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Authors: Carl Bowen

Tags: #Fantástico

Colmillos Plateados (15 page)

BOOK: Colmillos Plateados
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Tras desgarrar las redes de patrón que recorrían la celosía, fueron recibidos al llegar al mundo espiritual por feroces vientos de tormentas y restos voladores. La Tormenta de la Umbra impedía casi por completo la visibilidad a la altura del suelo pero a la manera intuitiva propia del mundo espiritual, los Garou podían ver una infinitud de serpentinas Perdiciones voladoras que cruzaban el cielo como nubes negras, enfebrecidas por la intensidad de la tormenta. Algunos de los guerreros que ya habían cruzado desaparecieron gritando en la tormenta, atrapados por bandadas de Perdiciones a las que no habían visto llegar.

La condición del mundo espiritual era mucho peor de lo que había sido en el momento de su llegada. Los vientos parecían capaces de arrastrar incluso cuerpos en forma Crinos y casi los derribaban. Las Perdiciones cubrían los suelos del valle y la montaña como hormigas de un hormiguero perturbado y un número aún mayor de criaturas aladas inundaba la tormenta. Los primeros Garou que habían cruzado la tormenta estaban haciendo lo que podían para contenerlas y las comunicaciones en ese estado resultaban poco menos que imposibles.

Sin embargo, Albrecht y los demás tenían que ignorar la conmoción y concentrarse en la boca del túnel situada en el centro del vacilante perímetro defensivo establecido por el margrave. A su alrededor, la tierra era negra como la tinta y estaba cubierta por profundas fisuras que supuraban un icor amarillento. Era como si un chancro ulcerado hubiese cubierto el suelo de la Umbra, de cuyos bordes manaba más de aquel nauseabundo líquido parecido a pus, pero Albrecht podía ver que debajo de éste la tierra se abombaba a causa del túnel que discurría por allí. Sin duda aquél era el camino y los demás guerreros le habían allanado el camino.

Tras intercambiar miradas de asco, los Colmillos apretaron los dientes y, uno por uno, se introdujeron por el túnel. Cuando lo hicieron, la ennegrecida costra se hizo pedazos y desaparecieron. No obstante, por malos que hubieran sido los alrededores, nada podía haberlos preparado para la realidad de lo que los esperaba en el túnel. Un escalofrío colectivo los recorrió cuando llegaron al suelo y miraron a su alrededor.

Delante de ellos, el túnel se adentraba en una oscuridad completa y era tan alto que un guerrero en forma Crinos apenas llegaría a acariciar el techo con las yemas de los dedos. Parecía lo bastante ancho como para que tres guerreros avanzasen por él hombro con hombro. Las paredes y el techo estaban cubiertos por franjas de hongos verdes resplandecientes que proporcionaban una limitada visibilidad. Había unos orificios viles y goteantes en las paredes y el suelo, dispuestos al azar en apariencia, de los que brotaban susurros enloquecidos que no llegaban a alcanzar el umbral de lo sensible. El túnel entero palpitaba como el interior de una vena. Albrecht podía sentir la porquería del Wyrm en el aire, arrastrándose por su piel, metiéndosele en la boca, pegándose a las paredes de su nariz. La sensación hizo que le lloraran los ojos pero no se atrevió a frotárselos para no extender la penetrante mancha.

—Muy bien, todos —resolló—. La parte fácil ha terminado. Sigamos.

Tratando de mantenerse tan calmados y concentrados como Albrecht aparentaba estar, los demás empezaron a trotar en dirección a la montaña. Mientras se movían, pudieron sentir una repugnante sensación de peristalsis, como si el túnel se los estuviera tragando para depositarlos en el vientre de alguna bestia hambrienta.

Después de lo que pareció una eternidad de espera, los puentes lunares situados alrededor del Abismo se contrajeron al fin y una hueste de guerreros de refresco emergió de su interior. Tajavientres se adelantó con impaciencia. El sonido creciente y fluctuante de los cánticos de los Theurge le había crispado los nervios y el hecho de que ninguno de los centinelas hubiera informado desde hacía casi una hora no contribuía desde luego a calmarlo. Casi hubiera preferido estar fuera, luchando, que coordinando los esfuerzos desde el interior. Y el hecho de que el ritual de Garramarga se estuviera prolongando tanto empeoraba las cosas aún más. Pero al menos los refuerzos que había pedido a Arastha estaban por fin allí.

—Reuníos a mi alrededor —dijo mientras los guerreros examinaban la cámara y lanzaban miradas ceñudas a las figuras vestidas de negro que rodeaban el Abismo—. Bienvenidos. Os necesitábamos con urgencia.

—Ya —le gruñó un sujeto alto de cabello largo y rojizo—. ¿Estás al mando? —Tajavientres asintió—. ¿Dónde nos quieres?

Tajavientres señaló la antecámara por encima de su hombro.

—Por allí. El túnel conduce a la cámara donde acampamos. Más allá está el túnel que lleva al exterior. Buscad a los Theurge de vuestras colmenas. Cuando los encontréis, ayudadlos a contener al enemigo. Se trata de un ataque en toda regla, ¿entendido?

—Sí —dijo el otro. A continuación se volvió hacia los demás y les dijo—. Por aquí, muchachos. Ya habéis oído al jefe.

Los demás guerreros ladraron y aullaron de excitación y lo siguieron fuera de la cámara. Eran casi una veintena y Tajavientres dejó escapar un suspiro de alivio. Serían suficientes para proteger a los Theurge a los que había apostado en el exterior. Gracias a los aliados de Garramarga, éstos contaban aún con Perdiciones más que de sobra bajo su mando. El túmulo era seguro. Además, el temblor de tierra que por dos veces ya había sacudido la cámara parecía indicar que el ritual de Garramarga marchaba conforme a lo prometido, si bien no con especial rapidez. Probablemente no había de qué preocuparse.

Sólo hubiera deseado que sus vigías se apresuraran a volver con los informes sobre el curso de la batalla que se estaba desarrollando en el exterior. La fe que tenía en sus subordinados no llegaba demasiado lejos.

—¡Cerrad el círculo! —gritó Konietzko a sus hombres desafiando la furia de la tormenta al tiempo que clavaba a un Ooralath al suelo con su espada—. ¡Sergiy! ¡Preparaos para entrar en el túnel!

—¡Espera! —gritó Cólera Lenta, mientas le arrancaba una pierna a un Scrag y la utilizaba como garrote—. ¡No lo hagas! ¡Algo va mal!

Antes de que Caminante del Alba tuviera tiempo siquiera de formular la obvia pregunta, la respuesta llegó desde arriba. Las Perdiciones voladoras salieron de repente despedidas en todas direcciones y, sobre sus cabezas, una explosión hizo jirones el cielo. Aquellos que estaban mirando creyeron ver cómo aparecía una brillante y retorcida serpentina de energía y describía a continuación un elevado arco en el cielo antes de partirse en millares de fragmentos al rojo blanco. El resto de los guerreros no tardó en comprender lo que estaba ocurriendo pues entonces los fragmentos empezaron a llover por todas partes. Caían como meteoritos u obuses de mortero, diezmando las filas de las Perdiciones y desperdigando a los guerreros gaianos, presa de un pánico instintivo. Ninguno de ellos podía oír nada por encima de la cacofonía redoblada de la tormenta y el estrépito provocado por los fragmentos al explotar. Manadas enteras desaparecieron y los supervivientes tuvieron que sortear un granizo mortal mientras permanecían agachados para no ser arrastrados por los vientos de la tormenta.

Konietzko había sido arrojado a varios metros de distancia y se incorporó con lentitud. Mientras el tañido ensordecedor de sus oídos empezaba a remitir, examinó la escena con la mirada, tratando de averiguar lo que había ocurrido. Aún seguían lloviendo proyectiles pero lo que en aquel momento atraía sus cinco sentidos era el cráter del que había caído más cerca. A su alrededor se estaban asentando los escombros umbrales y de su interior emanaba un alarido diferente a cualquier otra cosa que jamás hubiera oído. Pero mientras corría hacia el cráter, estuvo a punto de toparse de bruces con algo que brotaba de su interior. Era un enorme cuerpo negro de ofidio, con alas membranosas y unas grandes fauces hambrientas. Una nueva Perdición, como las que volaban por la tormenta. Mientras empezaban a aparecer nuevas criaturas en los cráteres situados por todo el valle, Konietzko comprendió lo que acababa de ocurrir: Mephi Más-Rápido-que-la-Muerte había descrito un hecho similar sucedido en la Cloaca del Tisza. Otra de las cadenas de patrón que cubrían la prisión de Jo’cllath’mattric acababa de romperse.

Y lo que era más, parte de los escombros provocados por aquel incesante bombardeo habían caído en mitad de su perímetro defensivo, sellando el túnel detrás de los Colmillos Plateados y haciendo imposible que acudieran en su ayuda.

Albrecht y sus guerreros llevaban casi un minuto corriendo cuando sintieron la explosión. La tierra se estremeció a su alrededor y los arrojó al suelo, ensordecidos.

—¿Qué demonios ha sido eso? —demandó Albrecht mientras se ponía en pie temblando y con gran esfuerzo.

—Creo que tengo una idea —dijo Mephi al tiempo que se ponía en pie apoyándose en su vara—. Creo que una cadena de patrón acaba de partirse ahí fuera. Lo que ocurrió en el Tisza fue bastante parecido. Recuerdo que no dejó a todos sordos y mareados y…

Al decir esto se le abrieron mucho los ojos y se volvió para mirar en la dirección por la que habían venido. Tvarivich y sus guerreros, que estaban tratando de ponerse en pie, se miraron unos a otros, confundidos.

—¿Qué? —preguntó Albrecht.

—También derribó los túneles del Wyrm —terminó Mephi. Albrecht y los demás volvieron la mirada y vieron que, en efecto, el túnel estaba bloqueado por rocas y tierra. El desplome se había producido a unos doce metros atrás. Gracias a Gaia no habían perdido a nadie pero ahora no había forma de que Konietzko o los demás pudieran alcanzarlos.

—Vaya, mierda —ladró Albrecht, a falta de algo más solemne o inspirador.

—¿Y ahora qué? —dijo Mephi.

—Debemos tratar de regresar —dijo Tvarivich—. Invocaré a un elemental de tierra para que nos ayude a limpiar…

—¡Ahora no podemos hacer eso! —le espetó Albrecht—. ¿Es que estás loca?

—Puede que los guerreros de Caminante del Alba hubieran entrado ya en el túnel —dijo Tvarivich—. Podrían estar atrapados. Tenemos que liberarlos.

—No tenemos tiempo —dijo Albrecht—. Si de verdad se ha partido una cadena, tenemos que llegar hasta el túmulo y detener a los Espirales antes de que logren romper otra.

Tvarivich abrió la boca para protestar pero se contuvo a tiempo.

—Por supuesto. Vamos.

Cuando todos estuvieron en pie y en disposición de reanudar la marcha, corrieron hacia el otro extremo del túnel. Terminaba en una herida en la tierra muy semejante a la que habían utilizado para entrar, sólo que vertical. Albrecht la atravesó con Amo Solemne y brotó un chorro de pus. Entonces asintió hacia sus guerreros, apretó los dientes y penetró de un salto. Al hacerlo, no sólo cruzó el umbral, sino también la Celosía y se encontró en una sucia y abarrotada cámara situada en el interior de la montaña, iluminada por la luz parpadeante y azul de una antorcha. El suelo estaba cubierto de jergones, mantas sucias y montones de madera quemada. También había sangre en una esquina, en torno a un montón de cadáveres de animales a medio devorar. Según parecía, aquél era el lugar en el que habían acampado originalmente los Espirales que habían encontrado el lugar.

Mephi, Tvarivich y los demás Colmillos emergieron tras él y, una vez juntos, todos pasaron un segundo sacudiéndose de encima la tierra y la porquería del Wyrm. Sólo un túnel salía de aquella gran caverna, y se encontraba en la pared opuesta.

Tvarivich lo señaló con la maza y gruñó.

—El corazón del túmulo está en aquella dirección. Y el Wyrm… su pestilencia es como el calor que emana de la piel de un hombre enfermo. Debemos…

Mephi siseó para pedir silencio y se llevó un dedo a la boca.

—Alguien viene. ¿Lo oís? Son muchos.

Todo el mundo guardó silencio y al cabo de un segundo, también Albrecht pudo oírlo. El repiqueteo de unas garras sobre la piedra, el traqueteo de las armas y unos gruñidos de excitación apenas contenidos que se dirigían hacia ellos.

—Espirales —susurró Mephi—. Un buen número de ellos. Tenemos un minuto más o menos antes de que lleguen.

—Probablemente sean refuerzos para sus camaradas del exterior —dijo Tvarivich.

—El camino está bloqueado —dijo Mephi—. Son problema nuestro.

—No tenemos tiempo —gruñó Albrecht—. Aunque lográramos matarlos, seguirían ganando si nos demoran el tiempo suficiente.

—En ese caso tendremos que acabar con ellos muy deprisa —respondió Mephi con otro gruñido.

—No —dijo Tvarivich—. Podríamos tardar demasiado.

—No tenemos más remedio que enfrentarnos a ellos —dijo Albrecht.

—Entonces lo haremos
nosotros
—dijo Tvarivich—. Pero tú tendrás que seguir adelante sin nosotros. Los contendremos todo el tiempo posible aquí mientras detienes lo que quiera que esté ocurriendo en el corazón del túmulo.

—No me gusta nada ese plan —dijo Albrecht.

—Es el único que tenemos —dijo Mephi. Más allá del túnel del otro lado, el sonido de los guerreros enemigos estaba cada vez más próximo—. Y casi no nos queda tiempo.

—Lo sé —dijo Albrecht con aire sombrío—. No estoy discutiendo. Es sólo que no me gusta.

—Colócate detrás de nosotros en forma de lobo —dijo entonces Tvarivich mientras aprestaba la maza—. Te abriremos un camino.

Albrecht asintió y adoptó la forma Lupus mientras los guerreros de Tvarivich y Mephi formaban una falange a su alrededor en sus formas Crinos. Acababan de hacerlo cuando los Danzantes de la Espiral Negra entraron al otro lado de la cámara. Eran unos veinte y se detuvieron en desorden nada más verlos.

Antes de que nadie pudiera moverse, Mephi se asomó por encima de las cabezas de sus camaradas y dijo:

—Todos vosotros, feos bastardos, vais a morir.

Y con estas palabras, la falange cargó contra la turba de Espirales. Cayeron sobre ellos con mucha fuerza y los obligaron a retroceder, sorprendidos, durante varios segundos, pues los Espirales no habían adoptado aún sus formas Crinos. Los guerreros alcanzaron la entrada del túnel y allí se detuvieron y abrieron su formación para disponerse en una punta de flecha invertida. Los Espirales no se habían recuperado aún del todo y se dejaron apartar del túnel por el que acababan de entrar. Y mientras los Colmillos Plateados se volvían y se abalanzaban sobre ellos, Albrecht saltó de entre sus filas y se perdió por el túnel en dirección al corazón del túmulo.

Capítulo doce

La situación en el valle apenas había mejorado ligeramente para cuando la lluvia de proto-Perdiciones cesó. El suelo de la Penumbra estaba chamuscado y quebrado y había más Perdiciones en el cielo, pero las que quedaban en el suelo estaban dispersas y desorientadas. Los guerreros de Konietzko que aún vivían habían limpiado una zona a su alrededor y formaban un círculo apretado alrededor del lugar en el que la caída de la Perdición había derrumbado el túnel detrás de los Colmillos Plateados.

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