Corazón enfermo (30 page)

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Authors: Chelsea Cain

Tags: #Policíaco, #Thriller

BOOK: Corazón enfermo
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—No creerás…

—No fue Reston —le comunicó Archie—. Ha estado bajo vigilancia desde las seis de la tarde. No salió de su casa.

A Susan le volvieron a doler las mandíbulas. Basándose en su numerito de la prisión, Archie había puesto a Paul bajo vigilancia, lo que lo convertía en sospechoso. Se reprendió mentalmente por no haber podido mantener la boca cerrada. No debería haber permitido que Gretchen la acorralara. No tema que haberse encargado del reportaje. Ahora ya no había modo de dar marcha atrás.

—¿Estás vigilando a Paul por lo que te conté ayer?

—Encaja con el perfil mejor que cualquier otra persona hasta ahora. Excepto por su increíble habilidad de tener una coartada justo en el momento de cada crimen. —Archie se volvió hacia Claire—: Pregunta al que está siguiendo a Evan Kent. Después llama al Cleveland, por si alguien ha aparecido hoy cubierto de sangre y con un pasamontañas —sonrió tristemente—. Ya sabes, cualquier cosa fuera de lo común.

Claire asintió, sacó el móvil de su cinturón y salió a hacer las llamadas.

Susan miró de reojo a Archie.

—Fuiste a verlo —le dijo.

Archie se guardó el bolígrafo en el bolsillo de su chaqueta.

—Por supuesto —afirmó—. ¿Qué pensabas que haría?

—¿Qué te dijo?

—Lo negó todo.

Susan sintió que enrojecía.

—Mejor —dijo con voz ligeramente temblorosa—. Se está protegiendo. Eso es bueno. —Y después agregó—: Ya te dije que lo negaría.

—Eso me dijiste —reconoció Archie.

Claire reapareció.

—Kent está en su casa. Pero Dan McCallum no ha ido hoy al Cleveland. —Los miró a ambos—. ¿Qué?

Archie consultó su reloj.

—¿Cuánto tiempo lleva de retraso? —preguntó.

—¿El señor McCallum? No es posible —dijo Susan. Claire la ignoró.

—Su primera clase comenzaba hace diez minutos. No ha llamado avisando de que estaba enfermo. Simplemente no ha aparecido. La secretaria del instituto ha llamado a su casa y nadie contesta.

—Creo que eso puede resultar sospechoso —dijo Archie.

CAPÍTULO 36

Archie golpeó la puerta del bungaló de los años cincuenta de McCallum con tanta fuerza que pensó que se iba a romper los nudillos. Era un pequeño edificio de ladrillo, de una sola planta, situado en medio de un gran jardín obsesivamente cuidado. Los rosales, que tras la poda invernal ya empezaban a brotar, estaban colocados en una fila perfecta a un lado del camino pavimentado que llegaba hasta los escalones de cemento de la casa. La puerta, en un toque de originalidad, había sido pintada de rojo brillante. Un timbre, que parecía estropeado casi desde que se había construido la casa, estaba tapado con una vieja cinta adhesiva. Ante la puerta se encontraba un
Oregon Herald
, todavía en su bolsa de plástico.

—¿Dan? —llamó Archie.

Volvió a golpear. La puerta tenía un gran cristal alargado, pero estaba tapado con una cortina y Archie no podía ver más que una pequeña franja del interior de la casa. Hizo un gesto con dos dedos a los Hardy Boys para que dieran la vuelta y fueran por la puerta trasera. Henry se mantuvo de pie a unos pasos de distancia, en la escalinata. Claire se encontraba al lado de Archie. Y Susan, vestida con un chaleco amarillo con la palabra «acompañante» escritas en negro sobre la espalda, se había colocado junto a Claire—. Archie hizo un gesto a Susan para que retrocediera, y ella obedeció de inmediato. Después sacó su arma y volvió a golpear.

—Dan, policía, abra. —Nada.

Intentó abrir la puerta. Estaba cerrada. Un gato gris atigrado apareció en el porche y se escurrió entre las piernas de Archie.

—Hola, precioso —dijo, notando las pálidas huellas qué sus patas dejaban a su paso. Se inclinó a mirarlas. Habían dejado una impronta rojo pálido contra el brillante verde musgo, el color con que estaban pintados los escalones.

—Es sangre —le dijo Claire—. ¿Quieres que entremos ya?

Se puso de pie y se apartó al mismo tiempo que Claire se cubría el rostro con el codo y golpeaba el cristal de la puerta con la culata de su arma. La ventana se rompió en varios pedazos que cayeron al interior, con gran estruendo, Al romperse el cristal, el olor de la muerte los envolvió. Todos lo reconocieron. Archie metió la mano y abrió la puerta por dentro, luego levantó su arma y se dispuso a entrar.

Llevaba un Smith and Wesson del 38 especial. Prefería un revólver a una automática. Se fiaba más de ellos y no requerían demasiado mantenimiento. A Archie no le gustaban las armas. Nunca había tenido que disparar la suya fuera del campo de tiro. Y no le gustaba pasarse horas y horas en la mesa de su cocina limpiándola. Pero un 38 no era tan preciso como una 9 mm, y Archie sintió que la lealtad hacia aquel tipo de arma se debilitaba repentinamente.

—Dan —llamó—, somos de la policía. ¿Está ahí? Vamos a entrar.

Nada.

La puerta de entrada daba a un salón, y éste a una cocina. Archie podía ver las huellas de las pisadas extendiéndose en diagonal por el linóleo. Se volvió hacia Susan.

—Quédate aquí —le ordenó con un tono que no admitía discusión. Después les hizo un gesto a Claire y a Henry—. ¿Estáis listos? —Ambos asintieron.

Entraron.

A Archie le encantaba esta parte. Ni siquiera sus píldoras podían competir con la adrenalina y las endorfinas. Su cuerpo se sentía vivo y enérgico. Su ritmo cardíaco y su respiración se aceleraron, sus músculos se tensaron; nunca estaba más alerta que en esos momentos. Se movió por la casa observando cada detalle. Una estantería con libros ocupaba la pared más alejada del salón. Los estantes estaban repletos de libros y otros objetos; viejas tazas de café, papeles y lo que parecía ser correspondencia ocupaban todos los intersticios disponibles. Cuatro sillas de diferente calidad y varios tonos de verde estaban dispuestas en torno a una mesa cuadrada, sobre la cual se amontonaban periódicos. Una serie de dibujos de barcos, enmarcados, colgaban de una de las paredes. Archie se movió por el pasillo, pegando la espalda contra la pared, con Claire siguiéndolo tan de cerca que podía oír su respiración. Henry iba detrás de Claire. Volvió a llamar:

—¿ Dan? Somos de la policía.

Nada.

Dobló una esquina, con el arma en alto, e inmediatamente vio la fuente de las huellas ensangrentadas.

Dan McCallum estaba muerto. Yacía con la mejilla sobre la mesa de cedro de la cocina, con la cabeza descansando en un charco de sangre espesa. Uno de sus brazos estaba extendido sobre la mesa, el otro, doblado a la altura del codo, todavía sostenía el arma. Estaba mirando a Archie, con los ojos abiertos, pero no había ninguna duda de que llévala muerto varias horas.

—Genial —suspiró Archie. Guardó su arma, entrelazo las manos por detrás de la nuca y paseó por la cocina en círculos, intentando no mostrar su frustración. Si McCallum era el asesino, todo había terminado. ¿Pero dónde estaba la muchacha? Volvió al presente.

—Da el aviso —le dijo a Claire.

Pudo escuchar a Claire hablando por radio detrás de el, mientras se acercaba al cuerpo. Procurando no pisar la sangre que se había acumulado en el suelo, se agachó al lado del cadáver. Archie reconoció de inmediato el arma que McCallum aferraba todavía en su mano derecha. Se trataba de un 38. El corazón podía continuar latiendo durante un de minutos con una herida en el cráneo de ese calibre, lo cual explicaba la abundancia de sangre.

Una vez, Archie había encontrado el cadáver de un hombre que había atravesado con el puño un panel de cristal después de discutir con su mujer. Se había cortado la arteria del brazo y desangrado hasta morir, porque ella había salido furiosa de la casa y él había sido demasiado orgulloso para pedir una ambulancia. La sangre había descrito un amplio arco por toda la cocina al cortarse la arteria y después continuó salpicando a pesar de que había intentado hacerse un torniquete con un paño de cocina. Su esposa volvió a la mañana siguiente y llamó a urgencias. Cuando Archie llegó, encontraron al hombre muerto, recostado contra una alacena. Las cortinas amarillas de la cocina y las blancas paredes tenían salpicaduras, y la sangre se había extendido por todo el suelo. Archie no imaginaba que un cuerpo pudiera contener tanta sangre. Parecía la escena de un homicidio con una motosierra.

Ahora se encontraba en otra cocina. Se acercó para examinar las huellas del arma en donde había hecho contacto cerca de la boca, y el orificio de salida de la herida en la parte posterior de la cabeza. Un 38 atravesaría el cráneo de lado a lado, mientras que un 22 rebotaría en su interior. Los ojos pardos de McCallum miraban sin ver, las pupilas dilatadas, los párpados completamente abiertos. Su mandíbula también estaba rígida, dándole a la boca un aspecto de reproche La piel de su rostro estaba amoratada con señales evidentes de rigor mortis, como si hubiera recostado su cabeza tras una pelea. No había ninguna taza de café sobre la mesa.

Archie volvió a examinar el cuerpo. Las huellas del gato indicaban que éste se había subido a la mesa dejando a su paso un rastro de sangre cubierta con su delicado pelaje gris. El cabello castaño de la sien izquierda de McCallum estaba apelmazado y mojado en donde el gato parecía haberlo lamido. ¡Pobre animal! Archie siguió las huellas de las patas desde la mesa hasta la trampilla de la puerta trasera.

Se levantó. No parecía tan sencillo como parecía. Henry había abierto la puerta trasera y los Hardy Boys estaban de pie, junto a Susan Ward, esperando que dijera algo.

—Revisad la casa de arriba abajo —ordenó Archie—. Tal vez tengamos suerte y ella todavía esté aquí. —Pero no lo creía—. Y llamad a la protectora de animales —añadió—. Alguien va a tener que hacerse cargo de ese gato.

CAPÍTULO 37

A Susan le pareció que todos los policías de la ciudad se habían concentrado en la pequeña casa de Dan McCallum. Una cinta de plástico amarilla zigzagueaba alrededor del jardín para mantener a una cierta distancia al creciente número de curiosos que se iban acercando al lugar. A lo lejos, los periodistas de televisión iban tomando posiciones frente a la casa para sus conexiones en directo. Susan estaba sentada en un banco de hierro en la parte delantera, jumando un cigarrillo, con el móvil pegado a la oreja, contándole toda la situación a Ian, cuando encontraron la bicicleta de Kristy Mathers.

Uno de los policías, revisando el garaje, la descubrió apoyada contra la pared, oculta bajo una lona azul. Una bicicleta de mujer, amarilla, con un asiento del mismo color y la cadena rota. Los policías se reunieron a su alrededor, rascándose la cabeza, taciturnos, mientras los fotógrafos de la prensa sacaban fotos con sus cámaras digitales y los vecinos era sus móviles.

Susan pensó en Addy Jackson y en dónde estaría en ese momento, y se sintió enferma. Seguramente ya estaba muerta, medio enterrada en el barro del río, en alguna parte. Charlene Wood, del Canal 8, se encontraba ante la casa, de espaldas a Susan, emitiendo en directo. No podía oír lo que decía, pero imaginaba los resúmenes melodramáticos y la histeria de los informativos locales. Desde hacía algún tiempo, a Susan la humanidad le parecía deprimente.

Al cabo de un rato, Archie dejó el círculo de policías y se aproximó.

—¿No vas a cubrir esta noticia? —le preguntó, sentándose junto a ella en el banco.

Negó con la cabeza.

—Es una primicia. Quieren un periodista. Y ya han enviado a Parker. —Dobló las rodillas, acercándolas contra su pecho, abrazándolas, y dio una calada a su cigarrillo—. ¿Así que se suicidó?

—Eso parece.

—No he visto ninguna nota.

—La mayoría de los suicidas no dejan notas —explicó Archie—. Te sorprenderías.

—¿En serio?

Archie se frotó la nuca con una mano y miró hacia el jardín.

—Creo que debe resultar difícil escribir tus últimas palabras.

—Me lo encontré el otro día —reveló Susan con tristeza—. En el Cleveland.

Archie arqueó las cejas.

—¿Te comentó algo?

—Sólo charlamos un momento —dijo Susan, sacudiendo la ceniza de su cigarrillo hacia un lado.

—Estás tirando ceniza sobre mi escenario del crimen —la reprendió Archie.

—Maldita sea —dijo Susan—. Lo siento. —Apagó el cigarrillo en una hoja de papel de su libreta, la dobló con cuidado y depositó el envoltorio en su bolso. Era consciente de que Archie la miraba, pero ella no podía devolverle la milla. Dirigió la vista a sus manos. La piel alrededor de la herida que se había hecho en el dedo al romper la copa de vino se había puesto roja, como si se estuviera infectando—. ¿No vas a preguntarme nada?

—¿A qué te refieres? —preguntó él.

Ella se llevó el dedo a la boca y lo chupó un instante, notando un sabor a piel salada y sangre seca.

—Si realmente sucedió.

Él negó con la cabeza. Fue un movimiento casi imperceptible.

—No.

Naturalmente. Él estaba tratando de ser amable. Susan deseó no haber apagado el cigarrillo. Quería hacer algo con las manos. Jugueteó con el cinturón de la gabardina.

—McCallum estaba a cargo del Equipo del Saber. Yo renuncié el día anterior a la competición estatal. Era la única experta en geografía.

Archie dudó.

—En cuanto a Reston, lo voy a denunciar al instituto. No debería estar dando clases.

Susan adoptó una expresión seria.

—Mentí. Lo inventé todo.

Archie cerró sus ojos con tristeza.

—Susan, no hagas esto.

—Por favor, olvídate del asunto —le suplicó Susan—. Me siento como una idiota. Soy una maldita estúpida cuando se trata de hombres. —Miró a Archie a los ojos—. Estaba enamorada de él. E inventé la aventura. Quería que sucediera. Pero no pasó nada. —Le sostuvo la mirada, suplicante—. Así que olvídalo, ¿vale? En serio. Soy un desastre. No te puedes Paginar hasta qué punto.

Él negó con la cabeza.

—Susan…

—Lo inventé todo —volvió a repetir ella.

Archie se mantuvo inmóvil.

—Archie —dijo ella con cautela—. Por favor, créeme Todo fue puro cuento. Soy una mentirosa. —Enfatizó cada palabra, cada sílaba, queriendo que la entendiera—. Siempre he sido una mentirosa.

Él asintió lentamente.

—Vale.

Como de costumbre, la había cagado. Espléndidamente.

—No te sientas mal. Soy una causa perdida. —Trató de sonreírle a Archie, pero sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Se las secó y rió—. Mi madre cree que necesito encontrar un buen muchacho con un buen coche.

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