Authors: Jude Watson
Obi-Wan no miró a Qui-Gon, pero se sentía eufórico. Era una pista crucial. Los Tecnosaqueadores tenían una razón para desacreditar a la senadora S'orn. Ella estaba intentando aprobar una ley que podía destruirlos. Helb conocía tanto a Fligh como a Didi. Ahí estaba la conexión. Sin duda Helb había reclutado a Fligh para robar el datapad de la senadora. Fligh había ido más allá y había cogido también el de la científica, probablemente para su propio beneficio. Todo lo que tenían que hacer ahora era saber cuál era la conexión con Didi.
Así que la senadora S'orn y Jenna Zan Arbor eran justamente lo que aparentaban: dos mujeres poderosas víctimas de un simple robo.
No necesitó mirar a su Maestro para saber que Qui-Gon había llegado a la misma conclusión.
—Hemos terminado —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan sintió un escalofrío de emoción al salir de la habitación del hotel y entrar en el turboascensor.
—Ya está —dijo—. Ésta es la conexión que buscábamos. Estamos cerca de resolver el misterio.
—Puede que sí —dijo Qui-Gon—. Tenemos que hablar con Helb, eso está claro.
—Mañana resolveremos el misterio y Didi y Astri podrán volver a casa —dijo Obi-Wan—. Si comunicamos lo que sabemos a los Tecnosaqueadores, tendrán que hacer volver a la cazarrecompensas. Tienen que ser ellos, ¿verdad? Querían impedir que esa ley se aprobara. De alguna manera, Fligh y Didi se vieron involucrados. Puede que tuvieran la esperanza de vender ambos datapad por otro lado. Y eso enfadaría mucho a Helb.
Las puertas del ascensor se abrieron y salieron al espacioso vestíbulo. Los ventanales revelaban la oscura noche del exterior.
—Es demasiado tarde para encontrar a Helb —dijo Qui-Gon—. Volvamos al Templo. Ambos necesitamos dormir.
Saliendo por la puerta lateral se accedía a una gran plataforma de aterrizaje para los numerosos vehículos de los clientes del hotel. Qui-Gon había dejado el deslizador cerca de la puerta para que pudieran marcharse pronto, pero ahora una fila de vehículos le bloqueaba la salida.
Le hizo un gesto al encargado del aparcamiento.
—¿Podría mover esos vehículos?
—Enseguida, señor —respondió el chico, que inmediatamente saltó sobre uno de los deslizadores para moverlo.
Qui-Gon y Obi-Wan se dirigieron al suyo. Qui-Gon se metió por el lado del conductor. Obi-Wan lo tuvo un poco más difícil para meterse por el asiento del pasajero. El deslizador estaba pegado a otro. Tuvo que levantar una pierna para poder colarse dentro.
Estaba en pleno movimiento cuando de repente sintió una sacudida que le tiró hacia atrás. El encargado había dado con su deslizador en el de atrás. Obi-Wan se deslizó de espaldas sobre el pulido metal. Tras él estaba la barandilla, y detrás no había más que aire.
—Oye, tú... —Qui-Gon salió disparado del asiento del conductor, alerta ante el peligro.
Era demasiado tarde. El encargado volvió a golpear el deslizador contra el suyo, y el vehículo de los Jedi dio otra sacudida hacia atrás. Obi-Wan sintió cómo se escurría por la parte trasera del deslizador y cayó por la barandilla.
Todo había pasado muy rápido, pero los extraordinarios reflejos de Obi-Wan le dieron el segundo que necesitaba. Y fue suficiente. Mientras caía por encima de la barandilla, manipuló su lanzacables. Lo apuntó hacia el borde de la plataforma y lo activó.
La cuerda se proyectó hacia delante y él quedó colgado en el aire. Era una sensación aterradora. Un crucero pasó a su lado y el conductor se quedó atónito al ver a un chico colgando en mitad de una avenida espacial.
Obi-Wan sintió un hilillo de sudor cayéndole por las sienes. Recogió el lanzacables y se elevó hasta la plataforma. Qui-Gon le estaba esperando.
—Eso es pensar rápido, Obi-Wan —dijo Qui-Gon, aliviado y nervioso—. Tus reflejos no te han fallado. Debería haber estado más alerta.
—¿Dónde está el encargado del aparcamiento? —preguntó Obi-Wan.
—Se marchó en el deslizador —dijo Qui-Gon sombrío.
—¿Crees que la cazarrecompensas le ha sobornado?
—Creo que ese chico era la cazarrecompensas —dijo Qui-Gon—. No volveremos a cometer ese error —se sintió aturdido por el alivio y se dio cuenta de que el cansancio se estaba imponiendo al fin—. Ven. Esta noche ya no podemos hacer nada más. Necesitamos descansar. Por lo menos sabemos que la cazarrecompensas sigue en Coruscant y no está persiguiendo a Didi y a Astri.
Cuando llegaron al Templo, Obi-Wan iba arrastrando los pies. Aquello le había llevado al límite. Qui-Gon le mandó a dormir de buena gana.
Ya en su dormitorio, Qui-Gon se tumbó en la cama a oscuras. Deseaba descansar, pero ni un Jedi podía invocar el sueño si la mente estaba activa.
Ella le había engañado de nuevo y casi mata a Obi-Wan. Era obvio que pensaba más rápido que él y era porque la investigación le hacía bajar la guardia. Se había preocupado más por Didi que por su propio padawan.
Qui-Gon recordó la conversación con Jenna Zan Arbor. Obi-Wan tenía razón. Tenía sentido que los Tecnosaqueadores quisieran apropiarse del datapad de la senadora S'orn. Sin duda habían contratado a Fligh para la tarea. Seguro que Fligh les había hecho esperar, y era posible que hubiera escondido el datapad en la cafetería, implicando así a Didi. Quizá Fligh había intentado recuperarlo y por eso le habían asesinado.
Qui-Gon contempló el techo. La lógica le indicaba que aquel planteamiento tenía sentido. Entonces ¿por qué no podía dormir?
Era porque el asesinato de Fligh no parecía obra de una banda de delincuentes como los Tecnosaqueadores. No necesitaban disimular su trabajo ni despistar a las fuerzas de seguridad de Coruscant. Su actitud arrogante les hacía considerarse demasiado grandes como para preocuparse por una investigación local.
No, el asesinato de Fligh seguía sin tener sentido. Y eso le indicó a Qui-Gon que se trataba de emociones y no de lógica.
Volvió a pensar en la senadora S'orn. Él había percibido en ella la tristeza y la amargura. Esas emociones, sin duda, podían llevar a alguien a cometer maldades.
Jenna Zan Arbor parecía no tener nada que ocultar, pero le seguía resultando extraño que hubiera aparecido en la cafetería de Didi. Era cierto que no conocía Coruscant, pero su amiga sí. Le podía haber pedido consejo a Uta S'orn. ¿Por qué había aceptado la recomendación de un extraño?
El asesinato es un tema preocupante
.
Sobre todo para la víctima
.
Había cierta frialdad en la sonrisa de Jenna Zan Arbor cuando hizo ese comentario. Aquella gélida sonrisa le quitaba el sueño a Qui-Gon.
Y la visión de Obi-Wan cayendo por aquella barandilla mientras él se abalanzaba a rescatarle... Y saber que la cazarrecompensas podía volver a retomar el rastro de Didi y Astri...
Sí, tenía demasiadas cosas en la cabeza.
Percibió la noche, tanteó la oscuridad que le rodeaba y respiró hondo unas cuantas veces. No podía hacer nada esa noche. Su preocupación por Didi y Astri se mantendría en su interior y volvería a resurgir por la mañana. Hasta entonces, tenía que dormir.
A la mañana siguiente, Helb había desaparecido.
—Qué sospechoso —dijo Obi-Wan—. Sin duda sabe que estamos detrás de él.
Qui-Gon había decidido no contar nada a Obi-Wan acerca de su sospecha de que los Tecnosaqueadores no eran responsables de la muerte de Fligh. Sólo tenía dudas borrosas y sensaciones vagas. Quería algo más concreto.
Y Helb sabía más de lo que decía. Eso seguro.
—Sólo puede estar en un sitio —dijo Qui-Gon—. En Vandor-3. Tiene que estar en la base. Allí obtendremos respuestas.
Vandor-3 era un planeta satélite de Coruscant. Por fortuna, Qui-Gon había cogido un crucero de la plataforma de aterrizaje del Templo, por si tenían que salir de la atmósfera del planeta. El viaje a Vandor-3 era corto.
Flotaron por encima del espacio aéreo de la base hasta que les dieron permiso para aterrizar. Qui-Gon vio la plataforma de aterrizaje en lo que parecía un patio abandonado. Aterrizó lentamente el crucero entre un carguero de mantenimiento y un océano de deslizadores.
En cuanto bajaron la rampa de descenso y salieron fueron recibidos por un estruendo. Había trabajadores y androides por todas partes, cortando metal, soldando circuitos, arrastrando materiales y operando gravitrineos. Las voces se alzaban para discutir por encima del estrépito de los cortadores hidráulicos de metal, los macrofundidores y las hidrollaves de tuercas. Había unos enormes motores propulsores colgando sobre sus cabezas en un sistema de correas y poleas. Formando montones había piezas de deslizador, paneles de circuitos, elevadores de voltaje, convertidores y otras piezas que Obi-Wan no reconoció.
—Menuda operación —dijo Qui-Gon mientras bordeaban una nave con las piezas del motor dispuestas en el suelo.
—¡Cuidado con ese compensador de aceleración! —exclamó una voz.
Obi-Wan dio un paso a un lado rápidamente para esquivar el equipo, mientras Helb se abalanzaba hacia ellos echando chispas de irritación por sus ojos naranja.
—Supongo que no habéis venido para conseguir una ganga en piezas de deslizador —gritó por encima del estruendo.
—Sólo información —gritó Qui-Gon.
—Pues ya que estáis aquí, seguidme.
Los Jedi siguieron a Helb hacia una esquina tranquila del patio. Contra la verja de duracero había un pequeño cobertizo fabricado a base de escombros y piezas sueltas. Helb abrió la puerta.
En el interior, el estrépito se convirtió en un murmullo ahogado.
—Os diría que os sentarais, pero como os vais ya... —exclamó Helb—. Pensé que había quedado claro que os dije todo lo que sabía.
—No me lo creo —dijo Qui-Gon—. En mi opinión, te dejaste algo. Creo que tu banda contrató a Fligh para robar el datapad de la senadora S'orn. Es muy probable que Fligh tuviera que hacerlo porque os debía dinero.
Helb no dijo nada y se cruzó de brazos.
—Puede que Fligh no entregara el datapad. Quizá pensó que podía sacaros todavía más dinero —adivinó Qui-Gon, contemplando a Helb—. Quizá por eso pusisteis precio a su cabeza. Sospechasteis que había dado el datapad a Didi.
—Mira, yo no voy por la vida intentando rezumar virtudes, Jedi —dijo Helb—. Vendería a mi hermano por dinero, pero no le pusimos precio a la cabeza de Fligh. Ahora salid de aquí antes de que llame a los androides de seguridad.
Qui-Gon no se movió y colocó una mano sobre la empuñadura de su sable láser. Obi-Wan hizo lo mismo.
Helb se estremeció inquieto.
—Oye, nosotros no queremos ponernos a malas con los Jedi.
—Entonces dinos la verdad y nos iremos —dijo Qui-Gon.
—Vale, vale. Sí, le dijimos a Fligh que robara el datapad. ¡Ese cerebro de bantha robó el que no era! Debería haber cogido el datapad oficial, y no el que contenía su correspondencia personal. Pero salió bien porque nos enteramos de que iba a dimitir. Al final conseguimos lo que queríamos. Su ley ha muerto. ¿Por qué íbamos a poner precio a la cabeza de Fligh? Vale, era una comadreja, pero era una comadreja muy útil. Nos mandaba un montón de clientes.
—Fligh robó dos datapad ese día —dijo Qui-Gon—. ¿Sabes lo que pasó con el otro?
Helb se encogió de hombros.
—Quizá lo vendió por ahí o se lo dio a alguno de sus acreedores.
Obi-Wan y Qui-Gon se miraron.
—Didi —murmuró Obi-Wan.
—Puede —dijo Helb al oírle—. Seguro que Fligh también debía dinero a Didi. Didi es el jugador de sabacc más astuto que hay. Todos estuvimos en esa partida de sabacc. Yo también perdí ante Didi. Ninguno podíamos pagarle aquel día, pero nos dejó irnos. Yo no le pagué hasta unos días después. Por suerte, tenía información con la que comerciar para ganar algo de dinero.
—¿Qué información? —preguntó Qui-Gon.
—Lo del escondite que Didi tenía en las montañas Cascardi —dijo Helb—. No pensaba contarlo nunca, la verdad, pero pasé la información a un viejo loco envuelto en un montón de harapos en el Esplendor. De hecho, fue el día que os conocí a vosotros dos...
Helb no tuvo tiempo de acabar la frase.
Los Jedi ya se habían ido.
Desde arriba, la casa de las montañas Cascardi parecía tranquila. Era una construcción blanca de tres pisos situada en la ladera de una montaña y que se fundía con la nieve. Podían ver el crucero de Didi aparcado en la pequeña plataforma de aterrizaje a la altura de la segunda planta. No había señal de Didi y Astri.
Qui-Gon aterrizó el crucero al lado del de Didi. Él y Obi-Wan salieron del vehículo y se aproximaron cautelosos hacia la puerta. Tenían los sables láser empuñados, pero sin activar. Esta vez estarían preparados.
Qui-Gon se concentró, intentando escuchar algún movimiento y buscando algo fuera de lo normal. Obi-Wan estaba tenso a su lado, pero él confiaba en el instinto del chico.
—¿Qué opinas? —le preguntó en voz baja.
—No siento nada concreto —dijo Obi-Wan—, pero algo va mal. Didi y Astri no corren peligro, pero capto una presencia peligrosa aquí.
Qui-Gon asintió.
—Yo percibo lo mismo. Ella los ha atraído hasta aquí. Sin duda se quedó en Coruscant y siguió nuestro rastro. No tenía que seguir a Didi y a Astri. Ya sabía dónde estaban. Cuanto antes les saquemos de aquí, mejor.
Una ventana se abrió por encima de ellos, y Didi asomó la cabeza. El alivio se dibujó en sus facciones.
—Sois vosotros, gracias, lunas y estrellas. Voy a abriros la puerta. Estoy tan contento de veros.
Un momento después, la puerta se abrió. Qui-Gon y Obi-Wan entraron y se encontraron con Didi, que bajaba por una rampa que se curvaba desde el piso superior.
—¿Va todo bien? —preguntó Qui-Gon colocándose de nuevo el sable láser en el cinturón.
Didi asintió.
—Creo que sí. Al principio estábamos contentos de estar aquí y nos sentíamos seguros. Esto es tan remoto y oculto. Pero el aislamiento nos está poniendo de los nervios. Creo que nos sentiríamos más seguros en Coruscant.
—¿Dónde está Astri? —preguntó Obi-Wan.
—Aquí —Astri apareció desde otra habitación—. Me alegro de veros. Las horas han pasado tan despacio.
—¿Ninguna señal de peligro? —preguntó Qui-Gon—. ¿Nada fuera de lo normal?
—Nada —dijo Didi.
—Hacemos guardias —dijo Astri—. Miramos por las ventanas a ver si vemos algún crucero. Os vimos venir. No estábamos seguros de quiénes erais —se llevó la mano a una pistola láser que llevaba colgando de la cintura—. Yo estaba preparada.