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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (44 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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A pesar de que ambos se esforzaban por abrirse paso entre la maleza, con Beth cojeando a su lado, Clayton no podía ignorar lo que veía justo delante de él: el agua del arroyo bajaba tan veloz y con una fuerza tan descomunal como jamás había visto antes.

Thibault había estado corriendo con todas sus fuerzas, sorteando el lodo y el agua como podía, obligándose a no aminorar la marcha, a pesar de que a cada paso que daba le costaba más mantener el ritmo trepidante. Las ramas y los arbustos le flagelaban la cara y los brazos, pinchándolo y arañándolo, provocándole cortes que no notaba mientras corría como una flecha entre la maleza.

En su frenética carrera, se rasgó el impermeable y la camisa.

No paraba de decirse a sí mismo que ya casi había llegado. Solo un poco más…

Y en los distantes recodos de su mente, oyó el eco de la voz de Victor: «Aún hay más».

Beth notaba que le crujían los huesos del pie con cada nuevo paso. Señales alarmantes de intenso calor y dolor recorrían todo su cuerpo, pero se negaba a gritar ni a llorar.

Cuando se acercaron a la cabaña, vieron que el arroyo se había ensanchado aún más y que la corriente se retorcía formando unos aterradores remolinos que se rompían en pequeñas olas alrededor de montoncitos de ramas caídas que la corriente arrastraba hasta que se perdían de vista. El agua turbulenta bajaba llena de escombros, suficientes como para golpear a alguien severamente y dejarlo inconsciente.

La lluvia caía como una tupida cortina. El viento tronchó una rama gruesa que se estrelló contra el suelo a escasos pasos de ellos. El lodo parecía absorber toda la energía que les quedaba.

Pero ella sabía que tenían que llegar hasta el roble: a través de la cortina de agua, distinguió el puente de cuerda, como el mástil ajado de un barco que finalmente se hacía visible en un denso día de niebla. Sus ojos barrieron palmo a palmo el espacio entre los peldaños del árbol hasta el puente de cuerda, hacia la plataforma central… Las aguas del arroyo chocaban contra ella y los escombros se iban apilando en su base. Con la vista siguió barriendo el espacio entre el puente y la segunda plataforma, la que estaba pegada a la cabaña. Se fijó en el ángulo torcido del puente colgante. Este permanecía suspendido solo a unos treinta centímetros por encima del agua porque la plataforma estaba prácticamente arrancada de la cabaña, su antiguo apoyo estructural, y a punto de ceder.

Como en una pesadilla real, Beth avistó de repente a Ben, en el puente de cuerda debajo de la plataforma. Solo entonces dejó de contenerse y lanzó un alarido desgarrador.

Clayton notó que el miedo se extendía por sus venas tan pronto como vio a su hijo aferrado al frágil extremo del puente colgante. Su mente empezó a discurrir frenéticamente.

Demasiado lejos para nadar hasta el otro lado. No había tiempo.

—¡No te muevas! —le gritó a Beth mientras corría hacia los peldaños del árbol. Trepó por ellos y saltó al puente corriendo, desesperado por alcanzar a Ben. Vio que la plataforma de la cabaña se hundía. Cuando la fuerza de la corriente la tocara, la destruiría en mil pedazos.

Dio otro paso y los tablones podridos se partieron bajo sus pies. Clayton notó que se golpeaba violentamente contra la plataforma central, rompiéndose varias costillas antes de precipitarse directamente al agua. Por suerte pudo agarrarse a la cuerda cuando cayó a la enfurecida agua. Intentó aferrarse con más fuerza mientras se hundía, ya que el peso de su ropa lo arrastraba directamente hacia el fondo. Notó que la corriente lo hundía sin compasión. La cuerda se tensó. Clayton se mantuvo a flote, procurando mantener la cabeza por encima del agua, moviendo las piernas violentamente.

Se agitó bruscamente y jadeó: sus costillas rotas habían explotado de dolor. Por un momento se le nubló la visión. En un absoluto estado de pánico, agarró la cuerda con la otra mano, luchando contra la corriente.

Mientras se mantenía aferrado, ignorando el dolor, las ramas que bajaban le golpeaban el cuerpo sin piedad antes de salir disparadas violentamente arrastradas por la fuerza de la corriente. Las olas chocaban contra su cara, cegándolo, dificultando su capacidad para respirar y pensar en nada más que intentar sobrevivir. En aquel terrible momento, no se fijó en que los pilares de debajo de la plataforma central cedían bajo la presión de su peso, combándose hacia la impetuosa corriente.

Beth intentó avanzar cojeando. Dio tres pasos y volvió a caer. Se puso las manos a ambos lados de la boca y gritó con todas sus fuerzas:

—¡Aléjate de la plataforma, Ben!

No estaba segura de si él la había oído, pero un momento más tarde vio que empezaba a avanzar muy despacio por el puente, alejándose de la plataforma, hacia la corriente más violenta en el centro del arroyo. Hacia su padre…

Keith resistía, aunque a duras penas…

A Beth le embargaba la abrumadora impresión de que todo sucedía a gran velocidad, si bien al mismo tiempo le parecía como si alguien estuviera grabando la dantesca escena a cámara lenta. De repente detectó cierto movimiento a lo lejos, un poco más arriba del arroyo. Por el rabillo del ojo vio a Logan, que se quitaba las botas y los pantalones impermeables.

Un momento más tarde, se sumergió en el agua, seguido por
Zeus
.

Clayton sabía que no podría resistir mucho más tiempo. El dolor en las costillas era insoportable y la corriente continuaba golpeándolo y debilitándolo. Solo acertaba a coger aire a borbotones. Se dio cuenta de que podía estar a punto de morir.

La implacable corriente empujaba a Thibault dos pasos atrás por cada brazada que daba hacia delante. Con la vista fija en Ben, siguió nadando contra corriente con todas sus fuerzas.

Una enorme rama lo golpeó en plena cara y se hundió momentáneamente. Cuando volvió a emerger a la superficie, desorientado, vio a
Zeus
detrás de él, moviendo sus patas frenéticamente. Recuperó la orientación y volvió a dar brazadas y a propulsarse con las piernas con un esfuerzo sobrehumano. En medio de la desesperación, vio que ni siquiera había llegado al centro del arroyo.

Beth vio a Ben avanzando muy despacio por el frágil puente colgante. Ella se acercó a rastras hasta la orilla.

—¡Vamos! —gritó, sin poder contener los sollozos—. ¡Puedes hacerlo! ¡Aguanta, pequeño!

Tras una brazada más, Thibault chocó con la plataforma central sumergida. Quedó medio aturdido y perdió el control. Un momento más tarde, chocó contra Clayton. En un ataque de pánico, este lo agarró por el brazo con su mano libre e intentó hundirlo. Thibault intentó zafarse de él de un manotazo y buscó la cuerda, a la que se aferró con fuerza al tiempo que Clayton la soltaba. El policía se agarró a Thibault, intentando encaramarse sobre él en un frenético intento de salir a la superficie.

Thibault forcejeó bajo el agua, aferrándose a la cuerda con una mano, incapaz de librarse de Clayton. Notaba como si sus pulmones fueran a estallar de un momento a otro. El pánico se apoderaba de él.

En aquel preciso instante, los pilares volvieron a combarse hacia la corriente, incapaces de sostener el peso de Clayton y Thibault. Con un ruido estridente, la plataforma cedió por completo.

Beth vio que Keith y Logan forcejeaban antes de que se segaran las cuerdas sujetas a la plataforma central. Justo después, esta se desplomó provocando una masiva ola, el puente se zarandeó bruscamente y Ben salió disparado y cayó al agua. Horrorizada, vio que el niño seguía aferrado a la única cuerda adherida a la plataforma central.

Zeus
se había ido acercado a Logan y a Keith justo cuando la plataforma central cedió súbitamente e impactó en el agua con la fuerza de un proyectil. El perro desapareció de la vista.

Todo estaba sucediendo muy rápido. Beth ya no veía a Logan ni a Keith, y solo después de barrer frenéticamente la superficie del agua con la vista distinguió la cabecita de Ben, como un puntito en medio de los escombros.

Oyó los chillidos de su hijo y vio cómo luchaba por mantener la cabeza por encima del agua. Ella volvió a ponerse de pie y avanzó cojeando, inmune al dolor, intentando desesperadamente no perderlo de vista.

Y entonces, como un sueño hecho realidad, vio una cabeza oscura que avanzaba directamente hacia su hijo.

Zeus
.

Beth oyó que su hijo llamaba al perro. De repente su pecho se llenó de esperanza.

Saltó cojeando hasta caer nuevamente al suelo, volvió a ponerse de pie y avanzó arrastrando la pierna, entonces volvió a caer. Al final empezó a arrastrarse por el suelo, intentando no perder detalle de lo que sucedía. Se aferraba a las ramas para arrastrarse hacia delante.
Zeus
y Ben se veían cada vez más pequeños mientras la fuerza de la corriente los arrastraba, pero el perro se iba acercando al muchacho.

Entonces, de repente, las dos figuras se unieron.
Zeus
se giró súbitamente, para dirigirse hacia la orilla del arroyo, seguido de Ben, que se aferraba a su cola.

—¡Mueve los pies! ¡Mueve los pies! —gritó ella.

Beth avanzaba cojeando, dando saltos y arrastrando la pierna, intentando en vano no quedar rezagada. Ben y
Zeus
se alejaban cada vez más. Alargó el cuello para no perderlos de vista. Habían llegado al centro del arroyo…, se alejaban del centro…, hacia la orilla…

Continuó moviéndose, sacando fuerzas de donde le quedaban para no perderlos de vista, arrastrándose, impulsada por el instinto. En lugar de dolor, notaba que el corazón le latía con una fuerza esperanzadora.

Ben y
Zeus
estaban a escasos metros de la orilla…, la corriente ya no era tan fuerte en aquel punto…

Beth continuó avanzando, agarrándose a las ramas y serpenteando hacia delante. Los perdió un angustioso momento de vista, entre la maleza. Finalmente pudo verlos de nuevo.

Ya casi lo habían conseguido… Apretó los puños con esperanza… Solo un poco más…

«Por favor, Dios mío… Por favor… un poco más…»

Y entonces lo lograron. Los pies del niño tocaron tierra primero y se soltó de la cola. El perro movió frenéticamente con las patas delanteras hasta que también tocó tierra. Beth avanzó hasta ellos al mismo tiempo que
Zeus
y Ben salían tambaleándose del agua.

Zeus
se desplomó tan pronto como pisó tierra firme. Ben se derrumbó a su lado un momento más tarde. Cuando Beth consiguió llegar hasta ellos,
Zeus
se había puesto de pie, con las patas temblando a causa del enorme esfuerzo y jadeando ruidosamente.

Ella se lanzó al suelo junto a su hijo y lo ayudó a incorporarse para que se sentara. Ben empezó a toser.

—¿Estás bien? —gimió ella.

—Sí, mamá —el pequeño jadeó, volvió a toser y se secó el agua de la cara—. Tenía miedo, pero llevaba la foto en el bolsillo. Thibault me dijo que me mantendría a salvo. —Se pasó el brazo por la nariz—. ¿Dónde está papá? ¿Y Thibault?

Tras la pregunta, los dos rompieron a llorar.

Dos meses después

Beth miró por el retrovisor y sonrió al ver a
Zeus
de pie en la parte trasera de la furgoneta, con al hocico alzado al viento. Ben estaba sentado junto a ella, un poco más a su altura desde su reciente estirón, aunque todavía no fuera tan alto como para apoyar el codo cómodamente en el marco de la ventana.

Después de tantas semanas con aquel tiempo infernal, era el primer día que gozaban de buen día. Las Navidades estaban a la vuelta de la esquina, apenas faltaban dos semanas. Ya casi nadie se acordaba del calor y de las tormentas de octubre. La prensa nacional se había hecho eco de las inundaciones. El centro histórico de Hampton había quedado inundado como otras muchas poblaciones de la región; en total, seis personas habían perdido la vida.

A pesar de la tragedia que le había tocado vivir, Beth se dio cuenta de que en cierto modo se sentía… en paz consigo misma por primera vez desde hacía muchos días. Desde el funeral, había intentado superar todo lo que había pasado y que había desembocado irremediablemente en aquel día fatídico. Sabía que mucha gente en el pueblo se preguntaba por su comportamiento. De vez en cuando, oía cuchicheos, pero normalmente los ignoraba. Si algo le había enseñado Logan era que a veces su fe en sí misma y en sus instintos era todo lo que tenía.

Gracias a Dios, Nana continuaba recuperándose. En los días y en las semanas que siguieron al «accidente», tal y como ella se refería a la tragedia, Beth y especialmente Ben se habían refugiado en su abuela por su increíble sabiduría y su apoyo incondicional. Desde el «accidente» Nana había vuelto a cantar regularmente en el coro, encontraba tiempo para adiestrar a los perros, volvía a usar ambas manos y solo cojeaba ocasionalmente cuando la vencía el cansancio. Hubo un momento, un par de semanas antes, en que las dos cojeaban exactamente igual. Fue justo dos días después de que a Beth le quitaran la escayola, pues se había roto cuatro huesos del pie y por eso había tenido que llevarla durante cinco semanas. Nana le había tomado el pelo con una visible satisfacción, disfrutando de la idea de que ya no fuera ella la única lisiada en la familia.

Ben había cambiado considerablemente desde entonces, en ciertos comportamientos que la preocupaban y en otros que la hacían sentirse orgullosa de él. Sobrevivir a aquella tragedia le había dado una nueva confianza en sí mismo que ahora exhibía en la escuela. O por lo menos eso era lo que le gustaba creer a Beth. A veces se preguntaba si era a causa de la foto que llevaba en el bolsillo. Estaba desgastada y completamente agrietada, y se le había empezado a desprender el plástico que la protegía, pero Ben no quería separarse de ella y siempre la llevaba encima. Beth pensaba que con el tiempo perdería aquella fijación, pero ¿cómo podía estar segura? Era el legado que le había dejado Logan, y por eso tenía un significado tan especial para Ben.

La pérdida había sido muy dura para Ben, por supuesto. A pesar de que prácticamente nunca hablaba del tema abiertamente, ella sabía que, en cierto modo, se sentía culpable de lo que había sucedido. Y de vez en cuando todavía sufría pesadillas, en las que a veces gritaba el nombre de Keith y a veces el de Logan. Cuando Beth lo despertaba, el sueño siempre era el mismo: Ben estaba flotando en el río, a punto de hundirse, cuando veía a
Zeus
que iba directamente hacia él. En sus sueños, sin embargo, intentaba agarrarse a la cola del perro, pero no lo conseguía. Lo intentaba una y otra vez desesperadamente, y no lo lograba; entonces se daba cuenta de que
Zeus
no tenía cola y se veía a sí mismo, desde un plano superior, agonizando mientras se hundía lentamente en el agua.

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