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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #ciencia ficción

Ciudad abismo (87 page)

BOOK: Ciudad abismo
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—¿Qué quieres decir? —preguntó Zebra—. Un método…

—Es un mensaje —dije tras rodear el cadáver colgante para poder verle mejor la cara—. Una especie de tarjeta de visita. De hecho, es un mensaje para mí. —Toqué la cara de Dominika y la ligera presión de mi mano hizo que la cabeza se volviera hacia un lado, de modo que los demás pudieran ver la limpia herida entre los ojos—. Porque —dije poniéndole voz por primera vez a una verdad que ya sabía— fue Tanner Mirabel el que lo hizo.

Aunque hacía tiempo que había dejado de contar el paso del tiempo (¿de qué servía cuando eras inmortal?) y había modificado los archivos para oscurecer los detalles de mi propio pasado, al llegar mi sesenta cumpleaños supe que debía actuar. La elección del momento no había sido mía, sino que la habían forzado los mecanismos de nuestro viaje; pero, de todos modos, podía haber dejado pasar aquel instante si hubiera querido, olvidar los planes que me habían ocupado la mente de forma tan completa durante media vida. Las preparaciones habían sido meticulosas, y si hubiera decidido abandonar mis planes nunca hubieran salido a la luz. Durante un instante me permití el agridulce placer de comparar unos futuros totalmente opuestos: uno en el que triunfaba; otro en el que me sometía sumisamente al bien mayor de la Flotilla, aunque aquello significara problemas para mi propia gente. Y, durante un instante fugaz, vacilé.

—Preparado —dijo el Viejo Armesto del
Brasilia
.

—Ignición de frenado en veinte segundos.

—De acuerdo —dije desde la estratégica posición de mi sillón de mando, elevado sobre el puente. Otras dos voces repitieron lo mismo tras un pequeño lapso; los capitanes del
Bagdad
y el
Palestina
.

Final del Camino estaba ya muy cerca, su estrella era la más brillante de la pareja 61 Cygni, una linterna sangrienta en la noche. Contra todo pronóstico, contra todas las predicciones, la Flotilla había cruzado el espacio interestelar con éxito. El hecho de que una nave hubiera sido destruida no enturbiaba la victoria en absoluto. Los planificadores que habían lanzado la flota siempre supieron que habría pérdidas. Y, por supuesto, aquellas pérdidas no se habían limitado a la nave desaparecida. Muchos de los durmientes
momios
nunca verían su destino. Pero también aquello se esperaba.

En resumen, se mirara por donde se mirara, era un triunfo.

Pero el viaje todavía no había terminado; la Flotilla seguía a velocidad de crucero. Aunque solo quedaba por recorrer una pequeña distancia, era la parte más importante del viaje. Al menos los planificadores no habían pensado en aquello. Nunca habían previsto la profunda discordia que acabaría propagándose por las naves con el tiempo.

—Diez segundos —dijo Armesto—. Buena suerte a todos. Buena suerte y velocidad divina. Será una carrera muy reñida.

No tanto como imaginas
, pensé.

Los restantes segundos fueron pasando y después, no del todo sincronizados, tres soles ardieron en la noche, donde antes solo había estrellas. Por primera vez en un siglo y medio, los motores de la Flotilla volvían a encenderse… engullían materia y antimateria, y escupían energía pura para reducir por primera vez el ocho por ciento de velocidad de la luz al que todavía avanzaba la Flotilla.

Si lo hubiera querido, habría oído crujir el enorme esqueleto estructural del
Santiago
al adaptarse la nave a la tensión de frenado. El mismo encendido hubiera sido un rumor bajo y distante, sentido más que oído, pero no menos estimulante por ello. Pero había tomado mi decisión; nada había cambiado.

—Tenemos indicaciones de encendidos limpios en las consolas… —dijo el otro capitán antes de que la duda se percibiera en su voz—.
Santiago
, no tenemos la señal de inicio de vuestro encendido… ¿tenéis dificultades técnicas, Sky?

—No —dije tranquilo y tajante—. Ninguna dificultad en estos momentos.

—Entonces, ¡por qué no habéis iniciado el encendido! —Era más un grito de indignación que una pregunta.

—Porque no vamos a hacerlo. —Sonreí para mí; el gato ya no estaba encerrado. Había pasado el momento crucial; un solo futuro posible se había elegido y otro quedaba descartado—. Lo siento, capitán, pero hemos decidido permanecer en modo crucero un poco más.

—¡Es una locura! —estaba seguro de poder oír la saliva de Armesto caer sobre el micrófono como si fueran olas de espuma—. Tenemos espías, Haussmann, buenos espías. Sabemos perfectamente que no has realizado cambios en los motores que no hayamos hecho nosotros. ¡No tienes ninguna forma de llegar a Final del Camino antes! Tienes que iniciar el encendido y seguirnos a los demás o…

Jugueteé con los brazos del asiento.

—¿O qué, exactamente?

—O nosotros…

—No haréis nada. Todos sabemos que resultaría fatal apagar esos motores una vez que han empezado a quemar antimateria. —Era cierto. Cualquier motor de antimateria sufría una inestabilidad feroz, estaban diseñados para seguir encendidos hasta que hubieran gastado todo su reactivo, suministrado desde el depósito de confinamiento magnético. Los susurrantes técnicos de motores tenían un nombre para aquella inestabilidad magnetohidrodinámica en concreto que evitaba que el flujo pudiera reducirse sin fugas, pero aquello no tenía importancia: el combustible para la fase de deceleración tenía que guardarse en un depósito totalmente separado del que había acelerado a la nave hasta la velocidad de crucero. Y como las otras tres naves habían iniciado el encendido, estaban más o menos obligadas a él.

Al no seguirlas, había traicionado su confianza de un modo terrible.

—Al habla Zamudio, del
Palestina
—dijo otra voz—. Tenemos un flujo estable, luz verde en todos los paneles… vamos a intentar una parada a medio encendido antes de que Haussmann quede demasiado por delante de nosotros. Puede que nunca tengamos otra oportunidad como esta.

—Por amor de Dios, ¡no lo hagáis! —dijo Armesto—. Nuestras simulaciones dicen que una parada solo tiene un treinta por ciento de probabilidad de…

—Las nuestras dicen que es algo más… un poco más.

—Esperad, por favor. Vamos a enviaros nuestros datos técnicos… no hagáis nada hasta verlos, Zamudio.

Debatieron el asunto durante la siguiente hora, enviándose una simulación tras otra y discutiendo sobre su interpretación. Por supuesto, pensaban que la conversación era privada, pero mis agentes habían colocado escuchas en sus naves hacía tiempo, al igual que ellos, suponía yo. Escuché, con cierta diversión, cómo los argumentos se volvían más frenéticos y rencorosos. No era un tema trivial arriesgarse a una detonación de antimateria tras siglo y medio de viaje. En circunstancias normales habrían alargado el debate varios meses, quizá hasta años; hubieran sopesado la importancia de cada pequeño beneficio frente a cada posible muerte. Pero todo aquel rato siguieron frenando mientras el
Santiago
avanzaba triunfante delante de ellos y cada segundo que lo retrasaban la distancia se hacía mayor.

—Ya hemos hablado bastante —dijo Zamudio—. Iniciamos la parada.

—Por favor, no —dijo Armesto—. Al menos, déjanos pensarlo un día, ¿vale?

—¿Y dejar que ese cabrón llegue antes que nosotros? Lo siento, pero ya nos hemos comprometido a parar. —La voz de Zamudio se volvió metódica al leer en voz alta las variables—. Amortiguando la propulsión en cinco segundos… la topología de la botella parece estable… reduciendo flujo de combustible… tres… dos… uno…

Se produjo un aullido de estática. Uno de los nuevos soles se había vuelto nova de repente y había eclipsado a sus hermanos. Era una rosa blanca de bordes púrpura con tonos negros. La observé en silencio, maravillado ante aquel fuego del infierno. Toda una nave desaparecida en un abrir y cerrar de ojos, justo como Titus me había contado la muerte del
Islamabad
. Había algo purificador en aquella nueva luz… algo que casi resultaba piadoso. La observé apagarse. Un soplo de iones calientes golpeó nuestra nave, un pálido reflejo de lo ocurrido con el
Palestina
y, durante un instante, las pantallas de estado del puente temblaron y se llenaron de estática, pero las naves de la Flotilla estaban ya tan lejos que la desaparición de una no podía afectar a las demás.

Cuando se restablecieron las comunicaciones oí la voz del otro capitán.

—Haussmann, cabrón —decía Armesto—. Es culpa tuya.

—¿Porque he sido más listo que vosotros?

—¡Porque nos mentiste, hijo de puta! —reconocí la voz como la de Omdurman—. Titus valía un millón de veces más que tú, Haussmann… conocía a tu padre. Comparado con él no eres… nada. Porquería. Y, ¿sabes lo peor? También has matado a tu propia gente.

—No creo haber sido tan estúpido —dije.

—Bueno, no cuentes con ello —dijo Armesto—. Te dije que nuestros espías eran buenos, Haussmann. Conocemos tu nave tan bien como la nuestra.

—Nosotros también tenemos espías —añadió Omdurman—. No tienes ningún as en la manga. Tendrás que empezar a frenar o pasarás de largo nuestro destino; pararás en seco en medio del espacio interestelar.

—No va a ocurrir así —dije.

Aquello no se parecía a lo que había planeado, pero a veces no se puede seguir el programa al pie de la letra, sino su línea general; hay que escuchar la forma global de la sinfonía en vez de cada una de sus notas. Con la ayuda de Norquinco había realizado algunas modificaciones a mi sillón de mando. Levanté un panel instalado en la piel negra del brazo y destapé una consola plana llena de botones que me coloqué en el regazo. Dejé patinar los dedos por la matriz de botones y apareció un mapa. Era un esquema en forma de cactus del eje de la nave, en el que aparecían los durmientes y su estado corpóreo.

A lo largo de los años había trabajado con mucha diligencia para separar el trigo de la paja.

Me había asegurado de que la mayoría de los muertos se reunieran en sus propios anillos de durmientes, repartidos por el eje. Al principio había sido un trabajo duro, ya que los durmientes no se morían de acuerdo con el cuidadoso diseño de mis planes, sino siguiendo formas aleatorias que resultaban realmente molestas. Al menos, al principio. Después comencé a desarrollar mi toque mágico. Solo necesitaba desear que ciertos
momios
murieran y parecía suceder. Por supuesto, había que llevar a cabo ciertos rituales para que la magia funcionara de forma correcta. Tenía que visitarlos, tocar sus cabinas. A veces (aunque a mí me parecía trabajar de forma inconsciente) tenía que realizar pequeños ajustes en sus sistemas de soporte vital. No era que pretendiera dañarlos de forma deliberada… pero, de algún modo que no alcanzaba a comprender, mi trabajo bastaba para hacerlo. Lo cierto era que parecía magia.

Y me había servido mucho. Los muertos y los vivos estaban separados. Una fila completa de anillos de durmientes (dieciséis de ellos, con ciento sesenta cabinas) estaba ocupada únicamente por los fallecidos. La mitad de otra fila; otros ochenta y seis muertos. Un cuarto de los durmientes nos había abandonado.

Tecleé la secuencia de órdenes que me había aprendido de memoria hacía tiempo. Norquinco me la había dado tras años de trabajo clandestino. Había sido un golpe de ingenio reclutarlo para la causa. Según todos los manuales técnicos y los consejos de los mejores expertos, lo que estaba a punto de hacer no debería haber sido posible; un montón de enclavamientos de seguridad debería evitarlo. A lo largo de los años, conforme se abría paso por la jerarquía del equipo de auditores, Norquinco había encontrado formas para rodear cualquier sistema de fallo seguro supuestamente inaccesible y esconder sus actividades con sigilo y astucia.

Y con aquel trabajo Norquinco había ganado confianza. En un primer momento me sorprendió la transformación, hasta que me di cuenta de que aquello era inevitable tras haberse instalado en el equipo de auditores. Norquinco se había visto obligado a pasar por los procesos de funcionamiento de un entorno humano normal, en vez de refugiarse en su estudiado aislamiento habitual. Al alcanzar una posición de mando en el equipo, Norquinco se había metido en el papel con una capacidad de adaptación preocupante. Llegó un momento en el que yo ya no tuve que seguir interviniendo en sus ascensos.

Pero nunca lo había llegado a perdonar por su traición a bordo del
Caleuche
. Solo nos reuníamos de forma periódica; cada vez que lo hacíamos notaba un aumento progresivo de su arrogancia. Al principio me había resultado fácil pasarlo por alto. El trabajo avanzaba a buen ritmo, los informes de Norquinco detallaban cada capa de salvaguardias atravesada. Le había exigido que demostrara que el trabajo estaba realmente hecho y Norquinco había cumplido. No tenía ninguna duda de que la tarea estaría terminada a mi gusto cuando la necesitara.

Pero se había producido un fallo en el sistema.

Cuatro meses antes, después de haber traspasado la última capa de salvaguardias de la maquinaria, el trabajo estaba terminado a todos los efectos. Y, de repente, comprendí por qué Norquinco había sido tan solícito.

—El término técnico para el acuerdo que voy a proponerte —dijo Norquinco— es, según creo, chantaje.

—No hablarás en serio.

Nos habíamos encontrado en el pasillo del eje, cerca del nodo siete, durante una de las visitas de inspección.

—Oh, hablo muy en serio, Sky. Ahora te das cuenta, ¿verdad?

—Empiezo a entenderlo —miré el pasillo. Me pareció ver un brillo naranja parpadear más abajo—. ¿Qué quieres exactamente, Norquinco?

—Influencia, Sky. El grupo de auditores no basta. Es un trabajo sin salida para locos de la informática. El trabajo técnico ya no me interesa. He estado a bordo de una nave alienígena. Eso cambia tus expectativas. Quiero un reto mayor. Me prometiste glorias cuando estábamos a bordo del
Caleuche
; no lo he olvidado. Ahora quiero parte de ese poder y de esa responsabilidad.

Escogí mis palabras con cuidado.

—Hay todo un mundo de diferencia entre piratear software y dirigir una nave, Norquinco.

—Oye, no me trates con condescendencia. Me doy cuenta, cabrón arrogante. Por eso he dicho que quiero un reto. Y tampoco creo querer tu trabajo… al menos, no todavía. Dejaré que la ley de la sucesión natural me ayude en ese punto. No; quiero un puesto de oficial superior… un grado por debajo de ti me bastará. Un puesto cómodo con excelentes perspectivas para cuando aterricemos. Creo que me haré con un pequeño feudo en Final del Camino.

BOOK: Ciudad abismo
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