ¿quién fue? Ah, sí, Lorenzo. ¿Y yo qué le contesté? Algo tremendo…, manos frías, corazón caliente. Una respuesta terrible, en absoluto original. Sólo que después Lorenzo me besó. Sí, pero Matt es diferente. Me arriesgo.

—Eh, sí, un poco. Pero no tengo frío…

Me sonríe. Me coge la otra mano y sujeta las dos entre las suyas.

—Es verdad, la otra está un poco más caliente.

Me mira de nuevo a los ojos, de forma intensa, demasiado intensa. Desliza sus manos por mis brazos hasta llegar al codo, me atrae lentamente hacia él a la vez que él también se aproxima. No me lo puedo creer. Después de dos años. Dos años… Ya te digo… ¡Dos años! Me gustaría gritarlo. ¡Hace dos años que me gusta!

—¡Matteo!

Una voz repentina. Nos volvemos los dos hacia la verja por la que hemos salido a la azotea. Junto a ella hay una chica acompañada de otras personas. Y en un instante tengo la impresión de que la magia se desvanece. Matt deja caer de inmediato mis brazos y se aparta de mí. Del fondo llega la chica que lo ha llamado junto con otras dos.

—¿Dónde te habías metido?

Matt parece un poco azorado.

—Estaba aquí arriba…

—Sí, ya lo sé. Te vi desde abajo. ¿Y ella?

—También ella estaba aquí arriba.

Permanecemos unos segundos en silencio. Parecen interminables. Las otras dos chicas me escrutan. Matt recupera el habla.

—Nos encontramos aquí… iba a mi clase antes de…

Pero la tipa no lo escucha.

—Soy su novia.

«Pues menuda suerte tienes», me gustaría decirle o, mejor, «Me importa un comino», o incluso «Pero ¿es que alguien te lo ha preguntado?». En cambio, lo único que consigo contestar es un estúpido «Ah, bueno…». Y antes de que todo se desmadre llega mi salvación. Ahí está, justo a sus espaldas.

—¡Gibbo!

Lo acompañan Clod y Alis.

—¿Ves como era ella? ¡Te lo dije! —Luego se dirige a mí—: ¡Te vimos desde abajo!

Pero bueno, ¿es que en lugar de bailar todos se dedicaban a mirar hacia arriba? Bah. Me alejo.

—Carolina…

Me vuelvo por última vez hacia Matt.

—Lo que señalabas es San Pedro.

Me mira y esboza una sonrisa. Quizá también lo lamente un poco. Quizá. Me doy media vuelta y me marcho sin contestarle siquiera. Cojo a Gibbo del brazo.

—¡Venga, vamos a bailar!

—Pero si acabo de parar para descansar un poco.

—No me negarás que ésta es preciosa…

—¡Pero si desde aquí no se oye nada!

—¡Vamos!

¡Y lo arrastro por la escalera sin dejarlo pronunciar ni una sola palabra! Alis y Clod nos dan alcance. Me vuelvo hacia ellas.

—Eh, ¿vosotras sabíais que Matt tenía novia?

Alis abre los brazos.

—Claro.

—¿Y tú también?

Clod asiente con la cabeza.

—¿Y quién no?

—¡Yo! ¿Por qué no me lo dijisteis?

—Porque te fuiste corriendo cuando él te agarró…

—¡Te raptó! —Clod me da una palmada en el hombro—. ¿Verdad?

—Pues sí… Un momento, ¿cómo es que vosotras lo sabíais?

Alis y Clod se miran por un instante y a continuación sueltan una carcajada.

—¡Porque a nosotras también nos mola desde siempre!

—Qué canallas… ¡Y no me dijisteis nada!

—Bueno, como siempre hablabas de él de una forma tan apasionada, no nos atrevíamos a decirte nada…

—Y, claro, como nos contaste la historia con Lore de este verano y luego la de Massi el otro día, pensamos: ¡ahora Matt ya puede ser nuestro!

—¡Ni se os ocurra!

Y me abalanzo sobre ellas, bromeando, tratando de golpearlas. Gibbo, que está a mis espaldas, se queda estupefacto.

—¡Eh! Pero ¿qué estáis haciendo? ¡Calma, que se va a hundir la escalera!

Alis y Clod se sueltan y bajan corriendo.

—Esto es la guerra… ¡Gana la que lo consiga!

Trato de perseguirlas, pero tropiezo y bajo rodando los tres últimos escalones. Al final, menos mal, logro frenar con las manos.

—Ay, ay… Ay.

Me miro la palma para ver si tengo alguna herida, pero no veo nada, estoy ilesa.

—Eh… —Gibbo llega junto a mí y me ayuda a levantarme—. ¿Se puede saber qué haces?

—Me he hecho daño. —Me froto la falda—. ¡Me he caído de culo! —Luego, preocupada por Ale, miro hacia atrás—, ¿Se ha roto la falda?

—Déjame ver.

Me hace dar media vuelta. Espero un poco.

—¿Y bien?

Me vuelvo y veo que Gibbo está sonriendo.

—No, no, nada… Creo que todo está bien, ¡pero que muy bien!

—¡Imbécil! ¡Venga, vamos a bailar!

Y echo a correr, ligeramente dolorida pero con unas ganas enormes de vivir, de bailar, de gritar, de soñar… De enamorarme en tu cara, Matt, y de esa tipa, «su novia». Así que me precipito entre la gente y bailo como una loca —no es por nada, pero mejor que ellos—, y sigo el ritmo de maravilla y canto: «He esperado mucho tiempo algo que no existe, en lugar de contemplar cómo amanece…».

—Juradme una cosa…

Clod me mira sorprendida y arquea las cejas.

—¿Ahora? ¿Se puede saber qué te pasa esta noche?

—¡Sí, ahora! ¡Es importante: ahora y para siempre!

Alis es más dócil.

—Vale, dinos…

—A ver…

—Que nunca discutiremos por un hombre, que antes que traicionar nuestra amistad nos encerraremos en casa, jamás cometeremos una estupidez semejante, ninguna lágrima por nuestra culpa, confianza eterna, tranquilidad total, secretos sólo para los demás… —Luego las miro titubeante y abro los brazos con las palmas de las manos vueltas hacia arriba—, ¡Por favor, juradlo!

Un instante. Acto seguido, sonríen. Y nos abrazamos y seguimos bailando como si fuésemos un único cuerpo, saltando aquí y allá, felices, al ritmo de la música. Y nos miramos a los ojos, cantando al unísono, a voz en grito. Y en ese momento me siento la persona más feliz del mundo. Y cierro los ojos y bailo, abrazada a mis mejores amigas, sin poder imaginar lo que un día sucederá.

Other books

Smart and Sexy by Jill Shalvis
Reckless by Lizbeth Dusseau
Winter of the World by Ken Follett
The Reluctant Beauty by Laurie Leclair
Incarnadine by Mary Szybist