Cuentos completos (466 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción, Misterio, Fantástica, Cuentos

BOOK: Cuentos completos
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—Si está por preguntar por qué al oír el ruido el Sr. Rubin no puede decir de dónde viene, es lo que estoy apunto de preguntar yo —dijo Henry.

—Continúe —dijo Trumbull—. Entretanto me serviré más café.

—¿Quiere contestar la pregunta, Sr. Rubin? —dijo Henry.

—Supongo que es difícil que ustedes entiendan. Veamos, dos de ustedes viven al otro lado del Hudson, uno en uno de los sectores más antiguos de Brooklyn, y el otro en Greenwich Village. Tom vive en una de esas elegantes casonas refaccionadas. No estoy seguro de dónde vive Henry pero sé que no será en una de estas modernas colmenas, como Avalon las llama. Ninguno de ustedes vive en uno de esos modernos edificios de departamentos de veinticinco pisos o más, con veinticinco departamentos en cada piso y un hermoso esqueleto de concreto que conduce maravillosamente el sonido. Si se tratara de alguien que tiene un buen tocadiscos puesto a todo volumen, podría ser capaz de decir si viene de arriba o de abajo, aunque no apostaría. Si quisiera podría ir de puerta en puerta por todo este piso y luego de puerta en puerta por el piso de abajo y lo mismo por el de arriba. Supongo que así sería capaz de decir de qué departamento proviene si apoyo el oído contra la puerta correcta. Si es un martilleo suave, sin embargo, es imposible decir de dónde viene. Uno puede escuchar apoyado contra la puerta y no serviría. El sonido no se propaga tanto a través del aire y la puerta, sino a través de las paredes. Escúchenme: he llegado a recorrer puerta por puerta cuando me he enfurecido lo suficiente. No sé cuántas veces he reptado por los corredores.

Gonzalo se rió.

—Si te sorprenden haciendo eso, ese portero de abajo comenzará a informar sobre vagos de aspecto vicioso que andan espiando por ahí.

—Eso no me preocupa —dijo Rubin—. El portero me conoce. —Una expresión de tímida modestia apareció repentinamente en el rostro de Rubin—. Es un admirador mío.

—Sabía que debías de tener alguno en algún lado —dijo Trumbull, pero Henry estaba apartando lo que quedaba de pavo en su plato y parecía más descontento que nunca.

—Supongamos que tu admirador no está de turno —dijo Gonzalo polémicamente—. Tiene que haber portero durante las veinticuatro horas y tu admirador tiene que dormir.

—Todos me conocen —dijo Rubin—, y éste, el tipo que está en la entrada ahora, Charlie Wiszonski, tiene el turno de cuatro de la tarde a doce de la noche los días de semana, que es el turno más pesado. Es un hombre mayor… Permítame retirar la mesa.

—¿No podría hacerlo otro, Sr. Rubin? —preguntó Henry—. Desearía seguir interrogándolo y quiero volver al carpintero. Si el sonido se propaga a través de las paredes y usted lo oye, ¿no hay mucha otra gente que también lo oye?

—Supongo que sí.

—¿Pero si molesta a tanta…?

—Eso es otra cosa irritante —dijo Rubin—. No molesta… Gracias, Roger. Deja los platos en la batea de la cocina, simplemente. Yo me encargaré de ellos después… Este carpintero no parece molestar a nadie. Durante el día los maridos están afuera y muchas de las mujeres también, y los niños no abundan en este edificio. Las mujeres que se quedan en casa están haciendo las tareas domésticas. Por la tarde todo el mundo pone la televisión. ¿A quién le preocupa un martilleo ocasional? A mí me preocupa porque estoy en casa día y noche y soy escritor. A mí me preocupa porque soy una persona creativa que tiene que pensar un poco y necesita algo de tranquilidad.

—¿Le ha preguntado a otros sobre eso? —dijo Henry.

—Oh, de vez en cuando lo he hecho. —Inquieto, golpeó su taza con la cuchara—. Supongo que su próxima pregunta será qué dijeron.

—Debería adivinar —dijo Henry—, por su expresión de frustración, que nadie admitió haberlo oído.

—Bien, se equivoca. Uno o dos dijeron algo parecido a que lo habían oído algunas veces. El problema es que a nadie le importa. Incluso si lo oyeran no les importaría. Los neoyorquinos son tan insensibles al ruido que uno podría volarlos y no les importaría.

—¿Qué supone que hace esa persona para producir tal ruido? —preguntó Avalon.

—Me parece que es un carpintero. Quizá no sea profesional, pero intenta serlo. Podría jurar que tiene un taller allá arriba. A pesar de todo podría jurarlo. No hay nada más que lo explique.

—¿Qué quiere decir que a pesar de todo podría jurarlo? —preguntó Henry.

—Consulté a Charlie sobre esto.

—¿Al portero?

—¿De qué sirve un portero? —preguntó Gonzalo—. ¿Por qué no te dirigiste al superintendente? ¿O al dueño?

—¿De qué sirven ellos? —dijo Rubin impaciente—. Todo lo que sé del dueño es que deja que el aire acondicionado se descomponga cuando más calor hace porque prefiere arreglarlo con goma de mascar de la mejor calidad. Y para llegar al superintendente tienes que tener conocidos en Washington. Además, Charlie es un buen tipo y nos entendemos bien. Qué diablos, cuando Jane tuvo el incidente con ese ratero y yo no estaba aquí, fue a… Charlie a quien llamó.

—¿No llamó a la policía? —preguntó Avalon.

—Claro que sí. ¡Pero primero a Charlie!

Henry estaba terriblemente descontento.

—De manera que consultaron al portero respecto al martilleo. ¿Qué dijo?

—Dijo que no había reclamos. Era el primero que oía. Dijo que investigaría. Lo hizo y me juró y rejuró que no había ningún taller de carpintero en ningún lugar del edificio. Dijo que había enviado gente a cada departamento con el pretexto de revisar el aire acondicionado… ése es el modo más seguro de entrar en todos lados.

—¿De modo que después el portero olvidó el asunto?

—Supongo que sí. Yeso me molestó también. Vi que Charlie no me creía. No creía que hubiera ningún martilleo. Me dijo que yo era el único que lo decía.

—¿La Sra. Rubin lo oye también?

—Por supuesto. Pero tengo que hacérselo notar. A ella tampoco le molesta.

—Quizá sea alguna chica que practica castañuelas —dijo Gonzalo—, o algún instrumento de percusión.

—¡Vamos! Sé distinguir entre algo rítmico y un martilleo intermitente.

—Quizá sea un niño —dijo Drake—, o algún animal doméstico. Una vez viví en un departamento, en Baltimore, y tenía un martilleo justo sobre mi cabeza, como si alguien dejara caer algo cientos de veces al día. Y eso es lo que era. Tenían un perro que no se cansaba de recoger un hueso de juguete y de dejarlo caer. Conseguí que pusieran una alfombra barata.

—No es un chico y no es un animal —porfió Rubin—. Ojalá dejaran de suponer que no sé lo que oigo. Escúchenme, yo trabajé en una carpintería una vez. Soy, además, un carpintero bastante bueno. Conozco el sonido de un martillo sobre la madera.

—Quizá sea alguien que está haciendo reparaciones en su casa —dijo Halsted.

—¿Durante meses? Es más que eso.

—¿Es así como está la situación ahora? ¿Hizo algún otro intento de localizar el lugar después que el portero le falló? —preguntó Henry.

Rubin frunció el ceño.

—Traté, pero no fue fácil. Todo el mundo tiene teléfono, pero no figuran en la guía. Es parte de la mentalidad de la fortaleza, a la que Avalon se refiere. Y sólo conozco a un par de personas con las que puedo hablar. Llamé a las puertas más probables, y luego de presentarme pregunté sobre el particular, pero todo lo que conseguí fueron malas miradas.

—Yo me daría por vencido —dijo Drake.

—Yo no —dijo Rubin, golpeándose el pecho—. El mayor problema fue que todo el mundo pensó que yo era una especie de chiflado. Incluso Charlie, creo. La gente común parece recelar en general de los escritores.

—Lo cual puede tener su justificación —dijo Gonzalo.

—Cállate —dijo Rubin—. De modo que pensé que lo mejor sería presentar alguna prueba.

—¿Cuál? —preguntó Henry.

—Bien, grabé el condenado martilleo, por supuesto. Pasé dos o tres días prestando atención y entonces, cada vez que comenzaba, encendía el magnetófono y lo grababa. Me trastornó todo el trabajo, pero conseguí casi cuarenta y cinco minutos de martilleo… no muy fuerte, pero se podía oír. Y fue algo interesante, porque si uno lo escucha se da cuenta de que el tipo ese debe ser un pésimo carpintero. Los golpes no son parejos y fuertes. No tiene ningún control sobre el martillo y es esa irregularidad la que cansa. Una vez que uno consigue tomar el ritmo adecuado se puede martillar todo el día sin cansarse. Lo hice muchas veces…

—¿Y le hizo escuchar la grabación al portero? —interrumpió Henry.

—No. Un mes atrás acudí a una autoridad superior.

—¿Entonces fuiste a ver al superintendente? —preguntó Gonzalo.

—No. Existe algo llamado comité de inquilinos.

Hubo una sonrisa general de aprobación en la que sólo Henry no participó.

—No pensé en eso —dijo Avalon. Rubin hizo una mueca.

—La gente no piensa en eso en casos como éste, porque el único propósito del comité parece ser perseguir al propietario. Es como si nadie se hubiera enterado jamás de que un inquilino puede molestar a otro, aun cuando yo diría que nueve de cada diez molestias en un edificio de departamentos provienen de las relaciones entre vecinos. Eso les dije. Yo…

—¿Es usted miembro regular del comité, Sr. Rubin? —volvió a interrumpirlo Henry.

—Soy miembro, por supuesto. Todo inquilino es miembro automáticamente.

—Me refiero a si asiste regularmente a las reuniones.

—En realidad, ésa fue la segunda reunión a la que concurrí.

—¿Lo conoce a usted la gente que asiste regularmente?

—Algunos, sí. Además, ¿qué tiene que ver eso? Me presenté yo mismo: "Rubin", dije, "14, doble A", y me puse a hablar. Como había llevado el magnetófono, lo levanté en alto y lo mostré. Dije que en él estaba la prueba de que algún idiota era una molestia pública, que lo había fechado con día y hora y que si era necesario vería a mi abogado. Dije que de ser el propietario quien hiciera ese ruido todos los concurrentes a esa reunión estarían aullando para que se iniciase una acción conjunta contra él. ¿Por qué, entonces, no reaccionar de la misma manera contra uno de los inquilinos?

—Debe de haber sido un discurso de lo más elocuente —gruñó Trumbull—. Una lástima que no haya estado allí para oírte. ¿Qué dijeron?

—Quisieron saber quién era el inquilino que hacía ese ruido y no les pude decir —repuso Rubin con el ceño fruncido—. De modo que lo olvidaron. Nadie había oído el ruido y, de todos modos, a nadie le interesaba.

—¿Cuándo se celebró la reunión? —preguntó Henry.

—Casi un mes atrás. Y ellos tampoco se han olvidado. Realmente fue un discurso elocuente, Tom. Los dejé fritos. Lo hice deliberadamente. Quería que la noticia se extendiera y así fue. Charlie, el portero, dijo que la mitad de los inquilinos estaban hablando de eso… que era lo que yo quería. Quería que ese carpintero se enterara. Que supiera que yo estaba tras él.

—Seguramente, no querrá usted que haya violencia, Sr. Rubin… —dijo Henry.

—No necesito la violencia. Sólo quería que lo supiera. Ha estado bastante sosegado las últimas semanas, y apuesto a que seguirá así.

—¿Cuándo es la próxima reunión? —preguntó Henry.

—La próxima semana… Quizá vaya.

Henry sacudió la cabeza.

—Sería mejor que no fuese, Sr. Rubin. Creo que sería mejor si se olvidara de todo esto.

—No estoy asustado de ese tipo, sea quien sea.

—Estoy seguro de que no, Sr. Rubin, pero encuentro peculiar esta situación en varios aspectos…

—¿En qué aspectos? —preguntó Rubin rápidamente.

—Es… es… Puede parecer melodramático, lo admito, pero… Sr. Avalon, usted y el Dr. Drake llegaron a la entrada del edificio un momento antes que yo y hablaron con el portero.

—Sí, así es —dijo Avalon.

—Quizá llegué demasiado tarde. Puede ser que me haya perdido algo. Me parece, Sr. Avalon, que usted le preguntó al portero si solían suceder incidentes deplorables en este edificio y él dijo que había habido un robo en un departamento del vigésimo piso el año pasado y que una mujer había sido atacada en el lavadero.

Avalon asintió pensativamente.

—Sin embargo —continuó Henry—, él sabía que nos dirigíamos al departamento del Sr. Rubin. ¿Cómo, entonces, no mencionó que en este departamento había habido un robo hace apenas dos semanas?

Hubo una larga pausa.

—Quizá no quería ser chismoso —dijo Gonzalo.

—Nos habló de los otros incidentes. Quizás haya sido una explicación intrascendente, pero cuando me enteré del robo me sentí molesto. Todo lo que he oído desde entonces ha aumentado mi sensación de intranquilidad. Es admirador del Sr. Rubin. La señora acudió a él en cierto momento y, sin embargo, no mencionó nada de eso.

—¿Qué te sugiere todo eso, Henry? —preguntó Avalon.

—¿Que está implicado de algún modo?

—¡Vamos, Henry! —dijo Rubin de inmediato—. ¿Me vas a decir que Charlie es cómplice de los ladrones?

—No; pero si algo extraño está sucediendo en este edificio, podría ser muy útil deslizarle un billete de diez dólares al portero de vez en cuando. Puede ser que no sepa de qué se trata. Lo que quieren puede parecerle bastante inofensivo… pero luego, cuando entran en su departamento, puede ser que de pronto él entienda más que antes. Se siente implicado y no querrá hablar más de eso. Por su propio bien.

—De acuerdo —dijo Rubin—. ¿Pero qué es lo que le parece tan peculiar? ¿El carpintero y su martilleo?

—¿Por qué alguien estuvo espiando el piso, esperando a que usted y su esposa dejaran el departamento solo y con una llave puesta nada más?— preguntó Henry—. ¿Y por qué, cuando el Sr. Avalon mencionó el incidente de la mujer del lavadero, usted, Sr. Rubin, lo descartó en seguida haciendo referencia a la delegación china ante las Naciones Unidas? ¿Hay alguna relación?

—Sólo que Jane me contó que algunos de los inquilinos estaban preocupados por la posibilidad de que los chinos ocuparan este edificio.

—Tengo la impresión de que ésa es una razón poco válida para su non sequitur. ¿Dijo su esposa que el hombre que había sorprendido saliendo del departamento era un oriental?

—Oh, no puede usted tener en cuenta eso —dijo Rubin, alzando los hombros expresivamente—. ¿Cómo se puede realmente notar…?

—Un minuto, Manny —interrumpió Avalon—. Nadie te está preguntando si el ratero era realmente chino. Todo lo que Henry pregunta es si Jane dijo que lo era.

—Dijo que le pareció que era; que tuvo la impresión… ¡Vamos, Henry! ¿Va a decir que se trata de espionaje?

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