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Authors: Edmond Rostand

Tags: #Drama, #Teatro

Cyrano de Bergerac (9 page)

BOOK: Cyrano de Bergerac
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(De Guiche sale. Se le ve subir a la silla; los caballeros se alejan cuchicheando. Le Bret les acompaña hasta la puerta. La gente sale.)

ESCENA VIII

C
YRANO
, L
E
B
RET
, y los cadetes, sentados alrededor de la mesa; se les sirve comida y bebida.

C
YRANO
.—
(Saludando con aire burlón a los que se marchan sin atreverse a saludarle.)
¡Caballeros!… ¡Caballeros!… ¡Caballeros!…

L
E
B
RET
.—
(Desolado, con los brazos al aire.)
¡En qué jaleo te has metido!

C
YRANO
.— ¿Ya empiezas a gruñirme?

L
E
B
RET
.— Por lo menos estarás de acuerdo conmigo en que es demasiado desperdiciar constantemente la suerte que viene a tus manos.

C
YRANO
.— ¡Demasiado!… Tienes razón: ¡es demasiado!

L
E
B
RET
.— ¡Entonces…!

C
YRANO
.— Pero me parece que al principio, y también como ejemplo, es bueno exagerar un poco.

L
E
B
RET
.— Si olvidases tu alma mosquetera, podrías conseguir gloria y fortuna…

C
YRANO
.— ¿Y qué tendría que hacer? Buscar un protector, tomar un amo, y como una hiedra oscura que rodea un tronco lamiéndole la corteza, subir con astucia en vez de elevarme por la fuerza. ¡No, gracias! ¿Dedicar, como todos hacen, versos a los financieros? ¿Convertirme en bufón con la vil esperanza de ver nacer una sonrisa amable en los labios de un ministro? ¡No gracias! ¿Desayunar todos los días con un sapo? ¿Tener el vientre desgastado de arrastrarme y la piel de las rodillas sucias de tanto arrodillarme? ¿Hacer genuflexiones de agilidad dorsal? ¡No, gracias! ¿Tirar piedras con una mano y adular con la otra? ¿Procurarme ganancias a cambio de tener siempre preparado el incensario? ¡No, gracias! ¿Subir de amo en amo, convertirme en un hombrecillo y navegar por la vida con madrigales por remos y por velas, suspiros de amores viejos? ¡No, gracias! ¿Conseguir que Servy edite mis versos, pagando? ¡No, gracias! ¿Trabajar por hacerme un nombre con un soneto, y no hacer otros? ¡No, gracias! ¿Hacerme nombrar papa por los cónclaves de imbéciles de los mesones? ¡No, gracias! ¿No descubrir el talento más que a los torpes, ser vapuleado por las gacetas y repetir sin cesar: «¡Oh!, ¡a mí, a mí, que he sido elogiado por el Mercurio de Francia!»? ¡No, gracias! ¿Calcular, tener miedo, estar pálido, preferir hacer una visita antes que un poema, releer memoriales, hacerse presentar? ¡No, gracias! ¡No, gracias! ¡No, gracias! Cantar, soñar, reír, caminar, estar solo, ser libre, saber que mis ojos ven bien, que mi voz vibra, ponerme al revés el sombrero cuando me plazca, batirme por sí o por un no, hacer versos… trabajar sin inquietarme la fortuna o la gloria, pensar en un viaje a la Luna, no escribir nunca nada que no nazca de mí mismo y contentarme, modestamente, con lo que salga; decirme: «Amigo mío, conténtate con flores, con frutos, o incluso con hojas, si en tu propio jardín las siembras y las recoges». Y si, por casualidad llegara al triunfo, no verme obligado a devolver nada al César; guardar el mérito para mí mismo, y desdeñar la parásita hiedra… O incluso, siendo encina o tilo, subir, subir… subir siempre solo, ¡aunque no alcance mucha altura!

L
E
B
RET
.— ¡Completamente solo, de acuerdo; pero no contra todos! ¡Tienes la espantosa manía de sembrar enemigos por todas partes!

C
YRANO
.— He adquirido esa costumbre a fuerza de verte hacer amigos y reír con ellos en todas partes. Sabes de sobra que por detrás te insultan. Al pasar, casi nadie te saluda, y yo me digo con alegría: ¡un enemigo más!

L
E
B
RET
.— ¡Que aberración!

C
YRANO
.— Sí, pero es mi vicio: desagradar me agrada. Me gusta que me odien. Amigo mío, ¡si supieras lo bien que se camina bajo la mirada de unos ojos excitados que intentan fulminarte! ¡Y cómo me divierten las manchas que sobre mi capa dejan la hiel de los envidiosos y la baba de los cobardes! La dulce amistad de tus amigos se parece a esos cuellos calados y flotantes de Italia, con los que el cuello se afemina y debilita; eso sí, son cómodos, aunque roban la expresión altiva, porque al no tener la frente ni sostén ni estorbo, la cabeza se cae en todos los sentidos. Para mí, en cambio, el odio es cada día como un cuello rizado que me obliga con su almidón a levantar la cabeza. Un enemigo más es un nuevo pliegue que me añade una molestia, pero también un rayo de luz, porque, según el refrán español, el odio es un dogal, y también una aureola.

L
E
B
RET
.—
(Tras un silencio, cogiéndole por el brazo.)
Di a todo el mundo, y en voz alta, tu orgullo y tu amargura, pero a mí no me engañes. ¡Confiésame en secreto que ella no te ama!

C
YRANO
.—
(Vivamente.)
¡Cállate!

(Cristián ha entrado hace un momento y se mezcla a los cadetes que no le dirigen la palabra; termina por sentarse solo en una pequeña mesa donde Lisa le atiende.)

ESCENA IX

C
YRANO
, L
E
B
RET
, los cadetes, C
RISTIÁN
D
E
N
EUVILLETTE
.

U
N
C
ADETE
.—
(Sentado en una mesa del fondo y con el vaso en la mano.)
¡Eh, Cyrano!
(Cyrano se vuelve hacia él.)
¡Cuéntanos qué pasó!

C
YRANO
.— Ahora mismo. ¡Esperad un momento!

(Pasea del brazo de Le Bret, mientras habla en voz baja.)

E
L
C
ADETE
.—
(Levantándose y dirigiéndose a la mesa donde está Cristián.)
¡Cuéntanos como sucedió! Será la mejor lección para un tímido aprendiz.

C
RISTIÁN
.—
(Levantando la cabeza.)
¿Aprendiz?

O
TRO
C
ADETE
.— ¡Sí, paliducho norteño!

C
RISTIÁN
.— ¿Paliducho?

P
RIMER
C
ADETE
.—
(Con aire de burlón.)
Señor de Neuvillette, aprended una cosa: ¡entre nosotros existe algo de lo que nunca hablamos porque de hacerlo sería lo mismo que mentar la soga en casa del ahorcado!

C
RISTIÁN
.— ¿Qué es?

O
TRO
C
ADETE
.—
(Con una gran voz.)
¡Miradme!
(Pone su dedo misteriosamente en la nariz tres veces consecutivas.)
¿Me habéis comprendido?

C
RISTIÁN
.— ¡Ah… la…!

O
TRO
C
ADETE
.— ¡Chiss!… Esa palabra nunca se pronuncia.
(Señala a Cyrano, que habla al fondo con Le Bret.)
¡El que lo haga, tendrá que vérselas con él!

O
TRO
.—
(Que mientras Cristián estaba hablando con los otros, se ha sentado sin ruido en una mesa colocada a su espalda.)
¡Mató a dos gangosos porque no le gustaba que hablasen por la nariz!

O
TRO
.—
(Con voz cavernosa, surgiendo de debajo de la mesa donde se ha deslizado a cuatro patas.)
¡El que quiera morir de viejo, que no haga ninguna alusión al fatal apéndice!

O
TRO
.—
(Poniéndole la mano en el hombro.)
¡Con una palabra es suficiente!… ¿Qué digo?… ¿Con una palabra?… ¡un gesto basta! ¡Sólo sacar el pañuelo es tirar uno mismo de su propia mortaja!

(Silencio. Todos a su alrededor con los brazos cruzados, le miran. Se levanta y va a donde se halla Carbon de Castel Jaloux, que, hablando con un oficial, parece no haber visto nada.)

C
RISTIÁN
.— ¡Capitán!

C
ARBON
.—
(Volviéndose y mirándole de arriba a abajo.)
¿Qué queréis?

C
RISTIÁN
.— ¿Qué se debe hacer cuando uno se encuentra con meridionales demasiado fanfarrones?

C
ARBON
.— ¡Demostrarles que se puede ser del Norte y valiente!
(Le da la espalda.)

C
RISTIÁN
.— ¡Gracias!

P
RIMER
C
ADETE
.—
(A Cyrano.)
¡Ahora cuéntanoslo!

T
ODOS
.— ¡Que lo cuente!… ¡Que lo cuente!…

C
YRANO
.—
(Dirigiéndose hacia ellos.)
¿Que lo cuente? ¡bien!
(Todos acercan sus taburetes y se agrupan a su alrededor, tendiendo el cuello. Cristián, se sienta a caballo de una silla.)
Pues iba completamente solo a su encuentro. La luna en el cielo brillaba como un reloj; de repente, no sé qué cuidadoso relojero pasó un paño de nubes por la caja plateada de aquel reloj redondo. Se hizo la oscuridad. Era la noche más negra del mundo, y como los muelles no estaban suficientemente iluminados… ¡maldita sea!… no se veía más allá de…

C
RISTIÁN
.— ¡De un palmo de narices!

(Silencio. Todos se levantan lentamente. Miran a Cyrano con terror. Éste se ha callado, estupefacto. Pausa.)

C
YRANO
.— ¿Quién es este hombre?

U
N
C
ADETE
.—
(A media voz.)
¡Ha llegado esta mañana!

C
YRANO
.—
(Dirigiéndose hacia Cristián.)
¿Esta mañana?

C
ARBON
.—
(A media voz.)
Es el barón de Neuvil…

C
YRANO
.—
(Deteniéndose rápidamente.)
¡Ah!… Está bien.
(Palidece, se pone rojo, parece que va a lanzarse sobre Cristián.)
¡Yo!…
(Después se domina y dice con voz sorda.)
¡Está bien!
(Vuelve al hilo de su relato.)
Como decía…
(Con un estallido de rabia en la voz.)
¡«Mordious»!…
(Continúa en tono natural.)
… no se veía nada…
(Estupor entre los cadetes que vuelven a sentarse mirándose unos a otros.)
…y yo caminaba pensando que por culpa de un puñado de rufianes, me iba a indisponer con algún noble, que, desde luego, me cogen:…

C
RISTIÁN
.— ¡Por las narices!

(Todos se levantan. Cristián se balancea en su silla.)

C
YRANO
.—
(Atragantándose.)
… me cogería ojeriza… que, imprudentemente, iba a meter…

C
RISTIÁN
.— ¡Las narices!…

C
YRANO
.—
(Enjugando el sudor de la frente.)
… la cabeza entre la espada y la pared… porque ese noble podía tener tanto valimiento que quizá me…

C
RISTIÁN
.— Rompiese las narices…

C
YRANO
.— …castigase. Pero me dije: ¡Adelante, gascón, haz lo que debes! ¡Adelante, Cyrano! Cuando ya había decidido continuar, surgió repentinamente de las sombras… un…

C
RISTIÁN
.— ¡Un narizota!

C
YRANO
.— un… le detengo y me doy…

C
RISTIÁN
.— ¡…de narices!…

C
YRANO
.—
(Saltando hacia él.)
¡Por los clavos de Cristo!
(Todos los gascones se adelantan para ver qué sucede; Cyrano llega junto a Cristián, se domina y continúa.)
…y me doy de frente con cien borrachos que apestaban a vino y a cebolla. ¡Salto contra ellos, la frente baja…!

C
RISTIÁN
.— ¡La nariz al viento!…

C
YRANO
.— … me lanzo a fondo, atravieso a dos por el estómago; ensarto a uno completamente vivo… Si alguien me ataca, ¡paf!, ¡yo le respondo…!

C
RISTIÁN
.— ¡Pif!…

C
YRANO
.—
(Estallando.)
¡Rayos y truenos!… ¡Salid todos!

(Los cadetes se precipitan hacia las puertas.)

P
RIMER
C
ADETE
.— ¡Es el despertar del tigre!

C
YRANO
.— ¡Salid todos y dejadme a solas con este hombre!

S
EGUNDO
C
ADETE
.— ¡Lo va a hacer picadillo!

R
AGUENEAU
.— ¿Picadillo?…

O
TRO
C
ADETE
.— ¡Y lo va a meter de relleno en uno de tus pasteles!

C
ARBON
.— ¡Salgamos!

O
TRO
.— ¡No va a dejar ni las migas!

O
TRO
.— ¡La que se va a armar aquí!

O
TRO
.—
(Cerrando la puerta de la derecha.)
¡Algo espantoso!

(Ya han salido todos por el fondo o por los laterales; algunos lo han hecho por la escalera. Cyrano y Cristián permanecen frente afrente y se miran un momento.)

ESCENA X

C
YRANO
y C
RISTIÁN
.

C
YRANO
.— ¡Abrázame!

C
RISTIÁN
.— ¡Caballero!…

C
YRANO
.— ¡Bravo!… ¡Muy bien!

C
RISTIÁN
.— ¡Ah, pero…!

C
YRANO
.— ¡Muy bien!… ¡Lo prefiero así!

C
RISTIÁN
.— Vos me diréis.

C
YRANO
.— ¡Abrázame!… ¡Soy su hermano!

C
RISTIÁN
.— ¿De quién?

C
YRANO
.— ¡De ella!

C
RISTIÁN
.— ¿Cómo?…

C
YRANO
.— ¡De Roxana!

C
RISTIÁN
.—
(Corriendo a su encuentro.)
¡Cielos!… ¿Vos su hermano?

C
YRANO
.— O como si lo fuera: ¡su primo hermano!

C
RISTIÁN
.— ¿Y ella os ha dicho?

C
YRANO
.— ¡Todo!

C
RISTIÁN
.— ¿Y me quiere?

C
YRANO
.— Probablemente.

C
RISTIÁN
.—
(Cogiéndole las manos.)
¡Oh, cuanto me alegra haberos conocido!

C
YRANO
.— ¡Vaya!, ¡qué repentinamente nacen los sentimientos!

C
RISTIÁN
.— ¡Perdóname!

C
YRANO
.—
(Mirándole y poniéndole la mano sobre el hombro.)
¡La verdad es que es hermoso!

C
RISTIÁN
.— ¡Si supierais cuanto os admiro!

C
YRANO
.— ¿A pesar de todas mis narices?

C
RISTIÁN
.— ¡Las retiro ahora mismo!

C
YRANO
.— ¡Roxana espera esta misma tarde una carta!

C
RISTIÁN
.— ¿Qué?… ¿Una carta?…

C
YRANO
.— ¡Sí!

C
RISTIÁN
.— ¡Será mi perdición!

C
YRANO
.— ¿Por qué?

C
RISTIÁN
.— ¡Soy muy torpe y me falta ingenio!

C
YRANO
.— Si eres capaz de comprenderlo, ya no eres tan tonto. ¡Además no me atacaste tan mal!

C
RISTIÁN
.— ¡Bah!… Cuando se trata de atacar, las palabras le salen a uno de la boca; pero ante una mujer, no sé qué decir… ¡Y sus ojos, cuando junto a ellas paso, tienen tantas bondades para mí!

C
YRANO
.— ¿Y no tienen más sus corazones cuando os detenéis?

C
RISTIÁN
.— No, porque, lo sé y tiemblo al pensarlo, soy de esos que no saben hablar de amor.

C
YRANO
.— ¡Vaya!… ¡Me parece que si se hubiesen cuidado de modelarme mejor, hubiese sido de los que saben hablar!

C
RISTIÁN
.— ¡Ay!, ¡quién pudiera expresarse con gracia!

C
YRANO
.— ¡Si yo consiguiera ser un guapo mosquetero!

C
RISTIÁN
.— ¡Quiero a Roxana y voy a desilusionarla!

C
YRANO
.—
(Mirando a Cristián.)
¡Si yo encontrase para expresar mis sentimientos un intérprete parecido a éste!

C
RISTIÁN
.—
(Con desesperación.)
¡Me falta ingenio!

C
YRANO
.—
(Repentinamente.)
¡Yo te lo presto a cambio de tu encanto físico y seductor! ¡Hagamos los dos un héroe novelesco!

C
RISTIÁN
.— ¿Qué…?

C
YRANO
.— ¿Te sientes con las fuerzas necesarias para repetir lo que yo te enseñe cada día?

C
RISTIÁN
.— ¿Me propones…?

C
YRANO
.— ¡Roxana no se desilusionará! Dime, ¿quieres que entre los dos la conquistemos? ¿Quieres sentir pasar de mi jubón de payaso a tu jubón bordado lo que mi alma te inspire?

C
RISTIÁN
.— ¡Pero Cyrano!…

C
YRANO
.— ¿Quieres?

C
RISTIÁN
.— ¡Me das miedo!

C
YRANO
.— Ya que temes enfriar su corazón, ¿por qué no intentar que sus labios y mis frases colaboren?

C
RISTIÁN
.— ¡Tus ojos brillan!

C
YRANO
.— ¿Aceptas?

C
RISTIÁN
.— ¿Tanto placer te causaría?

C
YRANO
.—
(Nervioso.)
¡Esto…!
(Refrenándose y añadiendo como poeta.)
¡Esto me divertiría! ¡Es una experiencia digna de un poeta! ¿Quieres completarme y que yo te complete? ¡Tu caminarás y yo iré a tu lado, en la sombra! ¡Yo seré tu ingenio y tú serás mi belleza!

C
RISTIÁN
.— ¡Pero nunca podré escribir la carta que hay que enviarle esta noche!

C
YRANO
.—
(Sacando de su jubón la carta escrita por él.)
¡Toma!, ¡aquí está!

C
RISTIÁN
.— ¿Cómo?…

C
YRANO
.— ¡Sólo faltan las señas!

C
RISTIÁN
.— ¡Yo…!

C
YRANO
.— Puedes enviársela con toda tranquilidad… ¡está bien escrita!

C
RISTIÁN
.— ¿Y la habías…?

C
YRANO
.— ¡Los poetas siempre tenemos en nuestros bolsillos cartas dirigidas a imaginadas Cloris!… ¡a las Cloris de nuestros sueños!… porque nosotros somos los que por amante únicamente tenemos la ilusión sugerida por las burbujas de un nombre. Tómala y harás realidad mis divagaciones. Yo lancé al azar estas quejas y lamentos: tu verás posarse esos pájaros errantes. ¡Cógela: verás que cuanto más elocuente, fui menos sincero! ¡Cógela y terminemos!

C
RISTIÁN
.— Pero, ¿ni siquiera hay que cambiar algunas palabras? Escrita así, como una divagación… ¿servirá para el caso de Roxana?

C
YRANO
.— ¡Irá como un guante!

C
RISTIÁN
.— Pero…

C
YRANO
.— La credulidad del amor propio es tan grande, que Roxana creerá que está escrita para ella.

C
RISTIÁN
.— ¡Gracias amigo mío!

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