Lo primero que hizo Susan al volver a su casa desde la isla Sauvie fue quitarse las altas botas de cuero tirarlas y dejarlas caer al lado de un montón de zapatos que había dejado abandonados en el suelo. Manchadas y apestando a lejía, las botas estaban hechas una pena.
Susan vivía en lo que ella gustaba denominar un loft, pero en realidad era un gran estudio, en el distrito Pearl, en la parte más septentrional de la zona oeste de Portland. El edificio, una antigua destilería de principios de siglo, había sido renovado hacía algunos años. La fachada de ladrilló seguía en pie, compacta, lo mismo que la antigua chimenea. Pero el resto de la estructura había sido totalmente remodelada para proporcionar a los inquilinos algunas instalaciones más modernas. El loft de Susan estaba en el tercer piso. En realidad, pertenecía a un antiguo profesor suyo que había solicitado un largo periodo sabático y se encontraba en Europa con su esposa mientras escribía otro libro. Vivía en Eugene, donde ocupaba el cargo de director del departamento de Literatura de la Universidad de Oregón, pero mantenía aquel apartamento en Portland, supuestamente como refugio para poder escribir, aunque raramente lo usaba por razones literarias. Susan había querido que fuera suyo desde el primer fin de semana que había pasado allí. La cocina estaba equipada con los más modernos electrodomésticos, una nevera de acero inoxidable y un impresionante y brillante horno. Era todo lo contrario a la casa en la que había crecido. Aunque era cierto que la encimera era de granito y no dé mármol y el horno una copia Frigidaire de un Viking, el sitio tenía un aspecto moderno y urbano. Le encantaba el escritorio azul del Gran Escritor. Adoraba la estantería empotrada que ocupaba toda una pared y estaba repleta de libros del propietario. Le gustaban las fotografías enmarcadas del Gran Escritor junto a otros Grandes Escritores. La cama estaba aislada por un biombo japonés, dejando el resto del espacio como salón, en el que había un sofá de terciopelo azul, un sillón de cuero rojo, una mesa de centro y un pequeño televisor. De todo lo que había en aquel apartamento, sus pertenencias cabrían en dos maletas.
Se quitó la camisa, los pantalones negros, los calcetines, la ropa interior. Todavía podía oler la lejía. Se había adherido a toda su ropa, a su cuerpo, impregnándolo todo. Pensó en cuánto le gustaban sus botas estropeadas. Era una lástima. Estuvo unos instantes allí de pie, desnuda, temblando, con la ropa amontonada a sus pies, y luego se envolvió en el quimono que colgaba del perchero de metal de la puerta del baño, agarró la ropa, las bonitas y caras botas, y se encaminó descalza por el pasillo hacia la pequeña puerta rectangular con el letrero de «Basura», al lado del ascensor; la abrió, y dejó caer todo por el hueco. No esperó, como solía hacerlo, a escuchar el impacto de la caída; regresó de inmediato a su apartamento, se dirigió al cuarto de baño, abrió el grifo y dejó caer el quimono en un rincón junto a la puerta. Sólo había llenado la bañera con un par de centímetros de agua caliente, pero Susan se metió dentro, agachándose en el agua humeante y viendo cómo sus pies enrojecían. Se sentó lentamente, con un pequeño gesto de dolor al hacerlo, y luego se fue relajando, estirando sus delgadas piernas. La vista de su cuerpo desnudo le recordó al de las muchachas muertas. «¿Las sumergió en lejía en una bañera como ésta?». El nivel del agua alcanzó sus caderas. Se recostó contra la fría porcelana, obligándose a mantenerse apoyada en el fondo de la bañera, hasta que éste se calentó al contacto de su cuerpo. Tenía la piel de gallina en los brazos y no era capaz de detener aquellos malditos escalofríos que la recorrían. Giró el mando del grifo con los pies para detener el flujo de agua, luego cerró los ojos, tratando de no pensar en el cuerpo pálido v magullado que una vez había pertenecido a Kristy Mathers.
Archie estaba en su nueva mesa, escuchando la entrevista grabada con Fred Doud. Kristy Mathers estaba muerta. Y el reloj comenzaba a correr otra vez. El asesino secuestraría a otra muchacha. Era sólo cuestión de tiempo. Siempre era una cuestión de tiempo.
Las luces de la oficina estaban encendidas, pero Archie había apagado los tubos fluorescentes de su despacho, y ahora estaba sentado, casi en la penumbra, con la escasa iluminación que entraba por la puerta abierta. Finalmente, había ordenado a Henry que acompañara a Susan Ward hasta su coche, y junto a Claire Masland había seguido al vehículo de los médicos forenses hasta el depósito de cadáveres, en donde el padre de Kristy había identificado el cuerpo. Archie se había convertido en un experto en familias destrozadas. A veces se limitaba a guardar silencio, y simplemente con mirarlo a la cara los familiares ya sabían lo que había pasado. Otras veces tenía que repetírselo una y otra vez, pero ellos seguían parpadeando, confundidos, sacudiendo incrédulos las cabezas, con los ojos brillantes a causa del estupor. Y después, como una ola, la verdad caía sobre ellos y los ahogaba. En muchas ocasiones tenía que recordarse, con gran esfuerzo que él no era la causa de toda aquella angustia.
Pero a Archie no le importaba estar cerca del dolor. Incluso los más insoportables cretinos parecían alcanzar un estado de gracia cuando se enfrentaban a la pérdida brutal de un ser querido. Se movían por el mundo de un modo distinto al resto de la gente. Cuando te miraban, tenías la sensación de que realmente te estaban viendo. Todo el universo se condensaba en esa tragedia, en esa pérdida. Durante algunas semanas, parecían aceptar las cosas desde una cierta perspectiva. Después, la mierda intrascendente de sus vidas comenzaba a filtrarse.
Alzó la vista. Anne Boyd estaba reclinada contra el marco de la puerta, mirándolo con la expresión de un padre que espera una confesión por parte de su hijo.
Se frotó los ojos, sonrió cansado e hizo un gesto invitándola a entrar. Anne era una mujer inteligente. Se preguntó si su entrenamiento psicológico le permitiría ver más allá de su alarde de cordura.
—Lo siento. Soñaba despierto. —Apagó la grabadora—. Puedes encender la luz.
Ella obedeció y el despacho se vio inundado por una luz blanca y temblorosa, haciendo que el dolor que se había adueñado de la mente de Archie diera una vuelta de tuerca más. Se puso rígido, y estiró el cuello hasta escuchar un satisfactorio crujido de sus cervicales.
Anne se dejó caer en una de las sillas frente a él, cruzó las piernas y abrió una carpeta de unas cincuenta páginas sobre la mesa. Ella era una de las pocas agentes especiales del FBI, y la única mujer negra. Archie la conocía desde hacía seis años, desde que el Departamento de Estado la había enviado para trazar el perfil de la Belleza Asesina. Habían pasado cientos de horas bajo la lluvia, examinando juntos los escenarios mirando fotografías de cada herida a las cuatro de la mañana, intentando meterse en la cabeza de Gretchen Lowell. Archie sabía que Anne tenía hijos. La había oído hablar ellos por teléfono. Pero en todo el tiempo que habían trabajado juntos, jamás habían comentado nada sobre sus respectivas familias. Sus vidas profesionales eran demasiado terribles. Hablar de los hijos parecía trivial.
—¿Qué es eso? —preguntó, haciendo un gesto con cabeza hacia el documento.
—El fruto de mis esfuerzos —respondió Anne.
A Archie le dolían las costillas de estar sentado tanto tiempo, y la acidez quemaba su estómago.
A veces, se despertaba en medio de la noche, se encontraba en la posición correcta, y se daba cuenta de que no le dolía. Trataba de permanecer inmóvil, de disfrutar de aquel bendito descanso, pero, a la larga, tenía que darse la vuelta flexionar una rodilla o estirar un brazo, y entonces volvía a sentir la familiar tensión, el ardor o el dolor. Las pastillas ayudaban, y a veces se decía que estaba casi acostumbrado Pero su cuerpo seguía volviéndolo loco. Si tenía que concentrarse en el perfil diseñado por Anne, necesitaba un poco de aire.
—Salgamos a caminar. Me puedes hacer un resumen.
—Por supuesto.
Atravesaron la oficina vacía, en donde un empleado de la limpieza estaba desenrollando el cable de una aspiradora. Archie sostuvo abierta la puerta de cristal del banco para que Anne saliera, y después la siguió hasta la acera. Comenzaron a caminar en dirección norte. Hacía frío y Archie metió sus manos desnudas en los bolsillos de su chaqueta; allí estaban las pastillas. Él iba, como de costumbre, poco abrigado para aquella temperatura. Las farolas de la calle se veían borrosas en la oscuridad, y la ciudad parecía sucia a la opaca luz amarillenta que reflejaban sobre el asfalto. Un coche pasó a unos veinte kilómetros más del límite de velocidad permitido.
—Creo que nos enfrentamos con un psicópata en ciernes —comenzó Anne. Llevaba un largo abrigo de cuero color chocolate y botas de imitación de piel de leopardo. Anne siempre sabía cómo vestirse—. ¿Te gustan? —le preguntó cuando notó que él se fijaba en sus pies. Se detuvo y levantó el borde de su abrigo unos centímetros para mostrar las botas altas—. Las conseguí en la sección de Grandes y Poderosas. Tienen un ancho especial para mis enormes pantorrillas.
Archie carraspeó.
—¿Has dicho que era un psicópata en ciernes?
—¿No quieres que hablemos de mis pantorrillas? —preguntó Anne.
Archie sonrió.
—Es que estoy tratando de evitar que me denuncies por acoso sexual.
Anne dejó caer el abrigo y le dirigió a Archie una enorme sonrisa.
—Creo que es la primera vez que te veo sonreír en dos días. —Comenzaron a caminar otra vez y Anne continuó con el perfil—: Mató y violó a estas chicas pero siente remordimientos —dijo, otra vez seria—. Las lava y las devuelve.
—Pero vuelve a matar.
—La necesidad es más fuerte que él. Pero todo gira en torno a la violación. No al asesinato. Es un violador que mata, no un asesino que viola. No forma parte de su fetiche. No es necrofilia. Mata para evitarles la experiencia de la violación.
—Qué considerado —exclamó Archie.
Pasaron por delante de una tienda de pinturas a oscuras, un puesto de café y un bar de moda. La ventana del bajes taba repleta de luces de neón que anunciaban marcas de cerveza: PBR, Rainier, Sierra Nevada. Un deteriorado cartel informaba sobre la actuación de una banda musical llamada Informe sobre Desaparecidos. Fantástico. Archie miró hacia el interior cuando pasaron por delante y, boquiabierto, alcanzó a ver a un grupo de gente riendo en medio del estruendoso sonido de la alegría alcohólica.
—No creo que el asesinato le proporcione placer en sí mismo —continuó Anne—. No se detiene en él. No usa sus manos. Hay que averiguar si tiene antecedentes. Seguramente no es la primera vez que comete una violación. Creo que ya lo ha hecho con anterioridad. Y si es así, con toda probabilidad, sus víctimas serán similares a las de ahora.
Archie negó con la cabeza.
—Hemos investigado todas las violaciones sin resolver de los últimos veinte años. Ninguna de ellas sigue estos patrones.
Llegaron a un cruce. Si Archie hubiera estado solo, habría cruzado en rojo, pero como iba Anne pulsó el botón para que el semáforo diera acceso a los peatones y esperó.
—Busca en otro estado. Si no encuentras nada, puede I significar que las violaciones no fueron denunciadas, lo que, en cierto modo, es de alguna utilidad.
Archie consideró esa posibilidad.
—Tiene poder sobre las mujeres.
—O solía tenerlo —comentó Anne.
—Pierde el poder, y lo compensa con violencia.
Anne asintió varias veces, mientras movía las mandíbulas.
—Estoy pensando en una evolución de sus agresiones sexuales, seguida de algún tipo de estrés en el trabajo o en casa—. Probablemente ha tenido fantasías sexuales violentas desde que era niño, pero ha sido capaz de reprimirlas con pornografía y las violaciones iniciales.
—Pero ahora ya no lo consigue —suspiró Archie. Finalmente, el semáforo cambió, cruzaron la calle y comenzaron a caminar hacia el sur. No habían recorrido un trayecto muy largo, pero el paseo le estaba sentando bien.
Sí. Y se sale con la suya. Quizá las restricciones soases con las que siempre estuvo incómodo han comenzado a deteriorarse seriamente. Creo que, al principio, una parte de él esperaba, sin duda, que lo atraparan. Tal vez incluso deseara que lo hicieran, para ser castigado por sus fantasías perversas. Pero no fue así. Así que ahora cree que está por encima de la ley. Se siente especial.
¿Y la lejía? ¿Es un ritual de purificación o está destruyendo pruebas forenses de forma concienzuda?
Pudo ver que Anne se mordía el labio.
—No lo sé. No encaja en el perfil. Si se preocupa por ellas lo suficiente como para matarlas, entonces ¿por qué las baña con sustancias químicas corrosivas? Es excesivo como agente limpiador. Y creo que nuestro sospechoso es un tipo lo suficientemente meticuloso como para evitar excesos. Sabría exactamente qué cantidad utilizar, y no derrocharía más de la necesaria.
—Se deshizo de un cadáver el día anterior a San Valentín —dijo Archie.
—No es una coincidencia.
—Los asesinatos, para él, son gestos íntimos —reflexionó Archie suavemente—. Él las elige.
—Este tipo es inteligente —dijo Anne— y educado. Tiene un trabajo. Transporta los cuerpos, así que tiene acceso a un vehículo. Y probablemente a un barco. Si tenemos cuenta que estudia los movimientos de sus víctimas, yo diría que tiene un horario laboral similar al de los bancos. Es un varón blanco, de aspecto normal, sencillo. Presentable. Si ha evolucionado, pasa de los treinta, tal vez de los cuarenta. Se concentra en los detalles y es manipulador. Asume un gran riesgo al secuestrar a estas jovencitas en la vía pública. Tiene mucha seguridad en sí mismo, e incluso es gante. Y ha diseñado alguna estratagema para conseguir esas chicas vayan con él.
—¿Cómo el de Bundy?
—O Bianchi haciéndose pasar por policía, aparentando tener problemas con el coche, diciendo que anda buscando modelos o que sus padres han sufrido un accidenta y se ofrece a llevar a la joven al hospital. —Ella negó con la cabeza—. Pero es más hábil que todo eso. Es brillante, por que invente lo que invente consiguió que Kristy fuera con él después de que dos jovencitas fueran asesinadas.
Archie pensó en Kristy Mathers empujando su bicicleta rota por la acera, a pocas manzanas de su casa. ¿Dónde estaba la bicicleta? Si él la había secuestrado, ¿por qué llevarse la bicicleta? Y si lo había hecho, entonces su coche sería lo suficientemente grande para poder meterla dentro con rapidez.