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Authors: Hernán Cortés

Tags: #Histórico

Cartas de la conquista de México (46 page)

BOOK: Cartas de la conquista de México
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Yo llegué a estas caserías de Tenciz víspera de pascua de Resurrección, a 15 días del año de 1525, y mucha de la gente no llegó tres días adelante, digo los que tenían caballos, que se detuvieron por ellos, y dos días antes que yo llegase habían llegado los españoles, que habían llevado la delantera, y hallaron gente en tres o cuatro casas de aquéllas, y tomaron veinte y tantas personas, porque estaban muy descuidadas de mi venida, y a aquéllos pregunté si había algunos bastimentos, y dijeron que no, ni se pudieron hallar por toda la tierra, lo que nos puso en harta más necesidad que traíamos porque había diez días que no comíamos sino cuescos de palmas y palmitos, y aun déstos se comían pocos porque no traíamos ya fuerzas para cortarlos; pero díjome un principal de aquellas caserías que a una jornada de allí el río arriba, que lo habíamos de tornar a pasar por donde lo habíamos pasado, había mucha población de una provincia que se llama Tahuical, y que allí había mucha abundancia de bastimentos de maíz y cacao y gallinas, y que él me daría quien me guiase allá; luego proveí que fuese allá un capitán con treinta peones y más de mil indios de los que iban conmigo, y quiso Nuestro Señor que hallaron mucha abundancia de maíz y hallaron la tierra despoblada de gente, y de allí nos remediamos, aunque por ser tan lejos nos proveíamos con trabajo.

Desde estas estancias envié con una guía de los naturales dellas ciertos españoles ballesteros que fuesen a mirar el camino que habían de llevar hasta una provincia que se llama Acuculin, y que llegase a una aldea de la dicha provincia, que está diez leguas de donde yo quedé y seis de la cabecera de la provincia, que se llama, como dije, Acuculin, y el señor della Acahuilquin y llegaron sin ser sentidos, y de una casa tomaron siete hombres y una mujer y volviéronse y dijeron que el camino era hasta donde ellos habían llegado algo trabajoso, pero que les había parecido muy bueno en comparación de los que habían pasado. Destos indios que trujeron estos españoles me informé de los cristianos que iba a buscar, y entre ellos venía uno natural de la provincia de Aculan, que dijo que era mercader y tenía su casa de asiento de mercadería en el pueblo donde residían los españoles que yo iba a buscar, que se llama pueblo Nito, donde había mucha contratación de mercaderes de todas partes, y que los mercaderes naturales de Aculan tenían en él un barrio por sí, y con ellos estaba un hermano de Apaspolon, señor de Aculan, y que los cristianos los habían salteado de noche y les habían tomado el pueblo y quitádoles las mercaderías que en él tenían, que eran en mucha cantidad, porque había mercaderes de muchas partes, y que desde entonces que podía haber cerca de un año, todos se habían ido por las provincias, y que él y ciertos mercaderes de Aculan habían pedido licencia a Acahuilquin, señor de Acuculin, para poblar en su tierra, y habían hecho en cierta parte que él les señaló un pueblezuelo, donde vivían, y dende allí contrataban, aunque ya el trato estaba muy perdido después que aquellos españoles allí habían venido, porque era por allí el paso y no osaban pasar por ellos, y que él me guiaría hasta donde estaban, pero que habíamos de pasar por allá junto a ellos un gran brazo de mar y. antes de llegar allí, muchas sierras y malas, y que había desde allí diez jornadas. Holgué mucho con tener tan buena guía y hícele mucha honra y habláronle las guías que llevaba de Mazatlán y Taica, diciéndoles cuán bien tratados habían sido de mí y cuán amigo era yo de Apaspolon, su señor, y con esto parescía que él se aseguró más, y fiándome de su seguridad le mandé soltar a él y a los que con él habían traído, y con su confianza hice que se volviesen de allí las guías que traía y les di algunas cosillas para ellos y para sus señores, y les agradescí su trabajo, y se fueron muy contentos. Luego envié cuatro de aquellos de Acuculin con otros dos de los de aquellas caserías de Tenciz para que fuesen a hablar al señor de Acuculin y le asegurasen por que no se ausentase, y tras ellos envié a los que iban abriendo el camino, y yo me partí desde ahí a dos días, por la necesidad de los bastimentos, aunque teníamos harta de reposar, en especial por amor de los caballos; pero llevando los más dellos de diestro, nos fuimos, y aquella noche amaneció ido el que había de ser guía y los que con él quedaron, de que Dios sabe lo que sentí, por haber despachado las otras. Seguí mi camino, y fui a dormir a un monte cinco leguas de allí, donde se pasaron hartos malos pasos y aun se dejarretó otro caballo que había quedado sano, que hasta hoy no lo está y otro día anduve seis leguas y pasé dos ríos; el uno se pasó por un árbol que estaba caído, que atravesaba de la una parte a la otra, con que hicimos sobre él con que pasase la gente para que no cayesen, y los caballos lo pasaron a nado, y se ahogaron en él dos yeguas; y el otro se pasó en unas canoas, y los caballos también a nado, y fui a dormir a una población pequeña de hasta quince casas, todas nuevas, y supe que aquéllas eran las de los mercaderes de Aculan que habían salido del pueblo donde los cristianos estaban. Allí estuve yo un día, esperando recoger la gente y fardaje, y envié delante dos capitanías de caballos y una de peones al pueblo de Acuculin, y escribiéronme cómo lo habían hallado despoblado y en una casa grande que es del señor habían hallado dos hombres, que les dijeron que estaban allí por el mandado del señor, esperando a que yo llegase para se lo ir a hacer saber, porque él había sabido de mi venida de aquellos mensajeros que yo le había enviado desde Tenciz, y que él holgaba de verme, y vernía en sabiendo que yo era llegado, y que se había ido el uno dellos a llamar al señor y a traer algún bastimento, y el otro había quedado. Escribiéronme también que habían hallado cacao en los árboles, pero que no habían hallado maíz; pero que había un razonable pasto para los caballos.

Como yo llegué a Acuculin, pregunté si había venido el señor o vuelto el mensajero, y dijéronme que no, y hablé al que había quedado, preguntándole cómo no habían venido; respondióme que no sabía y que él también estaba esperando dello; pero que podría ser que hobiese aguardado a saber que yo fuese venido y que agora que ya lo sabía vendría. Esperé dos días, y como no vino, tornéle a hablar, y díjome que él no sabía qué era la causa de no haber venido, pero que le diese algunos españoles que fuesen con él, que él sabía dónde estaba y que lo llamarían; y luego fueron con él diez españoles y llevólos bien cinco leguas de allí por unos montes, hasta unas chozas que hallaron vacías, donde, según dijeron los españoles, parescía bien que había estado gente poco había y que aquella noche se les fue la guía y se volvieron; quedé del todo sin guía, que fue harta causa de doblarnos los trabajos, y envié cuadrillas de gente, así españoles como indios, por toda la provincia, y anduvieron por todas las partes della más de ocho días y jamás pudieron hallar gente ni rastro della si no fueron unas mujeres, que hicieron poco fruto a nuestro propósito, porque ni ellas sabían camino ni dar razón ni gente de la provincia, y una dellas dijo que sabía un pueblo dos jornadas de allí, que se llamaba Chianteca, y que allí se hallaría gente que les diese razón de aquellos españoles que buscábamos, porque había en el dicho pueblo muchos mercaderes y personas que trataban en muchas partes; y ansí, envié luego gente, y a esta mujer por guía, y aunque era el pueblo dos jornadas buenas de donde yo estaba y todo despoblado y mal camino, los naturales dél estaban ya avisados de mi venida, y no se pudo tomar tampoco guía. Quiso Nuestro Señor que estando ya casi sin esperanza, por estar sin guía y porque de la aguja no nos podíamos aprovechar por estar metidos entre las más espesas y bravas sierras que jamás se vieron, sin hallar camino que para ninguna parte saliese, mas del que hasta allí habíamos llevado, que se halló por unos montes un muchacho de hasta quince años, que preguntado, dijo que él nos guiaría hasta unas estancias de Taniha que es otra provincia que llevaba yo en mi memoria que había de pasar; las cuales estancias dijo estar dos jornadas de allí, y con esta guía me partí, y en dos días llegué a aquellas estancias, donde los corredores que iban delante tomaron un indio viejo, y éste nos guió hasta los pueblos de Taniha, que están otras dos jornadas adelante, y en estos pueblos se tomaron cuatro indios, y luego como les pregunté me dieron muy cierta nueva de los españoles que buscaba diciendo que los habían visto y que estaban dos jornadas de allí en el mismo pueblo que yo llevaba en mi memoria, que se llama Nito, que por ser pueblo de mucho trato de mercaderes se tenía dél mucha noticia en muchas partes, y así me la dieron dél en la provincia de Aculan, de que ya a vuestra majestad he hecho mención, y aun trujéronme dos mujeres de las naturales del dicho pueblo Nito, donde estaban los españoles; las cuales me dieron más entera noticia, porque dijeron que al tiempo que los cristianos tomaron aquel pueblo ellas estaban en él, y como los saltearon de noche, las habían tomado entre otras muchas que allí tomaron, y que habían servido a ciertos cristianos dellos, los cuales nombraban por sus nombres.

No podré significar a vuestra majestad la mucha alegría que yo y todos los de mi compañía tuvimos con las nuevas que los naturales de Taniha nos dieron, por hallarnos ya tan cerca del fin de tan dudosa jornada como la que traíamos era que aunque en aquellas cuatro jornadas que desde Acuculin allí trujimos se pasaron innumerables trabajos, porque fueron todas sin camino y de muy ásperas sierras y despeñaderos, donde se despeñaron algunos de los caballos que nos quedaron, y un primo mío que se dice Juan de Avalos rodó él y su caballo una sierra abajo, donde se quebró un brazo, y si no fuera por las platas de un arnés que llevaba vestido, que le defendieron de las piedras, se hiciera pedazos, y fue harto trabajoso de tornar a sacar arriba, y otros muchos trabajos, que serían largos de contar, que aquí se nos ofrecieron, en especial de hambre, porque aunque traía algunos puercos de los que saqué de México, que aún no eran acabados, había más de ocho días, cuando a Taniha llegamos, que no comíamos pan sino palmitos cocidos con la carne, y sin sal, porque había muchos días que nos había faltado y algunos cuescos de palmas; y tampoco hallamos en estos pueblos de Taniha cosa alguna de comer, porque como estaba tan cerca de los españoles estaban despoblados mucho había creyendo que habían de venir a ellos, aunque desto podían estar bien seguros, según yo hallé a los españoles. Con las nuevas de hallarnos tan cerca olvidamos todos estos trabajos pasados, y púsonos esfuerzo para sufrir los presentes, que no eran de menos condición, en especial el de la hambre, que era el mayor, porque aun de aquellos palmitos sin sal no teníamos abasto porque se cortaban con mucha dificultad de unas palmas muy gordas y altas, que en todo un día dos hombres tenían que hacer en cortar uno, y cortado, le comían en media hora.

Estos indios que me dieron las nuevas de los españoles me dijeron que hasta llegar allá había dos jornadas de mal camino y que junto con el dicho pueblo de Nito, donde los españoles estaban, estaba un muy gran río que no se podía pasar sin canoas, porque era tan ancho que no era posible pasarse a nado. Luego despaché quince españoles de los de mi compañía, a pie, con una de aquellas guías, para que viesen el camino y el río y mandéles que trabajasen de haber alguna lengua de aquellos españoles sin ser sentidos, para me informar qué gente era si era de la que yo había enviado con Cristóbal de Olid o Francisco de las Casas, o de la de Gil González de Avila; y así fueron, y el indio los guió hasta el dicho río; donde tomaron una canoa de unos mercaderes, y tomada, estuvieron allí dos días escondidos, y a cabo de este tiempo salió del pueblo de los españoles que estaba de la otra parte del río una canoa con cuatro españoles que andaban pescando, a los cuales tomaron sin se les ir ninguno y sin ser sentidos en el pueblo, los cuales me trujeron y me informé dellos y supe que aquella gente que allí estaba eran de los de Gil González de Avila, y que estaban todos enfermos y casi muertos de hambre, y luego despaché dos criados míos en la canoa que aquellos españoles traían, para que fuesen al pueblo de los españoles con una carta mía en que les hacía saber de mi venida y que yo me iba a poner al paso del río, y que les rogaba mucho allí me enviasen todo el aderezo de barcas y canoas, en que pasase; e yo me fui luego con toda mi compañía al dicho paso del río, que estuve tres días en llegar a él, y allí vino a mí un Diego Nieto, que dijo estar allí por justicia; me trujo una barca y una canoa, en que yo con diez o doce pasé aquella noche al pueblo, y aun me vi en harto trabajo, porque nos tomó un viento al pasar, y como el río es muy ancho allí en la boca de la mar, por donde lo pasamos estuvimos en mucho peligro de perdernos, y plugo a Nuestro Señor de sacarnos a puerto. Otro día hice aderezar otra barca que allí estaba y buscar más canoas y atarlas de dos en dos, y con este aderezo pasó toda la gente y caballos en cinco o seis días.

La gente de españoles que yo allí hallé fueron hasta sesenta hombres y veinte mujeres que el capitán Gil González de Avila allí había dejado, los cuales los hallé tales que era la mayor compasión del mundo de los ver, y de ver las alegrías que con mi venida hicieron, porque, en la verdad, si yo no llegara fuera imposible escapar ninguno dellos; porque demás de ser pocos y desarmados y sin caballos estaban muy enfermos y llagados y muertos de hambre, porque se les acababan los bastimentos que habían traído de las islas y alguno que habían habido en aquel pueblo cuando lo tomaron a los naturales dél; y acabados no tenían remedio de donde haber otros, porque no estaban para irlos a buscar por la tierra, y ya que los tuvieran, estaban en tal parte asentados que por ninguna tenían salida, digo que ellos supiesen ni pudiesen hallar, según se halló después con dificultad; y la poca posibilidad que en ellos había para salir a ninguna parte, porque a media legua de donde estaban poblados jamás habían salido por tierra, y vista la gran necesidad de aquella gente, determiné de buscar algún remedio para los sostener en tanto que le hallaba para poderlos enviar a las islas, donde se aviasen; porque de todos ellos no había ocho para poder quedar en la tierra ya que se hobiese de poblar; y luego, de la gente que yo truje envié por muchas partes por la mar en dos barcas que allí tenían y en cinco o seis canoas, y la primera salida que se hizo fue a una boca de un río que se llama Yasa, que está diez leguas de este pueblo, donde yo hallé estos cristianos hacia el camino por donde había venido, porque yo tenía noticia que allí había pueblos y muchos bastimentos; y fue esta gente, y llegaron al dicho río, y subieron por él seis leguas arriba, y dieron en unas labranzas asaz grandes, y los naturales de la tierra sintiéronlos venir y alzaron los bastimentos que tenían en unas caserías que por aquellas estancias había y sus mujeres y hijos y haciendas, y ellos se escondieron en los montes; y como los españoles allegaron por aquellas caserías, dicen que les hizo una grande agua, y recogiéronse a una gran casa que allí había y como descuidados y mojados, todos se desarmaron y aun muchos se desnudaron para enjuagar sus ropas y calentarse a fuegos que habían hecho; y estando así descuidados, los naturales de la tierra dieron sobre ellos, y como los tomaron desapercibidos hirieron muchos dellos, de tal manera que les fue forzado tornarse a embarcar y venir de donde yo estaba sin más recaudo del que habían llevado. Y como vinieron Dios sabe lo que yo sentí, así por verlos heridos y aun algunos dellos peligrosos, y por el favor que a los indios quedaría, como por el poco remedio que trujeron para la gran necesidad en que estábamos.

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