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Authors: Gore Vidal

Tags: #Historico, relato

Creación (5 page)

BOOK: Creación
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—El hecho es, también —dijo Sócrates fríamente—, que los hombres mueren, y lo que le ocurre o no le ocurre a la mente que habita su carne posee considerable interés.

—¿Qué haremos? —Arquelao parecía próximo al llanto. En su juventud había sido alumno de Anaxágoras.

—No es a mí a quien se lo debes preguntar —respondí—. Ve a ver al general Pericles.

—Ya lo hemos hecho. No está en su casa. No está en la casa de gobierno. No está en casa de Aspasia. Ha desaparecido.

Finalmente, me libré de Arquelao. Ahora Anaxágoras está en la prisión, y en la próxima reunión en la asamblea será acusado por Tucídides. Supongo que será defendido por Pericles.

Digo supongo porque esta mañana temprano el ejército espartano cruzó la frontera y entró en el Ática. El general Pericles ha salido al campo y la guerra, que todo el mundo preveía hace tanto tiempo, por fin ha comenzado.

Estoy hasta cierto punto convencido de que Atenas será derrotada. Demócrito está trastornado. Le he dicho que no tiene ninguna importancia quién gane. El mundo sigue adelante. En todo caso, entre Atenas y Esparta, no hay mucho que elegir. Ambas son griegas.

Terminaré de explicarte, Demócrito, lo que no logré decir a tu amigo cuando me preguntó qué ocurre después de la muerte. Una vez libre del cuerpo, el alma retorna al Sabio Señor. Pero, antes, el alma debe atravesar el puente del redentor. Quienes han seguido en su vida a la Verdad irán a la casa de la mente serena, y a la felicidad. Los que hayan seguido a la Mentira, es decir, quienes hayan seguido el camino del hermano gemelo del Sabio Señor, Arimán, que es el mal, irán a la casa de la Mentira y allí sufrirán toda clase de tormentos. Y finalmente, cuando el Sabio Señor derrote al mal, todas las almas serán como una.

Demócrito quiere saber en primer término por qué el Sabio Señor creó a Arimán. Es una buena pregunta, que mi abuelo respondió una vez y para siempre.

En el momento de la creación, el Sabio Señor dijo de su hermano:

—Ni nuestros pensamientos, ni nuestros hechos, ni nuestras conciencias, ni nuestras almas están de acuerdo.

Demócrito dice que no es una respuesta suficiente. Yo digo que sí. Tú dices que es meramente una declaración de oposición. Yo digo que es más profundo que eso. Tú dices que el Sabio Señor no explica por qué creó a su hermano maligno. Porque ambos fueron creados simultáneamente. ¿Por quién? A tu manera griega, eres muy fastidioso. Te explicaré.

En el momento de la creación sólo existía el tiempo infinito. Entonces, el Sabio Señor decidió crear una trampa para Arimán. Procedió a crear el tiempo del largo dominio dentro del tiempo infinito. La raza humana está ahora encerrada en el tiempo del largo dominio como una mosca en un trozo de ámbar. Al final del tiempo del largo dominio, el Sabio Señor derrotará a su hermano, y toda la oscuridad será quemada por la luz.

Demócrito quiere saber por qué el Sabio Señor se tomó tanto trabajo. ¿Por qué consintió en la creación del mal? Porque no podía elegir, Demócrito. ¿Y quién podía elegir?, preguntas. He dedicado mi vida a tratar de responder a esa pregunta; se la he hecho a Gosala, al Buda, a Confucio y a muchos otros sabios del oriente, y del oriente del oriente.

Así que ponte cómodo, Demócrito. Tengo una larga memoria y la dejaré correr. Mientras esperamos en esta casa llena de corrientes de aire a que llegue el ejército espartano —nunca demasiado pronto por lo que me concierne— empezaré por el principio y te diré lo que sé sobre la creación de este mundo y de todos los demás mundos. Explicaré también qué es el mal y qué no lo es.

L I B R O
D O S

En los días de Darío,

el Gran Rey

1

En el principio fue el fuego. Toda la creación parecía estar en llamas. Habíamos bebido el sagrado haoma y el mundo era tan etéreo y luminoso como el fuego que ardía en el altar.

Esto ocurría en Bactra. Yo tenía siete años. Estaba junto a mi abuelo Zoroastro. Tenía en la mano el haz ritual de varas y miraba fijamente a Zoroastro mientras él avivaba el fuego del altar. Cuando el sol se puso y el fuego se elevó, los Magos empezaron a cantar uno de esos himnos que Zoroastro había recibido directamente de Ahura Mazda, el Sabio Señor. A los treinta años, mi abuelo pidió al Sabio Señor que le mostrara cómo un hombre podía practicar el bien para lograr una existencia pura, ahora y para siempre. Fue entonces cuando ocurrió el milagro.

El Sabio Señor se le apareció a Zoroastro. El Sabio Señor dijo exactamente a Zoroastro qué debía hacerse para que él y toda la humanidad fuesen purificados antes de la terminación del tiempo del largo dominio. Así como el Sabio Señor iluminó con fuego el camino de la Verdad que debemos seguir si no sucumbimos a la Mentira, de este mismo modo Zoroastro y quienes siguen la verdadera religión encienden el fuego sagrado en un lugar sin sol.

Puedo ver todavía el fuego del altar iluminando la hilera de vasijas de oro que contenían el sagrado haoma. Puedo oír todavía a los Magos cantando el himno en honor del Sabio Señor. Puedo recordar el pasaje del himno al que habían llegado cuando, bruscamente, la muerte llegó hasta nosotros desde el norte.

Cantábamos los versos que describen el fin del mundo: «todos los hombres tendrán una sola voz y con esa voz poderosa alabarán al Sabio Señor; y en ese momento él llevará su creación a su consumación, y no habrá ningún trabajo posterior que él necesite hacer».

Como el haoma había cumplido su función, yo no estaba enteramente dentro ni fuera de mi cuerpo. Por lo tanto, no estoy exactamente seguro de lo que ocurrió. Recuerdo aún el temblor característico de las manos de mi abuelo cuando, por última vez, alzó hasta sus labios la vasija de haoma. A mí me maravillaba. Pero ¿a quién no maravillaba Zoroastro? Me parecía altísimo. Yo era un niño entonces. Supe más tarde que Zoroastro era de estatura mediana y más bien grueso.

Recuerdo que a la luz del fuego los rizos de su larga barba blanca parecían hilados con oro. Recuerdo que a la luz del fuego su sangre parecía oro fundido. Sí, recuerdo muy vivamente el asesinato de Zoroastro ante el altar del fuego.

¿Cómo ocurrió?

La provincia de Bactria se encuentra en el límite noreste del imperio. La capital provincial, Bactra, está en un punto intermedio, no sólo entre Persia y la India, sino también entre las tribus merodeadoras del norte y las antiguas civilizaciones que miran hacia los mares del sur.

Aunque hacia varias semanas que corría el rumor de que las tribus del norte estaban en pie de guerra, no se habían hecho preparativos para defender Bactra. Supongo que la gente se sentía segura porque nuestro sátrapa —o gobernador— era Hystaspes, padre del Gran Rey Darío. Los bactrianos pensaban que ninguna tribu osaría atacar la ciudad del padre de Darío. Se equivocaban. Mientras Hystaspes, con la mayor parte del ejército, estaba en camino a Susa, los turanios invadieron la ciudad. Lo que no pudieron llevarse lo quemaron.

En el altar del fuego no supimos nada hasta que los turanios aparecieron, brusca y silenciosamente. Eran hombres enormes, de pelo rubio, caras rojas, ojos claros. Cuando los Magos en éxtasis los vieron, gritaron. Cuando los Magos trataron de huir, fueron despedazados. Cuando las vasijas de haoma fueron derribadas, el dorado haoma se mezcló con el oro más oscuro de la sangre.

Demócrito quiere saber qué es el haoma. No tengo la menor idea. Sólo los Magos pueden combinar el haoma y yo no soy un Mago, es decir, un sacerdote hereditario. Todo lo que sé es que la base de esa poción mística, sagrada, inspiradora, es una planta que crece en las montañas persas y se parece, según me han dicho, a la que aquí llamáis ruibarbo.

A lo largo de los años, se han inventado toda clase de historias acerca de la muerte de Zoroastro. Como se oponía tan firmemente a los viejos devas, o dioses-demonios, los adoradores de esos espíritus oscuros atribuyen a este o a aquel demonio la muerte del profeta del Sabio Señor. Es un disparate. Aquellas bestias rubias del norte simplemente querían saquear e incendiar una ciudad rica. No tenían idea de quién era Zoroastro.

No me moví del puesto que me habían asignado al comienzo del ritual. Seguí aferrando el haz de varas. Supongo que estaba todavía en el trance del haoma.

En cuanto a Zoroastro, ignoró a los asesinos. Continuó con el ritual, los ojos fijos en la llama del altar. Aunque no me moví de mi lugar, temo no haber continuado mirando el fuego, como el ritual mandaba.

Miré con asombro la masacre que me rodeaba. No tenía miedo, debido igualmente al haoma. En verdad, las casas vecinas que se convertían en lumbre amarilla me parecieron inesperadamente hermosas. Mientras tanto, Zoroastro no dejaba de alimentar la llama sagrada del altar. Sobre su barba blanca, los labios formularon por última vez las famosas preguntas:

«Esto te pregunto, oh Señor; dime la verdad:

¿Quién es justo, entre aquellos a quienes hablo,

y quién es malvado?

¿Cuál de los dos? ¿Soy yo mismo el malvado,

o es el malvado aquel que, de modo perverso,

me aleja de tu salvación?

¿Cómo puedo no pensar que él es el malvado?»

Zoroastro cayó de rodillas.

Durante casi setenta años he narrado tantas veces la historia de lo que ocurrió después que, en ocasiones, me siento como un niño en la escuela, repitiendo infinitamente, de memoria, un texto a medias comprendido.

Pero otras veces, en sueños, veo nuevamente ese fuego, aspiro el humo, observo el brazo robusto del guerrero turanio blandiendo en alto el hacha que cae de repente sobre el cuello de Zoroastro. Mientras brotan la sangre y la espuma dorada, los labios del anciano siguen moviéndose para orar, y el bárbaro lo mira con estúpido asombro. Luego Zoroastro alza su voz, y oigo cada una de sus palabras. Habitualmente Zoroastro formulaba preguntas rituales al Sabio Señor. Pero en esa ocasión el Sabio Señor mismo habló con la lengua de su profeta agonizante: «Como Zoroastro Espitama ha renunciado a la Mentira y abrazado la Verdad, el Sabio Señor le otorga las glorias de la vida eterna hasta la terminación del tiempo infinito, así como daré esta misma bendición a todos los seguidores de la Verdad».

El hacha del turanio volvió a caer. Mientras Zoroastro se desplomaba sobre el altar, apretó prudentemente contra su pecho lo que quedaba del hijo del Sabio Señor, el rescoldo del fuego.

También yo habría sido despedazado, pero un Mago me alzó y me llevó a lugar seguro. Afortunadamente para mí, había llegado demasiado tarde para beber haoma, y así, gracias a su mente clara, me salvé. Pasamos la noche juntos entre las ruinas humeantes del mercado central.

Poco antes del alba los bárbaros se marcharon, llevando consigo el botín con que podían cargar. Incendiaron todo lo demás, excepto la fortaleza de la ciudad, donde se habían refugiado mi madre y varios miembros de nuestra familia.

Recuerdo muy poco de los días siguientes. Nuestro sátrapa Hystaspes volvió apresuradamente a la ciudad. En su marcha capturó una cantidad de turanios. Según dice mi madre, me pidieron que mirara a los prisioneros para ver si podía identificar al asesino de Zoroastro. No pude hacerlo. De todos modos, no recuerdo nada de esto con claridad. En ese momento estaba aún en un mundo intermedio entre el sueño y la vigilia, el estado del haoma. Recuerdo haber visto a los cautivos turanios empalados en agudas estacas más allá de las ruinas de la puerta de la ciudad.

Pocas semanas después, el propio Hystaspes nos llevó, a mi madre y a mí, a la corte imperial de Susa, donde no fuimos exactamente bien recibidos. Dudo mucho, en verdad, de que, sin la ayuda de Hystaspes, yo pudiera estar vivo todavía, gozando de cada momento de mi gloriosa edad de oro en esta joya de ciudad que jamás pensé visitar y mucho menos habitar.

Demócrito cree que Atenas es maravillosa. Pero no has visto el mundo civilizado. Espero que algún día viajes y superes tu helenismo. Demócrito está conmigo desde hace tres meses. Yo trato de educarlo. Él trata de educarme. Pero está de acuerdo en que cuando yo muera —muy pronto, seguramente— él debe ir hacia el este. Por ahora es demasiado griego, demasiado ateniense. Escribe eso.

Me gustaba el viejo Hystaspes. Aun cuando yo era un niño, me trataba como si fuera un adulto. Me trataba como si de algún modo yo fuese un ser sagrado, ¡a los siete años! En verdad, yo fui la única persona que escuchó las palabras finales de Zoroastro, es decir, las primeras palabras pronunciadas por el Sabio Señor a través de los labios de un hombre. A causa de esto, hasta hoy, los Magos que siguen el camino de la Verdad y no el de la Mentira, no me consideran totalmente terreno. Por otra parte, yo no soy, en ningún sentido verdadero, el heredero de Zoroastro, a pesar de muchas tentativas bien intencionadas, y también mal intencionadas, de elevarme al rango de jefe de la orden.

Demócrito me recuerda que aún no he explicado qué es un Mago. Ciertamente, Herodoto lo confundió todo durante aquel interminable recitado del Odeón.

Los Magos son los sacerdotes hereditarios de los medos y los persas, así como los brahmanes son los sacerdotes hereditarios de la India. Excepto los griegos, toda tribu aria tiene una casta sacerdotal. Aunque los griegos conservan el panteón ario de dioses y rituales, han perdido a los sacerdotes hereditarios. No sé cómo ha ocurrido esto, pero, por una vez, los griegos han sido más sabios o más afortunados que nosotros.

BOOK: Creación
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