Constantinopla (24 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Constantinopla
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Esta hazaña militar elevó la reputación de Nicéforo por las nubes entre los bizantinos, que no habían conseguido una victoria tan enorme frente al Islam durante siglos y además, una victoria ofensiva. Nicéforo demostró que aquella victoria no había sido una casualidad cuando condujo un ejército a través de Asia Menor para entrar en Siria y conseguir nuevas victorias, tomando incluso (temporalmente) la importante ciudad de Aleppo en el 963.

En aquel año murió Romano II (envenenado o no), dejando dos hijos: Basilio, de cinco años, y Constantino, de tres. Ya habían sido coronados, y el principio de la legitimidad hizo que sus derechos fueran irrefutables; por lo tanto, gobernaron con los nombres de Basilio II y Constantino VIII, como emperadores asociados. Sin embargo, era evidente que no podían hacer nada solos, y Nicéforo se apresuró para realizar lo que había hecho Romano Lecapeno casi medio siglo antes.

Nicéforo disfrutó del apoyo del patriarca, que estaba impresionado por las victorias del general frente a los ejércitos del Islam y por piedad evidente, y al parecer auténtica. Nicéforo comenzó haciéndose nombrar tutor de los niños-emperadores. Después se casó con Teófano, la joven viuda de Romano II, para vincularse con la casa real. Antes de que hubiera pasado mucho tiempo, se hizo con los atributos imperiales y se convirtió en Nicéforo II, dejando de este modo intacta la legitimidad de los jóvenes hijos de Romano II, y siguiendo de nuevo el precedente de Romano I.

Como emperador, Nicéforo II continuó su política de fuerte ofensiva contra el Islam. Asoló el norte de Siria y volvió a tomar Antioquia, una ciudad que había sido perdida para el Imperio tres siglos antes. Uno de los trofeos con que volvió de aquella conquista fue un trozo de tela deshilachada que se suponía eran los restos de la capa de Juan el Bautista.

Una flota bizantina desembarcó un ejército en Chipre, que llevaba muchos años defendiéndose, con resultados variables, de los incursores musulmanes. La isla fue limpiada entonces de invasores, y una vez más el Imperio dominó toda la mitad oriental del mar Mediterráneo.

Después, Nicéforo volvió su atención hacia la mayor de las islas mediterráneas, Sicilia. Ya había pasado casi un siglo y medio desde que los ejércitos islámicos fueran invitados por primera vez a Sicilia, y unos ochenta años desde que Basilio I hubiera organizado el malogrado intento de cambiar la situación. En aquel entonces, las posesiones bizantinas en la isla se veían reducidas a una sola fortaleza de montaña.

En el 964, Nicéforo envió una flota para hacer un último intento de recuperar lo que se había perdido. Un ejército desembarcó en Sicilia, al igual que ocurriera en Creta unos años antes, pero esta vez las circunstancias eran demasiado adversas. Las fuerzas imperiales fueron derrotadas, y en enero del 965, cayó la última fortaleza. El Imperio Bizantino tuvo que abandonar para siempre la isla que Belisario había conquistado cuatro siglos y medio antes.

La situación de los bizantinos en el sur de Italia era también precaria. Otón I de Germania era el rey occidental más poderoso desde el tiempo de Carlomagno, y lo hizo patente al resucitar el título imperial que los descendientes de Carlomagno habían dejado caer en desuso.

Otón I se hizo con las dos terceras partes del norte de la península. Intentó ocupar también el sur de Italia, y pasó un mes poniendo sitio a la fortaleza bizantina en Bari. Sin embargo, aquella ciudad resistió decididamente. Otón se retiró, y el Imperio conservó el dominio de sus provincias italianas.

Todas las victorias de Nicéforo no consiguieron mantener seguras las fronteras del norte del Imperio. Los búlgaros estaban siempre a la expectativa de cualquier debilitamiento de su enemigo tradicional. Pedro de Bulgaria, aunque todavía se defendía con grandes esfuerzos de las incursiones magiares, decidió en el 966 que ya era hora de marchar hacia el Sur. Para empezar, al invitar a los magiares a unirse a él en la invasión, reorientó la energía destructiva de éstos en una dirección que le era beneficiosa.

Nicéforo adoptó la estrategia bizantina habitual de enfrentar a un grupo de bárbaros contra otro, y pidió ayuda a los rusos. La Rusia de Kiev estaba en un momento de expansión y se había instalado sólidamente en la costa del mar Negro, entre los territorios de los magiares y los pechenegos. Sviatoslav, el hijo pagano de la neófita princesa Olga, gobernaba ya por derecho propio y, deseoso de pelea, aceptó enseguida la invitación de Nicéforo.

Las incursiones de Sviatoslav en Bulgaria tuvieron un éxito de lo más sangriento, y los búlgaros jugaron aún más fuerte al invitar a los pechenegos a que se lanzaran sobre Kiev. Los pechenegos se mostraron de acuerdo. Fue la refriega de siempre. Los rusos tuvieron que volver corriendo para enfrentarse con los pechenegos, y una vez que los hubieron despachado, un Sviatoslav furibundo buscó venganza en los búlgaros. Tan fuerte habían sido sus golpes, y tan rápidamente se desmoralizó Bulgaria ante ellos, que los bizantinos decidieron rápidamente que los rusos representaban un mayor peligro que los búlgaros. Nicéforo se vio obligado a combatir en una guerra contra los mismísimos ejércitos que él, al principio, invitara a entrar en los Balcanes. Esto le quitó un prestigio considerable.

Lo que es peor todavía: las guerras son caras, incluso cuando se ganan, y Nicéforo necesitaba dinero. Él fue un hombre austero y abstemio, y le parecía natural sacrificarse por una buena causa. No le costaba nada hacer estos sacrificios, y por lo tanto gravó con impuestos muy fuertes al pueblo. Desgraciadamente para él, los impuestos elevados nunca son populares, y no hay victoria por grande que sea que haga que la gente disfrute pagándola.

Da la casualidad de que Nicéforo II tenía un sobrino, Juan Tzimisces, que prestaba servicio en las fronteras orientales, como lo había hecho el mismo Nicéforo antes de ser emperador. A Juan le llegó el turno de apoderarse del trono. El 10 de diciembre del 969, encabezando una conspiración de oficiales, Juan invadió el dormitorio del emperador. Nicéforo, que había seguido el camino de Romano I para llegar al trono, lo abandonó también gracias a una conspiración contra él dirigida por sus parientes. Aunque Romano fue simplemente desterrado, Nicéforo II fue asesinado.

Juan Tzimisces era el nuevo emperador, que reinaba con el nombre de Juan I. Habladurías secretas decían que había dado el golpe con la ayuda de la reina Teófano, de la que se suponía que había contribuido a la muerte de un tercer emperador. Pero Juan decidió no darle una cuarta oportunidad, la desterró. Sin embargo, sus hijos Basilio II y Constantino VIII continuaban siendo emperadores legítimos; pero eran unos haraganes, y Juan se vinculó a la familia mediante su matrimonio con su tía Teodora.

Juan I, que como general tenía tanta habilidad como Nicéforo II, tuvo que comenzar su reinado enfrentándose con la amenaza rusa. En el 970, Sviatoslav de Kiev, tras haber despedazado Bulgaria, se acercaba al territorio bizantino. Juan envió su flota al Danubio para obstaculizar una retirada rusa, y después envió sus tropas hacia el norte anticipándose en gran medida a lo que los rusos creían que iba a hacer.

Los rusos libraron la batalla con un valor desesperado, sin tener en cuenta las bajas (algo muy característico en ellos a lo largo de su historia), pero sólo disponían de infantería, mientras los bizantinos tenían un fuerte contingente de caballería pesada, los temibles
catafractos
. Aunque los rusos eran más numerosos, cedieron lentamente frente a los jinetes contra los que no podían combatir, y al final Sviatoslav tuvo que rendirse, aceptar los términos de paz que le ofrecieron, y retirarse a su país.

Tampoco devolvió el victorioso Juan a Bulgaria el territorio que le habían arrebatado a ésta los rusos. Los búlgaros dominaban todavía la zona occidental de su reino anterior, pero la parte oriental a lo largo del curso inferior del Danubio, que habían ocupado los rusos, fue incorporada al Imperio Bizantino.

El Occidente seguía aumentando su importancia aunque el Imperio Franco de Carlomagno se había dividido en varias porciones. La mayor de ellas era el reino de Otón II, hijo y sucesor de Otón I, y con quien el orgulloso emperador bizantino se dignó hacer una alianza matrimonial. Aunque Juan ni siquiera había soñado con seguir el precedente de Miguel I y aceptar la pretensión occidental al título imperial, permitió que su sobrina Teófano se casara con Otón II.

Este matrimonio ayudó a iluminar un tanto la oscuridad occidental. Teófano introdujo la seda en la tosca corte germánica, y además consternó a todo el mundo con su costumbre de tomar frecuentes baños. Se puede dar por seguro que de las dos innovaciones fue la de la seda la que se adoptó con más rapidez (más o menos por la misma época se supone que vivió en Venecia un primo de Teófano, quien introdujo el uso de los tenedores en el mundo occidental).

Juan continuó el avance victorioso del imperio en Siria. Llegó más lejos que Nicéforo, marchando hacia el sur hasta llegar cerca de la misma Jerusalén. Allí, sin embargo, los resultados fueron escasos, puesto que la población ya era islámica, y aunque los bizantinos podían tomar las ciudades, no podían mantener las guarniciones permanentes necesarias contra una población hostil.

Juan I contrajo la fiebre tifoidea durante esta campaña (al menos, esta es la enfermedad identificada más corrientemente con los síntomas que según las descripciones tenía) y tuvo que volver a Constantinopla en el 976 para morir. Naturalmente, los rumores populares decían que había sido envenenado.

8
El imperio en su apogeo
El matador de búlgaros

En ese momento Basilio II tenía casi veinte años, una edad suficiente para gobernar solo. Es cierto que hasta aquel tiempo había sido un alegre príncipe amante de los placeres, pero paulatinamente, después de la muerte de Juan I, fue cambiando, no sabemos por qué razón. Se hizo sombrío, cruel y austero, casi un fanático en la entrega a su deber. Al descubrir que su único placer era la guerra y la vida dura del soldado, renunció a la carne, al vino y a las mujeres, y permaneció soltero durante su vida.

Sin embargo, no renunció a ser emperador, agarrándose el cetro cada vez con más fuerza y apartando completamente de su lado a su hermano menor Constantino VIII. Constantino, que fue un juerguista hasta el final de sus días, no podía esperar nada mejor.

Pero, desafortunadamente para Basilio, no iba a poder mantenerse en el poder sin lucha. Había pasado demasiado tiempo desde que el titular del imperio era el emperador real. Dos generales, Nicéforo II y Juan I, habían gobernado cubriéndose de gloria; era natural suponer que otros generales querrían reproducir la hazaña.

De hecho, el medio siglo de dominación militar que vino después del ascenso de Romano Lecapeno había dejado al imperio en unas condiciones casi feudales. El espíritu militar había estimulado el crecimiento de propiedades, que a su vez podían mantener contingentes de hombres armados y los grandes terratenientes, en especial los de Asia Menor, se habían convertido así en virreyes independientes. Querían que la política del trono favoreciera a sus intereses. En oposición a ellos estaban los funcionarios civiles de la corte, los burócratas que mantenían el peso de la administración desde un emperador al siguiente, y que hacían lo que podían para fomentar un gobierno centralizado.

En el 971, cuando Juan I todavía vivía, el partido feudal se había sublevado bajo la jefatura de Bardas Focas. Bardas Focas era sobrino de Nicéforo Focas, a quien Juan (otro sobrino) había asesinado. Prácticamente fue una riña familiar por el trono, pero los terratenientes creían que Bardas Focas, a cambio de su ayuda, gobernaría en favor suyo. Toda Asia Menor ardió, y la rebelión fue reprimida con dificultades por el general de Juan, Bardas Escleros. Focas fue enviado al exilio en la isla egea de Quios.

En el 976, sin embargo, después de la muerte de Juan, Bardas Escleros creyó que había llegado el momento de convertirse en el próximo general que mandara en el imperio. Era sumamente popular entre sus tropas, disponía de una flota, y después de tres años de victorias, tenía en sus manos toda Asia Menor.

Pero el joven Basilio II no tenía ninguna intención de renunciar. En los combates con los bárbaros del norte, el imperio solía oponer una tribu contra otra para que todas perdieran. Basilio, que se proponía luchar contra los señores feudales, haría lo mismo. Hizo volver a Bardas Focas, el antiguo rebelde. Escleros había derrotarlo antes a Focas; esta vez iba a dejar a Focas devolverle el cumplido.

Focas tenía el propósito de hacerlo. El 24 de marzo del 979, los dos Bardas combatieron en Asia Menor. Según el relato, fue un combate cuerpo a cuerpo casi al estilo homérico. Focas tumbó a Escleros a quien sacaron del campo de batalla medio muerto, pero volvió en sí y consiguió escaparse a Bagdad en territorio islámico.

Una vez que los señores feudales estuvieron temporalmente apaciguados, Basilio II se dedicó a acabar con su poder. Promulgó una serie de leyes de reforma agraria cuyo fin era disolver los latifundios. Los terratenientes le desafiaron airadamente, y en el 987 Escleros volvió del exilio para colocarse a su cabeza. De nuevo, Basilio llamó a Focas, pero esta vez Focas se unió a su antiguo enemigo y las tropas le proclamaron emperador. Y una vez más, la tercera, toda Asia Menor se sublevó contra el emperador y Constantinopla fue bloqueada por mar y tierra por los dos Bardas.

Basilio II se negó todavía a rendirse. Buscó aliados y los encontró en el norte. Sviatoslav de Kiev había muerto en el 980 y su hijo Vladimiro gobernaba entonces a los rusos. Basilio pactó con él. Prometió permitirle que se casara con la hermana del emperador, Ana (una gran condescendencia por parte de Basilio, y un indicio de su desesperación) a cambio de mercenarios. Vladimiro se mostró de acuerdo y 6.000 robustos rusos fueron introducidos clandestinamente en Constantinopla.

Estos rusos formaron el núcleo de lo que llegó a ser conocido con el nombre de la guardia varega, según la antigua denominación de la casa gobernante sueca, de la cual procedía la aristocracia rusa. La guardia ya no era ni varega ni rusa. Los aventureros vikingos de Escandinavia y los sajones de Inglaterra se alistaron también por el gusto de vivir en la ciudad más civilizada y rica del mundo. Pero la guardia no cambió de nombre y fuera cual fuera su composición social, la guardia varega siguió existiendo durante más de cuatro siglos.

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