Congo (34 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Aventuras

BOOK: Congo
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La causa de las explosiones solares es desconocida, pero se cree que están relacionadas con las manchas solares. En este caso, la explosión apareció como un punto extremadamente brillante, de dieciséis mil kilómetros de diámetro, que afectaba no sólo las líneas espectrales de hidrógeno alfa y calcio ionizado sino también el espectro de luz blanca del sol. Una explosión de «espectro continuo», como ésta, era extremadamente rara.

El Centro se negaba a creer también en las consecuencias computadas. Las explosiones solares descargan una cantidad enorme de energía: la más pequeña de las explosiones puede duplicar la cantidad de radiación ultravioleta emitida por la totalidad de la superficie solar. Pero una explosión de 78/06/414aa casi triplicaba las emisiones ultravioleta. A los ocho minutos y veinte segundos de su primera aparición a lo largo del borde giratorio —el tiempo que necesita la luz para llegar a la Tierra desde el sol— esta onda de radiación ultravioleta empezó a afectar la ionosfera de la Tierra.

La consecuencia de la explosión fue la seria alteración de las comunicaciones por radio en un planeta a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, particularmente las trasmisiones por radio que utilizan potencias de baja señal. Las estaciones comerciales de radio, que generaban kilovatios de potencia, apenas tuvieron inconvenientes, pero el equipo del Congo, que transmitía señales en el orden de los veinte mil vatios, se vio impedido de establecer enlace por satélite. Y como la explosión solar emitía, además, rayos X y partículas atómicas que no llegarían a la Tierra hasta veinticuatro horas más tarde, los inconvenientes en la radio durarían por lo menos un día entero, y tal vez más. En Houston, los técnicos de STRT predijeron que la interrupción iónica duraría de cuatro a ocho días.

—¿Significa que estaremos todo ese tiempo sin establecer contacto con vosotros? —preguntó Travis.

—Así parece —dijo uno de los técnicos—. Ross se dará cuenta cuando advierta que más tarde tampoco podrá comunicarse.

—Necesitan esta conexión —dijo Travis.

El personal de STRT había hecho cinco simulaciones en la computadora y el resultado era siempre el mismo: si la expedición de Ross no podía ser evacuada por aire, corría serio peligro. Las proyecciones de supervivencia indicaban que tenían una posibilidad entre cuatro de salir con vida, asumiendo que contarían con la comunicación por medio de la computadora, que había quedado interrumpida.

Travis se preguntó si Ross y los demás se daban cuenta de lo grave de su situación.

—¿Alguna información nueva en Banda Cinco sobre Mukenko? —preguntó Travis.

En los satélites, la Banda Cinco registraba datos infrarrojos. Al pasar por última vez sobre el Congo, el satélite había recogido una significativa información acerca del Mukenko. El volcán estaba mucho más caliente que en el registro anterior, efectuado hacía nueve días; el aumento de temperatura era del orden de los ocho grados.

—Nada nuevo —dijo el técnico—. Y las computadoras no proyectan una erupción. Cuatro grados de cambio orbital están dentro de la posibilidad de error del detector de ese sistema, y los cuatro grados extra no tienen valor predictivo.

—Bueno, al menos contamos con eso —dijo Travis—. Pero ¿qué harán con los gorilas ahora que no pueden comunicarse?

Ésa era la pregunta que se hacía el personal de la expedición al Congo desde hacía casi una hora. Con las comunicaciones interrumpidas, las únicas computadoras con las que contaban eran sus propias cabezas. Y no eran bastante poderosas.

A Elliot le parecía extraño pensar que su propio cerebro pudiese ser inadecuado. «Todo nos habíamos acostumbrado a tener la potencia de la computadora a nuestra disposición —dijo más tarde—. En cualquier laboratorio decente se puede conseguir toda la memoria y la rapidez de computación que se necesite, de día o de noche. Estábamos tan acostumbrados a eso que habíamos terminado por darlo por hecho».

Por supuesto que con tiempo podrían haber descifrado el lenguaje de los gorilas, pero tenían que vérselas con el factor tiempo: para hacerlo, no contaban con meses sino con unas pocas horas. Separados del programa ENA, su situación era ciertamente desesperada. Munro dijo que no podrían sobrevivir a otro ataque frontal, y tenían buenas razones para esperar uno esa misma noche.

El rescate de Elliot por Amy les sugirió un plan. Amy había demostrado cierta habilidad para comunicarse con los gorilas. Quizá pudiera traducir para ellos.

—Vale la pena probar —insistió Elliot.

Desgraciadamente, la misma Amy negaba que fuera posible.

—¿Amy hablar cosas? —le preguntó Elliot.

«Hablar no».

—¿No puedes decir nada? —insistió él, recordando la forma en que ella había suspirado—. Peter vio Amy hablar con cosas.

«Hablar no. Hacer ruido».

Elliot llegó a la conclusión de que ella podía imitar los sonidos de los gorilas pero que no entendía su significado. Eran más de las dos; sólo faltaban cuatro o cinco horas para que oscureciera.

—Déjelo ya —dijo Munro—. Está claro que ella no puede ayudarnos.

Munro prefería levantar el campamento y escapar mientras fuese de día. Estaba convencido de que no sobreviviría a otro ataque de los gorilas.

Pero algo importunaba a Elliot.

Después de años de trabajar con Amy, sabía que se aferraba a lo que le dijesen como si se tratara de un niño. Cuando ella se mostraba remisa a cooperar, había que ser muy preciso para lograr la respuesta apropiada. Miró a Amy y dijo:

—¿Amy hablar cosas hablar?

«Hablar no».

—¿Amy entender cosas hablar?

Ella no contestó. Estaba mordisqueando una hoja.

—Amy, escucha a Peter.

Ella lo miró.

—¿Amy entender cosas hablar?

«Amy entender cosas hablar»
, respondió ella. Lo hizo con tanta naturalidad que al principio Elliot se preguntó si se daría cuenta de qué le estaba hablando.

—Amy mirar cosas hablar, ¿Amy entender palabras?

«Amy entender».

—¿Amy segura?

«Amy segura».

—Sólo nos quedan unas horas de luz —dijo Munro, sacudiendo la cabeza—. Y aunque usted aprenda su lenguaje, ¿cómo va a hablar con ellos?

6
Amy hablar cosas hablar

A las tres de la tarde, Elliot y Amy estaban totalmente ocultos entre el follaje de la colina. La única indicación de su presencia era el pequeño cono del micrófono que asomaba entre las hojas. El micrófono estaba conectado a la cámara de vídeo a los pies de Elliot, quien se valía de ella para grabar los sonidos de los gorilas.

La única dificultad era tratar de determinar cuál era el gorila enfocado por el micrófono direccional, y cuál el que enfocaba Amy, y si se trataba del mismo. No podía asegurar que ella estuviera traduciendo las expresiones del mismo animal que él estaba grabando. Había ocho gorilas en el grupo más próximo, y Amy se distraía continuamente. Una hembra tenía un hijo de seis meses, y en un momento dado en que lo picó una abeja, Amy expresó:
«Bebé furioso».
Pero Elliot estaba grabando a un macho.

—Amy —le dijo él—, presta atención.

«Amy prestar atención. Amy buen gorila».

—Sí. Amy buen gorila. Amy prestar atención.

«Amy no querer».

Elliot maldijo en voz baja, y borró media hora de las traducciones hechas por Amy. Evidentemente, había estado escuchando al gorila equivocado. Cuando volvió a conectar la cinta, decidió grabar al que Amy observaba.

—¿Qué cosa observa Amy? —le preguntó.

«Amy observar bebé».

Eso no servía, porque el bebé no hablaba.

—Amy observar cosa mujer.

«Amy querer observar bebé».

Depender de esa manera de Amy era una verdadera pesadilla: estaba desconectado de la sociedad de los seres humanos y de las máquinas creadas por éstos, a disposición de un animal cuyo pensamiento y cuyo comportamiento desconocía, y a pesar de ello no tenía más remedio que confiar en él.

Después de otra hora, a medida que el sol palidecía, bajó con Amy en dirección al campamento.

Munro planeó todo lo mejor que pudo.

En primer lugar, cavó fuera del perímetro del campamento una serie de pozos semejantes a trampas para elefantes; eran profundos, con estacas afiladas en el fondo, y estaban cubiertos de hojas y ramas.

Ensanchó en varios lugares el foso que rodeaba el campamento, y retiró cualquier tronco o maleza que pudiera ser utilizado como puente.

Cortó las ramas de los árboles que caían sobre el campamento, de modo que si los gorilas subían a ellos, estarían por lo menos a diez metros de altura, con lo que no saltarían a tierra.

A los tres porteadores sobrevivientes —Muzezi, Amburi y Harawi— les dio fusiles para disparar gas lacrimógeno, y varios botes de humo.

Junto con Ross, aumentó la potencia de la cerca perimétrica a casi doscientos amperios. Éste era el máximo de energía que la delgada red podía soportar sin fundirse; se habían visto obligados a reducir las pulsaciones de cuatro a dos por segundo. Pero la corriente adicional convirtió la cerca en una barrera letal. Los primeros animales que la tocaran morirían instantáneamente, aunque también crecía la posibilidad de que se produjese un cortocircuito y la cerca quedara inutilizada.

A la caída del sol, Munro tomó su decisión más difícil. Cargó los dispositivos montados sobre los trípodes con la mitad de las municiones que les quedaban. Cuando se terminaran, las ametralladoras dejarían de disparar. Desde ese momento, Munro tendría que confiar en Elliot y Amy y sus traducciones.

Y cuando Elliot estuvo de regreso en el campamento, no parecía muy contento.

7
Defensa final

—¿Cuánto tiempo necesita para disponerlo todo? —le preguntó Munro.

—Un par de horas, quizá más. —Elliot pidió a Ross que lo ayudara, y Amy fue a pedir comida a Kahega. Parecía muy orgullosa de sí misma, y se comportaba como si fuera una persona importante en el grupo.

—¿Resultó? —preguntó Ross.

—Lo sabremos en un minuto —respondió Elliot. Su primer plan era hacer la única prueba posible con el material de Amy, es decir, verificar la repetición de sonidos. Si la traducción de éstos coincidía, entonces podía confiar en ella.

Pero era una labor tremendamente ardua. Sólo contaban con la diminuta cámara de vídeo y el magnetófono de bolsillo, sin cables de conexión. Pidió que todo el mundo guardara silencio y procedió a hacer la prueba, volviendo la cinta atrás repetidas veces y escuchando los sonidos como suspiros.

De inmediato se dieron cuenta de que sus oídos no eran capaces de discriminar entre un sonido y otro: todo sonaba igual. Luego a Ross se le ocurrió algo.

—Estos sonidos —dijo— están grabados como señales eléctricas.

—Si…

—Pues bien, el transmisor tiene una memoria de 256 K.

—Pero no podemos conectar con la computadora de Houston.

—No me refiero a eso —dijo Ross. Explicó que la conexión por satélite era posible porque la computadora en el terreno igualaba una señal generada internamente con otra señal transmitida desde Houston. Ésa era la forma en que se conectaban. La máquina estaba hecha así, pero podían usar el programa para otros propósitos de comparación.

—¿Quiere decir que podemos usarlo para comparar estos sonidos? —preguntó Elliot.

Podían, pero era un método muy lento. Tuvieron que transferir los sonidos grabados en la memoria de la computadora, y grabarlos nuevamente en la cámara de vídeo, en otro trozo del ancho de la banda de la cinta. Luego alimentaron la señal en la memoria de la computadora, e hicieron una segunda cinta de comparación en la filmadora. Elliot estaba de pie junto a Ross, viendo cómo ella cambiaba las cintas y los minúsculos discos flexibles. Cada media hora, Munro se acercaba a preguntar qué tal marchaba todo. Ross se ponía cada vez más irritable.

—Lo hacemos tan rápido como podemos —dijo.

Eran las ocho de la noche.

Pero los resultados finales fueron alentadores. Amy era consciente en sus traducciones. Para las nueve habían cuantificado casi una docena de palabras:

COMIDA
0,9213
0,112
COMER
0,8844
0,334
AGUA
0,9978
0,004
BEBER
0,7743
0,334
(AFIRMACIÓN) SÍ
0,6654
0,441
(NEGACIÓN) NO
0,8883
0,220
VENIR
0,5459
0,440
IR
0,5378
0,404
 
SONIDOS COMPLEJOS:
 
?ALEJARSE
0,5444
0,343
?AQUÍ
0,6344
0,344
?IRA
 
 
?MALO
0,4232
0,477

Ross se alejó de la computadora.

—Es toda suya —le dijo a Elliot.

Munro se paseaba por el campamento. Era el peor momento. Todos esperaban, con los nervios de punta. Les habría gustado bromear con Kahega y los demás porteadores, pero Ross y Elliot necesitaban silencio para su trabajo. Miró a Kahega.

Kahega señaló el cielo y juntó los dedos.

Munro asintió.

Él también había percibido que el ambiente estaba muy húmedo y que la electricidad estática casi podía palparse. Iba a llover. Lo que les faltaba, pensó. Durante la tarde, habían oído más explosiones lejanas, que Munro interpretó como tormentas eléctricas. Pero no eran ruidos exactos sino cortantes, más parecidos a una explosión sónica que a otra cosa. Munro los había oído otras veces, y tenía idea de lo que significaban.

Levantó la vista, enfocándola en el cono oscuro del Mukenko y en el débil resplandor del Ojo del Diablo. Miró los verdes rayos láser, cruzados sobre su cabeza. Y advirtió que uno de los rayos parecía moverse donde daba sobre el follaje de los árboles.

Al principio pensó que se trataba de una ilusión, que eran las hojas las que se movían, no el rayo. Pero después de un momento, no tuvo dudas: era el rayo el que temblaba, moviéndose en el aire de la noche.

Munro se dio cuenta de que aquello tenía un significado ominoso, pero debería esperar hasta después; por el momento, había preocupaciones más urgentes. Miró en dirección a Elliot y Ross, que en el otro extremo del campamento hablaban tranquilamente, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

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