Ouch.
—Lo siento, lo olvidé por un momento —dije. La momentánea llamarada de dolor como una herida a medio cicatrizar me ayudó a pensar un poco más claramente—. Jason está en forma de lobo Richard. No monto peludos.
—Puedo hacer algo al respecto. —Vi su bestia interior como una sombra dorada dispuesta a escapar de él y venir dentro de mí. Era como estar en el lado cortante de un cuchillo metafísico, hasta que ese poder me atravesó y también a Jason, y de repente me vi en medio de todo ese poder, todo ese dolor, toda esa rabia. La bestia se alimentaba del dolor y la rabia, una especie de identificador final. Me quedé de rodillas, jadeando, sin aliento para gritar.
Jason me gritó, y sentí cómo la bestia se deslizaba fuera de él, no, en él, como intentar meter de relleno algo increíblemente enorme en una maleta que ya está totalmente llena. Sin embargo, esa maleta era el cuerpo de Jason, y eso duele. Sentí el retorcerse de los huesos, cómo los músculos saltaban y se volvían a conectar. Joder, me dolió. Capté un lejano pensamiento de Richard diciendo que dolía tanto porque se estaba resistiendo. Cuando luchas contra el cambio duele más. Era como si el pelaje fuera absorbido de nuevo en la blanca carne de la que una vez salió, como algo atrapado en el hielo, fundiéndola de vuelta a la superficie. El cuerpo de Jason se volvió a fundir, y la piel se hundió en él, los largos huesos, los músculos. Simplemente todo se hundió en su interior hasta que quedó pálido y tembloroso tumbado en un lecho de líquido transparente. El líquido había empapado mis pantalones de las rodillas para abajo. Jason había cambiado, pero no se alimentó, ahora se había visto obligado a cambiar de nuevo en menos de media hora más tarde. Tal vez si le hubieran permitido alimentarse estaría mejor, pero ahora, yacía en el suelo, temblando, hecho una bola para sostenerse a sí mismo y para mantener el poco calor que le quedaba y para ocupar el mínimo espacio posible. Creo que Jason, como Caleb, sabía que tocarme sería una mala idea. Jason ya no era un peligro para Caleb. Hasta que descansara, no sería un peligro para nadie. De hecho… miré hacia abajo siguiendo la curva de su culo, tan suave, tan firme, tan tierno. Le miraba desnudo, y no pensaba para nada en sexo. Todo lo que Richard hizo fue darme una selección de comidas.
Mantuve a Richard en esa visión que lo mantenía cristalino, y todo lo demás confuso.
—Sólo puedo pensar en hundir mis dientes en su carne. Lo has vuelto indefenso, y todavía me tengo que alimentar, porque todavía necesitas alimentarte.
—Encontraré aquí algo para comer. Me alimentaré, pero no tienes nada seguro para cazar, Anita. No quieres herir a ninguno de ellos.
Grité, fuerte y largo, dejé que la frustración llenara el Jeep, lo dejé derramarse de mi boca, quemándome la garganta, convirtiendo mis manos en puños, y golpear, abollando el costado del Jeep. Oí el gemido del metal, que me hizo pestañear, al ver lo que había hecho. Había abollado metal. Un hueco redondeado del tamaño de mi puño. Joder.
Caleb hizo un pequeño sonido, y lo miré, y todo lo que podía ver era la suave piel de su estómago, casi la sentía bajo mis dientes. Estaba agachada sobre Caleb, mi cara olisqueando su estómago. No recuerdo haberme acercado tanto.
Richard me llamó:
—¡Anita!
Alcé la vista, como si realmente estuviera frente de mí. Empujó el brazo de Jamil alejándolo y se recostó a un lado de la bañera. Se pasó las manos sobre el pecho, con los dedos pasando por los pezones, mano sobre mano, mientras se sacaba a sí mismo del agua. Caía sobre su cuerpo en cascadas de llameantes balas de plata, y la mano fue más abajo, más abajo. Sobre el estómago, por debajo de la línea del cabello, y finalmente para cubrirse a sí mismo, para jugar consigo mismo. Lo vi crecer, y el hambre cambió como si encendieras un interruptor. Sin embargo, en el momento en que el hambre se convirtió en el sexo, el
ardeur
volvió a la vida. Venía desde el centro de mí ser como una llama, extendiéndose, extendiéndose, y la mano de Richard, el cuerpo de Richard avivó el calor, trayéndolo como una hoja rugiente sobre mi piel.
Pero Jean-Claude no estaba aquí para ayudarnos, esta vez, y Richard no podía protegernos. El
ardeur
recorrió toda la metafísica médula y golpeó a Richard como un camión a toda velocidad. Se inclinó hacia atrás, convulsionó la mano dónde se apoderó de su cuerpo, le hizo caer de nuevo al borde de la bañera, arrastrando las piernas en el agua.
Miré a esos ojos marrones, esa cara tan vacía sin su melena, y vi cómo el deseo luchaba contra el terror. No creo que alguna vez haya sentido la fuerza del
ardeur
en todo su esplendor. Lo abrumó, le dejó sin aliento, inmóvil, pero sabía que no iba a durar. Sabía que no iba a durar.
Le dije lo que me había dicho:
—Puedes cambiar el
ardeur
por hambre, pero vamos a tener que alimentarnos de algo o alguien, Richard. Es demasiado tarde para otra cosa.
Incluso su voz en mi cabeza parecía estrangulada.
—Me siento mejor y peor. Creo que puedo cazar ahora. Antes no podía haberme movido tanto.
—Todo lo que sube, Richard, tiene que bajar, —estaba enojada con Richard, una rabia caliente que me ayudó a vadear las aguas que el
ardeur
estaba tratando con todas sus fuerzas de engullirme, ahogarme en el deseo. Pero contuve mi ira contra mi pecho y afronté las aguas pensando en todo lo que valía la pena.
Sentí cómo cambiaba su hambre, sentí su vientre tenso por la necesidad de carne y sangre y rasgando, aunque distante, muy distante estaba la amenaza del sexo.
—Voy a cazar un animal, y voy a estar bien, creo.
—Eso no me va a ayudar mucho, Richard, —y dejé que la ira recorriera el camino que nos unía.
—Lo siento, Anita, no lo entiendo.
Supe en ese momento que podría forzar al hambre a convertirse de nuevo en
ardeur
. Que al igual que obligó a Jason a cambiar de forma, podría forzar el hambre de Richard a convertirse en lo que yo quisiera. Sabía que podía hacer correr la magia bajo su piel y le obligaría a alimentarse de la forma en que me iba a tener que alimentar. Pero no lo hice. Había hecho lo que había hecho de manera inocente, no podía devolverle el favor, no deliberadamente.
—Ve a cazar a tu animal, Richard.
—Anita… lo siento.
—Siempre lo sientes, Richard. Ahora sal de mi cabeza antes de que hagamos algo de lo que nos vayamos a arrepentir.
Desconectó, pero no fue un corte limpio. Normalmente, sus protecciones eran sólidas, como puertas de metal que retumban al cerrar. Hoy, era como partir un caramelo blando, deshaciéndose, enormes tiras pegajosas, de caramelo fundido que incluso cuando están separados aún parecen dos mitades de un todo. Quería que nos mantuviéramos unidos, para fundirnos con el calor hasta que fuéramos una gran masa caliente y pegajosa, y hoy Richard no podía detenerme. No tenía el control suficiente para mantenerme fuera de él.
Jean-Claude se despertó. Sentí sus ojos brillar ampliamente, sentí su primer aliento entrecortado, sentía cómo se llenaba de vida. Había despertado.
Jason estaba mirándome con sus ojos azul cielo.
—Está despierto.
Asentí.
—Lo sé.
Nathaniel habló como si hubiera entendido mucho más de la conversación privada de lo que debía.
—Casi hemos llegado al circo, Anita.
—¿Cuánto queda?
—Cinco minutos.
—Que sean menos —dije.
El Jeep saltó hacia delante, acelerando. Me metí en el asiento de atrás y ajusté el cinturón de seguridad con firmeza alrededor de mi cuerpo. No era para protegerme en caso de que tuviéramos un accidente. Era para recordarme que no me dejara ir hasta que llegáramos al Circo, y a Jean-Claude.
TREINTA Y UNO
Luché contra el
ardeur
en el coche cuando iba hacia el circo. Luché contra el
ardeur
cuando me encontré caminando por el estacionamiento y golpeé la puerta. Vi la cara de sorpresa al pasar de Bobby Lee, y sólo alcancé a decir:
—Dile a Nathaniel que suba el Jeep. —Entonces caminé lejos de él y corrí hacia la escalera que llevaba hasta el subterráneo.
Richard estaba en marcha también. Estaba corriendo entre los árboles, las ramas y hojas lo golpeaban pero aun así, nunca se detuvo, esquivando, moviéndose, era como si el agua se hiciera carne, carne hecha velocidad. Corrió a través de los árboles, y oí algo grande acercándose hacía él. Alzó la cabeza, y supe perfectamente que la caza había comenzado.
Golpee la puerta del dormitorio de Jean-Claude, mientras veía como Richard vio a los ciervos que se lanzaron justo delante de él, corriendo por salvar sus vidas. Había otros lobos en el bosque, la mayoría de ellos habían cambiado a su forma peluda, pero no todos.
Los guardaespaldas me abrieron la puerta y la cerraron firmemente detrás de mí. No sé lo que sintieron, o lo que vieron, y probablemente era mejor para mí.
Todavía había sábanas de seda azul en la cama, y Asher seguía sobre ellas, inmóvil, muerto. Sólo el señor de la ciudad estaba despierto, sólo él era el que se movía. Envié un pensamiento interrogándolo y sentí a todos los malditos vampiros en sus ataúdes, metidos en sus camas. Toqué a Angelito por un momento, y le encontré con el ritmo agitado, confuso, preguntándose por qué su amante no había tenido éxito en su diabólico plan.
Miró hacia arriba, cuando me vio, entonces sentí algo, yo estaba de vuelta en la cacería. Richard tenía un ciervo bajo su cuerpo, mientras este luchaba por su vida. Una garra le desgarró el estómago, le arrancó la piel, no había sido Richard, ahora, a su lado había más lobos y el ciervo se había quedado sin posibilidades. Un lobo de pelo negro rompió su garganta, y sentí a Richard montar el venado en forma humana, su excitación por la lucha creció más lentamente, espasmódica, involuntaria. El temor del venado se perdió, como el champán abierto.
La puerta del baño se abrió de golpe, golpeé la pared, y no me acordaba de haberlo hecho. Entré a través de la puerta antes de que se cerrara detrás de mí, y de nuevo, no me acordaba de haberlo hecho.
Jean-Claude estaba en la bañera de mármol negro. Estaba de rodillas, su largo pelo negro pegado a su espalda. Se había duchado. El
ardeur
me dirigía hacia él como una tormenta de necesidad corriendo por el cuarto de baño. Por supuesto, él me había sentido como una tormenta de deseo antes, pero eso no siempre significaba que la tormenta cayera sobre ti.
Pude oler la fresca, sangre caliente, cuando Richard se inclinó hacia la garganta del venado. El lobo que en realidad había hecho la matanza se había retirado, por lo que el Ulfric se podía alimentar. La piel del venado olía a acre, casi amargo, como si el miedo se hubiera adherido a la piel. No quería estar en la cabeza de Richard cuando él hincara los dientes para comerse la carne.
Me metí en la bañera con ropa incluida, el agua caliente comenzó a empapar mis pantalones casi hasta la parte superior de los muslos. «Ayúdame», dije en un susurro que estaba destinado a convertirse en un grito.
Jean-Claude se puso de pie, el agua corría por la blancura perfecta de su piel, haciendo que mis ojos recorrieran el largo de su cuerpo, la búsqueda paró en su entrepierna, estaba flácido y no está listo para mí. Grité mientras Richard hundía los dientes en la piel cubierta de pelo del ciervo.
Jean-Claude me cogió, sino me hubiera caído al agua. De repente no podía sentir a Richard. Era como si una puerta se me cerrara de golpe en la cara y hubo un segundo de bendito silencio, un silencio que recorrió todo el camino hasta mi alma.
Jean-Claude habló durante ese silencio.
—Puedo protegerte de nuestro Richard,
ma petite
, y de ti, pero no puedo protegernos también del
ardeur
.
Me miró fijamente, donde había caído medio desmayada en sus brazos, sus manos en mi espalda, mi cuerpo se inclinó hacia el agua, mis piernas empapadas por el líquido caliente.
Abrí la boca para decir algo, entonces él fue tan bueno como sus palabras, y el
ardeur
volvió con fuerza. Me convulsioné en sus brazos mientras presionaba nuestros cuerpos contra el mármol. Mis manos, mi boca, mi cuerpo pululaban sobre él, trazando sobre la marcha, la piel perfecta, acariciando el trazado débil de las cicatrices del látigo en la espalda, que eran sólo otra parte de su perfección.