Conjuro de dragones (15 page)

Read Conjuro de dragones Online

Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

BOOK: Conjuro de dragones
13.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Entonces lo cierto es que ya no me necesitáis aquí.

Palin miró a la kender, sonrió y enarcó las cejas.

—Eres de una gran ayuda, Ampolla. Existen muchísimas cosas que puedes...

—Me gustaría estar con Rig y Feril, y también con Jaspe. Y casi diría que echo de menos a Groller y a
Furia,
a pesar de que no puedo hablar con ellos. Bueno, sí puedo; pero Groller no me puede oír y
Furia
me oye pero no puede entenderme... o contestarme. Sea como sea todos ellos se dirigen a Brukt. Al menos el Custodio dice que es así. —Agitó los brazos en el aire—. Gilthanas va a ayudar a recuperar la alabarda para ti. Probablemente impedirá que Rig mate a Dhamon, si es que Rig todavía no ha atrapado a Dhamon y lo ha despachado. Debiera haberme ido también yo con Silvara, pero no sabía que ya no me necesitabais más. De haberlo sabido, me habría ido. De modo que me preguntaba... —Jugueteó con el cordón que ataba su túnica.

—¿Sí?

—Me preguntaba si podrías, ya sabes, enviarme a Brukt mediante la magia. Más o menos como nos trajiste a Usha y a mí aquí desde Schallsea. Podría ir hasta la costa con Rig y los otros y luego a Dimernesti. Nunca he visto un elfo marino.

Palin se frotó la barbilla. Una barba incipiente le oscurecía el rostro; había estado tan ocupado últimamente que no había tenido tiempo de afeitarse ni de comer adecuadamente. Volvía a caer en las malas costumbres.

—¿Estás segura de que eso es lo que quieres? —preguntó.

—Nunca he estado en Brukt —respondió la kender asintiendo—, ni en ningún antiguo pueblo ogro, en realidad. Le pedí a Ulin si él y Alba podían llevarme allí, pero Ulin estaba un poco malhumorado y se limitó a decir que iba a otra parte. Y yo no estaba muy segura de querer ir «a otra parte».

—Comprendo.

—¿De modo que lo harás?

—Sí.

—¿Y puedes hacerlo? ¿Sencillamente enviarme a donde están ellos? —Ampolla sonrió de oreja a oreja.

—Bueno, primero me gustaría asegurarme de dónde están exactamente.

—¿Puedes hacerlo?

—Sí.

El Custodio carraspeó, interrumpiendo su conversación.

—Esta noche me pondré en contacto con Rig —dijo.

Palin le dio las gracias y devolvió su atención a la kender.

—Y luego te...

—Me enviarás junto con Ampolla. —Los dorados ojos de Usha habían perdido la chispa, y su expresión se había tornado de improviso muy seria.

—¿Qué? —Palin la miró de hito en hito.

—Creo que debería ir a preparar mis cosas —dijo Ampolla, que abandonó precipitadamente la habitación para dar a los Majere la oportunidad de hablar a solas.

—Tal vez deberíamos continuar nuestra discusión sobre Takhisis y los dragones más tarde —dijo a su vez el Custodio, quien intentó escabullirse y salir de allí.

—No. —Usha alzó la mano y detuvo al misterioso hechicero—. Somos Palin y yo quienes podemos hablar más tarde. —Se inclinó al frente, besó a su esposo y salió.

Palin la observó mientras se iba; luego volvió a frotarse la incipiente barba del rostro.

—No creo que lo diga en serio —dijo al Custodio—. En realidad no se irá con Ampolla.

El otro no respondió.

Los dos regresaron a sus mapas. El Custodio estudió el agotado rostro de su amigo y empezó a enrollar los pergaminos.

—Sigo pensando que la Ventana a las Estrellas es la respuesta —insistió.

—Es posible. Pero el Reposo de Ariakan es también una posibilidad y tiene un precedente, como el Hechicero Oscuro dice. Y, quizá, ninguna de las dos posibilidades es la correcta. —Se instaló en un sillón de respaldo alto, unió las puntas de los dedos de ambas manos, y contempló su propio reflejo sobre el oscuro mármol—. También yo voy a dedicar mi tiempo a adivinar la localización de la llegada de Takhisis —afirmó.

—Y juntos averiguaremos cómo utilizar las reliquias para impedir el regreso de su Oscura Majestad. —El Custodio se quitó el anillo de la mano—. El anillo de Dalamar —indicó con suavidad, depositándolo sobre la palma de Palin—. Ahora es tuyo. De todos modos yo no necesito estas chucherías. Así que ya tienes dos reliquias.

—El Puño de E'li y el anillo de Dalamar. Gracias amigo mío.

—Y muy pronto, si Rig y sus camaradas tienen suerte, tendrás la alabarda y la corona. —El Custodio se acercó a una delgada librería llena de tomos encuadernados en piel. Tiró de un grueso volumen negro y lo llevó hasta la mesa; sus pálidos dedos volvieron las páginas—. Tardé bastante en encontrar esto. Aquí. ¿Ves? Creo que ésta es el arma que Dhamon lleva.

Palin se inclinó sobre el libro. Las palabras parecían garabatos, como si hubieran sido escritas con precipitación o por alguien a quien le temblara la mano.


Gryendel -
-pronunció—. Tienes razón. Esto podría ser. —Introdujo el anillo de Dalamar en el bolsillo y recorrió el texto con el dedo hasta el final de la página—. Aquí dice que la forjó Reorx hace innumerables siglos y que se perdió en la Guerra de Todos los Santos, antes de la llegada de los últimos dioses y antes de la Era de los Sueños. Realmente es muy antigua.

—La Mueca de Reorx —dijo el Custodio—, diseñada para atravesar todo aquello que desea el que la empuña: madera, armaduras, piedra... Puede que incluso la carne de dragón. En cualquier caso, no hay que permitir que caiga en poder de los dragones. Khellendros ya tiene la Dragonlance y los medallones de Goldmoon. No podemos perder también esto.

—La Mueca de Reorx —musitó Palin.

* * *

En un laboratorio con amplios ventanales del piso superior, Usha estaba sentada ante un improvisado caballete, dando los últimos toques a un retrato de Ampolla. La kender estaba rodeada de hermosas flores que Usha había pintado con sumo esmero. Todo lo que quedaba era añadir unos pocos toques de color a los entrecanos cabellos rubios y un poco de rosa a los labios; a lo más una media hora de trabajo, se dijo.

Retiró el cuadro y colocó otra pieza de madera pulida sobre el caballete. Tras limpiar su pincel y secarlo con un trapo, sumergió la punta en pintura verde oscuro y empezó a dar pinceladas sobre la nueva superficie. Al cabo de una hora, había pintado los primeros trazos de un bosque, con árboles que se extendían desde el pie hasta lo alto de la tela. En el centro de la pintura se apreciaba el contorno de un enano.

—Jaspe, tú llevas el Puño. Lo sé —musitó para sí—. Pero no sabes lo que transportas... ni tampoco lo sé yo, al parecer.

9

Un sendero de fuego

—Están prácticamente ciegos. —Rig se encontraba en los límites del poblado, a la sombra de la ruinosa torre de Brukt. Fiona estaba a su lado, observando al grupo de aldeanos—. Todos ellos; excepto el hombre que afirma que Dhamon le cortó el brazo.

Algunas personas preparaban una comida en una hoguera en el centro del pueblo, los ciegos rostros dirigidos hacia las frutas y verduras que mondaban con dificultad. Algunos de los elfos rescatados de las criaturas lagarto ayudaban a los aldeanos a despellejar un jabalí que habían capturado en una trampa. La mayoría estaban reunidos en el edificio grande.

Un puñado de elfos relataban la historia de su captura y rescate y escuchaban lo que los habitantes del lugar contaban sobre el dragón.

A poca distancia, Jaspe estaba inclinado sobre una enana que parecía ser la cabecilla del lugar, y que se hallaba sentada con la espalda recostada contra el tronco de un nogal joven.

El enano tenía los ojos cerrados, la frente arrugada por la concentración, las manos suspendidas a pocos centímetros del rostro de la mujer.

—Por favor —musitaba, mientras se concentraba en sí mismo, en busca de la chispa curativa que Goldmoon había alimentado en él en una ocasión.

«No para mí —pensó—, no para sanar mis pulmones y que vuelva a ser yo mismo, sino para ayudar a esta mujer. Si puedo curar la ceguera de una persona, tal vez podré ayudar al resto. Y a lo mejor, podré ayudarme a mí mismo.»

Escuchó la respiración de la enana durante varios minutos. Sintió cómo su propio corazón palpitaba en su pecho e intentó extraer energías de él; buscó el calor, rozando sus párpados. No había calidez en las puntas de sus dedos. No quedaba chispa curativa. Volvió a intentarlo.

—Lo siento —dijo por fin, mientras las lágrimas fluían de sus ojos—. No puedo ayudarte. —Esto debiera haber sido sencillo, añadió para sí. Había hecho esto muchas veces antes..., antes de la muerte de Goldmoon.

Groller y
Furia
lo observaban, el lobo recostado sobre la pierna del semiogro.

—Jas... pe ya no buen sanador —dijo Groller pesimista—. Jas... pe no tiene fe en sí mis... mo.

Feril se mantenía apartada de todos. La kalanesti se había ocupado de las heridas de los aldeanos, y detenido la hemorragia y vendado el muñón del espía solámnico. Sus limitados conocimientos curativos eran suficientes para ello, pero no poseía tantas habilidades como para intentar curar la ceguera. Echó una mirada al este, donde el pantano desaparecía en las montañas del Yelmo de Blode. Luego se arrodilló y examinó el suelo, fundiendo con él sus sentidos.

—Me pregunto si el dragón cegó también a Dhamon —dijo pensativo Rig, observando a la kalanesti.

—Si está ciego, lo encontraremos con más facilidad —repuso Fiona—. Sólo nos lleva un día, según lo que cuentan estas gentes. Eso es también lo que dijo el Custodio, cuando se puso en contacto con nosotros anoche.

—Nada es fácil, Fiona. —Rig rió entre dientes—. Al menos en lo que se refiere a Dhamon. A lo mejor cuando...

—¡Encontré su rastro! —exclamó Feril. Rig y Fiona llegaron junto a ella en cuatro zancadas.

—He estudiado cada centímetro de terreno en los lugares donde los aldeanos afirman que estuvo Dhamon —anunció la kalanesti—. La mayoría de las huellas pertenecen a la gente que vive aquí o a los Caballeros de Takhisis que murieron. Incluso hay un par de pisadas del dragón. Pero he encontrado unas cuantas de Dhamon. Creo que salió por la parte trasera de este edificio y dobló la esquina, justo por aquí; luego se internó en las colinas. Hay un segundo grupo de pisadas que se alejan en otra dirección: pisadas de mujer.

—La comandante que mencionaron los aldeanos —dijo Fiona.

—Probablemente —asintió Feril—. Dijeron que a todos los otros caballeros los mató el dragón. —La kalanesti se volvió hacia las colinas.

—¡Jaspe, nos vamos! —chilló Rig.

El enano posó la mano en el hombro de la enana, y ambos intercambiaron unas palabras que el marinero no pudo oír. Luego Jaspe hizo una seña a Groller y señaló a Rig. El semiogro sacudió la cabeza; acto seguido, tiró de sus cabellos, indicó su oído, y agitó los dedos en dirección al cielo.

—Gilthanas —masculló Rig—. Y el Dragón Plateado. El Custodio me dijo que venían hacia Brukt para ayudarnos con Dhamon. —Se volvió hacia Fiona—. No permitas que Feril se adelante demasiado. Os alcanzaremos. —El marinero corrió hacia el enano.

»
Jaspe —empezó Rig—, Gilthanas y Silvara están en camino y pueden llegar en cualquier momento. Tal vez hoy mismo o mañana. No lo sabemos con seguridad, pero no tardarán demasiado. Alguien debería esperarlos, pero ese alguien no voy a ser yo.

—Tampoco yo —replicó el enano.

Rig se señaló el oído, imitó el gesto de echar hacia atrás una larga cabellera, como la de Gilthanas, señaló a Groller, luego al suelo.

—No —contestó el semiogro—. Voy con... tigo y
Furia,
con Jas... pe.

—Jaspe —Rig lanzó un suspiro—, podrías... —Indicó con la mano a la enana, y luego giró sobre sí mismo para correr en pos de Feril y Fiona.

El enano se volvió hacia la mujer.

—Nuestro camarada llegará aquí pronto. ¿Podrías decirle adonde hemos ido?

Ella vaciló unos instantes y luego asintió.

—Sí, si me dices qué clase de voz tiene.

Jaspe describió a Gilthanas con todo lujo de detalles: su voz, su altura, su risa.

—Lo acompañará un dragón hembra —añadió—. Es grande y plateado. No hará daño a nadie. Claro que a lo mejor no parecerá un dragón; tal vez prefiera adoptar el aspecto de una elfa... Oh, no importa. Es una larga historia, y hemos de apresurarnos. —Le dedicó una cálida sonrisa—. Ojalá pudiera ayudarte, pero no parece que haya nada que pueda hacer.

—¡Jas... pe!

Groller y
Furia
lo esperaban.

—Que tengáis suerte —le deseó la enana, cuando él le apretó la mano, antes de ir a reunirse con sus compañeros.

* * *

El sol descendía hacia la línea del horizonte cuando se detuvieron. Habían ascendido sólo la mitad de la ladera de la montaña, y todavía les quedaba una buena hora de luz.

Jaspe notaba que el pecho le ardía. La ascensión ya era de por sí agotadora para alguien con dos buenos pulmones. No obstante, el enano se negaba a quejarse, aunque daba gracias por que hubieran decidido por fin descansar.

—Creía que utilizaríamos el desfiladero que atraviesa las montañas —dijo.

Feril se arrodilló en el suelo y pasó los dedos por la tierra reseca.

—Entró en la cueva que hay allí, pero luego salió y continuó subiendo.

—¿Cuánto hace? —Rig levantó la mirada hacia la rocosa pendiente.

—No estoy segura; al menos varias horas. No creo que esté ciego. Un ciego no se movería con tanta seguridad. Me adelantaré para explorar un poco y regresaré dentro de un rato. —La kalanesti hizo caso omiso de las protestas del marinero y, ágil como un felino, se escabulló por entre las rocas, deteniéndose de vez en cuando para examinar el suelo.

—Deberíamos descansar un poco. —Fiona atisbo en el interior de la cueva—. No creo estar en condiciones de seguir adelante mucho más.

—Si no cargases con esa armadura, no estarías tan cansada —repuso Rig señalando el saco.

—Pues yo no acarreo ninguna armadura, y también quisiera descansar. —Jaspe se introdujo en la caverna, seguido por
Furia
y Groller.

—¿Te unes a nosotros? —inquirió Fiona, con una sonrisa.

—Enseguida. —Rig hizo una mueca y echó otra ojeada montaña arriba. Feril estaba arrodillada junto a una roca, los dedos bailando sobre su superficie—. Hablando con una piedra —masculló—. De acuerdo. Descansaremos un poco —cedió—. Pero sólo un poco. Cuando ella regrese, volveremos a ponernos en marcha. Viajaremos a la luz de las estrellas si es necesario. Dhamon está demasiado cerca. Esta vez no se me va a escapar.

Al otro lado de la estrecha abertura de la cueva había una enorme oquedad que descendía en ángulo en la parte posterior en dirección a la ladera de la montaña; el suelo estaba cubierto de tierra y hojas. Fiona se sentó contra una pared cerca de la entrada donde la luz se filtraba al interior, con el saco de lona entre las piernas, y empezó a sacar piezas de su armadura. Al levantar la cabeza vio que Rig la observaba.

Other books

Shadows by John Saul
Magic Can Be Murder by Vivian Vande Velde
Love in the Land of Fire by Brochu, Rebecca
The Last Runaway by Tracy Chevalier
The Battle of Blenheim by Hilaire Belloc
Indisputable by A. M. Wilson
Three Wise Cats by Harold Konstantelos