Read Conjuro de dragones Online

Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

Conjuro de dragones (11 page)

BOOK: Conjuro de dragones
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—¿Crees que se trata de Dhamon? —inquirió Jaspe en voz tan baja que Feril tuvo que inclinarse sobre él para oírlo.

—No estamos tan cerca de las ruinas —respondió.

—Ya, pero...

—Muy bien, vayamos a averiguarlo —dijo Feril, y se dispuso a seguir el rastro dejado por Rig y Fiona.

Jaspe hizo intención de ir tras ella, pero la mano de Groller cayó pesadamente sobre su hombro. El semiogro hizo girar los dedos para señalarlos al enano y a él y luego indicó el suelo.

—Ya, Rig quiere que nos quedemos aquí —musitó Jaspe, y asintió con la cabeza para indicar que comprendía. Luego extendió las manos frente al pecho, como si sostuviera las riendas de un caballo, expresándose con gestos—. ¿Quién ha puesto a Rig al mando? —preguntó—. Yo quiero ir a ver.

Groller se encogió de hombros, levantó del suelo el saco de Fiona y siguió al enano. El lobo gruñó por lo bajo, mientras avanzaba con paso quedo tras ellos.

Rig, Fiona y Feril se encontraban más adelante, agazapados tras un bancal de espigados juncos. Más allá de donde estaban había cuatro criaturas reptilianas que conducían a un grupo de elfos de aspecto lastimoso por un bosquecillo de chaparros.

—Hombres con escamas —susurró Feril—. Pero no parecen dracs.

Las cuatro criaturas eran verdes y estaban cubiertas por gruesas escamas en relieve. Tenían la espalda encorvada y un torso abultado cubierto con placas correosas de un verde más claro. La cabeza era parecida a la de un caimán, encaramada en un cuello muy corto. Tres de ellos llevaban lanzas festoneadas con plumas naranjas y amarillas, y conversaban entre sí en una lengua desconocida. El cuarto sostenía una larga enredadera sujeta al grupo de prisioneros.

—Los elfos son silvanestis —indicó Fiona en voz baja—. He contado una docena. —Feril asintió.

Los rubios elfos estaban atados unos a otros con la enredadera a modo de soga; una enredadera espinosa que se les hundía en la carne y rodeaba muñecas y tobillos. Los prisioneros estaban demacrados, y las pocas ropas que conservaban estaban hechas jirones y mugrientas.

Sin decir una palabra, Jaspe introdujo la mano en su saco y sacó el Puño de E'li. El cetro se acomodó perfectamente a su mano. La mirada de Rig se cruzó con la suya, y también él se alzó de detrás de los matorrales, empuñando la espada. Arremetieron contra las criaturas, y
Furia
pasó corriendo junto a ellos como una nebulosa forma rojiza.

Fiona no tardó en seguirlos. Groller soltó el saco de lona, se llevó la mano a la cabilla, y se abrió paso por entre los arbustos. Detrás de ellos, oculta todavía entre los juncos, Feril había cerrado los ojos. Sus dedos jugueteaban con las hojas de las plantas como un músico acariciaría las cuerdas de un arpa. Dejó que su mente penetrara en la ciénaga y empezó a canturrear.

El lobo chocó contra la primera criatura reptiliana, a la que derribó sobre las juncias.

Rig atacó al que se encontraba justo detrás, y se agachó para esquivar la estocada de la lanza que empuñaba el ser, al tiempo que lanzaba su machete al frente. El arma se hundió en el muslo de la criatura, del que brotó un chorro de negra sangre; sin embargo, el reptil no emitió el menor sonido y ni siquiera parpadeó, por lo que Rig maniobró para encontrar una mejor oportunidad.

Fiona interceptó sin problemas el ataque de una tercera criatura y lanzó una cuchillada al blindado abdomen, pero el adversario se movió con rapidez, a pesar de su tamaño, y esquivó con facilidad el golpe.

Rig evitó por muy poco una lanzada bien dirigida. Su arma desvió el siguiente ataque, en tanto que los dedos de la mano libre se introducían en su cinturón y sacaban tres dagas. Arrojó los cuchillos contra el oponente de Fiona.

—¡Sí! —exclamó. Las dos primeras dagas se hundieron en el pecho del ser, pero la tercera falló el objetivo.

—¡Gracias, pero puedo ocuparme de mis propios combates! —le gritó la joven solámnica.

—Sólo intentaba ayudar —replicó él mientras hacía una finta a la derecha, antes de clavar la espada en el costado de su adversario. La criatura siseó y lanzó una lluvia de viscosos escupitajos al rostro del marinero; el extremo de la lanza del hombre lagarto golpeó con fuerza el estómago de Rig, y éste cayó de espaldas, aturdido, al tiempo que sacaba otras tres dagas.

La criatura reptiliana a la que se enfrentaba Fiona luchó por incorporarse, mientras chorros de sangre negra brotaban de sus heridas.

—¡Ríndete! —gritó ella, esperando que pudiera comprender su lengua.

El otro negó con la cabeza, pero ella empezó a agotarlo, moviéndose de un lado a otro y lanzándole estocadas.

Entretanto, Groller luchaba con la criatura lagarto que había llevado sujetos a los elfos cautivos. El semiogro blandía su cabilla a la vez que intentaba esquivar la larga daga curva de su enemigo. Jaspe también estaba muy ocupado, con el Puño en la mano derecha, distrayendo al ser con sus gritos y giros.

El reptiliano no era enemigo para ambos. El semiogro descargó la cabilla contra un costado de la cabeza del ser, y Jaspe sonrió de oreja a oreja al escuchar crujir el hueso.

El ser lagarto cayó de rodillas y se desplomó contra el suelo, al tiempo que Jaspe y Groller saltaban a un lado para esquivarlo.

Entre los juncos, a más de doce metros de distancia, los dedos de Feril seguían acariciando las largas hojas.

—Deja que éste viva,
Furia -
-musitó. Sus sentidos corrieron más allá de los juncos y fueron a flotar sobre las juncias dirigiéndose hacia el lobo.

Las mandíbulas de
Furia
estaban ennegrecidas por la sangre de la criatura; se había dedicado a asestar dentelladas al estómago del hombre lagarto, mordiendo a través de las gruesas placas de piel y sin dejar de mantener a su adversario de espaldas contra el suelo. Sin darle respiro, el lobo se introducía como una exhalación bajo sus zarpas y le asestaba dentelladas.

—Deja que éste viva. —El canturreo de Feril se hizo más sonoro, sus sentidos rozaron las puntas de las juncias, y las hojas cercanas al lobo y a la criatura empezaron a retorcerse, al azar en un principio, y luego con un propósito. Se enroscaron alrededor de los brazos y piernas del ser y lo inmovilizaron sobre el suelo húmedo; aun así, ni una de ellas tocó al lobo.


¡Furia! -
-llamó Feril mientras distanciaba sus sentidos.

El animal levantó la cabeza, el hocico chorreante, y se encaminó a grandes saltos hacia el reptiliano con el que luchaba Rig. El marinero tenía una daga entre los dientes y dos más en la mano izquierda; en la derecha sostenía el alfanje. Retrocedió unos pasos y arrojó las dos dagas de la mano izquierda al ser que tenía delante. Sin embargo, sólo una alcanzó el objetivo y penetró en el estómago del reptiliano.

—Estoy perdiendo puntería —maldijo el marinero, mientras cogía la daga que tenía entre los dientes.

Furia
saltó sobre la criatura y cerró las mandíbulas con firmeza sobre la muñeca de ésta, lo que impidió que pudiera arrojar la lanza. Rig aprovechó la oportunidad y blandió la espada contra el ser. Salpicado de sangre negra, el marinero retrocedió para contemplar cómo aquella cosa se desplomaba pesadamente de espaldas entre horribles convulsiones.
Furia
saltó sobre el pecho del reptiliano y le desgarró la garganta.

Rig se giró y descubrió a Fiona asestando mandobles al hombre lagarto superviviente. La mujer se agachó para evitar un débil lanzazo, y su larga espada rebanó la cintura de su adversario, que emitió el primer grito de dolor que les escuchaban proferir. Fiona soltó el arma de un fuerte tirón; luego la lanzó al frente y arriba, y acabó limpiamente con el ser.

—¿Lo ves? No necesitaba ayuda —declaró la dama, en tanto que liberaba la espada y la frotaba contra la hierba para limpiar la sangre.

Rig tocó a Fiona en el hombro y le indicó a Feril y Groller. La kalanesti y el semiogro se dedicaban a desatar las enredaderas que sujetaban a los prisioneros. El marinero y la solámnica se encaminaron hacia ellos.

—No tenemos palabras para daros las gracias —les dijo una elfa de aspecto demacrado. Sus ojos se clavaron en los de Rig—. Habíamos perdido toda esperanza.

Rig y Fiona se unieron a la tarea de retirar con sumo cuidado las ramas cargadas de espinas que habían esposado a los prisioneros. Jaspe volvió a guardar el Puño en el saco, se acercó lentamente a estudiar las heridas de los elfos, y meneó la cabeza.

—Las espinas, este lugar... —dijo entristecido—. Esta gente necesita ayuda. La mayoría de las heridas están infectadas. Tardaré algún tiempo, si es que puedo hacer algo.

—Yo te ayudaré —ofreció Feril—. No importa el tiempo que haga falta.

—No nos sobra el tiempo —intervino el marinero—. Hemos de apresurarnos para localizar Brukt. Y a Dhamon.

—Estas personas necesitan descanso y cuidados —insistió el enano—. No pienso abandonarlas en estas condiciones.

Los ojos de la kalanesti taladraron los del marinero.

—Ninguno de nosotros los abandonará así —dijo.

—Sabemos dónde se encuentra Brukt —manifestó la mujer escuálida—. Podríamos guiaros hasta allí. Os debemos la vida.

—En ese caso conducidnos cuando os hayamos curado —respondió Feril.

—¿Cuánto tiempo vamos a tardar con esto? —preguntó Rig en voz baja a la kalanesti. Señaló en dirección este—. Nos quedan unas pocas horas de luz y...

Los ladridos de
Furia
lo interrumpieron. El lobo perseguía a la única criatura lagarto superviviente, la que Feril había atrapado con la ayuda de la vegetación. Al interrumpir la concentración, las plantas habían soltado al escamoso prisionero.

—¡Necesitamos a ése con vida! —le gritó Feril a Rig, que corría en pos del fugitivo—. Necesitamos respuestas a algunas preguntas.

El marinero acortó distancias y golpeó violentamente a la criatura en la espalda. El hombre lagarto cayó de bruces, y Rig se arrojó sobre él en un instante, lo hizo girar sobre sí mismo y se sentó sobre su pecho. Un cuchillo centelleó en el aire.

—¡Vivo! —aulló Feril.

—¡En ese caso será mejor que hagas tus preguntas deprisa! —contestó él a grandes voces—. Puede que esta cosa no viva mucho más tiempo.

El marinero apoyó la daga contra la garganta del hombre lagarto, y fijó la mirada en sus negros ojos.

—La señora desea un poco de información —escupió—. Será mejor que comprendas nuestra lengua.

—Comprendo... vuestras palabras... algunas. —La voz del ser era áspera.

—¿Ante todo, qué eres? —exigió Rig mientras esperaba a la kalanesti.

El escamoso entrecejo de la criatura se frunció en expresión perpleja.

—No eres un drac. ¿Qué eres?

—Bakali —respondió al cabo de un instante.

—Nunca oí hablar de los bakalis —farfulló Rig—. ¿Qué es un bakali?

—Yo bakali —repuso la criatura.

—Eso no es lo que yo...

—¿Qué se supone que iba a sucederles a estos elfos? —interrumpió Feril.

El marinero apretó el cuchillo con más fuerza contra la garganta del bakali, y un hilillo de sangre negra apareció bajo el filo.

—Suelta esa lengua bífida tuya, bakali —ordenó, no muy seguro de cómo se pronunciaba la extraña palabra—. Contéstale.

—Dracs —replicó él—. Señora Onysablet quiere elfos convertidos en dracs.

—Eso sólo funciona con humanos —dijo el marinero—. Lo sabemos. Así que piensa otra respuesta.

—Dracs —insistió la criatura—. Abominaciones. Humanos hacen dracs perfectos. Elfos, ogros hacen abominaciones de dracs. Horribles, corruptos.

—Las criaturas del estanque —musitó Fiona.

—Señora Onysablet quiere abominaciones. Le gustan las cosas corrompidas.

—¿Hay más elfos cautivos en otros sitios? —Feril se aproximó más—. ¿Humanos? ¿Ogros?

—No sé —respondió la criatura—. A mí no importa.

—Así pues, ¿adonde los llevas? —preguntó Rig.

—Profundidades pantano. Señora Onysablet nos encuentra allí, coge prisioneros. Nosotros cazamos más. Regresamos profundidades pantano. Nuestras vidas son un círculo alrededor del dragón.

—¿Hasta dónde hay que adentrarse en el pantano? —Ahora era el turno de Jaspe.

—No sé. —La criatura intentó encogerse de hombros—. Hasta que señora Onysablet aparece.

—Salgamos de aquí —sugirió el enano—. Si el dragón se presenta...

—Sí —asintió Rig—. Si el dragón se presenta, estamos muertos.

—O seréis abominaciones —añadió la mujer demacrada, señalando a Feril y Groller.

De un solo tajo, Rig degolló a la criatura; luego se incorporó y bajó la mirada hacia la negra sangre que cubría gran parte de sus ropas.

—No tenías que matarlo —susurró Jaspe, en tanto que Feril reunía a los elfos y empezaba a atenderlos—. Cooperó.

—Si el dragón aparece, es mejor que no encuentre mas que cadáveres. Los muertos no hablan, amigo mío. Ahora mira si puedes ayudar a Feril, para que podamos ponernos en marcha.

7

Grandes planes

Los muertos yacían por todas partes, ejecutados con espada, aplastados por zarpas de dragón, eliminados por los rayos que surgían de las fauces de Khellendros. Todos estaban irreconocibles; cadáveres sin rostro desperdigados entre restos de armaduras.

Sus muertes mostraban a las claras la valentía de los caídos, pero para el gran Dragón Azul la carnicería sólo era un agradable trofeo más; el olor acre que se elevaba del ensangrentado suelo resultaba embriagador.

Las invasiones de Tarsis, Kharolis y las Llanuras de Ceniza en el sur eran algo soberbio. Las conquistas aumentaban, cada una más valorada que la anterior. Hubo numerosas victorias en Trasterra y Gaardlund, y se había invadido Solamnia. Todo por Kitiara, la humana con corazón de dragón.

Mientras permanecía tumbado en la meseta de Malys, Tormenta sobre Krynn visualizaba a su antigua compañera con claridad. La enorme señora suprema Roja se encontraba cerca, con los ojos fijos en un volcán que se alzaba ante ella mientras repetía en voz queda: «Dhamon, no debes soltar jamás la alabarda». Preocupada con algo, había dejado que Khellendros se sumergiera en sus propios pensamientos.

En su mente, el Azul veía a la muchacha de pie frente a él, ataviada con la armadura azul que complementaba las escamas añil del dragón. «Más querida que una hija —pensó—. Más apreciada aún. Pronto la rescataré y volverá a nacer.» No tardarían en estar juntos otra vez, y dejaría de perder el tiempo con Malystryx la Roja.

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