Cruising (26 page)

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Authors: Frank García

BOOK: Cruising
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—¿Qué te parece si recogemos la última maleta que me queda y el ordenador y lo llevamos a casa de Andrés? Luego podemos pasar la noche en tu casa o en la mía.

—¿Sabe Andrés que pasaremos la noche juntos?

—Sí —continuamos hablando mientras volvíamos hacia la casa—, se lo he dicho. Ya te he comentado que no quiero secretos entre nosotros, como tampoco los tendré contigo.

La conversación cambió y hablamos de la cercanía del verano y de las vacaciones. Me rondó la idea de que ese verano las pasáramos los tres juntos si coincidían en las fechas. Sería genial. Podríamos alquilar un apartamento cerca del mar y estar todo el día tirados en la playa, bronceándonos y descansando. Comiendo como cerdos y luego al atardecer, salir a correr para no engordar. Hablar y reír. Conocernos más entre los tres. Ir a bailar y sudar como animales. En definitiva, sentirnos vivos, vitales y llenos de energía. Una energía que emanara por nuestros poros. Los poros de tres cuerpos jóvenes deseosos de aprender de la vida y con la vida.

Ya en casa terminé de hacer la última maleta con la ropa que me quedaba y el ordenador. Salimos y pensé en dejar las llaves al portero, pero preferí hacerlo tal y como me sugiriese el casero: el viernes por la noche. Llegamos a la casa de Andrés. Aún no había llegado del trabajo. Coloqué la maleta en la habitación de invitados y nos fuimos.

—Andrés tiene un bonito piso.

—El tuyo también está muy bien, resulta muy cómodo. Me siento a gusto cuando estoy en tu casa.

—Me alegro.

—¿Compramos unas pizzas y las comemos en la cama desnudos viendo la tele?

—Esa es una buena sugerencia viniendo de un macho como tú. Me gusta tenerte en la cama, desnudo, disfruto mucho aunque sólo veamos una película.

—Yo también, aunque hoy no veremos una película precisamente.

—No. Ya la hemos visto —se rió.

—¡Qué cabrón! —le caneé.

—Eso duele —y golpeó mi pecho.

—A mi no —contuve el dolor.

—Ya salió el macho —me hizo una mueca— ¡A mí no!

—Que soy qué —le cogí por la cabeza y se la llevé contra mi pecho alborotándole todo el pelo.

—No me hagas eso, no me gusta. Odio que me hagan eso en la cabeza —masculló entre dientes. No le hice caso y continué jugando con su cabeza. Me empujó contra una pared de un edificio y castigó mis costados con sus puños.

—No me haces daño mariquita. ¿No sabes golpear con más fuerza? —me golpeó con fuerza y me hizo gritar—. ¡Cabrón, eso sí ha dolido!

—Deja mi cabeza o te hago más daño.

Le dejé. Cuando se incorporó tenía todo el pelo alborotado y me reí a carcajadas. Se miró en el escaparate de al lado y se rió:

—¡Qué cabrón! Mira que pelos me has dejado. Parezco un demonio.

—Con el pelo alborotado o no, siempre estás guapo —le cogí la cara y le besé a boca abierta. La polla se me subió al instante y sentí que la de él también—. Como me pones cabrón.

—Y tú a mí. Compremos esas pizzas que tengo hambre y luego disfrutemos un buen rato.

—Sí. Compremos esas pizzas, que el postre lo pongo yo —le toqué el culo.

—¿Cuándo lo vas a probar?

—¿El qué?

—Que te penetren. Andrés es versátil, ¿no?

—Sí. No lo sé, pero seguramente lo probaré pronto. Me apetece saber que se siente y además soy de los que cree que en la pareja es muy importante la versatilidad.

—Yo también pienso como tú. Pero a mí siempre me quieren por el culo.

—Es que… —mire hacia atrás observando sus nalgas—. Tienes un culo precioso.

—Tampoco estoy mal de rabo.

—No, nada mal y además tienes una piel muy suave y blanca. Me encanta mamártela, me pasaría horas haciéndolo.

—¿Lo hacemos hoy hasta que nos corramos en nuestras bocas? Sabes que estoy sano y últimamente, desde que me hice los últimos análisis, sólo he follado contigo.

—¡¿Sólo has estado conmigo?! No me lo pudo creer.

—Pues es cierto —se detuvo y entramos en la pizzería. Pedimos dos medianas y salimos.

—Cuéntame eso.

—No me ha apetecido estar con nadie más. Me han salido ocasiones, pero…

—Eso no lo dudo —le interrumpí

—Pero no me apetecía. No sé si me he vuelto más tranquilo sexualmente o estoy pasando por una de esas etapas de cambios. Sea lo que sea, tú eres con el único que tengo sexo.

Yo sabía que no era ninguna de las dos cosas. No le apetecía tener sexo con otros hombres porque estaba enamorado de mí y ese hecho, aunque suene a machista, me levantó el ego. Me hizo creerme importante para él, algo que necesitaba escuchar y percibir aquellos días. Días extraños donde todo se había juntado de una forma surrealista.

No soy nada machista, pero me gusta que me amen, me quieran, me deseen. Es como si me cargasen las baterías. Al principio follaba a saco porque necesitaba sentirme al menos deseado, pero poco a poco, precisaba más. El deseo ya no lo era todo, buscaba lo que otros tenían: las caricias, los roces, los abrazos y los besos fugaces en los labios. Busco lo mismo que quiero dar. Necesito entregar y dar amor, no sólo sexo. El sexo al final cansa, pero el amor siempre es un descubrimiento constante y evoluciona mientras los dos crecen en todos los sentidos de sus vidas.

Hemos nacido para ser amados y compartir ese amor. ¿Por qué entonces nos negamos a ello, cuando nos hace tanto bien? Ahora amo y quiero y no permitiré que me despojen de ello. No. He llegado hasta aquí luchando y continuaré haciéndolo por lo que tengo, para que nadie me lo arrebate. No soy machista, pero de mí sale el animal protector, que destrozaría por defender a los suyos.

—Vuelve de donde estés —me comento Iván—. Ya hemos llegado a casa.

—Disculpa, me puse a pensar y…

—Ya me he dado cuenta. Cuando entres en casa no quiero que…

—Cuando entre en casa, me desnudaré y seré libre.

—Eso espero. El día ha sido muy largo pero ya el sol se ha puesto. Es tiempo de descansar y disfrutar.

Entramos en la casa. El calor me rodeó y me sentí aliviado. Sí, al igual que ocurría en la casa de Andrés, aquí me encontraba bien, me sentía arropado y protegido de cualquier sufrimiento inútil. Nos quitamos las chaquetas y las colgamos en el perchero. Me fui directo a la habitación y me desnudé, Iván hizo lo mismo. Estiré los brazos y le miré sonriendo:

—Ahora sí que me encuentro bien. Aquí nada de lo que sucede ahí fuera, puede alterarme.

Me abrazó y le besé. Acaricié su piel centímetro a centímetro hasta que mis manos se posaron en sus nalgas. Él me acarició de la misma manera y nuestras pollas se alegraron. Le tumbé en la cama y recorrí todo su cuerpo con mis labios y mi lengua. Al llegar a su rabo lo levanté y lamí sus huevos, sus hermosos huevos. Separó las piernas y me ofreció el orificio del placer y mi lengua entró en su interior. Iván suspiró y erizó su cuerpo. Con la mano derecha sobre su vientre, le volví a su posición normal y le sujeté mientras continuaba disfrutando de su ano. Me incorporé, le atraje hacia mí y le penetré. Sus piernas reposaron en mis hombros y sus pies masculinos los lamí con detenimiento. Volvió a suspirar con más fuerza cuando mi polla entró entera y mi pubis toco su piel sedosa.

—Te deseo —susurró mirándome fijamente a los ojos.

Le amé con suavidad. Me incliné hacia él y nos besamos profundamente. Su cuerpo temblaba y el mío comenzaba a sudar. Acaricié sus piernas desde los muslos a los pies mientras seguía entrando y saliendo dentro de él. Aceleré un poco porque el momento lo requería y él suspiraba desviando la mirada al techo. Tomé su polla con mi mano derecha y le masturbé, primero suavemente y luego aceleré mientras yo también lo hacía dentro de él. Estábamos muy excitados y el deseo hizo que los dos llegásemos a la vez y el orgasmo fuera total. Dejé caer mi cuerpo sobre el suyo, coloqué sus brazos en cruz y junté mis manos a las suyas. Aún continuaba dentro de él y le besé. Nuestras manos jugaron y hablaron su propio lenguaje, al igual que nuestras bocas y nuestros cuerpos. Bajé de nuevo lamiendo su cuerpo, percibiendo el sabor de su semen y limpiando toda su piel con la lengua. Suspiraba de placer, mientras nuestras pollas seguían muy duras. Le volví a penetrar y le incorporé sentándolo encima de mí y abrazados, cabalgando sobre mí, volvimos a llegar al orgasmo. Se tumbó de nuevo y yo sobre su cuerpo.

—Gracias.

—Le tapé la boca con la mano izquierda y con la otra hice el gesto de que no hablase. Me incorporé y me senté encima de él. Acaricié su polla, jugué con ella y me acomodé. Iván abrió los ojos, intuía lo que pretendía hacer y fui introduciéndola poco a poco en mi interior. Estiró su brazo y abrió el cajón de su mesilla descubriendo un bote de lubricante. Le sonreí y lo cogí. Unté su polla y mi ano y poco a poco volví a intentar que aquel rabo entrase en mi interior. Poco a poco entraba y respiraba a cada centímetro que de su polla penetraba en mí. Por fin sentí su abundante pubis rozar mis nalgas. Estaba entera dentro. Iván me cogió por las nalgas y comenzó a bombearme suavemente. La polla se quedó flácida pero no me preocupó. Estaba sintiendo un placer distinto y un deseo junto a alguien muy especial. Iván aumentó la velocidad y me hizo suspirar con fuerza. Se rió y la sacó. Reconozco que sentí un gran alivio, pero Iván deseaba complacerme en aquella fantasía, en aquel momento entre los dos. Se incorporó y sin hablar me tumbó sobre la cama, me colocó la almohada en la cabeza y separó mis piernas. Las colocó en sus hombros y se acercó a mi ano con su polla. Cogió un poco de lubricante y me lo introdujo con dos dedos y luego me penetró suavemente. Suspiré de nuevo cuando estuvo dentro por completo, se tumbó sobre mí y me besó. Entraba y salía suavemente sin dejar de besarme. Se incorporó de nuevo, lamió mis pies, acarició mis piernas y aumentó el ritmo. Mi polla se despertó e Iván se rió. Sabía que me estaba gustando, que estaba disfrutando y aquello le animó a aumentar aún más la velocidad. Lo hacía muy bien. Los dos sudábamos. Cogió mi polla, la meneó al igual que yo había hecho y aumentó la velocidad cada vez más y más, tanto con su mano como con su rabo dentro de mí. Me agarré a la almohada. Aquel placer mezclado con cierto dolor deseaba controlarlo pero era imposible. Me corrí con tal potencia que salpicó mi cara y sentí por primera vez el líquido cálido y masculino de Iván en mi interior. Cayó sobre mí y salió de dentro. Acaricié su cabello mientras su respiración se sosegaba. Luego actuó de la misma manera que lo hiciera yo: lamió todo mi semen y tumbándose de nuevo, nos besamos y abrazamos.

—¿Te ha gustado?

—Ha sido diferente, pero sí, me ha gustado. Eres un buen macho, sabes complacer de todas las maneras y me alegro de haberlo descubierto.

—Yo tampoco te he follado, te he hecho el amor. He sentido algo muy distinto. Contigo…

—Claro, mi culo era virgen —le interrumpí sonriendo.

—No. Lo digo en serio. No eres el primer tío que desvirgo, pero contigo ha sido diferente. Me has hecho sentir.

—Tengo hambre, hacer de pasivo da más hambre.

—¡Qué cabrón eres! Se levantó de encima de mí y se sentó sobre mi polla.

—Cuidado, que me la aplastas.

—Perdona, la cogió y con total naturalidad se la metió entera.

—Ahí estará más cómoda.

—Sí, desde luego. Así está más cómoda y calentita.

—Tengo una idea. No te muevas —se levantó y trajo las pizzas y dos cervezas. Se volvió a sentar encima de mí y de nuevo la metió—. Cenemos de una forma distinta.

—Espero que aguante dura hasta terminar la cena.

—Si no aguanta, te tendré que penetrar de nuevo.

—No te acostumbres nene —cogí un trozo de pizza y le di un bocado—. No te me acostumbres.

Se rió mientras besaba mi pecho y tomaba un trozo de pizza.

—Te das cuenta con que poco somos felices —asintió con la cabeza—. Es lo mismo que le contaba a Andrés el fin de semana pasado. No necesitamos tanto para ser felices — subió y bajó dos veces—. No te preocupes, no se baja, está a gusto, tanto o más que yo.

—Pero me gusta sentir que está viva y que forma parte de mí —cogió otro trozo y bebió de la botella de cerveza.

—¿Cuándo te dan las vacaciones? —le pregunté

—Tengo una semana que junto con Semana Santa, dos en agosto y una en Navidades —me respondió

—Parecido a mí, salvo en Navidad. Es cuando más trabajo tenemos ¿Ya tienes pensado dónde ir?

—No. Me gustaría ir al sur. Allí el calor y el sol están más que asegurado.

—¿Te vendrías con nosotros? —me atreví a preguntarle mientras tomaba otro trozo de pizza.

Se movió de nuevo arriba y abajo dos veces y me reí.

—Ya tienes la respuesta.

—Perfecto. Lo pasaremos muy bien los tres. Tres buenos machos por las playas de Andalucía. No me lo quiero imaginar.

—Iremos a playas nudistas —se rió y un trozo de pizza cayó sobre mi pecho.

—Me has manchado —le miré con cara de enfado. Dobló su cabeza cogió el trozo y lamió hasta que no quedó nada—.

Así me gusta, un chico limpio.

Se rió a carcajadas y galopó un poco encima de mí.

—¿Iremos a playas nudistas?

—De eso Nada, yo no me pongo en pelotas en una playa. Me da mucha vergüenza. Ni lo sueñes.

—¿Te da vergüenza ponerte en pelotas en una playa? No me lo puedo creer. Te exhibes en bolas en los pub, en discotecas como cuando yo te conocí y…

—Es distinto. Eso es morbo, eso lo hacía porque el sexo como lo veía, lo requería, pero estar de forma normal en una playa en pelotas, creo que sería imposible.

—Yo sí lo he hecho y se está genial. El culo se pone morenito, igual que el resto de la piel y te sientes libre.

—Pues me parece muy bien. Tú si quieres te pones en bolas, yo no pienso poner moreno ni mi culo, ni mi polla. Ni lo sueñes.

—Ya veremos. Todavía no han llegado las vacaciones. Seguro que entre Andrés y yo, te convencemos.

—Él tampoco hará nudismo.

—¿Se lo vas a prohibir?

—No, pero me gusta su culito blanco y no quiero que se queme.

—Eres incorregible.

—Y así es como os gusta a los dos que sea. Un tipo duro, romántico e incorregible.

Terminamos las pizzas y se tumbó sobre mí, la polla salió en uno de sus movimientos y ella sola volvió a entrar.

—Ya conoce el camino —se rió Iván mientras acariciaba mi cara.

—Si, ella y yo. Los dos conocemos el camino hacia tu corazón.

—Tú hacia mi corazón y ella…

—Calla, bésame y que ella haga el resto.

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