Frowd hizo una mueca amarga.
—No tengo ningunas ganas de que me maten mis propios compatriotas, señor. Ni voluntariamente ni por error.
Una hora más tarde, ambas guardias fueron llamadas a cubierta y la proa de la
Faithful
pivotó hacia estribor; su bauprés se orientó por fin hacia la costa, escondida aún bajo el horizonte. Sólo se tomó un rizo en la mayor y otro en la mayor de trinquete. Sparke no permitía reducir más trapo. La
Faithful
hundía su panza en el agua, la cubierta inclinada y barrida por las olas. El mar hervía bajo la borda de sotavento y la espuma peinaba el cañón de nueve pulgadas como si fuese un escollo barrido por el oleaje.
Todavía hacía mucho frío. Cualquier manjar que el cocinero lograse producir en la cocina se enfriaba en un instante, además de humedecerse con la espuma que volaba en el peligroso trayecto por la cubierta superior.
En cuanto el día clareó un poco, Sparke mandó un nuevo vigía a la cofa del palo. La orden era avisar ante cualquier objeto avistado.
—¡Aunque sea un tronco flotante!
Bolitho observó que la ansiedad de Sparke crecía a medida que transcurría la mañana y que la goleta progresaba de forma regular hacia el oeste. Tan sólo en una ocasión el vigía cantó una vela en el horizonte. Estaba muy lejos, y se perdió en la calima y la distancia sin que el hombre pudiese describir su aparejo o el rumbo a que navegaba.
Stockdale se mantenía siempre cerca de Bolitho. Su enorme fuerza resultaba una ventaja para ayudar al resto de los marinos, que debían correr de un mástil al otro, o trepar a la obencadura para reparar y coser los cordajes cuando se partían.
El aviso del vigía llegó del tope del palo como un disparo de cañón:
—¡Tierra a la vista!
En un instante, los hombres olvidaron la incomodidad y el frío. Todos atisbaban a través de la cortina de lluvia y espuma en busca del perfil de la costa.
Sparke trepó unos metros en los obenques con su catalejo en la mano. Parecía haber abandonado la dignidad del oficial al mando. Sólo quería que la goleta se alzase en la cresta de la ola para hallar el punto de la costa que esperaba desde hacía días.
En cuanto lo hubo avistado, saltó de nuevo a cubierta y se encaró con mirada triunfante a Frowd.
—Caiga una cuarta. Ahí está el cabo Henlopen, marcando al noroeste de nuestra posición. —No podía contener su alegría—. Dígame, señor Frowd ¿para qué tantas precauciones?
—Noroeste oeste, señor —avisó el timonel—. A rumbo y arrancado.
Frowd frunció el ceño.
—El viento está rolando, señor. De momento no ha girado muchos grados, pero nuestra derrota pasa muy cerca de los bajos que hay al sur de la bahía de Delaware.
—¡Más precauciones! —se burló Sparke con una mueca.
—Tengo la obligación de advertirle de esos peligros, señor. —Frowd no perdía su dignidad.
—Señor —terció Bolitho—, el señor Frowd es el responsable final de nuestra llegada a tierra.
—Le reconoceré sus méritos llegado el momento, siempre y cuando…
Se interrumpió para mirar hacia lo alto del palo, donde el vigía acababa de avisar:
—¡Atención, cubierta! ¡Una vela por la aleta de babor!
—¡Maldita sea! —Sparke miró hacia arriba hasta que sus ojos empezaron a lagrimear—. ¡Que ese estúpido informe de qué tipo de embarcación se trata!
Ya el guardiamarina Libby trepaba por los flechastes de barlovento. Sus pies, que se agitaban como remos, mostraban la prisa con que deseaba alcanzar el puesto del vigía.
Una vez allí gritó:
—¡Demasiado pequeño para ser una fragata, señor! ¡Aunque diría que nos han avistado!
Bolitho recorrió con la mirada el agua agitada y grisácea. No haría falta esperar mucho para que los hombres de cubierta viesen el barco que se aproximaba. Demasiado pequeño para ser una fragata, había dicho Libby. Aunque su aparejo lo parecía: tres mástiles, velas cruzadas en sus vergas. Una balandra armada. El fino casco de la
Faithful
no podía hacer nada contra los ocho o dieciséis cañones que un barco de ese tipo portaba.
—Deberíamos cambiar de bordo, señor, e izar nuestro pabellón de inteligencia.
Advirtió la incertidumbre que invadía las estrechas facciones de Sparke. Sobre su mejilla relucía, destacada, la cicatriz redonda y roja, parecida a una moneda de un penique.
Un segundo vigía avisó con voz excitada desde el mástil:
—¡Dos embarcaciones menores por babor, señor! ¡Situadas entre nosotros y la costa!
Bolitho se mordió el labio. Sin duda debían de ser embarcaciones locales que navegaban en conserva para protegerse y que buscaban la entrada de la bahía.
Su presencia impedía cualquier intento de parlamentar con el patrullero británico. Además de esos barcos más pequeños podía haber otros y, en todos ellos, cabía la posibilidad de ojos enemigos o espías.
—Si viramos ahora, señor —sugirió Frowd voluntarioso—, escaparemos fácilmente del patrullero. No es la primera vez que navego en una goleta, señor, y sé de qué es capaz este casco.
La voz rabiosa de Sparke alcanzó el tono del aullido:
—¡Cómo se atreve a poner en duda mi decisión! ¡Vuelva a hablarme en ese tono y le haré degradar de inmediato! Sólo piensa en virar por avante, esperar y vigilar, escaparse. ¡Maldita sea! ¡Cualquiera diría que es usted una mujerzuela y no el segundo de un piloto!
Frowd desvió la mirada, furioso y helado.
Bolitho tomó partido:
—Entiendo lo que el señor Frowd quiere decir, señor. —Notó que la acerada mirada de Sparke pivotaba hacia él, pero no bajó los ojos—. Podemos alejarnos para esperar otra oportunidad. Si continuamos avanzando, por más que pronto tengamos la noche a nuestro favor, la balandra sólo necesita cortar nuestra retirada y esperar. Nos tendrá acorralados contra los bajos hasta que encallemos o decidamos rendirnos. Y esa gente con la que queremos encontrarnos y que esperamos capturar no esperarán para sufrir el mismo destino, que yo sepa.
Cuando Sparke volvió a hablar su voz sonaba de nuevo compuesta, casi calmada:
—Haré caso omiso de su preocupación por el nombre del señor Frowd. He observado ya su tendencia a inmiscuirse en asuntos de pequeño calibre. —Dirigió un gesto autoritario hacia Frowd—: Continúe tal como vamos. Mantenga el rumbo en esta bordada mientras el viento lo permita. Dentro de media hora mande un hombre experto a sondar desde la serviola. —Antes de terminar sonrió con sorna—: ¿Le parece que bastará con eso?
Las arrugas surcaron la frente de Frowd.
—Sí, señor.
Transcurrió media hora y el reloj de arena situado junto a la aguja del compás giró en consecuencia. Para entonces, las velas de juanete y sobrejuanete del buque patrullero se divisaban ya desde la cubierta.
D'Esterre, pálido y descompuesto por el ambiente cerrado de la cámara, se acercó a Bolitho y dijo con desánimo:
—Maldita sea, estoy tan mareado que preferiría morirme. —Echó un vistazo a las hinchadas velas de la balandra armada y añadió—: ¿Cree usted que nos cazará?
—Pienso que no. Pronto se verá obligada a virar —explicó Bolitho señalando la espuma de los rompientes que se divisaban por sotavento—. Tenemos ocho brazas escasas de agua bajo nuestra quilla. Dentro de poco se reducirán a la mitad.
El militar dirigió una mirada asustada a la superficie del mar.
—¡No hace usted nada por tranquilizarme, Dick!
Bolitho imaginó la actividad en la cubierta del buque patrullero. Tendría aproximadamente el mismo tamaño que la
Destiny
, pensó ávidamente. Un barco rápido y ágil, libre de las obligaciones de una flota. Todos sus catalejos debían de enfocar en aquel instante hacia la
Faithful
, que huía con su vistoso parche de color rojo destacando en el velamen. Sin duda los cañones de proa asomaban ya por la amura, listos y a la espera de una oportunidad para disparar. El comandante debía estar atento a la mínima acción de la goleta. Esperaba para responder de forma adecuada. Tras tantos meses de patrulla aburrida y estéril a lo largo de la costa, sufriendo la constante hostilidad o falta de colaboración por parte de los pueblos y puertos vecinos, la goleta debía de parecerle un pequeño premio. Lo peor vendría cuando se descubriese la verdad y Sparke tuviese que explicar qué estaba haciendo. Sería una frustración doble.
Comprendía los deseos de Sparke de enfrentarse por fin con el enemigo y llevar a cabo la misión que Pears le había encomendado. Pero las advertencias de Frowd eran muy sensatas; no era justo pasarlas por alto. Ahora tendrían que lidiar con el acoso de la balandra armada al tiempo que daban caza a los colonos rebeldes y a las embarcaciones que éstos usaban para transportar pólvora y municiones hasta sus escondites.
Resonó un sordo estampido que el viento se llevó prácticamente en el mismo instante.
Una bala rozó la cresta más próxima a la proa. Stockdale dijo con admiración:
—¡Buena puntería!
Un segundo proyectil trazó su camino muy cerca de la popa de la goleta. Sparke, que se aguantaba allí tieso como una estatua, gritó con voz ronca:
—¿Lo ven? ¿Qué les había dicho? Allí le tienen, virando por avante, como yo había previsto.
Bolitho observó la maniobra de la balandra. Sus vergas pivotaban para cambiar su orientación al viento. Durante un momento reinó la confusión en su aparejo y su cubierta. Luego la proa cayó hacia la nueva amura y el casco, empujado por las velas, se inclinó apoyando el vientre en el agua.
—¡Señor, muy astuta su previsión! —exclamó el guardiamarina Weston— Jamás hubiese creído que…
Bolitho sintió que una sonrisa se dibujaba en sus propios labios a pesar de los nervios del momento. Sparke, fuese cual fuese su humor, no toleraba a los aduladores.
—¡Cierre la boca! ¡Cuando desee oír sus alabanzas ya se lo haré saber! ¡Cuídese de cumplir sus tareas, o mandaré que Balleine le marque el trasero con su látigo!
Weston, con la humillación y la vergüenza marcadas en su semblante, se escabulló abriéndose paso entre los marineros que sonreían con sorna.
—Vamos a reducir vela, señor Bolitho —dijo Sparke—. Diga a Balleine que organice el material de fondeo, por si necesitamos soltar un ancla a toda prisa. Ocúpese de que las gentes estén armadas y de que el oficial de artillería esté a punto de actuar si hace falta.
Su mirada se posó sobre Stockdale.
—Vaya a la cámara y busque una chaqueta de esas del armario. El capitán Tracy, creo recordar, era fornido como usted. A la distancia a que navegaremos, no podrán distinguirle.
Bolitho, mientras daba las órdenes pertinentes, sintió alivio al ver que Sparke recuperaba su personalidad de siempre. Tanto si acertaba como si se equivocaba, con éxito o con fracaso, siempre era mejor tratar con un diablo conocido.
La furiosa voz de Sparke le sacó de sus reflexiones:
—Pero oiga, ¿es que tengo que hacerlo todo yo?
A medida que caía la tarde, oscureciendo el cielo, el avance del
Faithful
hacia la costa se hizo más y más cauteloso. Los hombres se mantenían en sus puestos, listos para recoger las velas o hacer virar la goleta hacia el viento; en cualquier momento podían encontrarse con un banco de arena o un arrecife no marcados en la carta. Minuto a minuto llegaba la voz monótona del serviola que sondaba en proa. Las cifras en brazas servían para recordar, a cualquiera que no se hubiera enterado, que navegaban en aguas peligrosas.
Más tarde, poco antes de la media noche, el ancla de la
Faithful
se zambulló en el agua y la goleta reposó de nuevo en aguas tranquilas.
—Parece que amaina, señor. —Bolitho se irguió junto a la inmóvil rueda de la goleta, fondeada ya, y examinó el agua que la rodeaba hasta que sus ojos palpitaron a causa del esfuerzo.
Sparke, cuya mandíbula roía con agitación un pedazo de queso duro, gruñó sin responder.
Bolitho notó la tensión del ambiente, que los ruidos del agua y los crujidos de las maderas del barco hacían aún más insoportable. En las aguas someras donde habían fondeado circulaba una corriente extraña y poderosa. A cada rato el
Faithful
se avanzaba sobre el punto donde reposaba el ancla, hasta quedar por encima de ella. Una súbita bajada de la marea hubiera podido entonces empalar el casco de la goleta en una de sus uñas de acero. Las instrucciones de navegación disponibles para la zona eran demasiado vagas para poder confiar en ellas.
También la ausencia de disciplina militar en cubierta había cambiado la vida a bordo. Tanto los uniformes como las familiares chaquetas azules de los patrones y pilotos reposaban escondidas bajo cubierta; los hombres holgazaneaban cerca de las bordas fingiendo una indiferencia relajada hacia sus oficiales.
Únicamente los infantes de marina guardaban la formación.
Se habían apiñado en la bodega, apretujados corno sardinas, a la espera de una señal que podía no llegar nunca.
—Incluso esta goleta —sentenció Sparke con voz queda— sería un buen primer destino para un comandante. El primer mando de un oficial ambicioso.
Bolitho observó cómo el teniente se servía una nueva porción de queso. Sus manos no mostraban ningún temblor. El oficial añadió:
—Pasará por el tribunal de presas, pero más adelante…
Bolitho desvió su mirada. El chapoteo de un pez que saltaba sobre la superficie del agua había llamado su atención. Mejor no pensar en lo que la ocuparía más adelante. Sin duda aquella misión iba a significar un ascenso para Sparke. Con suerte, un destino con mando en un buque, quizá aquella misma goleta. Nada le importaba más, parecía claro, en aquellos momentos.
¿Y por qué no? Bolitho trató por todos los medios de apartar la envidia que brotaba de su interior. En cuanto a él mismo, si lograba escapar a la muerte y no recibir ninguna herida grave, no tardaría en regresar a la poblada panza del
Trojan
. Se acordó de la última visión que tuvo del teniente Quinn y se estremeció. Quizá su aprensión se debía a la herida que tiempo atrás recibió en su cráneo. Se palpó con cuidado la cicatriz, como si esperase que la agonía regresase de un instante a otro. El peligro y las heridas ocupaban su mente ahora mucho más que antes de ser alcanzado. La visión del pecho abierto de Quinn lo había hecho todavía más patente y cercano; era como si a cada acción de riesgo las posibilidades se volviesen más y más en contra.