Cazadores de Dune (31 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Cazadores de Dune
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—En otras circunstancias, habría decretado destierro y exilio. Sin embargo, no podemos permitirnos perder a nadie. ¿Adónde vamos a enviaros? ¿A la ejecución? No, creo que no. Ya nos hemos escindido de Casa Capitular, y hemos tenido muy pocos hijos en los trece años que han pasado desde entonces. ¿Debo eliminaros a ti y a tus partidarias, Garimi? Una espera la aparición de facciones en un culto débil y desbocado. Nosotras somos Bene Gesserit. ¡Estamos por encima de esas cosas!

—Entonces, ¿qué sugieres, Sheeana? —Garimi se apartó del banco de los acusados y avanzó hacia el podio donde estaba—. Yo no puedo ignorar mis convicciones, y tú no puedes limitarte a ignorar nuestro supuesto crimen.

—Los gholas (todos ellos) serán analizados de nuevo. Si se demuestra que tienes razón y ese niño es una amenaza, entonces no habrá crimen. De hecho, nos habrás salvado a todos. Sin embargo, si te equivocas, retirarás formalmente tus objeciones. —Y cruzó los brazos, imitando el gesto de Garimi.

—La Hermandad ha tomado su decisión, y tú la has desafiado. Estoy dispuesta a crear otro ghola de Leto II (o diez si hace falta) para asegurarme de que al menos uno sobrevive. Varios gholas de Duncan fueron asesinados también antes de que encargáramos su protección al Bashar. ¿Es eso lo que quieres, Garimi? —La mirada de terror que vio en los ojos de la otra fue suficiente respuesta.

—Entretanto, te asigno a ti la tarea de vigilar a Leto II, como supervisora. A partir de ahora serás la responsable de todos los gholas, porque oficialmente serás la Supervisora Mayor.

Garimi y sus seguidoras estaban perplejas. Sheeana sonrió al ver sus caras de incredulidad. Todos en la sala sabían que ahora la seguridad del bebé dependería únicamente de Garimi. Teg no pudo evitar una débil sonrisa. Sheeana había pensado un castigo Bene Gesserit perfecto. Ahora Garimi no osaría dejar que le ocurriera nada.

Garimi, viendo que estaba atrapada, asintió con gesto brusco.

—Vigilaré, y descubriré qué peligros acechan dentro de él. Y cuando lo haga, espero que emprenderéis las acciones necesarias.

—Exacto, solo las acciones que sean estrictamente necesarias.

Leto II seguía sentado inocentemente en su sillita acolchada, con aspecto de un bebé pequeño e indefenso… y tres mil quinientos años de recuerdos tiránicos encerrados en su interior.

— o O o —

Tras contemplar una vez más
Casitas en Cordeville
, Sheeana se echó un rato y estuvo entrando y saliendo del sueño, con pensamientos agitados e hiperactivos. Hacía un tiempo que ni Serena Butler ni Odrade volvían a susurrarle, pero notaba una profunda turbación en las Otras Memorias, cierta inquietud. Conforme la fatiga desdibujaba sus pensamientos, intuyó una extraña clase de trampa que la envolvía, una visión que la arrastraba, mucho más que un sueño. Trató de despertar, pero no pudo.

Marrones y grises remolineaban a su alrededor. Más allá veía un resplandor que la atraía e hizo que su cuerpo pasara entre los colores para llegar hasta él. El sonido apareció en la forma de aullidos de viento, y un polvo seco llenó sus pulmones y le hizo toser.

De pronto, el alboroto y el ruido remitieron y Sheeana se encontró sobre la arena, rodeada de grandes dunas que se extendían hasta el horizonte. ¿Era el Rakis de su infancia? ¿O se trataba quizá de un planeta más antiguo? Curiosamente, aunque estaba descalza y con su ropa de dormir, no notaba la arena bajo los pies, ni sentía el calor del sol que brillaba en lo alto. Sin embargo, tenía la garganta seca.

Estaba rodeada de dunas desiertas, no habría tenido sentido caminar o correr en ninguna dirección, así que esperó. Se inclinó y cogió un puñado de arena. Levantó la mano y dejó que la arena fuera cayendo… pero esta formó un extraño reloj de arena en el aire, y las partículas se filtraban lentamente por un estrechamiento imaginario. Vio que la base imaginaria del reloj empezaba a llenarse. ¿Significaba aquello que el tiempo se agotaba, para quién?

Convencida de que se trataba de algo más que un sueño, pensó si no estaría realizando un viaje a las Otras Memorias que no se limitaba solo a voces, sino a experiencias reales. Las visiones táctiles saturaban sus sentidos, como la realidad. ¿Había tomado un sendero que llevaba a algún otro lugar… del mismo modo que en una ocasión la no-nave se había colado en un universo alternativo?

Mientras estaba en medio de aquel yermo, la arena seguía cayendo en el reloj etéreo. Si aquel paisaje era una réplica de Dune, ¿aparecería un gusano?

Sheeana vio una figura distante sobre las dunas, una mujer que se movía sobre la arena siguiendo un patrón deliberadamente aleatorio, como si llevara toda la vida haciéndolo. La desconocida descendió por la parte delantera de la duna y desapareció de la vista en la ondulación entre dos dunas. Unos momentos después reapareció en lo alto de un montículo más próximo. La figura bajaba una duna y subía otra, acercándose cada vez más, haciéndose cada vez más grande. En un primer plano, la arena seguía cayendo con un susurro por el cuello del reloj invisible.

Finalmente, la mujer subió a la última duna y bajó a toda prisa directamente hacia Sheeana. Curiosamente, no dejaba huellas, y la arena no se soltaba a su paso.

Ahora Sheeana pudo ver que llevaba un antiguo destiltraje con capucha negra. Aun así, unos mechones grises flotaban en torno a su rostro, tan seco y correoso que parecía madera seca. Sus ojos legañosos eran del azul sobre azul más profundo que había visto en su vida. La mujer debía de haber consumido mucha especia durante muchos años. Parecía increíblemente vieja.

—Hablo con la voz de la multitud —dijo la arpía con voz misteriosa y resonante. Tenía los dientes amarillos y torcidos—. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—¿La multitud de las Otras Memorias? ¿Hablas en nombre de las hermanas muertas?

—Hablo en nombre de la eternidad, en nombre de todos cuantos han vivido y los que aún han de vivir. Soy la sayyadina Ramallo. Hace mucho tiempo, Chani y yo administramos el Agua de Vida a dama Jessica, la madre de Muad’Dib. —Y con un dedo retorcido señaló a una lejana formación de rocas—. Fue allí. Y ahora tú los has traído a todos de vuelta.

Ramallo. Sheeana conocía la historia de la anciana, una figura clave en la epopeya de la historia registrada. Al hacer pasar a dama Jessica por la Agonía en un sietch fremen sin saber que estaba embarazada, Ramallo alteró sin querer el feto que llevaba dentro. La hija, Alia, sería conocida como Abominación.

La sayyadina parecía remota, un simple portavoz del tumulto de las Otras Memorias.

—Escucha mis palabras, Sheeana, y guárdalas cerca de tu corazón. Ten cuidado con lo que creas. Estás recuperando demasiado y demasiado deprisa. Una cosa sencilla puede tener importantes repercusiones.

—¿Quieres que detenga el proyecto de los gholas? —En la no-nave, las células de Alia también estaban entre las que el maestro tleilaxu había conservado en la cápsula de nulentropía. En Otras Memorias Ramallo debía de haber visto a la infame Abominación como uno de sus errores más graves y trágicos, aunque en vida no había llegado a conocer a Alia.

»¿Quieres que evite a Alia? ¿Alguno de los otros gholas? —Alia iba a ser la siguiente, la primera de una nueva hornada en la que también estaban Serena Butler, Xavier Harkonnen, el duque Leto Atreides y muchos otros.

—Precaución, niña. Escucha mis palabras. Tómate tu tiempo. Procede con cautela cuando te mueves por un terreno peligroso.

Sheeana se acercó a la figura.

—Pero ¿qué significa eso? ¿Hemos de esperar un año? ¿Cinco años?

Y en ese momento la arena del reloj imaginario se agotó y la vieja Ramallo empezó a desdibujarse, formando una figura fantasmal que quedó suspendida como un demonio de polvo antes de desaparecer por completo. Junto con ella, el paisaje del antiguo Dune desapareció también, y Sheeana se encontró de nuevo en su habitación, mirando a las sombras con una extraña sensación de inquietud y ninguna respuesta clara.

43

Quienes piensan igual no siempre se complementan. La combinación puede ser explosiva.

M
ADRE
COMANDANTE
M
URBELLA

Durante más de trece años, desde que llegó con las Honoradas Matres conquistadoras a Casa Capitular, Doria había fingido llevarse bien con las brujas. A estas alturas lo hacía muy bien. Doria había intentado tolerar sus hábitos y aprender de ellas para utilizar aquella información en su contra. Poco a poco, había aceptado ciertos compromisos en sus patrones de pensamiento, pero no podía cambiar lo que era.

Por respeto a la madre comandante, a regañadientes Doria hacía cuanto podía con las operaciones de extracción, tal como le habían ordenado. Intelectualmente comprendía la idea: incrementar los ingresos por la venta de especia que, junto con el flujo de soopiedras de Buzzell, serviría para financiar el gasto inimaginable de construir una fuerza militar gigante capaz de hacer frente a las Honoradas Matres y luego al Enemigo.

Aun así, con frecuencia las Honoradas Matres actuaban por impulso, no por lógica. Y a ella la habían educado, entrenado e incluso
programado
para ser una Honorada Matre. No le resultaba fácil cooperar, sobre todo con Bellonda, aquella bruja corpulenta y arrogante. Murbella había cometido un grave error al pensar que obligándolas a trabajar en colaboración conseguiría que evolucionaran y se adaptaran… como un físico atómico de la antigüedad que unía por la fuerza dos núcleos con la esperanza de lograr una fusión.

Pero en los años que llevaban trabajando juntas en la zona árida en expansión, su odio mutuo había ido en aumento. A Doria se le hacía intolerable. Aquel día, habían realizado otro vuelo de reconocimiento en un tóptero. Tener a aquella foca tan cerca solo hacía que Doria la detestara mucho más… siempre resollando, siempre sudando, siempre fastidiando. La estrecha cabina se había convertido en una cámara a presión.

Cuando Doria llevó por fin el tóptero de vuelta a Central, lo hizo a una velocidad implacable, impaciente por alejarse de la otra mujer. A su lado, visiblemente consciente de la incomodidad de su compañera, Bellonda iba sentada con una sonrisa de suficiencia. ¡Solo con su tamaño ya parecía desestabilizar el tóptero! Con aquel traje de una pieza negro parecía un zepelín cubierto de grumos.

Durante toda la tarde, habían cruzado palabras tensas, sonrisas malintencionadas y miradas asesinas. El defecto más importante de Bellonda era que su adiestramiento como mentat le hacía comportarse como si lo supiera todo sobre todo. Pero no lo sabía todo sobre las Honoradas Matres. Ni mucho menos.

Doria nunca había controlado su vida. Desde su nacimiento, había estado a disposición de un ama severa tras otra. Siguiendo la costumbre de la Honorada Matre, se había educado en comunidad en Prix, en los vastos territorios ocupados durante la Dispersión. A las Honoradas Matres no les interesaba la genética, así que dejaban que el proceso de cría siguiera su camino, dependiendo del macho al que seducía y doblegaba cada Honorada Matre.

Las hijas de éstas eran segregadas según sus habilidades para la lucha y su capacidad sexual. Desde muy jovencitas, eran sometidas a repetidas pruebas, conflictos a vida o muerte que servían para pulir la cantera de candidatas. Doria deseaba con toda su alma pulir a aquella gorda.

Una imagen le vino a la cabeza y le hizo sonreír.
Parece un tanque axlotl ambulatorio.

Ante ellas, Central se recortaba contra la salpicadura naranja de la puesta de sol. El polvo omnipresente daba un colorido espectacular al cielo. Pero Doria no veía ninguna belleza en la imagen, y se limitaba a pensar obsesivamente en aquella bola sudorosa de carne.

No soporto cómo huele. Seguramente está pensando la forma de matarme antes de que yo la ensarte como un cerdo.

Cuando el tóptero descendía para aterrizar, Doria dejó que una píldora de melange se disolviera en su boca, aunque apenas le hizo efecto. Había perdido la cuenta de las pastillas que había tomado en las pasadas horas.

Al verla agachada sobre los controles, Bellonda dijo con su voz de barítono:

—Tus pensamientos insignificantes siempre han sido transparentes para mí. Sé que quieres eliminarme y solo estás esperando una ocasión.

—A los mentats os gusta calcular probabilidades. ¿Cuáles son las probabilidades de que aterricemos y nos separemos en paz?

Bellonda consideró la pregunta seriamente.

—Muy pocas, debido a tu paranoia.

—¡Ah, me psicoanalizas! Los beneficios de tu compañía son incontables.

El ornitóptero ralentizó el ritmo de sus alas y la nave se posó con una sacudida en el suelo. Doria esperaba que la otra criticara el aterrizaje; pero Bellonda se dio la vuelta con desdén y se puso a manipular el cierre de la escotilla del lado del pasajero. Aquel momento de vulnerabilidad encendió una chispa en Doria, despertó en ella una respuesta visceral y predatoria.

Aunque en la cabina del vehículo apenas había espacio, saltó para golpear con los pies. Bellonda intuyó el ataque y respondió, utilizando su corpulencia para arrojar a Doria contra la escotilla del piloto justo en el momento en que empezaba a abrirse. La Honorada Matre cayó al exterior dando tumbos. Y la miró, humillada y furiosa.

—No subestimes nunca a una Reverenda Madre, tenga el aspecto que tenga —le dijo Bellonda alegremente desde la cabina del ornitóptero. Y bajó como una ballena que está naciendo.

Al fondo de la pista, la madre comandante las esperaba para recibir su informe. Sin embargo, al ver el altercado, corrió hacia ellas como una tormenta inminente.

A Doria le daba igual. Sin poder controlar la ira, se incorporó de un salto, consciente de que toda semblanza de civismo entre ellas había desaparecido para siempre. Cuando la mujerona bajó del vehículo, Doria giró a su alrededor, sin hacer caso del grito de Murbella. Aquella sería una lucha a muerte. A la manera de las Honoradas Matres.

El traje negro de Doria estaba roto, y la rodilla le sangraba por la caída. Se puso a cojear, exagerando la herida. Bellonda, que también hizo caso omiso a la madre comandante, se movía con una gracia y rapidez sorprendentes. Al ver que su oponente cojeaba, se acercó para atacar.

Pero cuando Bellonda saltaba hacia ella en un ataque combinado de puño y codo, Doria se echó al suelo para que su oponente pasara de largo —una finta—, se puso en pie de un brinco y saltó utilizando todo el cuerpo, como un kindjal. El impulso actuaba en contra de la hermana más pesada. Antes de que pudiera darse la vuelta, Doria cayó sobre su espalda, golpeándole los riñones con los puños.

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