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Authors: Nicholas Sparks

Cuando te encuentre (19 page)

BOOK: Cuando te encuentre
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—No, está bien —respondió ella, cogiendo de nuevo el vaso de limonada. Lo zarandeó suavemente para remover los cubitos de hielo, debatiéndose, antes de finalmente alzar la vista y mirarlo a los ojos—. ¿Te apetece quedarte a cenar?

Él le sostuvo la mirada.

—Será un placer.

—No esperes gran cosa, solo son unos tacos —aclaró ella.

—Sí, ya me lo ha dicho Ben. Y gracias. Me parece perfecto. —Sonrió y se puso de pie—. Pero, si no te importa, antes quiero darle un poco de agua a este muchacho. Y probablemente también esté hambriento. ¿Te importa si cojo un poco de comida de la residencia canina?

—No, por supuesto que no. Hay mucha. Por lo visto, alguien descargó varios sacos ayer.

—¿Quién puede haber sido?

—No lo sé. Creo que un chico con greñas.

—Pensaba que se trataba de un veterano del Cuerpo de Marines con un título universitario.

—Y yo también. —Recogió los vasos y se puso de pie—. Quiero asegurarme de que Ben se asee como es debido. Normalmente se olvida de hacerlo. Nos vemos dentro de un rato, ¿vale?

En el despacho, Thibault llenó los cuencos de
Zeus
con agua У comida, luego se sentó sobre una de las cajas vacías y esperó.
Zeus
se tomó su tiempo, bebiendo un poquito y luego engullendo lentamente. De vez en cuando alzaba la vista hacia Thibault como si quisiera preguntarle: «¿Se puede saber qué miras?». Thibault no decía nada; sabía que cualquier comentario únicamente conseguiría que
Zeus
comiera más despacio.

Después revisó los caniles, a pesar de que Elizabeth le había dicho que ya lo había hecho ella, para asegurarse de que a los otros perros no les faltara agua. Y no les faltaba. Tampoco estaban demasiado nerviosos. Perfecto. Apagó las luces del despacho y cerró la puerta con llave antes de dirigirse hacia la casa.
Zeus
lo seguía con el hocico pegado al suelo.

En la puerta, hizo una señal a
Zeus
para que se tumbara y no se moviera, luego abrió la puerta mosquitera.

—¿Hola?

—¡Pasa! ¡Estoy en la cocina!

Thibault atravesó el umbral y enfiló hacia la cocina. Elizabeth se había puesto un delantal y estaba frente a los fogones, dorando la carne picada en una sartén. Sobre la encimera había una botella abierta de Michelob Light.

—¿Dónde está Ben? —preguntó Thibault.

—En la ducha. Ahora baja. —Añadió un sobre con especias y un poco de agua a la carne de ternera picada y luego se lavó las manos. Después de secárselas en la parte frontal del delantal, cogió la cerveza.

—¿Te apetece una cerveza? Siempre me tomo una cuando cenamos tacos.

—Sí, gracias.

Ella sacó una cerveza de la nevera y se la pasó.

—Lo siento, es light. Es lo único que tengo.

—Gracias.

Él se apoyó en la encimera y echó un vistazo a la cocina. En cierto sentido, le recordaba a la cocina de la casa que había alquilado. Los armarios eran los originales de la casa, con un lavamanos de acero inoxidable, electrodomésticos viejos, y justo debajo de la ventana había una mesita con varias sillas, aunque todo estaba relativamente en mejor estado, con algún que otro toque femenino: flores en un jarrón, un cuenco de fruta, un visillo en la ventana… Más acogedor.

Elizabeth sacó una lechuga, varios tomates de la nevera y un trozo de queso cheddar, y lo depositó todo sobre la encimera. A continuación cogió un par de pimientos verdes y unas cebollas, colocó todos los ingredientes cerca de la tabla de cortar y sacó un cuchillo y un rallador de queso de uno de los cajones situados debajo de la encimera. Empezó a trocear la cebolla con unos movimientos rápidos y ágiles.

—¿Quieres que te eche una mano?

Ella le lanzó una mirada escéptica.

—No me digas que, además de adiestrar perros, arreglar coches y ser músico, también eres un experto cocinero.

—No me atrevería a decir tanto. Pero se me da bien la cocina. Cocino cada noche.

—¿De veras? A ver, ¿qué preparaste anoche?

—Un bocadillo de lonchas de pavo cocido con pan de trigo. Con pepinillos.

—¿Y la noche previa?

—Un bocadillo de lonchas de pavo cocido con pan de trigo. Sin pepinillos.

Beth se rio, divertida.

—¿Cuál ha sido el último plato de cuchara que has preparado?

Él fingió que se devanaba por un momento los sesos.

—Ejem…, judías con salchichas. El lunes.

Ella esbozó una exagerada mueca de horror.

—¡No me lo puedo creer! ¿Qué tal se te da rallar queso?

—En eso me considero un verdadero experto.

—Vale. Coge un cuenco del armario de ahí arriba, debajo de la licuadora. No tienes que rallar todo el trozo. Ben normalmente se come dos tacos, y yo solo me tomaré uno. El resto es para ti.

Thibault dejó la cerveza en la encimera y sacó el cuenco del armario. Después se lavó las manos y desenvolvió el trozo de queso. Mientras lo rallaba iba mirando a Elizabeth con disimulo. Ella, que había acabado de picar la cebolla, había empezado a cortar los pimientos verdes. Luego hizo lo mismo con el tomate. El cuchillo bailaba en su mano con firmeza, con unos movimientos precisos.

—Lo haces muy rápido.

Ella contestó sin interrumpir el ritmo de sus movimientos.

Hubo una época en que soñé con abrir mi propio restaurante.

—¿Y cuándo fue eso?

—Cuando tenía quince años. Para mi cumpleaños, incluso pedí un cuchillo Ginsu.

—¿Te refieres al del famoso anuncio que daban por la tele? ¿Ese en el que aparecía un chico que lo utilizaba para cortar una lata?

Ella asintió.

—El mismo.

—¿Y te lo regalaron?

—Es el que estoy utilizando ahora.

Logan sonrió.

—Eres la primera persona que he conocido que admite abiertamente que se ha comprado uno.

—Pues no me avergüenzo —contestó ella. Echó una rápida mirada a Logan—. Mi sueño era abrir un enorme local en Charleston o en Savannah, y escribir un montón de libros de cocina y tener mi propio programa televisivo. Sueños de adolescente, lo sé. Pero, bueno, me pasé el verano practicando con el cuchillo, troceando verduras sin parar. Cortaba todo lo que podía, tan rápido como podía, hasta que llegué a ser tan rápida como el chico del anuncio. Siempre teníamos la nevera llena de fiambreras con calabacines y zanahorias y otras hortalizas del huerto. Nana se desesperaba, ya que eso significaba que tendríamos que pasarnos todo el verano comiendo guisos.

—¿Qué clase de guisos?

—Cualquier guiso. Lo importante era mezclar las hortalizas con arroz o pasta.

Logan sonrió al tiempo que apartaba una pila de queso rallado a un lado.

—¿Y qué pasó luego?

—Se acabó el verano, y nos quedamos sin hortalizas.

—Ah —dijo él, preguntándose cómo era posible que alguien pudiera estar tan atractivo con un delantal.

—Bueno, ahora voy a preparar la salsa. —Sacó un recipiente del horno.

Vertió una lata grande de salsa de tomate, luego añadió las cebollas y los pimientos y una pizca de tabasco, y después lo condimentó con sal y pimienta. Lo removió todo y encendió el horno a temperatura media.

—¿Tu propia receta?

—No, es de Nana. A Ben no le gusta la comida demasiado picante, así que mi abuela ideó esta receta pensando en él.

Thibault había acabado de rallar el queso, así que envolvió el trozo restante.

—¿Qué más puedo hacer?

—Nada más, relájate. Solo tengo que lavar la lechuga y ya está. Ah, y calentar las tortitas en el horno. Dejaré reposar la carne y la salsa un ratito.

—¿Quieres que me encargue yo de las tortitas?

—De acuerdo. —Ella le pasó una bandeja para el horno—. Solo tienes que colocar las tortitas en la bandeja. Tres para nosotros, y las que quieras para ti. Pero no las metas todavía. Aún nos quedan unos minutos. A Ben le gustan recién salidas del horno.

Thibault hizo lo que Beth le había dicho. Mientras tanto ella acabó de lavar la lechuga. Apiló tres platos en la encimera. Cogió nuevamente su cerveza y se dirigió hacia la puerta.

—Ven. Quiero enseñarte algo.

Thibault la siguió hasta la puerta, y se quedó fascinado al ver el patio trasero rodeado por el macizo de setos. Unos pequeños senderos empedrados conducían directamente a varios parterres circulares hechos de ladrillo, cada uno contenía su propio cornejo; en medio del patio, sirviendo de punto focal, destacaba una fuente de tres tazas circulares que abastecía de agua un estanque Koi de considerables dimensiones.

—¡Caramba! ¡Increíble! —murmuró él.

—¿A que nunca te habrías figurado que esto estuviera aquí? Es bastante espectacular, pero deberías verlo en primavera. Cada año, Nana y yo plantamos miles de tulipanes, narcisos y azucenas, y empiezan a florecer justo después de las azaleas y los cornejos. Desde marzo hasta julio, este jardín se convierte en uno de los lugares más bellos de la tierra. ¿Y ves allí? ¿Detrás del seto más bajo? —Ella señaló hacia la derecha—. Allí tenemos nuestro ilustre huerto de hortalizas y hierbas aromáticas.

—Nana nunca ha mencionado que le guste la jardinería.

—Ni lo hará. Es una afición que compartía con mi abuelo, algo así como su pequeño secreto. Puesto que la residencia canina está justo al lado, decidieron crear esta especie de oasis donde poder escapar del negocio, de los perros, de los clientes…, incluso de los empleados. Por supuesto, Drake y yo, y después Ben, colaboramos en el mantenimiento, pero ellos se encargaban de casi todo. Fue el único proyecto en el que mi abuelo realmente logró superarse. Después de su muerte, Nana decidió mantenerlo en perfecto estado en memoria de su difunto esposo.

—Es increíble —repitió él.

—A que sí, ¿eh? Cuando éramos pequeños no estaba tan bien cuidado. A no ser que estuviéramos plantando bulbos, no nos dejaban corretear por aquí. Siempre celebrábamos nuestras fiestas de cumpleaños en el patio vallado que hay entre la casa y la residencia canina. Lo que implicaba que dos días antes teníamos que dedicarnos a recoger todos los excrementos de perro para que ningún niño pisara uno sin querer.

—Es que no es agradable pisar…

—¡Mamá, Thibault! ¿Dónde estáis? —gritó una vocecita desde la cocina.

Elizabeth se giró al reconocer la voz de Ben.

—¡Aquí fuera, cielo! Le estoy enseñando al señor Thibault el jardín.

Ben atravesó el umbral, ataviado con una camiseta negra y unos pantalones de camuflaje.

—¿Dónde está
Zeus
? Ya estoy listo para jugar al escondite.

—Será mejor que cenemos primero. Ya jugarás después.

—Mamá…

—Es más divertido jugar cuando es oscuro —se entrometió Thibault—. De ese modo es más fácil esconderte. Y para
Zeus
también será más divertido.

—¿Y qué haremos hasta que oscurezca?

—Nana me ha comentado que juegas al ajedrez.

Ben lo miró con escepticismo.

—¿Sabes jugar al ajedrez?

—Quizá no sea tan buen jugador como tú, pero me defiendo.

—De acuerdo. —Se rascó el brazo—. ¿Dónde has dicho que está
Zeus
?

—Fuera, en el porche.

—¿Puedo ir a jugar con él?

—Primero has de poner la mesa —le ordenó Elizabeth—. Y solo tienes un par de minutos. La cena ya casi está lista.

—Vale —respondió el niño al tiempo que daba media vuelta.

Mientras se marchaba veloz como una flecha, ella se inclinó delante de Thibault y puso las manos a ambos lados de la boca antes de gritar:

—¡No te olvides de la mesa!

Ben frenó en seco. Abrió un cajón y agarró tres tenedores, los lanzó sobre la mesa como si estuviera repartiendo las cartas de una baraja y luego hizo lo mismo con los platos que Elizabeth había apilado antes en la encimera. En total solo dedicó unos diez segundos, antes de desaparecer de vista. Elizabeth sacudió la cabeza.

—Hasta que llegó
Zeus
, Ben era un niño tranquilo y dócil. Cuando regresaba de la escuela solía leer y estudiar; ahora, en cambio, lo único que desea es divertirse con tu perro.

Thibault la miró con cara contrita.

—Lo siento.

—¿Por qué? Créeme, me gustaría que fuera un poco más calmado, como nos pasa a todas las madres, pero es fantástico verlo tan contento.

—¿Por qué no le regalas un perro?

—Lo haré. En el futuro. Cuando tenga la certeza de que todo va bien con Nana. —Tomó un sorbo de cerveza y señaló con la cabeza hacia la casa—. ¿Vamos a ver cómo está la cena? Creo que el horno ya estará caliente.

De nuevo en el interior, Elizabeth metió la bandeja en el horno y removió la carne y la salsa antes de verter la mezcla en un par de cuencos. Mientras los llevaba a la mesa junto con un paquete de servilletas de papel, Thibault se dedicó a colocar correctamente los cubiertos y los platos, y cogió el queso, la lechuga y los tomates. Cuando Elizabeth dejó su cerveza en la mesa, Thibault se quedó de nuevo fascinado ante su belleza natural.

—¿Quieres llamar a Ben, o lo hago yo? —se ofreció ella.

Thibault tuvo que realizar un enorme esfuerzo para apartar la vista de ella antes de contestar:

—Ya lo hago yo.

Ben estaba sentado en el porche, acariciando a
Zeus
desde la frente hasta la cola de una sola pasada. El pobre perro no cesaba de jadear pesadamente.

—Me parece que lo has dejado exhausto —observó Thibault.

—Es que corro mucho —se jactó Ben.

—¿Estás listo para comer? La cena está servida.

Ben se levantó.
Zeus
alzó la cabeza.

—Quieto aquí —le ordenó Thibault.

El perro bajó las orejas como si lo estuvieran castigando. Y agachó nuevamente la cabeza mientras Ben y Thibault entraban en la casa.

Elizabeth ya estaba sentada a la mesa. Tan pronto como Ben y Thibault se sentaron, Ben empezó a rellenar inmediatamente su tortita con la carne picada condimentada.

—Me gustaría que nos contaras algo acerca de tu increíble viaje desde Colorado hasta aquí —le pidió Elizabeth.

—¡Sí, a mí también me gustaría! —apuntó Ben, cogiendo un poco de salsa con la cuchara.

Thibault tomó la servilleta y se la extendió sobre el regazo.

—¿Queréis que os cuente algo en particular?

Ella también se colocó la servilleta sobre la falda.

—¿Por qué no empiezas por el principio?

Por un momento, Thibault consideró la verdad: que todo comenzó cuando encontró una foto en el desierto kuwaití. Pero no les podía contar esa parte de la historia. En lugar de eso, empezó por describir una fría mañana de marzo, cuando se colgó la mochila a la espalda y comenzó a andar por la carretera. Les habló sobre cosas que había visto —para no aburrir a Ben, se aseguró de describir toda la fauna que había encontrado a su paso— y habló sobre algunas de las personas más pintorescas con las que se había topado. Elizabeth pareció darse cuenta de que no estaba acostumbrado a hablar tanto sobre sí mismo, por lo que lo ayudaba con preguntas cada vez que él parecía quedarse estancado, sin saber qué decir. Poco a poco fue preguntándole acerca de otros temas, como por ejemplo la universidad, y se rio al ver la cara de Ben cuando este se enteró de que el invitado sentado a la mesa incluso había desenterrado esqueletos de verdad. El chico, por su parte, le formuló unas cuantas preguntas:

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