Cincuenta sombras más oscuras (67 page)

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Authors: E. L. James

Tags: #Erótico, #Romántico

BOOK: Cincuenta sombras más oscuras
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—¿Y el especialista de Eurocopter vendrá el lunes por la tarde?… Bien. Mantenme informado. Diles que necesito sus primeras conclusiones el lunes a última hora o el martes por la mañana.

Cuelga y da la vuelta a la silla, pero al verme se queda quieto, con gesto impasible.

—Hola —musito.

Él no dice nada, y se me cae el corazón a los pies. Entro con cuidado en su estudio y me acerco a la mesa donde está sentado. Él sigue sin decir nada, y no deja de mirarme a los ojos. Me quedo de pie frente a él, sintiéndome ridícula de cincuenta mil formas distintas.

—He vuelto. ¿Estás enfadado conmigo?

Él suspira y me coge de la mano. Me atrae hacia él, me sienta en su regazo de un tirón y me rodea con sus brazos. Hunde la nariz en mi cabello.

—Sí —dice.

—Perdona. No sé lo que me ha pasado.

Me acurruco en su regazo, aspiro su celestial aroma a Christian y me siento segura, pese a saber que está enfadado.

—Yo tampoco. Vístete como quieras —murmura. Sube la mano por mi pierna desnuda hasta el muslo—. Además, este vestido tiene sus ventajas.

Se inclina para besarme y nuestros labios se rozan. La pasión, o la lujuria, o una necesidad profundamente arraigada de hacer las paces, me invade, y el deseo me inflama la sangre. Le cojo la cabeza entre las manos y sumerjo los dedos en su cabello. Él gime y su cuerpo responde, y me mordisquea con avidez el labio inferior… el cuello, la oreja, e invade mi boca con su lengua, y antes de que me dé cuenta se baja la cremallera de los pantalones, me coloca a horcajadas sobre su regazo y me penetra. Yo me agarro al respaldo de la silla, mis pies apenas tocan el suelo… y empezamos a movernos.

* * *

—Me gusta tu forma de pedir perdón —musita con los labios sobre mi pelo.

—Y a mí la tuya —digo con una risita, y me acurruco contra su pecho—. ¿Has terminado?

—Por Dios, Ana, ¿quieres más?

—¡No! De trabajar.

—Aún me queda una media hora. He oído tu mensaje en el buzón de voz.

—Es de ayer.

—Parecías preocupada.

Le abrazo fuerte.

—Lo estaba. No es propio de ti no contestar a las llamadas.

Me besa el cabello.

—Tu pastel ya estará listo dentro de media hora.

Le sonrío y bajo de su regazo.

—Me hace mucha ilusión. Cuando estaba en el horno olía maravillosamente, incluso evocador.

Le sonrío con timidez, un poco avergonzada, y él responde con idéntica expresión. Vaya, ¿realmente somos tan distintos? Quizá esto le traiga recuerdos de la infancia. Me inclino hacia delante, le doy un beso fugaz en la comisura de los labios y me voy a la cocina.

* * *

Cuando le oigo salir del estudio, ya lo tengo todo preparado, y enciendo la solitaria vela dorada de su pastel. Él me dedica una sonrisa radiante mientras se acerca muy despacio, y yo le canto bajito «Cumpleaños feliz». Luego se inclina y sopla con los ojos cerrados.

—He pedido un deseo —dice cuando vuelve a abrirlos, y por alguna razón su mirada hace que me sonroje.

—El glaseado aún está blando. Espero que te guste.

—Estoy impaciente por probarlo, Anastasia —murmura, haciendo que suene muy sensual.

Corto una porción para cada uno, y procedemos a comérnoslo con tenedores de postre.

—Mmm —dice con un gruñido de satisfacción—. Por esto quiero casarme contigo.

Yo me echo a reír, aliviada… Le gusta.

* * *

—¿Lista para enfrentarte a mi familia?

Christian para el motor del R8. Hemos aparcado en el camino de entrada a la casa de sus padres.

—Sí. ¿Vas a decírselo?

—Por supuesto. Tengo muchas ganas de ver cómo reaccionan.

Me sonríe maliciosamente y sale del coche.

Son las siete y media, y aunque el día ha sido cálido, sopla una fresca brisa vespertina procedente de la bahía. Me envuelvo con el chal y bajo del coche. Llevo un vestido de cóctel verde esmeralda que encontré esta mañana cuando rebuscaba en el armario. Tiene un cinturón ancho a juego. Christian me da la mano, y vamos hacia la puerta principal. Carrick la abre de par en par antes de que llamemos.

—Hola, Christian. Feliz cumpleaños, hijo.

Coge la mano que Christian le ofrece, pero tira de ella y le sorprende con un breve abrazo.

—Esto… gracias, papá.

—Ana, estoy encantado de volver a verte.

Me abraza también, y entramos en la casa detrás de él.

Antes de poner los pies en el salón, vemos a Kate que viene hacia nosotros con paso enérgico por el pasillo. Parece indignada.

¡Oh, no!

—¡Vosotros dos! Quiero hablar con vosotros ahora mismo —nos suelta, con su tono de «Más os vale no engañarme».

Nerviosa, miro de reojo a Christian. Él se encoge de hombros, decide seguirle la corriente y entramos detrás de ella en el comedor, dejando a Carrick perplejo en el umbral del salón. Ella cierra la puerta de golpe y se vuelve hacia mí.

—¿Qué coño es esto? —masculla, agitando una hoja de papel frente a mí.

Completamente desconcertada, la cojo y le echo un rápido vistazo. Se me seca la boca. Oh, Dios. Es mi e-mail de respuesta a Christian sobre el tema del contrato.

22

Me quedo totalmente pálida, se me hiela la sangre y el miedo invade mi cuerpo. De forma instintiva me coloco entre ella y Christian.

—¿Qué es eso? —murmura Christian, con recelo.

Yo le ignoro. No puedo creer que Kate esté haciendo esto.

—¡Kate! Esto no tiene nada que ver contigo.

La fulmino con una mirada ponzoñosa, la ira ha reemplazado al miedo. ¿Cómo se atreve a hacer esto? Ahora no, hoy no. En el cumpleaños de Christian, no. Sorprendida ante mi respuesta, ella abre de par en par sus ojos verdes y parpadea.

—¿Qué es eso, Ana? —dice Christian otra vez, ahora en un tono más amenazador.

—¿Podrías marcharte, Christian, por favor? —le pido.

—No. Enséñamelo.

Extiende la mano, y sé que no es momento de discutirle; habla con dureza y frialdad. Le entrego el e-mail de mala gana.

—¿Qué te ha hecho él? —pregunta Kate, sin hacer caso de Christian, y parece muy preocupada.

En mi mente aparece una sucesión de multitud de imágenes eróticas, y me ruborizo.

—Eso no es asunto tuyo, Kate.

No puedo evitar el tono de exasperación que tiene mi voz.

—¿De dónde sacaste esto? —pregunta Christian con la cabeza ladeada e inexpresivo, pero en un tono bajo muy… amenazador.

Kate se sonroja.

—Eso es irrelevante. —Pero, al ver su mirada glacial, prosigue enseguida—: Estaba en el bolsillo de una americana, que supongo que es tuya, y que encontré detrás de la puerta del dormitorio de Ana.

La firmeza de Kate se debilita un poco ante la abrasadora mirada gris de Christian, pero aparentemente se recupera y le clava la vista furiosa.

Con su vestido ceñido de un rojo intenso, parece la hostilidad personificada. Está impresionante. Pero ¿qué demonios hacía rebuscando en mi ropa? Normalmente es al revés.

—¿Se lo has contado a alguien?

Ahora la voz de Christian es como un guante de seda.

—¡No! Claro que no —replica Kate, ofendida.

Christian asiente y parece relajarse. Se da la vuelta y se encamina hacia la chimenea. Kate y yo permanecemos calladas mientras vemos cómo coge un encendedor de la repisa, prende fuego al e-mail, lo suelta y deja que caiga flotando lentamente en llamas sobre el suelo del hogar hasta quedar reducido a cenizas. El silencio en la habitación es opresivo.

—¿Ni siquiera a Elliot? —le pregunto a Kate.

—A nadie —afirma enfáticamente ella, que por primera vez parece dolida y desconcertada—. Yo solo quería saber si estabas bien, Ana —murmura.

—Estoy bien, Kate. Más que bien. Por favor, Christian y yo estamos estupendamente, de verdad; eso es cosa del pasado. Por favor, ignóralo.

—¿Que lo ignore? —dice—. ¿Cómo voy a ignorar esto? ¿Qué te ha hecho él? —pregunta, y sus ojos verdes están cargados de preocupación sincera.

—Él no me ha hecho nada, Kate. En serio… estoy bien.

Ella me mira, vacilante.

—¿De verdad?

Christian me pasa un brazo por la cintura y me estrecha contra él, sin apartar los ojos de Kate.

—Ana ha aceptado ser mi mujer, Katherine —dice tranquilamente.

—¡Tu mujer! —chilla Kate, y abre mucho los ojos, sin dar crédito.

—Vamos a casarnos. Vamos a anunciar nuestro compromiso esta noche —afirma él.

—¡Oh! —Kate me mira con la boca abierta. Está atónita—. ¿Te dejo sola quince días y vas a casarte? Esto es muy precipitado. Así que ayer, cuando dije… —Me mira, estupefacta—. ¿Y cómo encaja este e-mail en todo esto?

—No encaja, Kate. Olvídalo… por favor. Yo le quiero y él me quiere. No arruines su fiesta y nuestra noche. No lo hagas —susurro.

Ella pestañea y de pronto sus ojos están brillantes por las lágrimas.

—No. Claro que no. ¿Tú estás bien?

Quiere que se lo asegure para quedarse tranquila.

—Soy más feliz que en toda mi vida —murmuro.

Ella se acerca y me coge la mano, haciendo caso omiso del brazo de Christian rodeando mi cintura.

—¿De verdad estás bien? —pregunta esperanzada.

—Sí.

Le sonrío de oreja a oreja, recuperada por fin mi alegría. Kate se relaja, y su sonrisa es un reflejo de mi felicidad. Me aparto de Christian, y ella me abraza de repente.

—Oh, Ana… me quedé tan preocupada cuando leí esto. No sabía qué pensar. ¿Me lo explicarás? —musita.

—Algún día, ahora no.

—Bien. Yo no se lo contaré a nadie. Te quiero mucho, Ana, como a una hermana. Es que pensé… no sabía qué pensar, perdona. Si tú eres feliz, yo también soy feliz.

Mira directamente a Christian y se disculpa otra vez. Él asiente, pero su mirada es glacial y su expresión permanece imperturbable. Oh, no, sigue enfadado.

—De verdad que lo siento. Tienes razón, no es asunto mío —me dice al oído.

Llaman a la puerta, Kate se sobresalta y yo me aparto de ella. Grace asoma la cabeza.

—¿Todo bien, cariño? —le pregunta a Christian.

—Todo bien, señora Grey —salta Kate al instante.

—Estupendamente, mamá —dice Christian.

—Bien. —Grace entra—. Entonces no os importará que le dé a mi hijo un abrazo de cumpleaños.

Nos sonríe a ambos. Él la estrecha con fuerza entre sus brazos y su gesto inmediatamente se suaviza.

—Feliz cumpleaños, cariño —dice ella en voz baja, y cierra los ojos fundida en ese abrazo—. Estoy tan contenta de que no te haya pasado nada.

—Estoy bien, mamá. —Christian le sonríe.

Ella se echa hacia atrás, le examina fijamente y sonríe radiante.

—Me alegro muchísimo por ti —dice, y le acaricia la cara.

Él le devuelve una sonrisa… su entrañable sonrisa capaz de derretir el corazón más duro.

¡Ella lo sabe! ¿Cuándo se lo ha dicho Christian?

—Bueno, chicos, si ya habéis terminado vuestro
tête-à-tête
, aquí hay un montón de gente que quiere comprobar que realmente estás de una pieza, y desearte feliz cumpleaños, Christian.

—Ahora mismo voy.

Grace nos mira con cierta ansiedad a Kate y a mí, y al parecer nuestras sonrisas la tranquilizan. Me guiña el ojo y nos abre la puerta. Christian me tiende una mano, y yo la acepto.

—Christian, perdóname, de verdad —dice Kate humildemente.

Kate en plan humilde… es algo digno de ver. Christian la mira, asiente y ambos salimos detrás de ella.

Una vez en el pasillo, miro de reojo a Christian.

—¿Tu madre sabe lo nuestro? —pregunto con inquietud.

—Sí.

—Ah.

Y pensar que la tenaz señorita Kavanagh podría haber arruinado nuestra velada. Me estremezco al pensar en las consecuencias que podría tener que el estilo de vida de Christian saliera a la luz.

—Bueno, ha sido una forma interesante de empezar la noche.

Le sonrío con dulzura. Él baja la mirada hacia mí, y aparece de nuevo su mirada irónica. Gracias a Dios.

—Tiene usted el don de quedarse corta, señorita Steele. Como siempre. —Se lleva mi mano a los labios y me besa los nudillos, y entramos al salón, donde somos recibidos con un aplauso súbito, espontáneo, ensordecedor.

Oh, Dios. ¿Cuánta gente hay aquí?

Echo un rápido vistazo a la sala: están todos los Grey, Ethan con Mia, el doctor Flynn y su esposa, supongo. También está Mac, el tipo del barco; un afroamericano alto y guapo —recuerdo haberle visto la primera vez que estuve en la oficina de Christian—; Lily, esa bruja amiga de Mia, dos mujeres a las que no conozco de nada, y… oh, no. Se me cae el alma a los pies. Esa mujer… la señora Robinson.

Aparece Gretchen con una bandeja de champán. Lleva un vestido negro escotado, el pelo recogido en un moño alto en lugar de las coletas, y al ver a Christian sus pestañas aletean y se sonroja. El aplauso va apagándose y todas las miradas se dirigen expectantes hacia Christian, que me aprieta la mano.

—Gracias, a todos. Creo que necesitaré una de estas.

Coge dos copas de la bandeja de Gretchen y le dedica una sonrisa fugaz. Tengo la sensación de que Gretchen está a punto de desmayarse o de morirse. Christian me ofrece una copa.

Alza la suya hacia el resto de la sala, e inmediatamente todos se acercan, encabezados por la diabólica mujer de negro. ¿Es que siempre viste del mismo color?

—Christian, estaba preocupadísima.

Elena le da un pequeño abrazo y le besa en ambas mejillas. Yo intento soltarme de su mano, pero él no me deja.

—Estoy bien, Elena —musita Christian con frialdad.

—¿Por qué no me has llamado? —inquiere ella desesperada, buscando su mirada.

—He estado muy ocupado.

—¿No recibiste mis mensajes?

Christian se remueve, incómodo, me rodea con un brazo y me estrecha hacia él. Sigue mirando a Elena con gesto impasible. Ella ya no puede seguir ignorándome, y me saluda con un asentimiento cortés.

—Ana, querida —dice ronroneante—. Estás encantadora.

—Elena —respondo en el mismo tono—. Gracias.

Capto una mirada de Grace, que frunce el ceño al vernos a los tres juntos.

—Tengo que anunciar una cosa, Elena —le dice Christian con indiferencia.

A ella se le enturbia la mirada.

—Por supuesto.

Finge una sonrisa y da un paso atrás.

—Escuchadme todos —dice Christian.

Espera un momento hasta que cesa el rumor de la sala, y todos vuelven a centrar sus miradas en él.

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