—Es el ultimátum que nos ha dado —dijo Konietzko—. La reina es joven y orgullosa y se niega a discutir el asunto. Pero puede que esté dispuesta a hablar contigo.
—Oh, ahora lo cojo —dijo Albrecht con una sonrisa privada de toda calidez—. Hablará conmigo porque tiene que hacerlo, ¿no? A causa de la corona que llevo.
—No podemos borrar de un plumazo nuestro juicio sobre Arkady —dijo Konietzko—, pero puede que tú seas capaz de mostrarle a Tvarivich la verdad y convencerla para que te revele lo que el traidor le contó. Puede que no sean más que mentiras y engaños pero hasta las mentiras pueden esconder un retazo de verdad. Si nos revelas la información de la reina, lo consideraríamos una contribución muy valiosa a nuestros esfuerzos.
Albrecht asintió. Lo enfurecía que el necio orgullo de la reina tuviera el potencial de hacer tanto mal como la traición de Arkady.
—Muy bien —dijo—. Si eso es lo que necesitáis, hablaré con ella.
—Excelente —dijo el margrave. A continuación volvió a dirigirse al resto de los congregados—. Entonces volveremos a reunirnos mañana. Lord Albrecht, te recomiendo que descanses y te invito a que acudas a nuestro comedor cuando tengas hambre. Te deseo suerte con la Reina Tvarivich y te aseguro que no le deseamos mal alguno. Sabemos que una lealtad demasiado celosa puede algunas veces estar fuera de lugar.
—También yo —dijo Albrecht en voz baja. Más que confiado, se sentía como si Konietzko le estuviera dando palmaditas en la cabeza como a un cachorro.
—Estoy seguro de que no nos defraudarás —dijo Konietzko—. Contamos contigo.
Y con estas palabras, despidió a los líderes y los soldados para el resto del día. Lanzando miradas furiosas a Albrecht o ignorándolo, los demás salieron de la sala y se dirigieron en su mayor parte al comedor. Mephi retrocedió un paso y permaneció tras Albrecht con aire incómodo, esperando a su oportunidad para marcharse. Mientras el margrave se movía para abandonar la sala, Albrecht reparó en un gran tapiz que cubría del techo al suelo la pared que había tras él y que le resultaba familiar a pesar de que nunca lo había visto. El causante era el personaje protagonista, que no era otro que el mismo que había visto inmortalizado en piedra en el pasillo central, Boris Golpe de Trueno. En el tapiz portaba una representación estilizada de una piedra del camino, decorada con glifos que significaban Cielo Nocturno. En la parte inferior de la pintura se veía a un Garou cuyo cuello estaba partiendo Golpe de Trueno. La víctima tenía una expresión lastimera y sus miembros eran débiles y flacos. En su armadura se veía el glifo de la tribu de los Colmillos Plateados así como otros más que querían decir «Corazón de Furia». El pobre desgraciado no parecía demasiado furioso, no obstante. Parecía impotente y ridículo. Y mientras Albrecht abandonaba al fin la cámara de audiencias, casi era capaz de comprenderlo.
Tras una rápida parada para dejar las armas en su habitación, Albrecht y Mephi se encaminaron al oscuro comedor de la fortaleza para tomar un bocado. Vieron a Cólera Lenta y Rápido-como-el-Río sentados juntos, en sus respectivas formas de emparejamiento y rodeados por un puñado de guerreros procedentes de sus clanes. Cerca de ellos pero mirando en otra dirección se encontraba Sergiy Caminante del Alba, hablando a alguien con su gran voz atronadora. Guy Dientesabueso y sus guerreros se sentaban en una esquina de la sala, malhumorados y cariacontecidos, y los guerreros y servidores de Konietzko ocupaban todo el espacio restante. La única mesa disponible se encontraba cerca de una esquina, junto a la puerta trasera. Tratando de no llamar la atención, Albrecht condujo a Mephi hacia allí y se sentaron juntos.
—Me ha tomado el pelo —dijo Albrecht mientras un sirviente les ponía delante dos vasos de agua y desaparecía—. Y le he dejado.
—¿Perdón?
—El Rey Morningkill hacía eso mismo constantemente —dijo Albrecht—. Hasta yo mismo lo he hecho alguna vez. Es lo que se hace cuando algún payaso se presenta en tu corte ladrando y comportándose como un idiota. Te haces el importante y el poderoso y tratas de conseguir que se sienta inútil. Entonces, justo cuando está a punto de marcharse con el rabo entre las piernas, le ofreces alguna mierda de encargo que no quieres hacer y haces que suene como si fuera algo de lo que él pueda ocuparse. He quedado como un cateto de pacotilla y la estupidez de Tvarivich no va a ayudar. Ha sido un completo desastre.
—Supongo que podría haber ido mejor —asintió Mephi.
Albrecht gruñó de irritación y clavó los codos sobre la mesa mientras se inclinaba hacia delante. No por primera vez, deseó haber dejado que Evan lo acompañara. El muchacho tenía un don para la diplomacia y sabía cómo conseguir que la gente lo tomara en serio. Era capaz de decir lo que Albrecht quería decir y hacerlo mucho mejor que él mismo. Mari también hubiera sido de gran ayuda. Seguro que le hubiera encontrado sentido a la «geometría sagrada» y la «metafísica astral» de Konietzko. Si Evan y ella hubieran estado allí, todos seguirían reunidos alrededor de aquella mesa, revisando una vez más los viejos mapas y cartas del Umbra, tratando de dar con Jo’cllath’mattric. Y Tvarivich hubiera podido irse al infierno. Era precisamente una situación de ésas en las que más hubiera necesitado a sus camaradas pero por desgracia ninguno de ellos podía estar allí. Y por supuesto, el único al que podía echar la culpa en último caso era él mismo.
Antes de que las recriminaciones lo devoraran, sin embargo, un prolongado y melifluo aullido procedente del otro extremo de la sala lo distrajo. Lo emitía un alto y esbelto hombre lobo de tribu indeterminada que caminaba por el centro de la sala desde una mesa situada al otro extremo. El tipo venía en forma Crinos, suplicando la atención de todos los que quisieran escucharlo y, en efecto, todos los ojos de la estancia se volvieron hacia él.
—Gryffyth EspumadeMar —susurró Mephi—. El nuevo Cantacuentos del clan. Se nombró a sí mismo —el tono de voz de Mephi parecía sugerir que no había que esperar demasiado de la obra de EspumadeMar, pero puede que eso no fuese más que envidia profesional.
Cuando EspumadeMar hubo reunido la atención que consideró suficiente, se presentó y empezó a entonar una canción que había compuesto y que versaba sobre lo grande e importante que era el Margrave Konietzko. Recorrió la sala de un lado a otro con una enorme y estúpida sonrisa lupina en los labios, exhortando con sus cánticos y aullidos a la audiencia a que se uniera a él para ensalzar la «sombría determinación» de Konietzko, su «preclaro intelecto» u otras mierdas por el estilo. Algunos de los presentes empezaron a cantar a instancias de EspumadeMar y el propio Caminante del Alba coreó un par de versos para gran deleite del Cantacuentos. La melodía era pegadiza y parecía muy popular entre los presentes.
Pero Albrecht no pudo aguantar demasiado. No estaba de humor para oír nada más sobre lo grande que era Konietzko. El culto a la personalidad que parecía haber surgido a su alrededor no podía por menos que recordarle el rebaño de sicofantes e idiotas que había rodeado al Rey Morningkill y se habían negado a reconocer que las cosas estaban empeorando en Tierra del Norte conforme el monarca envejecía. Pensar en ello mientras le daba vueltas a sus errores políticos anteriores era más de lo que podía soportar en aquel momento.
Así que esperó hasta que EspumadeMar estuvo al otro extremo de la sala y de espaldas a él y entonces se levantó para abandonar el comedor. Mephi, que estaba muy ocupado gruñéndole a la espalda del Cantacuentos, reparó en su marcha y se apresuró a seguirlo. Esquivaron a un par de guerreros que acudían a la sala para oír la canción de EspumadeMar y se marcharon a hurtadillas.
Una vez fuera del comedor, caminaron por el pasillo principal en sentido contrario a la corriente de gente que acudía a cenar. Albrecht andaba con los pulgares metidos en los bolsillos del pantalón y la chaqueta de cuero abierta, Mephi iba a su lado, a la derecha, con las manos metidas en los bolsillos del guardapolvos gris. Aparentemente, también el Caminante estaba molesto.
—No entiendo por qué le gusta tanto esa canción a la gente —dijo—. No es
tan
buena.
Albrecht gruñó. A él tampoco le gustaba, pero sólo porque estaba de mal humor.
—O sea, el ritmo y la métrica son muy forzados —se quejó Mephi—. Lo mismo podría ser Emily Dickinson. Y la parte sobre el vampiro de Transilvania… ¿Se puede estar más trillado? El terrorífico chupasangre en su siniestro castillo en lo alto de una montaña siniestra que roba vírgenes de las aldeas cercanas para convertirlas en sus esclavas. Ba-su-ra.
Albrecht sonrió a pesar de lo molesto que estaba.
—Y oh, el vampiro tiene casi un centenar de zombis que le limpian el castillo, por supuesto —continuó Mephi—. ¿Pero está preocupado nuestro margrave? ¡Nada de eso! Los hace pedacitos como si fueran de papel y encuentra al vampiro en el sótano, descansando en su ataúd de terciopelo. Y cuando el vampiro despierta y se arroja sobre el intruso como un idiota, el margrave lo hace trizas… uno, dos, tres.
—No sé —gruñó Mephi—. A mí me ha gustado esa parte.
Mephi le lanzó una mirada de soslayo y puso los ojos en blanco.
—Ahrouns… ¿Sabes?, lo más probable es que ni siquiera ocurriera así. ¿Qué estaban haciendo los guerreros del margrave mientras tanto? ¿Y su manada? ¿Y fue desde aquí hasta Transilvania
andando
? ¡Ya! Realismo, acuda a la parte de atrás.
—Sólo es una canción —dijo Albrecht—. ¿Estás diciendo que nunca has exagerado en una para que sonara mejor?
Mephi se enfureció.
—No tenía que hacerlo. Cuando yo cuento una historia, lo que hace que los héroes parezcan buenos es lo que ellos hacen, no lo que yo me invento.
—Oh —dijo Albrecht—. Supongo que puedo tomarme eso como un cumplido.
Mephi pareció un poco confundido al escucharlo, pero comprendió enseguida.
—Ya. Por
La Saga
. Deberías. Estuviste muy bien.
—Gracias.
Después de esto, caminaron en silencio durante un rato antes de que Mephi volviera a hablar.
—Entonces, ¿vamos donde creo que vamos?
—Sí —dijo Albrecht—. Creo que lo mejor será que vayamos y tratemos de hacer entrar en razón a esa Tvarivich esta misma noche. Siempre que quieras acompañarme y traducir, por supuesto.
—Claro —dijo Mephi—. Para eso estoy aquí. Pero ¿no te preocupa que parezca que no quieres oír la canción del margrave al marcharte tan poco después de que te… pidiera que hablaras con la reina?
—Dejemos que piensen lo que quiera —dijo Albrecht con cierta rigidez—. Tengo razones personales para hablar con Tvarivich.
—Ya veo. Vayamos entonces.
Mephi lo llevó hasta una puerta que daba a la parte trasera de la fortaleza y salieron a una noche fría y nubosa. Al instante, Albrecht sacó un paquete de cigarrillos de uno de los bolsillos de la chaqueta y una caja de cerillas de otro. Le ofreció uno a Mephi, que no lo aceptó, y se pusieron en marcha. Antes de que pudiera encenderlo, aparecieron dos Guardianes del clan en forma Crinos y les preguntaron lo que estaban haciendo.
—Entregar un niño —dijo Albrecht en inglés mientras Mephi contestaba algo en húngaro. Se puso el cigarrillo en la boca y encendió una cerilla—. ¿Dónde está la maternidad más próxima?
Los guardias no parecían hablar inglés pero comprendieron lo que quería saber. Señalaron una vereda que conducía a la extensa planicie rocosa situada cerca de la falda de la montaña y le dijeron que se fuera a fumar allí. Él los saludo, encendió su cigarrillo y se dirigió hacia allá, seguido por Mephi.
Tardaron poco tiempo en encontrar la planicie de la parte trasera de la fortaleza y sólo un poco más en encontrar el campamento de la Reina Tvarivich. Estaba confinado en una esquina, detrás de un montón de grandes rocas, como reflejo del deseo de sus ocupantes de no mezclarse con los guerreros de los demás clanes. Albrecht y Mephi intercambiaron una mirada y se dirigieron hacia allí.
Cuando llegaron a las dos rocas más grandes que bloqueaban el campamento de los Colmillos Plateados, dos centinelas rusos se materializaron de las sombras y se interpusieron en su camino. Ambos eran altos y de constitución mediana y llevaban el cabello crecido hasta los hombros, tenían largas barbas y vestían ropa hecha para climas más fríos. Se erguían hombro con hombro, en la forma Glabro, bloqueando el paso. Ambos empuñaban klaives.
—No sigáis —dijo el de le derecha en lengua Garou.
—¿Quién va? —preguntó el segundo.
—Espero de veras que lo sepáis —gruñó Albrecht sin mostrar la menor señal de sumisión. Los dos centinelas se limitaron a mirarse y luego se volvieron hacia él sin comprender. Albrecht adoptó su forma Glabro, repitió sus palabras en la Alta Lengua y a continuación añadió—. ¿Quién demonios sois?
—Somos Colmillos Plateados —replicó el de la derecha—. Visitantes.
—Venimos del Clan de la Luna Creciente —intervino el otro. Servimos a la Reina…
—Tvarivich —lo interrumpió Albrecht—. Sí, a ella venimos a buscar. ¿Dónde está?
—¿Sois os que acaban de llegar? —preguntó el primer centinela mirando a Albrecht y en especial a Mephi con escepticismo—. ¿Los americanos?
—Lo de menos es de dónde vengo —dijo Albrecht—. Yo también soy un Colmillo Plateado.
—Y no un Colmillo Plateado cualquiera —añadió Mephi. Como explicación, lanzó una mirada significativa hacia la corona que Albrecht llevaba en la cabeza.
Mientras Albrecht se la devolvía, los dos centinelas lo examinaron y empezaron a cuchichear en ruso.
—Es cierto, ¿no? —preguntó el primero en Alta Lengua al cabo de un par de segundos.
—¿De veras? —preguntó el otro—. ¿Eres tú? ¿Eres Albrecht?
—Sí, lo soy —gruñó.
Como un solo hombre, los dos Colmillos Plateados envainaron los klaives y adoptaron su forma Lupus. Como dos lobos grises y blancos estiraron las patas delanteras para tocar el suelo con los hocicos y rodaron tres veces sobre la espalda. Cuando volvieron a incorporarse, estaban moviendo las colas.
Lo sabía
, indicó el lobo de la derecha a su compañero.
Te dije que era él el que se acercaba
.
Sí
, dijo el segundo, dejando que su cola decayera un poco antes de reanudar su rápido movimiento.
Yo estaba equivocado. Lleva el círculo de plata
.
Albrecht irguió los hombros y empezó a relajarse un poco.