¡Cómo Molo! (12 page)

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Authors: Elvira Lindo

Tags: #Humor, Infantil y juvenil

BOOK: ¡Cómo Molo!
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Aquel día, la despiadada
sita
nos mandó unas cuantas cuentas asesinas. Cinco divisiones por dos cifras. Hay veces que me pregunto: ¿Cómo es posible que quepa tanta crueldad en una sola maestra? Me puse como siempre a morderme la lengua para estrujarme el cerebro (si no me muerdo la lengua no soy capaz de pensar), cuando vi que el Orejones, en vez de copiarse, sonreía. Sacó su calculadora-despertador de la cajonera y fue haciendo las operaciones. Fue genial: pusimos directamente el resultado, sin tener que hacer el desarrollo, que es un
rrollo
, como la misma palabra dice.

Como nos estaba sobrando mucho tiempo, yo le pedí la señorita-esquiadora a mi gran amigo y la desnudamos para que la viera Paquito Medina, que se sienta detrás de mí. A los cinco minutos, Arturo Román y Óscar Mayer, que están detrás de Paquito, ya habían dejado el examen a medias y estaban casi de pie para ver a la chica-esquiadora. La
sita
vino hacia nosotros haciendo sonar sus tacones para atemorizarnos y, como era yo el que tenía el boli en la mano, me gritó:

—¿Qué es eso tan interesante, Manolito?

—Un boli… —y empecé a rezar, aunque no sé, porque voy a Ética.

La
sita
me arrancó el boli de las manos. Al cogerlo ella, la ropa empezó a descender y la
sita
se cambió ahora las gafas de lejos por las de cerca.

—Manolito, ¿de dónde has sacado esta guarrería?

—No es mío, es del Orejones.

—Yo no lo he comprado, me lo regaló Yihad —dijo el Orejones.

—Yo se lo compré porque Mostaza tiene uno igual y el Orejones siempre había dicho que quería uno para su cumpleaños —dijo Yihad.

—Sí, yo tengo uno igual —dijo Mostaza—, pero nunca la desnudo.

Eso sí que no había nadie que se lo creyera.

Estuvimos un rato acusándonos los unos a los otros y cuando la
sita
llegó a la conclusión de que todos éramos culpables, se guardó el bolígrafo y dijo misteriosamente que tomaría medidas.

Luego siguió con su operación policial: vio la calculadora despertador en medio de los dos exámenes y nos comunicó que con esas cuentas nos ganaríamos un cero, y luego nos dio un discurso tan largo que lo he olvidado casi todo, menos que las calculadoras deberían estar prohibidas en los colegios, como las drogas y los pendientes en las orejas de los chicos.

Después del cero en Matemáticas, pasamos a Conocimiento del Medio. Mi
sita
nos llevó al salón de actos para que viéramos un documental que ponían en la segunda cadena sobre la reproducción de los roedores. Dice que así se evita el capítulo de la reproducción humana, un capítulo que el año pasado no llegamos a terminar porque nos daba a cada momento la famosa risa incontenible.

Mientras íbamos por el pasillo, el Orejones llamó a su padre para decirle lo que teníamos ese día de menú en el comedor, y al instante llamó su padre para decirle que masticara bien el filete, no fuera a pasarle como el año pasado, que casi le tenemos que sacar del comedor con los pies por delante.

Cuando entramos en el salón de actos sonó el teléfono dos veces más: la primera, era su abuela de Carcagente, que también quiso saludar a la
sita
Asunción, y la segunda, la madre del Orejones, que llamó para decirle al Orejones que no se pusiera a hacer llamaditas en horas de clase. De todas formas no pudo hacer más porque la
sita
le confiscó el teléfono. Luego apagó la luz para que empezáramos a ver el documental y el Orejones pensó que aquél era el mejor momento para empezar a vacilar con su visera. Le dio al interruptor y la visera empezó a apagarse y a encenderse. Tenía una luz verde que molaba un kilo y trescientos gramos. Toda la clase hizo: ¡Oooooh! La
sita
pensó que era por las imágenes que estaban saliendo en la tele (dos ratas blancas olisqueándose) y se volvió desde su primera fila para gritarnos:

—¡No empecéis como el año pasado!

Pero se dio cuenta de que pasábamos de las roedoras porque nos vio a todos mirando la cabeza encendida del Orejones. También le confiscó la gorra, y al rato la calculadora-despertador, que cada hora hacer sonar el
Cumpleaños feliz
. La
sita
se mosqueó porque al oír la música nos pusimos todos a cantar. Lo normal. Tú prueba a escuchar la música del
Cumpleaños feliz
sin cantar la canción. Imposible. Si te pegaran los labios con esparadrapo, la seguirías cantando mentalmente. Los científicos hace tiempo que tiraron la toalla investigando este extraño proceso mental.

Pero lo que colmó el vaso de la paciencia de la
sita
Asunción fue que el Orejones le dio al mando a distancia de uno de sus relojes y la tele se cambió de la segunda cadena a la primera. De repente apareció en la pantalla una chica muy potente que presentaba un concurso de cultura bastante general. Yihad se puso a silbar a la presentadora y todos le seguimos como borregos. La
sita
le gritó al Orejones que cambiara a la segunda cadena, pero el Orejones le daba desesperadamente a todos los botones y la tía potente no se iba de la pantalla. Nosotros seguimos silbando porque la chica se lo merecía, sinceramente, y la
sita
gritó más, si cabe, al Orejones que la apagara. Pero el Orejones no supo. Casi llorando le dijo a la
sita
que si podía llamar a su padre (que trabaja en una tienda de
comisos
) para preguntarle. La
sita
dijo de una forma muy dramática:

—Yo le llamaré.

Tenías que haber visto a la
sita
siguiendo las instrucciones del padre del Orejones para desbloquear el mando a distancia. La
sita
se mordía la lengua como yo cuando hago mis divisiones.

Como resultado de aquel día, al Orejones le fueron retirados todos sus aparatos hasta cuando llegue ese día en que esté preparado psicológicamente para utilizarlos. Como esperen a ese día, desde luego el Ore no volverá a ver sus regalos en la vida. Por eso el Orejones nos confesó con lágrimas en los ojos en el parque del Ahorcado:

—¿Para qué quiero tantas cosas si luego no soy feliz, si dicen que no tengo uso de razón para utilizarlas?

Todos sus amigos nos ofrecimos a que nos las regalara y entonces el Orejones, con una de sus sonrisas enigmáticas, dijo:

—Ahora que lo pienso, hay algo que sí que me hace feliz.

—¿Qué? —dijimos todos como un solo niño.

—Que no las tengáis vosotros. Y aquellas lágrimas de tristeza se le volvieron lágrimas de felicidad.

La vida es dura

Ayer me tuve que lavar los pies, y ahí no acaba lo malo, no te creas. Me los tuve que lavar a las ocho de la mañana, pero ahí tampoco acaba lo malo: ha empezado una época dramática en mi vida en que me tendré que lavar los pies todos los días a las ocho de la mañana. Así de cruda se presenta mi existencia este año. No lo hago por afición (a ver si te crees que soy uno de esos tíos raros que se lavan por afición, sin que nadie se lo mande), lo hago porque he empezado el colegio. Claro que tú dirás:

—Muy bien, otros años has empezado el colegio y también otros años tu madre se ponía pesada con ese asuntito de la limpieza corporal, pero tú sabías escaquearte, Manolito. Nadie te podrá acusar de haberte duchado todos los días.

Es cierto, pero es que el curso pasado la
sita
Asunción, antes de que nos fuéramos de vacaciones, les dijo a los padres de Cuarto-B (mi clase) que la mezcla de los sudores de nuestros cuerpos era peligrosamente explosiva y que había momentos, sobre todo cuando volvíamos del recreo, en que creía que iba a perder el conocimiento. La
sita
les dijo también que algunas tardes de invierno, cuando tenemos la clase cerrada a cal y canto para que no entre el frío, el olor corporal, al que podemos llamar a partir de ahora O.C., que despiden nuestros cuerpos, se ve como una boina sobre nuestras cabezas, como esa boina gris que se pone encima de Madrid por la contaminación y que nos enseñó el año pasado en una clase de Conocimiento del Medio. Como verás, la
sita
aprovecha cualquier insulto para enseñarnos y cualquier enseñanza para insultarnos. Nos da una educación muy completa.

La
sita
siguió diciendo que como la cosa no se solucionara nuestros padres tendrían que acabar comprándole una careta antigases y unas bombonas de oxígeno para renovarse de vez en cuando el aire. Mi señorita dice que a nosotros no nos hace falta renovar el aire porque somos niños mutantes. Igual que las carpas del estanque del Retiro están acostumbradas ya a comer el chicle que le echamos todos los niños de España, nosotros podemos sobrevivir en un ambiente putrefacto.

La
sita
terminó su discurso consolando a nuestros padres:

—Por lo demás son unos niños estupendos. Yo les quiero bastante, sobre todo en los tres meses que están de vacaciones —y dicho esto la
sita
se dio media vuelta y se fue riéndose de su propia ocurrencia.

Cuando nos tiene cerca nos quiere menos. Eso me pareció el primer día de curso, no había quien le arrancara una sonrisa, y eso que hicimos bastantes gracias, pero nada, no comparte nuestro gran sentido del humor.

Total, que mi madre quiere que quede muy claro este curso, ante Carabanchel Alto y ante el mundo mundial, que los guarros siempre son otros y no su hijo, y entonces ha decidido que este año me va sacar brillo antes de ir a la escuela; así que no sólo tengo que ducharme alguna noche, como sería lo normal, ahora tengo que prepararme para la revisión de por la mañana.

¡Con lo bien que lo pasaba yo en otros tiempos quitándome esas bolillas negras que salen entre los dedos de los pies mientras veía mi programa favorito en la televisión! Pruébalo: relaja cantidad. Recomendado por psicólogos de todo el mundo contra el
stress
.

Pero no todas las sorpresas fueron malas a la hora de empezar la escuela este año. Unos días antes de que llegara el día del principio del curso, al que a partir de ahora llamaremos día F (de Fatídico), me enteré de que mi madre había apuntado al Imbécil al Preescolar que hay en mi escuela. El Preescolar consiste en unas clases donde los niños se pasan la vida jugando y cantando y durmiendo a ratos, mientras los profesores se dan codazos diciéndose los unos a los otros:

—Qué ingenuos, se creen que el colegio es esto. No saben lo que les espera en el futuro. Ja, ja, ja.

Hay profesores que deberían estar protagonizando películas de terror.

Para mí fue una gran noticia que el Imbécil viniera conmigo a la escuela. Comprenderás que no es un plato de gusto para nadie ver cómo tú tienes que ir con los pies lavados y cargado con la cartera a la tortura del colegio, y, mientras, tu querido hermanito se queda en brazos de tu madre con el pijama todavía puesto. Eso duele. Y eso que el Imbécil, como me copia todo, se pasó el año pasado jugando todas las mañanas a que iba a la escuela. La verdad es que este niño y yo únicamente nos parecemos en los apellidos.

A lo que iba, que este año no fui el único pringado que salió de casa de los García Moreno; un nuevo integrante de la tribu de los Pies Limpios se me unió: el Imbécil.

Él también llevaba su mochila; claro, que nada que ver con la mía. La mía llevaba en su interior cosas serias: esos libros nuevos que nos machacarán el cerebro durante meses; mientras que en la suya mi madre había metido unos
clínex
para los mocos, un chupete de urgencia por si le da un ataque de ira repentina y unos pantalones de repuesto por si decide que el váter del colegio queda muy lejos de su clase.

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