Contrato con Dios (20 page)

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Authors: Juan Gómez-Jurado

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Contrato con Dios
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La periodista no dedicó más tiempo a pensar en ello. Recogió el reloj, que estaba entre ambas colchonetas, y salió de la tienda. El campamento estaba silencioso como el inquilino de un cementerio, pero Andrea se alegró de que la enfermería estuviese cerca de la pared noroeste del cañón, así evitaría cruces indeseables si alguien iba o venía de los retretes.

Seguro que ahí es donde está Harel. No comprendo por qué no podemos contarle lo que vamos a hacer si ella ya conoce la existencia del teléfono satélite del cura. Estos dos se traen un lío muy extraño.

En ese momento comenzó a sonar la bocina de aire comprimido del profesor. Andrea se quedó congelada en el sitio, el miedo rascándole las tripas como una cobra en un balón de fútbol. Al principio creyó que Forrester la había descubierto, hasta que se dio cuenta de que la bocina debía de estar lejos. El ruido llegaba amortiguado y multiplicado, rebotado por todo el cañón, pero sin demasiada fuerza.

Sonó dos veces. Luego se paró.

Después comenzó a sonar de forma ininterrumpida.

Eso es un grito de auxilio. Me juego el cuello.

Andrea dudó a quién avisar. Encontrándose Harel ausente, y Fowler esperándola en el 14B, la mejor opción era Tommy. La tienda del personal de servicio era la de al lado. Ayudándose de la linterna del reloj, Andrea encontró la cremallera de entrada e irrumpió dentro.

—Tommy. Tommy, ¿está usted aquí?

Media docena de cabezas brotaron de los sacos de dormir.

—¡Son las dos de la mañana, por Dios! —dijo un despeinado Brian Hanley, frotándose los ojos.

—Despierte a Tommy. Creo que el profesor tiene un problema.

Pero Tommy ya se incorporaba en el saco.

—¿Qué ocurre?

—Es la bocina del profesor. No para de sonar.

—No oigo nada.

—Salgan conmigo. Debe de estar al fondo del cañón.

—Dentro de un momento.

—¿Qué espera, a Hanukah?
[10]

—No, espero que se dé la vuelta. Estoy desnudo.

Andrea salió de la tienda, murmurando una disculpa. Afuera el sonido continuaba, cada vez más débil. La carga de aire comprimido de la bocina debía de estar acabándose.

Tommy se unió a ella, seguido por el resto de ocupantes de la tienda.

—Vete a mirar en la tienda del profesor, Robert —dijo Tommy, señalando al esquelético operador de perforadora—. Y tú, Brian, ve a avisar a los soldados.

Esto último era innecesario. Dekker, Maloney, Torres y Jackson ya se acercaban a ellos. Con poca ropa, pero con las ametralladoras listas.

—¿Qué cojones pasa aquí? —dijo Dekker. Llevaba un walkie-talkie en la enorme y áspera manaza—. Mis chicos dicen que hay alguien al fondo del cañón armando un follón tremendo.

—La señorita Otero cree que el profesor tiene problemas. ¿Qué hay de sus vigías? —dijo Tommy.

—La zona está en un ángulo muerto. Waaka está buscando una posición mejor.

—Buenas noches. ¿Qué ocurre? El señor Kayn intenta dormir —dijo Russell, uniéndose al grupo con el pelo algo revuelto y ataviado en un pijama de seda color canela—. Creo que sería…

Dekker le interrumpió con un gesto. El walkie crepitaba, y la voz pastosa de Waaka surgía del altavoz.

—Comandante, tengo visibilidad. Identifico a Forrester y un cuerpo caído en el suelo. Cambio.

—¿Qué hace el profesor, Nido 1?

—Está quieto, de rodillas, inclinado sobre el cuerpo. Cambio.

—Recibido, Nido 1. Permanezca en ese lugar y denos cobertura. Nidos 2 y 3, extremen las precauciones. Si un ratón se tira un pedo, quiero saberlo.

Dekker cortó la comunicación y se puso a dar órdenes. En los breves instantes que había durado su charla con Waaka todo el campamento se había puesto en pie. Tommy Eichberg encendió unos potentes focos halógenos que crearon enormes sombras en las paredes del cañón.

Andrea, mientras, se había quedado un poco retrasada del círculo de gente que rodeaba a Dekker. Una mirada por encima del hombro le permitió ver a Fowler aparecer caminando por detrás de la enfermería, completamente vestido. Dio un rodeo y se colocó detrás de la periodista.

—No diga nada. Hablaremos luego.

—¿Dónde está Harel?

Fowler miró a Andrea, enarcando las cejas.

No tiene ni la menor idea.

De pronto una sospecha se abrió en la mente de Andrea y se giró hacia Dekker, pero Fowler la retuvo por el brazo. Tras intercambiar unas palabras con Russell, el enorme sudafricano había tomado una decisión. Dejó a Maloney al cuidado del campamento y se dirigió junto con Torres y Jackson hacia el cuadrante 22K.

—¡Déjeme padre! ¡Ha dicho que había un cuerpo! —dijo Andrea, intentando soltarse.

—Espere.

—¡Podría ser ella!

—Espere.

Mientras, Russell alzó los brazos y se dirigió al grupo.

—Por favor. Por favor. Sé que estamos todos muy nerviosos, pero corriendo de un lado para otro no ayudarán a nadie. De acuerdo, miren todos a su alrededor y díganme si falta alguno. ¿Señor Eichberg, y Brian?

—Está ahí detrás, cargando el grupo electrógeno. El nivel de gasolina está bajo.

—¿Señor Pappas?

—Todos menos Stowe Erling, señor —la entrecortada voz del ayudante dejaba a las claras su nerviosismo—. Estaba haciendo una retrospección del cuadrante 22K. Los encabezados de datos estaban mal procesados.

—¿Señora Harel?

—La doctora no está, señor Russell —dijo Kyra Larsen.

—¿Cómo? ¿Alguna idea de dónde puede encontrarse? —dijo Russell, sorprendido.

—¿Encontrarse quién? —dijo una voz a espaldas de Andrea. La periodista se dio la vuelta con el alivio pintado en el rostro. Harel se encontraba allí de pie, con los ojos enrojecidos y vestida tan sólo con unas botas y una camiseta larga de color rojo que le llegaba por las rodillas—. Tendrán que perdonarme, pero hoy tomé una pastilla para dormir y aún estoy grogui. ¿Qué ha ocurrido?

Mientras Russell ponía al corriente a la doctora, Andrea hizo frente a sentimientos encontrados. Aunque estaba más tranquila sabiendo que Harel estaba bien, no alcanzaba a imaginarse dónde se había metido durante todo aquel tiempo.

Y no soy la única,
pensó Andrea, observando a su otra compañera de tienda. La arqueóloga no le quitaba la vista de encima a Harel.

Larsen sospecha de la doctora y mucho. Seguro que se dio cuenta de que no estaba en su colchón hace unos minutos. Si las miradas fueran rayos láser, Doc tendría un agujero en la espalda del tamaño de una pizza mediana. Aquí va a haber problemas.

K
AYN

El viejo se subió a una silla y desató uno de los nudos que aseguraban las paredes transversales de la tienda. Lo ató, lo volvió a desatar y lo ató una vez más.

—Señor. Lo está usted haciendo otra vez.

—Un muerto, Jacob. Un muerto.

—Señor, el nudo está bien atado. Baje, tiene que tomar esto —dijo Russell sosteniendo en alto un pequeño vaso de papel con unas pastillas.

—No voy a tomarlas. Necesito todos mis sentidos alerta. Yo podría ser el siguiente. ¿Te gusta este nudo?

—Sí, señor Kayn.

—Se llama doble ocho. Un nudo muy seguro. Me lo enseñó mi padre.

—Es un nudo perfecto, señor. Por favor, baje de la silla.

—Quiero asegurarme. Lo ataré otra vez.

—Señor, está volviendo a recaer en el trastorno obsesivo.

—¡No me llames eso!

El viejo se giró para reprenderle, tan bruscamente que perdió el equilibrio. Jacob se apresuró a sujetarle, pero no pudo impedir que cayese al suelo.

—¿Se encuentra bien, señor? ¡Llamaré a la doctora Harel!

El viejo lloraba en el suelo y sólo una pequeña parte de las lágrimas se debían al golpe.

—Un muerto. Un muerto.

L
A
EXCAVACIÓN

Desierto de Al Mudawwara, Jordania

Viernes, 14 de julio de 2006. 03.13

—Asesinato.

—¿Está segura, doctora?

El cadáver de Stowe Erling estaba en el centro de un círculo de lámparas de gas, que daban una luz pálida y translúcida como ala de mosca. Las sombras de las piedras que los rodeaban se difuminaban en el exterior del círculo para convertirse gradualmente en una noche que de repente estaba llena de amenazas. Andrea reprimió un escalofrío al mirar al cadáver, que yacía tendido sobre la arena.

Minutos antes, al llegar Dekker y sus hombres junto al profesor, éste aferraba una mano del cadáver con la derecha mientras que con la izquierda seguía apretando inútilmente la bocina de aire comprimido, cuyo gas hacía rato que se había agotado. Dekker apartó con malos modos al profesor y mandó llamar a Harel. La doctora le pidió a Andrea que la acompañase.

—Preferiría no hacerlo —dijo Andrea. Se sintió mareada y confusa cuando Dekker dijo por la radio que habían encontrado muerto a Stowe Erling. No pudo evitar recordar cómo ella había deseado que se lo tragase el desierto.

—Por favor. Estoy muy nerviosa, Andrea. Échame una mano.

La doctora parecía realmente trastornada, así que Andrea se puso a caminar a su lado sin más discusión. Por el camino la periodista pensó en varias maneras de abordar a Doc y preguntarle dónde demonios estaba cuando empezó el follón, pero no se le ocurrió ninguna en la que no quedase al descubierto que ella misma estaba donde no debía. Cuando llegaron al cuadrante 22K descubrieron que Dekker había buscado la manera de alumbrar el cadáver para que ésta dictaminase la causa de la muerte.

—Dígamelo usted. Si no es asesinato era un suicida muy decidido. Tiene una cuchillada en la base de la columna. Un golpe mortal de necesidad.

—Y muy difícil de asestar —dijo Dekker, sombrío.

—¿A qué se refiere? —intervino Russell, de pie junto al mercenario. Un poco más lejos, Kyra Larsen, agachada junto al profesor, intentaba consolarle y le cubría con una manta.

—Se refiere a que es un golpe dado sin vacilar, perfecto. Con una cuchilla afiladísima. Apenas sangró —dijo Harel, quitándose el guante de látex con el que había estado palpando la herida.

—Un profesional, señor Russell.

—¿Quién lo descubrió?

—En el ordenador del profesor suena una alarma cuando un magnetómetro deja de transmitir —dijo Dekker, señalando hacia el viejo con la cabeza—. Él se levantó para echarle la bronca a Stowe. Al verle en el suelo creyó que estaba dormido y comenzó a pitarle en la oreja, hasta que se dio cuenta de lo que ocurría. Entonces siguió pitando para avisarnos a nosotros.

—No quiero ni pensar cómo reaccionará el señor Kayn cuando se entere. ¿Dónde demonios estaban sus hombres, Dekker? ¿Cómo ha podido ocurrir?

—Mirando hacia el exterior como les ordené, supongo. Son tres efectivos cubriendo un área enorme en una noche sin luna. Hacen lo que pueden.

—Que no es mucho —dijo Russell señalando el cadáver.

—Se lo dije, Russell. Le dije que era una locura venir a este lugar con tan sólo seis efectivos. Forzándonos al máximo podemos tener a tres hombres haciendo guardias de cuatro horas. Para cubrir un área hostil como ésta necesitamos al menos veinte. Ahora no venga echándome la culpa.

—Eso está fuera de lugar. Ya sabe usted lo que pasaría si el gobierno jordano…

—¿Quieren dejar de discutir? —El profesor se había levantado, la manta colgando desmañada de sus hombros, y la voz le temblaba de rabia. Una vez pasado el shock inicial, estaba deseando volcar su furia de alguna manera—. Ha muerto uno de mis ayudantes. Yo lo mandé aquí. ¿Quieren dejar de echarse las culpas mutuamente?

Russell torció el gesto, incómodo. Y para sorpresa de Andrea, Dekker también, aunque el mercenario disimuló dirigiéndose a la doctora Harel.

—¿Puede decirnos algo más?

—Me imagino que lo mataron ahí arriba y que cayó arrastrándose hasta el final de la pendiente, por las rodadas en las rocas.

—¿Se imagina? —dijo Russell, enarcando una ceja.

—Lo siento pero yo no soy forense. Sólo una vulgar médica. Que sea especialista en medicina de combate no quiere decir que sea capaz de leer escenarios de crimen. Y tampoco es que se puedan encontrar muchas huellas ni nada con esta mezcla gruesa de arena y roca.

—¿Sabe usted si tenía enemigos, profesor? —dijo Dekker.

—Se llevaba muy mal con David Pappas. Es una rivalidad que yo mismo he fomentado muchas veces.

—¿Alguna vez les vio discutir?

—Muchas veces, pero nunca llegó la sangre al río —Forrester se detuvo y alzó el dedo frente a la cara de Dekker—. Un momento, no estará sugiriendo que uno de mis chicos ha hecho esto, ¿verdad?

Andrea, entre tanto, había estado contemplando el cadáver de Erling con una mezcla de estupor y desconcierto. Quería dar un paso adelante, entrar en el círculo de lámparas, tirarle de la coleta y demostrar que no estaba muerto, que sólo era una broma extraña perpetrada por el profesor para torturarlos. Sólo se convenció de la gravedad de lo que sucedía cuando vio al frágil profesor enarbolando el dedo frente al gigantesco Dekker. En ese momento, el secreto que había estado conteniendo durante dos días la desbordó como una presa resquebrajada ante la presión del agua.

—Señor Dekker.

El sudafricano se volvió hacia ella, con cara de pocos amigos.

—Señorita Otero, el maestro Schopenhauer decía que en el primer encuentro una cara hace en nosotros la impresión que tendrá para siempre. Por el momento ya he tenido bastante de su cara, ¿lo capta?

—Ni siquiera sé por qué está aquí cuando nadie la ha llamado. Esto no es publicable. Vuelva al campamento —apostilló Russell.

La periodista retrocedió un paso, pero aguantó la mirada del mercenario y del ejecutivo. Desoyendo los consejos de Fowler, Andrea lo escupió todo.

—No voy a irme. Es posible que este hombre haya muerto por mi culpa.

Dekker acercó tanto su cara a la de Andrea que ésta pudo sentir el calor seco que desprendía su piel.

—Hable claro.

—Cuando llegamos al cañón creí ver una persona en lo alto de ese risco.

—¿Qué? ¿Y no se le ocurrió decir nada?

—Entonces no le di importancia. Lo siento.

—Ah, fantástico, lo siente. Entonces todo arreglado. Joder.

Russell meneaba la cabeza, atónito. Dekker se rascaba la cicatriz con fuerza, intentando digerir lo que acababa de oír. Harel y el profesor la miraban atónitas. La única que reaccionó fue Kyra Larsen, que haciendo a un lado a Forrester se acercó a Andrea y le dio una bofetada.

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