Cerulean Sins (33 page)

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Authors: Laurell K. Hamilton

Tags: #Fantástico, #Erótico

BOOK: Cerulean Sins
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Me situé en el centro de la ducha, de modo que el agua golpeara contra mi cuello, cabeza y hombros. No me sentía avergonzada por haber tenido relaciones sexuales con Jason, y tal vez estaba mal, pero no se sentía como un pecado. Tal vez porque era sólo otra forma suya de cuidar de mí. Pero lo que había dicho poco después, me había molestado. Las duras verdades emocionales me molestaban más que tener relaciones sexuales con alguien de quien no estaba enamorada, probablemente eso decía algo sobre lo lejos que había llegado mi decadencia moral.

Me quedé en el agua, estaba caliente, muy caliente, el vapor cubría las paredes de la ducha, y estaba feliz porque no le había dado mi corazón a nadie. Era mío, maldita sea, y lo guardaría de una sola pieza, si podía. Richard había roto una parte de mí, algunos pensaban que había estado tratando de aferrarme a una visión más suave y romántica del amor. Me había dejado porque no era lo suficientemente humana para él. Mi novio de la universidad me había dejado porque no era lo suficientemente blanca para su madre. Mi madrastra, Judith, nunca dejaba que me olvidara de que era pequeña y morena, y ella y sus hijos, y mi padre, eran altos, rubios y de ojos azules. La gente se había pasado toda mi vida rechazándome por cosas que no podía cambiar. Que se jodieran, a la mierda con todos.

Estaba sentada en la parte inferior de la ducha. No había querido hacerlo. No tenía intención de acurrucarme en el agua, en la clandestinidad. ¿Por qué siempre persigo el amor de la gente para los que nunca soy lo suficientemente buena? Hay un montón de gente que me quiere exactamente como soy, pequeña, morena, dura, sangrienta, mágica. Gente que me amaba sólo por mi forma de ser. Lamentablemente, ninguno de ellos era yo.

Hubo un golpe en la puerta, y me di cuenta de que alguien había estado tocando desde hacía algún tiempo. Siempre cerraba la puerta, era una costumbre.

Moví el grifo, para poder oír mejor.

—¿Quién es?

—Anita, soy Jamil, tengo que entrar.

—¿Por qué? —En una palabra había un universo de sospechas. Si la razón para entrar hubiese sido algo que no me importara ya hubiera dicho por que tenía que entrar.

Oí a alguien suspirar a través de la puerta.

—Es Richard, está herido, y tenemos que utilizar la bañera grande.

—No —dije. Apagué el agua y cogí una toalla de gran tamaño.

—Anita, ahora que se ha vendido la casa de Raina no tenemos ninguna bañera lo suficientemente grande como para que entren él y otros miembros de la manada, lo encontré inconsciente en el suelo de su dormitorio, está muy frío.

Enrollé una toalla pequeña alrededor de mi pelo mojado.

—No lo traigas aquí, Jamil. Tiene que haber algún otro lugar para llevarlo. Jean-Claude le permitirá usar la bañera de su casa.

—Anita, está helado, si no se calienta pronto, no sé qué pasará.

Apoyé la cabeza contra la puerta.

—¿Me estás diciendo que se va a morir?

—Lo que digo es que no lo sé. Nunca he visto a otro hombre lobo estar tan mal sin ningún tipo de herida para demostrarlo. No sé qué es lo que lo ha enfermado.

Yo sí, por desgracia. Belle no sólo se había alimentado de mí, sino que también había estado alimentándose de Richard. Había pensado en eso durante el día, pero no había pensado que no iba a llamar a su manada y que no tendría a algunos de ellos cerca, para fortalecerse a sí mismo y a su energía. No sabía que él, simplemente iba a dejarse morir.

—¿No ha pedido ayuda? —pregunté, aún apoyada contra la puerta.

—No, tenía que preguntarle sobre un negocio, intente contactar con él en la escuela, pero no había ido, informó de que estaba enfermo. Entonces llamé a su casa y no obtuve respuesta. Anita, por favor, déjanos entrar.

Hijo de puta. No podía creerme que tuviera que hacer esto. El hombre que había roto mi corazón, que me había llamado monstruo, iba a estar en remojo en mi bañera por Dios sabe cuánto tiempo.

Abrí la puerta y quedé oculta detrás de ella, escondida, así que no se me podía ver. Jamil entró a través de la puerta con Richard en sus brazos. No era el peso lo que hacía difícil la entrada de Jamil, había espacio en el cuarto de baño, el problema era que Richard era ancho de hombros, y que Jamil no era pequeño tampoco.

Traté de no mirar a ninguno de ellos, conseguí sólo un breve vistazo de pelo de Jamil, atado con cuentas de color rojo brillante. Tenía la camisa de color rojo para que coincidiera con las cuentas y un traje negro. No me tome el tiempo para mirar si sus pantalones hacían juego con la chaqueta. Cuando intentaba cruzar por la puerta, agarró mi toalla.

—¿Puedes meterte en el agua conmigo, Anita? —preguntó.

—No —dije, y huí.

VEINTISEIS

Me vestí. No podía recordar si había utilizado champú en el pelo, o sólo había conseguido mojarlo, no me importaba. Tenía una imagen de la cara de Richard grabada en mi mente. Con los ojos cerrados, la mandíbula perfectamente cuadrada, con su hoyuelo. Pero, en la imagen, no se derramaba su gloriosa cabellera sobre sus hombros. El maravilloso cabello de color marrón oro y cobre ya no caía sobre él, de modo que casi brillaba en el sol. Se había cortado el pelo. ¡Se había cortado el pelo!

Me acordé de su sensación en mis manos, como caía como la seda sobre mi cuerpo, como se derramaba alrededor de su cara cuando se levantaba sobre mí. Richard extendido debajo de mi cuerpo, con el pelo, como una nube de rizos en la almohada, mientras sus ojos perdían su enfoque y orientación sobre mi cuerpo.

Estaba sentada en la cama, llorando, cuando se produjo un golpe en la puerta. Llevaba vaqueros, pero nada del resto, sólo había logrado ponerme el sostén.

—Sólo un minuto. —Mi voz sonaba un poco espesa.

Me puse una camiseta roja con los vaqueros negros. Empecé a decir entra, pero me di cuenta de que podría ser Richard. Poco probable, hace unos minutos estaba inconsciente, pero no podía correr el riesgo.

—¿Quién es?

—Nathaniel.

—Adelante. —Me había limpiado los ojos y le daba la espalda a la puerta, mientras miraba mi sobaquera intentando averiguar lo que había hecho con mi cinturón. Necesitaba el cinturón para deslizarlo a través de la sobaquera. ¿Dónde diablos estaba mi cinturón?

—La policía está al teléfono —dijo, en voz baja.

Volví la cabeza.

—No puedo encontrar mi cinturón.

—Lo encontraré por ti —dijo. Su voz sonaba más alta en la habitación, ahora. No había oído que se hubiera movido. Era como si no estuviera escuchando todo, como si no estuviera dándome cuenta de todo lo que estaba pasando a mí alrededor, como si faltaran piezas.

—¿Qué pasa conmigo? —En realidad no había querido decirlo en voz alta.

—Richard está aquí —dijo Nathaniel, como si eso lo explicara todo.

Seguí moviendo la cabeza, tratando de mover mis manos por el pelo mojado. Estaba enredado. No había utilizado champú y acondicionador mucho menos. Iba a ser un desastre cuando se secara. ¡Joder!

Nathaniel me tocó el hombro y me apartó.

—No, no, no seas amable conmigo. Si eres agradable voy a ponerme a llorar.

—¿Quieres que sea cruel, te haría sentir mejor?

Fue una pregunta tan extraña que me hizo mirarlo. Iba todavía con los pantalones de correr que llevaba cuando había dejado la habitación, pero había soltado su pelo y lo había peinado en una cortina de color caoba brillante. Un rayo perdido de sol brillaba en su cabello. Sabía que se sentía como un torrente de pelo sobre mi cuerpo. Era tan espeso, tan pesado, que hacía un sonido como el agua cuando caía en cascada a mi alrededor. Siempre me había negado a mí misma todo lo que Nathaniel podía ofrecerme. Siempre daba marcha atrás antes de disfrutar de cada parte de él. Las palabras de Jason se volvían contra mí. No me había dado a mí misma completamente a nadie. Me contenía en algo con cada uno de ellos. Contenía enormes pedazos de mí misma de Nathaniel. Más que con cualquiera de los otros hombres de mi vida, él era con el que me había retenido más, porque no creía que lo mantuviera. Una vez que tuviera el
ardeur
bajo control no necesitaría un
pomme de sangs
todos los días. Una vez que pudiera alimentar el
ardeur
desde la distancia, como Jean-Claude, me gustaría dejar de utilizar un
pomme de sang
. ¿No?

Parecía preocupado.

—¿Qué pasa, Anita?

Sacudí la cabeza.

Dio un paso hacia mí, y el movimiento envió un pequeño remolino de pelo sobre su hombro. Hizo un insignificante movimiento de cabeza, enviándolo a caer de nuevo detrás de él.

Tuve que cerrar los ojos y respirar, dentro y fuera, me concentraba en apenas respirar. No iba a llorar. Joder no lloraría de nuevo. Cada vez que pensaba que Richard había conseguido mis últimas lágrimas, que jamás iba a obtener más de mí, siempre me había equivocado. Cada vez que pensaba que no había otra manera de que pudiera hundirme, encontraba una nueva. Nada se convierte en odio tan amargo como lo que una vez fue el amor.

Abrí los ojos y encontré a Nathaniel lo suficientemente cerca como para tocarme. Me miró a los ojos, su expresión era compasiva en sus ojos lilas, suave, con la cara cuidada, yo lo odiaba. No sé por qué. Pero lo odiaba un poco. Lo odiaba por no ser alguien más. Lo odiaba por el pelo que le caía hasta las rodillas. Lo odiaba porque no lo amaba. O tal vez lo odiaba por lo que le hacía. Pero no era lo que sentía por Richard. Lo odiaba, y me odiaba a mí. En ese instante odié a todos en mi vida, a todos y a todo, y a mí más que nadie.

—Nos vamos fuera de aquí —dije.

Él frunció el ceño.

—¿Qué?

—Tú, Jason y yo, salimos de aquí. Necesito recoger a Jason y volver al circo antes de que Jean-Claude se despierte de todos modos. Vamos a llenar una bolsa, y le dejaremos la casa a Richard.

Nathaniel abrió los ojos.

—¿Te refieres a salir de esta casa hasta que termine Richard? —Asentí, tal vez demasiado rápido, pero tenía un plan, y me pegue a él—. ¿Qué va a decir Micah?

Sacudí la cabeza.

—Puede unirse a nosotros en el circo.

Nathaniel me miró durante un segundo, luego se encogió de hombros.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar allí?

—No lo sé —dije, y aparté la mirada de él. Él no había protestado, no me había acusado de cobarde. Él sólo se ciñó a los hechos. Nos íbamos. ¿Cuánto tiempo tardaríamos en volver?

—Voy a empacar para un par de días, si necesitamos más, volveré a por el resto.

—Sí, haz eso —dije.

Se dirigió hacia la puerta, dejándome mirar alrededor de la habitación.

—El cinturón está a los pies de la cama.

Eso me hizo mirarlo. Había algo en sus ojos, algo mayor que él, algo que me hizo querer retorcerme y apartar la mirada, pero ya estaba huyendo de Richard, no podía huir del resto del mundo. Un acto de cobardía extrema por día era todo lo que podía manejar.

—Gracias —dije, y mi voz sonó demasiado suave, demasiado áspera, demasiado algo.

—¿Quieres que empaque una bolsa para ti también? —Su cara había vuelto a sus típicas líneas neutras, como si se hubiera dado cuenta de que la mirada de sus ojos era demasiado cruda para mí en estos momentos.

—Puedo recoger —dije.

—Puedo recoger por los dos, Anita, no es ningún problema.

Empecé a discutir, luego me detuve. Me había pasado los últimos veinte minutos tratando de encontrar un cinturón que probablemente había pisado más de dos veces. Si hacia la maleta en el estado en que estaba, probablemente me olvidaría de llevar ropa interior.

—Bien.

—¿Qué quieres que le diga el sargento Zerbrowski? —preguntó.

—Voy a hablar con él, mientras que haces las maletas.

Nathaniel asintió.

—Muy bien.

Me tomé mi tiempo para meter mi camiseta en los pantalones, me puse el cinturón, y la correa de mi sobaquera. Comprobé que el cargador de mi arma estaba lleno, de forma automática. Pensé en decirle algo a Nathaniel y a los viejos ojos en ese rostro joven, pero no tenía nada que valiera la pena decir. No volveríamos a la casa hasta que se fuera Richard. Con esa decisión, no sabía qué decir.

Nathaniel salió y me fui a la cocina para contestar al teléfono, preguntándome si Zerbrowski todavía estaría en el otro extremo, o si su paciencia se había desvanecido ante mi confusión.

VEINTISIETE

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