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Authors: Gore Vidal

Tags: #Historico, relato

Creación (10 page)

BOOK: Creación
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En nuestra primera parada pude ver, a través de los capullos rosados y blancos de mil árboles frutales en flor, las cabañas de madera de un nuevo establecimiento. En los alrededores de Susa, la tierra es inusitadamente fértil.

Debido al rango de Tesalo, el posadero nos asignó una habitación pequeña de piso de tierra y techo bajo. Los menos notables dormían en los establos y los cobertizos del ganado, o en el suelo, bajo las estrellas.

Aunque los hombres de alto rango solían viajar con sus propias tiendas, sus muebles y su séquito de esclavos, Tesalo quería que nosotros lo hiciéramos «como los verdaderos soldados. Porque eso es lo que los dos seréis».

—Ciro no —dijo Milo—. Será sacerdote. Siempre está rezando y pensando maldiciones.

Aunque Milo no podía tener una idea clara de la ciudad de su nacimiento, su estilo era típicamente burlón y ateniense. Debe ser algo que se lleva en los huesos.

Tesalo me miró con cierto interés.

—¿Eres Mago de nacimiento?

—No, no lo soy. Soy persa…

—No es persa. Es medo.

Milo no tenía tacto. Siempre se ha considerado de mal gusto en la corte mencionar el hecho de que el profeta enviado por el Sabio Señor a convertir a los persas no era persa, sino un medo de Rages. A pesar de las pretensiones de varios miembros de nuestra familia, Zoroastro no tenía sangre persa. Pero no creo tampoco que seamos medos. Sospecho que provenimos de un linaje verdaderamente antiguo, asirio, caldeo, o incluso babilonio. Excepto yo mismo, los Espitama son demasiado oscuros, de mirada demasiado intensa, demasiado exóticos para ser medos. Naturalmente, yo no soy un producto típico de la familia. A causa de Lais, soy rubio; y parezco griego.

Tesalo encendió unos carbones en un brasero. Luego preparó pan de soldado, hecho con granos partidos y mezclados con agua. El resultado tenía el aspecto y, desde luego, el sabor de estiércol de vaca secado al sol.

—Tienes una gran herencia —dijo Tesalo. Era un hombre hermoso. Se había casado muy joven con una persa de Mileto. Aunque los atenienses de esa época no se oponían tanto como hoy a los matrimonios mixtos, todo el mundo pensaba en Atenas que si un miembro de su dinastía reinante se casaba con una mujer persa, ésta debía ser, por lo menos, miembro de nuestra casa imperial.

Me han dicho que Tesalo amaba a su esposa de un modo muy poco ateniense. Ciertamente, él era un hombre extraordinariamente apasionado. Tan violento, aunque breve, fue su amor por el futuro tiranicida Harmodio, que cambió la historia de Atenas.

No creo que ninguna persona viviente comprenda hoy con exactitud lo que ocurrió. Elpinice, quien normalmente conoce bien estos asuntos, piensa que Tesalo y su medio hermano Hiparco estaban enamorados de Harmodio, un bello joven atleta de Tanagra. Por supuesto, a Harmodio le halagaba ser amado por los dos hermanos del tirano de Atenas. Además, Harmodio era bastante veleidoso. Oficialmente, era el amante de otro joven de Tanagra, un oficial de caballería llamado Aristogitón. Como suele ocurrir en Atenas en estos casos, todos disputaron con los demás. Aristogitón sentía furia contra los hermanos del tirano, y Tesalo contra su propio hermano por tratar de quitarle al joven. Y el joven mismo… Todo el asunto era una perfecta maraña, sólo interesante para un ateniense. Por otra parte, el resultado de esta confusión cambió la historia.

Hiparco insultó a la virginal hermana de Harmodio en una ceremonia pública. Según se supone, le dijo que esperaba que no fuera tan buscona como su hermano. Furioso, Harmodio se reunió con su antiguo amante Aristogitón y ambos juraron vengar la ofensa. En el gran festival panateneo, Harmodio y Aristogitón no sólo mataron a Hiparco sino que intentaron, sin éxito, matar al tirano Hipias. Aunque fueron inmediatamente condenados a muerte, la tiranía fue sacudida y la posición de Hipias se tomó tan difícil que se creyó obligado a enviar a Tesalo a Susa para aliarse con Darío. Pero las cosas habían ido demasiado lejos en Atenas. A causa de una disputa amorosa, cayo la casa de Pisístrato. Se erigieron en el ágora las estatuas de los amantes. A propósito, cuando Jerjes conquistó Atenas, se llevó las estatuas a Susa, donde por mi consejo, fueron colocadas en un monumento a la familia de Pisistrato. Hasta el día de hoy se puede ver a los jóvenes asesinos contemplando a esos excelentes tiranos que perdieron, por sus celos y su locura, una ciudad que nunca conocerá nada semejante a la gloriosa y larga paz tan honorablemente mantenida por los pisistrátidas. Todo el asunto es muy extraño. Sólo en Atenas se ve la pasión sexual mezclada con la política.

Demócrito me recuerda que, en la corte persa, las esposas y concubinas favoritas del Gran Rey tienen con frecuencia gran poder. Esto es verdad. Pero cuando nuestras reinas ejercen el poder, no es tanto por sus encantos sexuales como por el hecho de gobernar las tres casas del harén, y también porque la reina consorte recibe una importante renta, completamente aparte de la del Gran Rey. Además, la reina consorte puede tratar directamente con los eunucos que controlan la cancillería. Aunque no he conocido a un hombre tan sensible a las mujeres hermosas como Jerjes, no recuerdo un solo caso en que sus pasiones privadas afectaran la política pública. Bien, en realidad hubo un único incidente de este tipo, pero fue al fin de su vida. Si vivo lo bastante, te lo contaré.

Mientras comíamos el pan de soldado, hice lo posible para convencer a Tesalo de que también yo quería ser un buen soldado.

—Es la mejor vida —respondió Tesalo—. Además es necesario. El mundo es peligroso si no eres capaz de pelear. O conducir un ejército. —Acomodó los carbones en el brasero—. O aun reunir un ejército. —Parecía triste.

Todos sabíamos que Tesalo no había logrado convencer a Darío de que acudiera en ayuda de Hipias. En aquellos días, Darío se ocupaba muy poco del mundo griego. Aunque controlaba las ciudades griegas del Asia Menor y ejercía cierto grado de dominio sobre una cantidad de islas como Samos, el Gran Rey no se interesaba mucho por el mundo occidental, sobre todo después de su derrota en el Danubio.

Aunque a Darío le fascinaba el oriente, nunca pudo, excepto por una expedición al río Indo, dedicar toda su atención al oriente y al oriente del oriente. Lo distraían constantemente, como le había ocurrido antes a Ciro, los jinetes norteños de piel blanca que presionaban constantemente sobre nuestras fronteras. Y ésos somos nosotros. Hace mil años, los primitivos arios descendieron como un alud del norte y esclavizaron al que aún llamamos pueblo de cabellos negros, los habitantes originales de Asiria y Babilonia. Ahora, estas tribus están civilizadas y se llaman medos y persas y su jefe de clan es el Gran Rey. Y nuestros primos de las estepas nos miran con envidia y aguardan su turno.

Tesalo hablaba de Atenas con nostalgia y, a pesar de mi juventud, yo sabia que sus palabras tenían una finalidad. La reina Atosa era amiga de mi madre. Las palabras que se me dijeran serían repetidas a la reina. «Hipias es un buen amigo de Persia. Los enemigos de Hipias en Atenas son los enemigos de Persia y los amigos de Esparta.» El rostro fruncido de Tesalo se veía enrojecido por el fulgor del brasero. «Hipias necesita la ayuda del Gran Rey.»

Alguien gritó afuera:

—¡Paso para el correo del Gran Rey!

Se oyeron ruidos metálicos mientras el mensajero cambiaba los caballos. Aun en aquellos días, los mensajeros del rey podían recorrer en menos de una semana las mil quinientas millas que hay entre Susa y Sardis. Darío dijo siempre que no eran sus ejércitos sino sus caminos los que sostenían el imperio.

—Un día, Esparta se aliará con los enemigos de mi hermano en Atenas. Y cuando eso ocurra, atacará a Persia.

Esto parecía ridículo, aun a los oídos de un niño. Persia era todo un mundo. Aunque yo no sabía qué era Esparta exactamente, no ignoraba que era griega, pequeña, débil y lejana. Y tampoco que los persas derrotaban invariablemente a los griegos. Ésa era una ley natural.

—Mi hermano Hipias es lo único que defiende a Persia de Esparta. —No creo que Tesalo tuviese gran inteligencia. Como murió antes de que yo creciera, nunca pude conocerle de hombre a hombre.

Por otra parte, tuve mucho trato con su hermano Hipias durante el largo exilio del tirano en Persia. Hipias no sólo era un gran hombre; era un hombre culto.

—¿Por qué es tan peligrosa Esparta? —pregunté

—Viven para la guerra. No son como otras personas. Esparta es un cuartel, no una ciudad. Quieren conquistar toda Grecia. Envidian a Atenas. Odiaban a nuestro padre Pisístrato porque era amado por el pueblo y por todos los dioses. En verdad, la misma diosa Atenea condujo a mi padre a la Acrópolis y, frente a todos los ciudadanos, le entregó a él y a sus herederos el poder sobre la ciudad. —No sé si Tesalo creía o no esta historia. Ciertamente, ningún ateniense moderno la cree. ¿Acaso ocurría en aquellos tiempos? Lo dudo.

La verdad es que Pisistrato y sus amigos indujeron a una muchacha muy alta llamada Phya a que se disfrazara de Atenea. He conocido a su nieto, a quien le encanta narrar cómo su abuela escoltó en esa ocasión a Pisístrato, por el camino sagrado, hasta el templo de Atenea en la Acrópolis. Como, de todos modos, la mayoría del pueblo apoyaba a Pisístrato, simularon que Phya era verdaderamente Atenea. Los demás guardaron silencio, por temor.

En su momento, Pisístrato fue expulsado de Atenas. Se dirigió a Tracia, donde poseía minas de plata. Durante un tiempo fue socio de mi abuelo Megacreón. Tan pronto como Pisístrato logró amasar una nueva fortuna, se deshizo de los líderes del partido aristocrático de Licurgo. Luego compró el partido comercial de Megacles. Como él mismo comandaba el partido de la gente común de la ciudad, pudo así regresar y establecerse como tirano de Atenas, donde murió viejo y feliz. Fue sucedido por sus hijos Hipias e Hiparco.

Hay dos teorías —¿dos? ¡son mil!— acerca de los motivos de los asesinos de Hiparco. Algunos creen que eran políticos. Otros piensan que se trataba simplemente de un par de amantes enloquecidos. Sospecho que fue, en realidad, lo último. Elpinice también. Como ella señaló hace muy poco, ninguno de los dos jóvenes estaba vinculado con la célebre familia ni era el blanco de los aristócratas que se oponían a la tiranía. Me refiero, por supuesto, a los descendientes del maldito… sí, del literalmente maldito Alcmeón, que mató a una cantidad de personas que se habían refugiado en un templo. En consecuencia, Alcmeón fue perseguido por ese tipo de maldición que se transmite de padres a hijos durante generaciones. Digamos, de paso, que Pericles es un alcmeónida por parte de madre. Pobre hombre. Aunque no creo en los dioses griegos, tiendo a creer en el poder de las maldiciones. De todos modos, Clístenes, el nieto de Alcmeón, dirigió luego la oposición al popular Hipias desde Delfos.

—Clístenes es un hombre peligroso. —Tesalo parecía sombrío—. Además, es desagradecido, como todos los alcmeónidas. Cuando Hipias sucedió a nuestro padre, designó magistrado a Clístenes. Y ahora Clístenes trata de convencer a los espartanos de que invadan Atenas. Sabe que sólo un ejército extranjero podrá expulsarnos. Ningún ateniense sería capaz. Somos populares. Los alcmeónidas no lo son.

El informe de Tesalo se demostró verídico, aunque no desinteresado. Más o menos un año después de esta conversación, Clístenes llegó a Atenas con el ejército espartano e Hipias fue derrocado. Entonces, Hipias juró lealtad al Gran Rey y se estableció con su familia en Sigeo, una ciudad moderna próxima a las ruinas de Troya.

Hipias era amigo de los sacerdotes de Apolo en Delfos. También ayudó a presidir los misterios de Eleusis, los mismos a que Calias asiste con su antorcha hereditaria. Se dice que sabe más que cualquier otro griego acerca de los oráculos y que puede también predecir el futuro. Una vez, en mi insolente juventud, le pregunté al tirano si había previsto su propia caída.

—Si —respondió.

Esperé detalles. No me dio ninguno.

Cada vez que ocurre un misterio moral o político, los atenienses se complacen en citar a su sabio Solón. Haré lo mismo. Solón, correctamente, no acusaba a Pisístrato, sino a los atenienses, por la elevación del tirano. Dijo, ¿cómo era…?

Demócrito ha encontrado las auténticas palabras de Solón: «Vosotros mismos habéis engrandecido a esos hombres con vuestro apoyo, y por eso habéis caído en la siniestra esclavitud. Cada uno de vosotros camina con pasos de zorro, pero en conjunto vuestra mente es vana. Porque atendéis a la lengua y a las palabras de un hombre astuto, y no a sus obras».

Me parece el mejor análisis posible del carácter ateniense, ¡y procede de un ateniense! Sólo hay una nota falsa. Nadie había caído en la siniestra esclavitud. Los tiranos eran populares; y si no hubiera sido por el ejército espartano, Clístenes jamás habría derrocado a Hipias. Más tarde, para consolidar su poder, Clístenes se vio obligado a hacer toda clase de concesiones políticas a la muchedumbre que antes había soportado a los tiranos. ¿El resultado? La famosa democracia ateniense. En ese momento, el único rival político de Clístenes era Iságoras, el jefe del partido aristocrático.

Ahora, medio siglo más tarde, nada ha cambiado. Sólo que en lugar de Clístenes está Pericles, y en lugar de Iságoras, Tucídides. En cuanto a los herederos de Pisistrato, son propietarios satisfechos de tierras próximas al Helesponto. Todos, excepto mi amigo Milo. Murió en Maratón, combatiendo por su familia y por el Gran Rey.

Aquella noche, en el camino de Susa a Ecbatana, me convertí en un ferviente partidario de los pisistrátidas. Naturalmente, no he hablado de ese entusiasmo a los atenienses de hoy, a quienes durante medio siglo se les ha enseñado a odiar a la familia que amaban sus abuelos.

En una ocasión, con gran delicadeza, le hablé del asunto a Elpinice. Ella se mostró sorprendentemente de acuerdo.

—Nos dieron el mejor gobierno que nunca tuvimos. Pero los atenienses prefieren el caos al orden. Además, odiamos a nuestros grandes hombres. Mira lo que le ha hecho el pueblo a mi hermano Cimón.

Compadezco a Pericles. Como todo el mundo concuerda en que es un gran hombre, necesariamente acabará mal. Elpinice piensa que antes de uno o dos años será condenado al ostracismo.

¿Dónde estaba? En Ecbatana.

Incluso ahora, en mi mente, donde la mayor parte de mis recuerdos no contiene imágenes de ninguna clase (de algún modo misterioso, la ceguera parece haberse extendido a gran parte de mi memoria), todavía puedo ver claramente cuán asombrosamente hermosa era la entrada a Ecbatana.

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