Cartas de la conquista de México (47 page)

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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Luego a la hora en las mesmas barcas y canoas torné a embarcar otro capitán con más gente, así de españoles como de los naturales de México que conmigo fueron, y porque no pudo ir toda la gente en las dichas barcas híceles pasar de la otra parte de aquel gran río que está cabe este pueblo, y mandé que se fuesen por toda la costa y que las barcas y canoas se fuesen tierra a tierra junto con ellos para pasar ancones y ríos, que hay muchos, y así fueron y llegaron a la boca del dicho río donde primero habían herido los otros españoles, y volviéronse sin hacer cosa ninguna ni traer recaudo de bastimento más de tomar cuatro indios que iban en una canoa por la mar; y preguntados cómo se venían ansí, dijeron que con las muchas aguas que hacía venía el río tan furioso, que jamás habían podido subir por él arriba un legua, y que creyendo que amansara habían estado esperando a la baja ocho días sin ningún bastimento ni fuego, mas de frutas de árboles silvestres, de que algunos vinieron tales que fue menester harto remedio para escaparlos. Vídeme aquí en harto aprieto y necesidad; que si no fuera por unos pocos de puercos que me habían quedado del camino, que comíamos con harta regla y sin pan ni sal, todos nos quedáramos aislados; pregunté con la lengua a aquellos indios que habían tomado en la canoa si sabían ellos por allí a alguna parte donde pudiésemos ir a tomar bastimentos, prometiéndoles que si me encaminasen donde los hobiese que los pondría en libertad, y demás les daría muchas cosas, y uno dellos dijo que él era mercader y todos los otros sus esclavos, y que él había ido por allí de mercaduría muchas veces con sus navíos, y que él sabía un estero que atravesaba desde allí hasta un gran río, por donde en tiempo que hacía tormentas y no podían navegar por la mar todos los mercaderes atravesaban, y que en aquel río había muy grandes poblaciones y de gente muy rica y abastada de bastimentos, y que él los guiaría a ciertos pueblos donde muy cumplidamente pudiesen cargar de todos los bastimentos que quisiesen, y por qué no fuese cierto que él no mentía, que le llevase atado con una cadena, para que si no fuese así yo le mandase dar la pena que mereciese; y luego hice aderezar las barcas y canoas y metí en ellas toda cuanta gente sana en mi compañía había y enviélos con aquella guía, y fueron, y a cabo de diez días volvieron de la manera que habían ido, diciendo que la guía los había metido por unas ciénagas donde las barcas ni canoas no podían navegar, y que habían hecho todo lo posible por pasar y que jamás habían hallado remedio. Pregunté a la guía cómo me había burlado; respondióme que no había sino que aquellos españoles con quien yo le envié no habían querido pasar adelante; que ya estaban muy cerca de atravesar a la mar adonde el río subía, y aun muchos de los españoles confesaron que habían oído muy claro el ruido de la mar, y que no podían estar muy lejos de donde ellos habían llegado. No se puede decir lo que sentí el verme tan sin remedio, que casi estaba sin esperanza dél, y con pensamiento que ninguno podía escapar de cuantos allí estábamos, sino morir de hambre; y estando en esta perplejidad, Dios Nuestro Señor, que de remediar semejantes necesidades siempre tiene cargo, en especial a mi inmérito, que tantas veces me ha remediado y socorrido en ellas por andar yo en el real servicio de vuestra majestad, aportó allí un navío que venía de las islas harto sin sospecha de hallarme, el cual traía hasta treinta hombres, sin la gente que navegaba el dicho navío, y trece caballos y setenta y tantos puercos y doce bitas de carne salada, y pan hasta treinta cargas de lo de las islas. Dimos todos muchas gracias a Nuestro Señor, que en tanta necesidad nos había socorrido, y compré todos aquellos bastimentos y el navío, que me costó todo cuatro mil pesos, y ya me había dado priesa a adobar una carabela que aquellos españoles tenían casi perdida y a hacer un bergantín de otros que allí había quebrados, y cuando este navío vino ya la carabela estaba adobada, aunque al bergantín no creo que pudiéramos dar fin si no viniera aquel navío, porque vino en él hombre que aunque no era carpintero, tuvo para ello harta buena manera; y andando por la tierra por unas y otras partes se halló una vereda por unas muy ásperas sierras, que a diez y ocho leguas de allí fue a salir a cierta población que se dice Leguela, donde se hallaron muchos bastimentos; pero como estaba tan lejos y de tan mal camino, era imposible proveernos dellos.

De ciertos indios que se tomaron allí en Leguela se supo que en Naco que es el pueblo donde estuvieron Francisco de las Casas y Cristóbal de Olid y Gil González de Avila, y donde el dicho Cristóbal de Olid murió, como ya a vuestra majestad tengo hecha relación y adelante diré; también de ello yo tuve noticia por aquellos españoles que hallé en aquel pueblo, y luego hice abrir el camino y envié un capitán con toda la gente y caballos; que en mi compañía no quedaron sino los enfermos y los criados de mi casa y algunas personas que se quisieron quedar conmigo para ir por la mar, y mandé a aquel capitán que se fuese hasta el dicho pueblo de Naco y que trabajase en apaciguar la gente de aquella provincia, porque quedó algo alborotada del tiempo que allí estuvieron aquellos capitanes, y que llegado, luego enviase diez o doce de caballo y otros tantos ballesteros a la bahía de Sant Andrés, que está veinte leguas del dicho pueblo; porque yo me partiría por la mar con aquellos navíos, y con ellos todos aquellos enfermos y gente que conmigo quedaron, y me iría a la dicha bahía y puerto de Sant Andrés, y que si yo llegase primero esperaría allí la gente que él había de enviar, y que les mandase que si ellos llegasen primero también me esperasen, para que les dijese lo que habían de hacer.

Después de partida esta gente y acabado el bergantín, quise meterme con la gente en los navíos para navegar, y hallé que aunque teníamos algún bastimento de carne que no lo teníamos de pan, y que era gran inconveniente meterme en la mar con tanta gente enferma; porque si algún día los tiempos nos detuviesen, sería perecer todos de hambre en lugar de buscar remedio; y buscando manera para le hallar, me dijo el que estaba por capitán de aquella gente que cuando luego allí habían venido que vinieron docientos hombres y que traían un muy buen bergantín y cuatro navíos, que eran todos los que Gil González había traído, y que con el dicho bergantín y con las barcas de los navíos habían subido aquel gran río arriba, y que habían hallado en él dos golfos grandes, todos de agua dulce, y alrededor dellos muchos pueblos y de muchos bastimentos, y que habían llegado hasta el cabo de aquellos golfos, que eran catorce leguas el río arriba, y que había tornado a se angostar el río, y que venía tan furioso que en seis días que quisieron subir por él arriba no habían podido subir sino cuatro leguas, y que todavía era muy hondable, y que no habían sabido el secreto dél, y que allí creía él que había bastimentos de maíz hartos; pero que yo tenía poca gente para ir allá, porque cuando ellos habían ido habían saltado ochenta hombres en un pueblo, y aun que lo habían tomado sin ser sentidos; pero que después se habían juntado y peleado con ellos, y hécholos embarcar por fuerza, y les habían herido cierta gente.

Yo, viendo la extraña necesidad en que estaba y que era más peligroso meterme en la mar sin bastimentos que no irlos a buscar por tierra, pospuesto todo, me determiné de subir aquel río arriba, porque, demás de no poder hacer otra cosa sino buscar de comer para aquella gente, pudiera ser que Dios Nuestro Señor fuera servido que de allí se supiera algún secreto en que yo pudiera servir a vuestra majestad; y hice luego contar la gente que tenía para poder ir conmigo, y hallé hasta cuarenta españoles, aunque no todos muy sueltos, pero todos podían servir para quedar en guarda de los navíos cuando yo saltase en tierra; y con esta gente y con hasta cincuenta indios que conmigo habían quedado de los de Méjico, me metí en el bergantín, que ya tenía acabado, y en dos barcas y cuatro canoas, y dejé en aquel pueblo un despensero mío que tuviese cargo de dar de comer a aquellos enfermos que allí quedaban; y así seguí mi camino el río arriba con harto trabajo, por la gran corriente dél, y en dos noches y un día salí al primero de los dos golfos que arriba se hacen, que está hasta tres leguas de donde partí, el cual cogerá doce leguas, y en todo este golfo no hay población alguna, porque en torno dél es todo anegado; y navegué un día por este golfo hasta llegar a otra angostura que el río hizo, y entré por ella, y otro día por la mañana llegué al otro golfo, que era la cosa más hermosa del mundo de ver que entre las más ásperas y agras sierras que puede ser estaba un mar tan grande que boja y tiene en su contorno más de treinta leguas, y fui por la una costa dél, hasta que ya casi noche se halló una entrada de camino, y a dos tercios de legua fui a dar en un pueblo, donde, según paresció, había sido sentido y estaba todo despoblado y sin cosa ninguna. Hallamos en el campo mucho maíz verde; y así que comimos aquella noche y otro día de mañana, viendo que de allí no nos podíamos proveer de lo que veníamos a buscar, cargamos de aquel maíz verde para comer, y volvimos a las barcas, sin haber reencuentro ninguno ni ver gente de los naturales de la tierra; y embarcados, atravesé de la otra parte del golfo, y en el camino nos tomó un poco de tiempo, que atravesamos con trabajo, y se perdió una canoa, aunque la gente fue socorrida con una barca, que no se ahogó sino un indio; y tomamos la tierra ya muy tarde, cerca de noche, y no podimos saltar en ella hasta otro día por la mañana, que con las barcas y canoas subimos por un riatillo pequeño que allí entraba y quedando el bergantín fuera fui a dar en un camino, y allí salté con treinta hombres y con todos los indios, y mandé volver las barcas y canoas al bergantín, e yo seguí aquel camino, y luego, a un cuarto de legua de donde desembarqué, di en un pueblo que según pareció, había muchos días que estaba despoblado, porque las casas estaban todas llenas de hierba, aunque tenían muy buenas huertas de cacaguatales y otros árboles de fruta, y anduve por el pueblo buscando si había camino que saliese a alguna parte, y hallé uno muy cerrado, que parescía que había muchos tiempos que no se seguía; y como no hallé otro seguí por él, y anduve aquel día cinco leguas por unos montes, que casi todos los subíamos con manos y pies, según era cerrado, y fui a dar a una labranza de maizales, adonde, en una casita que en ella había se tomaron tres mujeres y un hombre, cuya debía ser aquella labranza. Estas nos guiaron a otras labranzas, donde se tomaron otras dos mujeres, y guiáronnos por un camino hasta nos llevar adonde estaba otra gran labranza, y en medio della hasta cuarenta casillas muy pequeñas, que nuevamente parescían ser hechas, y según paresció fuimos sentidos antes que llegásemos, y toda la gente era huida por los montes; mas como se tomaron así de improviso no pudieron recoger tanto de lo que tenían que no nos dejasen algo, en especial gallinas, palomas, perdices, y faisanes, que tenían en jaulas, aunque maíz seco y sal no la hallamos. Allí estuve aquella noche, que remediamos alguna necesidad de la hambre que traíamos, porque hallamos maíz verde, con que comimos estas aves; y habiendo más de dos horas que estábamos dentro en que pueblezuelo, vinieron dos indios de los que vivían en él, muy descuidados de hallar tales huéspedes en sus casas, y fueron tomados por las velas que yo tenía; y preguntados si sabían de algún pueblo por allí cerca, dijeron que sí, y que ellos me llevarían allá otro día, pero que habíamos de llegar ya casi noche. Otro día de mañana nos partimos con aquellos guías y nos llevaron por otro camino más malo que el del día pasado; porque, demás de ser tan cerrado como él, a tiro de ballesta pasábamos un río, que iba a dar en aquel golfo, y deste gran ayuntamiento de aguas que bajan de todas aquellas sierras se hacen aquellos golfos y ciénagas, y sale aquel río tan poderoso a la mar, como a vuestra majestad he dicho; y así, continuando nuestro camino, anduvimos siete leguas sin llegar a poblado, en que se pasaron cuarenta y cinco ríos caudales, sin muchos arroyos que no se contaron, y en el camino se tomaron tres mujeres, que venían de aquel pueblo donde nos llevaba la guía, cargadas de maíz, las cuales nos certificaron que la guía nos decía verdad. E ya que el sol se quería poner, o era puesto, sentimos cierto ruido de gente y unos atables, y pregunté a aquellas mujeres que qué era aquello y dijéronme que era cierta fiesta que hacían aquel día, y hice poner toda la gente en el monte lo mejor y más secretamente que yo pude, y puse mis escuchas casi junto al pueblo, y otras por el camino, por que si viniese algún indio lo tomasen; y así estuve toda aquella noche con la mayor agua que nunca se vido y con la mayor pestilencia de mosquitos que se podía pensar; y era tal el monte, y el camino, y la noche tan oscura y tempestuosa, que dos o tres veces quise salir para ir a dar en el pueblo, y jamás acerté a dar en el camino aunque estaríamos tan cerca del pueblo que casi oíamos hablar la gente dél; y así fue forzado esperar a que amanesciese, y fuimos tan a buen tiempo, que los tomamos a todos durmiendo. Yo había mandado que nadie entrase en casa ni diese voz, sino que cercásemos estas casas más principales, en especial la del señor, y una grande atarazana en que nos habían dicho aquellas guías que dormía toda la gente de guerra; y quiso Dios y nuestra dicha que la primera casa con que fuimos a topar fue aquella donde estaba la gente de guerra; y como hacía ya claro que todo se veía, uno de los de mi compañía, que vido tanta gente y armas, parecióle que era bien, según nosotros éramos pocos, y a él le parecían los contrarios muchos, aunque estaban durmiendo, que debía de invocar algún auxilio; e así comenzó a grandes voces a decir «Santiago, Santiago»; a las cuales los indios recordaron, y dellos acertaron a tomar las armas y dellos no; y como la casa donde estaban no tenía pared ninguna por ninguna parte, sino sobre postes armado el tejado, salían por donde querían, porque no la pudimos cercar toda; y certifico a vuestra majestad que si aquél no diera aquellas voces todos se prendieran sin se nos ir uno, que fuera la más hermosa cabalgada que nunca se vido en estas partes, y aun pudiera ser causa para dejar todo pacífico tornándolos a soltar y diciéndoles la causa de mi venida a aquellas partes, y asegurándoles, y viendo que no les hacíamos mal, antes los soltábamos teniéndoles presos, pudiera ser que se hiciera mucho fruto; y así fue al revés. Prendimos hasta quince hombres y hasta veinte mujeres, y murieron otros diez o doce que no se dejaron prender, entre los cuales murió el señor sin ser conocido, hasta que después de muerto me lo mostraron los presos. Tampoco en este pueblo hallamos cosa que nos aprovechase; porque aunque hallábamos maíz verde, no era el bastimento que veníamos a buscar.

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