Dame la mano (27 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

BOOK: Dame la mano
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Incluso ahora cree que la han tratado mal, pensó Valerie.

Injustamente. Que se ha producido una lamentable injusticia. Se le nota. Solo quería lo mejor y se lo habían echado en cara.

¿Qué significa Gwen para ella?, se cuestionó la inspectora.

Se nota que tienen una relación muy próxima. Jennifer es en cierto modo su madre, su hermana mayor, su confidente. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar para ayudar a Gwen?

¿Consideró esa noche que la suerte que había tenido Gwen de compartir su futuro con Tanner estaba amenazada hasta el punto de decidir acabar con el origen de ese peligro, esto es, con Fiona Barnes?

¿O nada de eso había sido planeado? ¿Es que alguien, tal vez Jennifer, quizá Dave, había ido a buscar a Fiona para hablar con ella y pedirle una explicación por su intervención? ¿Acaso las cosas se habían salido de madre y habían empezado a discutir de manera acalorada hasta llegar a límites violentos?

Valerie golpeó el volante con la mano plana.

Estaba dando palos de ciego, eso es lo que estaba haciendo. Estaba especulando sin rumbo, andando a tientas, reflexionando, desestimando hipótesis. Sin ninguna pista sobre la que apoyarse, nada.

No pierdas la concentración, se exhortó a sí misma, reconstruye los hechos. Intenta no pasar nada por alto. ¿Por qué habían puesto el punto de mira especialmente sobre Tanner?

No solo porque tuviera un motivo, a pesar de que ni siquiera este resultaba convincente, para llegar a las manos con Fiona Barnes, sino también porque era el único que permitía establecer alguna relación con Amy Mills, por rebuscada que pudiera llegar a ser. ¿Había alguien más? ¿Alguien a quien Mills hubiera podido conocer?, se preguntó la inspectora Almond.

Acababa de tomar la carretera hacia Staintondale. Los bancos de niebla reposaban sobre la tierra como almohadas gigantescas. La hierba alta y húmeda de la cuneta quedaba doblegada sobre el asfalto reluciente a causa de la humedad. Valerie tenía que utilizarla como guía para seguir la trayectoria de la carretera.

Gwen Beckett. Había asistido a aquel curso en la Friarage School. Linda Gardner también daba clases allí. Amy Mills trabajaba para Gardner.

Por lo menos era una conexión. Por mucho que aquella lógica demostrara ser bastante absurda. La idea de que Gwen Beckett hubiera cometido dos asesinatos a sangre fría era prácticamente inimaginable. En el caso de Mills no se apreciaba ningún motivo aparente. Respecto al de Fiona, el motivo habría sido que esta le había estropeado la fiesta de compromiso. ¿Era suficiente?

A Valerie el instinto le decía que no.

Amy Mills. Estaba repasando mentalmente los detalles de la vida de la chica asesinada cuando de repente la inspectora enderezó la espalda con un respingo. Había algo que le había pasado por alto… Amy Mills era de Leeds. Había ido a la escuela allí. Jennifer Brankley había dado clases en Leeds… La posibilidad era muy remota, pero ya era algo.

Valerie llamó enseguida al sargento Reek por el dispositivo de manos libres del coche.

—Reek, por favor, investigue a qué escuela había asistido Amy Mills en Leeds. Y en qué escuela, también en Leeds, había impartido clases Jennifer Brankley. Puede que en ambos casos descubra que hubo centros distintos y más de uno. Haga el favor de verificar por mí si, por alguna circunstancia, ambas mujeres pudieron conocerse.

—Enseguida. Sin embargo, en su declaración la señora Brankley afirmó no haber oído jamás el nombre de Amy Mills.

—Las declaraciones pueden ser verdaderas o falsas, Reek. Y nuestro trabajo consiste en aclarar si son una cosa o la otra.

—De acuerdo —dijo Reek.

Valerie dio por finalizada la conversación. El corazón le latía con más fuerza a medida que avanzaba. Por la agitación. Por la fiebre del cazador, lo que fuera. En cualquier caso era una sensación que había estado esperando amargamente. Por fin daba un paso adelante, al cabo había dado con una pista. Incluso podía llegar a ser una buena pista.

Justo a tiempo, descubrió la pequeña bifurcación que conducía hasta la granja en la que vivía Paula Foster. Dio un volantazo para tomar el desvío. Ahora debía concentrarse en la joven, tenía que ver si podía descartar que ella fuera en realidad la víctima potencial, puesto que eso significaría que Paula aún estaba en peligro.

Aunque, en el fondo, ya casi había descartado esa posibilidad.

3

—De verdad, Dave. Nada, absolutamente nada de lo que Fiona dijo el otro día podría haberme hecho cambiar mis sentimientos por ti. Sigo… Sigo queriéndote igual. Todavía confío en compartir mi futuro contigo.

Gwen lo miraba con ansiedad. Estaba sentada en una silla en la habitación de él, vestida como de costumbre con una larga falda de lana y un jersey que había tejido ella misma, de un color indefinido. Llevaba también un bolso enorme. El trayecto había sido largo, primero a pie, luego en autobús y al final, desde la parada hasta la casa de Dave, otra vez a pie. La humedad que había fuera le había transformado levemente el pelo, que parecía algodón de azúcar de tan encrespado como estaba. Sus ojos oscuros parecían dos trozos de carbón en aquel rostro tan pálido. Un toque de colorete quizá habría ayudado a mejorar en cierta medida su aspecto general, igual que un toque de barra de labios.

Nunca aprenderá a arreglarse para estar un poco más atractiva, pensó Dave mientras la observaba. Estaba sentado en la cama, y con los pies acababa de esconder discretamente debajo de esta las medias arrugadas que Karen había dejado tiradas. Gracias a Dios, Gwen no se había dado cuenta de nada. Estaba tan concentrada hablando, intentando convencerlo, que Dave, mientras paseaba por la habitación y preparaba el agua del te, incluso había podido hacer desaparecer la barra de labios de Karen sin que Gwen lo notara. Esta se había presentado sin avisar. De repente había aparecido frente a la puerta una delicada figura que había surgido de entre la niebla. La casera había salido, por lo que había sido el mismo Dave quien había abierto la puerta. Al menos ya iba vestido, cosa extraña, ya que aquella mañana al levantarse un simple vistazo por la ventana le había convencido de que lo mejor era quedarse en la cama todo el día hasta que tuviera que acudir a la escuela a dar clase. Aun así, una extraña inquietud interior lo había obligado a levantarse. Había tardado un poco en darse cuenta de que en su situación no era raro en absoluto que se sintiera trastornado. No tenía ni idea de cómo irían las cosas. Por encima de todo, no sabía hasta qué punto podían llegar a ser críticas para él las investigaciones acerca de la muerte de Fiona Barnes.

Por supuesto, él era el sospechoso número uno y comprendía que la conversación comparativamente corta que había mantenido con la inspectora Almond el día anterior no cambiaría nada. No podían demostrar nada, pero sospechaban de él de todos modos. Si no encontraban otras pistas, lo pondrían en el punto de mira y estrecharían el lazo cada vez más. Era un hombre sin reputación, un hombre que llevaba un tipo de vida fuera de lo común, y eso no mejoraba la situación en absoluto. Las cosas podían ponerse difíciles para él, no tenía sentido engañarse al respecto.

A la mierda con la Barnes, esa maldita vieja, pensó mientras se tomaba un café cargado para entrar en calor. El día era frío, pero como de costumbre la casera tacañeaba con la calefacción.

A la mierda todo. A la mierda Gwen y toda su camarilla. No le había traído buena suerte, ni mucho menos, la granja de los Beckett y todo lo relacionado con ella. Tenía que buscar un camino alternativo.

Decirlo era fácil, pero no veía ningún otro camino. Hacía años que no veía ninguno. Era poco probable que de repente se le abriera otra posibilidad.

Al oír que llamaban a la puerta, primero había creído que se ría la inspectora de policía, que acudía con nuevas preguntas. Por un momento Dave Tanner había considerado la posibilidad de no abrir la puerta, de fingir que no había nadie en casa. Pero finalmente se había animado a abrir. Era mejor afrontar las cosas de cara. Era mejor saber qué tenían contra él en vez de cerrar los ojos.

Pero luego resultó que no era Almond, sino Gwen. Un cuarto de hora después, la tenía sentada en su habitación intentando persuadirlo. Iba tan mojada y tenía tanto frío que, después de todo, Dave le había preparado una taza de té. Al menos ella no se había puesto a criticar el caos que reinaba en su habitación como siempre hacía Karen. Era la segunda vez que Gwen lo visitaba, y jamás había dicho ni una sola palabra acerca de su catastrófico desorden. Sin embargo, nunca le había gustado tenerla allí. Su habitación era una especie de guarida en la que se refugiaba de Gwen, era su lugar de retirada. Necesitaba un espacio en el que librarse de ella, un lugar que representara una especie de zona tabú para Gwen.

De repente pensó que tal vez habría sido mejor tener que recibir de nuevo a la inspectora Almond.

Y no a su prometida.

Si es que seguían prometidos, porque la fiesta había terminado de un modo brusco. Tal vez solo seguían medio prometidos. Incluso así le pareció que la situación era un tanto amenazadora.

—Todo va bien —dijo Dave para tranquilizarla en cuanto se dio cuenta de que Gwen había dejado de hablar y lo miraba con impaciencia—. En serio, Gwen, no te guardo rencor. Sé que no tienes nada que ver con las palabras de Fiona.

—Te lo digo de verdad, no me entristece demasiado que haya muerto —dijo Gwen mientras se ponía de pie de repente con una vehemencia poco habitual en ella—. Sé que eso es pecado y que no está bien pensar de ese modo, pero esta vez había ido demasiado lejos. Siempre ha querido lo mejor para mí, pero en ocasiones… Quiero decir, que no puedes entrometerte en todo, ¿no? Solo porque mi padre y ella en otro tiempo… —Dejó la frase inacabada.

Dave supuso lo que había estado a punto de decir. De todos modos él ya había pensado algo por el estilo.

—Había algo entre ellos dos, ¿verdad? —preguntó—. Creo que no le extrañaría a nadie. De algún modo, se notaba.

—Si solo fuera eso —dijo Gwen. A él no se le escapó la turbación que vio en su mirada—. Mi padre y Fiona… hace tiempo…

—¿Qué? —preguntó Dave al ver que ella se detenía.

—Pasó hace mucho tiempo —dijo Gwen en voz baja—. Tal vez estas cosas ya no tengan más importancia.

En condiciones normales, a Dave no le habría interesado lo más mínimo lo que había sucedido en las vidas de Chad Beckett y Fiona Barnes, puesto que la antipatía que ambos sentían por él era recíproca, pero en vista de cómo estaban las cosas, y sobre todo en vista de su situación, no podía dejar pasar ni el menor indicio.

Por eso lo que hizo fue inclinar un poco la cabeza.

—Bueno, tal vez sea importante, ¡quién sabe! Al fin y al cabo Fiona fue brutalmente asesinada a golpes.

Gwen parecía conmocionada, como si estuviera asumiendo un verdadero escándalo recién descubierto y no una circunstancia de la que se hablaba por toda la ciudad de Scarborough y sus alrededores.

—Pero… eso no tiene nada que ver con ella y con mi padre —dijo Gwen— o con su historia en común. El asesino probablemente sea el mismo que mató a Amy Mills, y no hay ninguna relación entre los dos casos.

—¿Cómo lo sabes? Cómo sabes que fue el mismo asesino, quiero decir.

—Es lo que me dio a entender la inspectora Almond —respondió Gwen, desconcertada.

A él también le había mostrado una fotografía de Amy Mills. Sabía que había razonamientos que relacionaban los dos homicidios, pero Dave tenía la impresión de que si bien la inspectora buscaba allí algún punto de referencia, no tenía ni el más mínimo atisbo de prueba al respecto.

—Quizá —dijo—, pero del mismo modo podría haber sido alguien completamente distinto. Gwen, si en algún momento te enteras de algo que tal vez sea importante para la policía, deberías…

—Dave, yo… Me parece que no deberíamos hablar más del tema —dijo con los ojos llenos de lágrimas.

Entonces ¿por qué empiezas, si no quieres hablar de ello?, pensó él con agresividad.

—Ya sabes que soy uno de los principales sospechosos para la policía, ¿no? —dijo, en cambio.

Gwen debía de saberlo, pero no obstante pareció asustarse al oír cómo el propio Dave lo expresaba de una forma tan cruda.

—Pero… —empezó a decir ella.

—Naturalmente, yo no he sido —la interrumpió Dave—. No tengo nada que ver con la muerte de Amy Mills ni con la de la vieja Barnes. A Amy Mills ni siquiera la conocía, y a Fiona Barnes… Dios, solo porque se hubiera metido conmigo un par de veces no tenía por qué reventarle la cabeza con una piedra. Me enfadé mucho el sábado por la noche, pero al fin y al cabo no querrás que me tome tan en serio las insinuaciones fuera de lugar de una anciana de casi ochenta años como para llegar a asesinarla.

—No sospecharán de ti si tú no has hecho nada, de manera que no tienes nada que temer —dijo Gwen en un tono de voz piadoso que puso en evidencia la confianza ciega que tenía en las investigaciones policiales.

Dave, que hasta hacía relativamente pocos años solo se había referido a la policía como «la bofia», no compartía en absoluto esa confianza. Él veía las cosas muy claras: la inspectora Valerie Almond buscaba un ascenso en su carrera, por supuesto, como todo el mundo. Para ello necesitaba una solución para los «asesinatos de los pantanos», que era el amplio rodeo eufemístico con el que los periódicos se referían a los dos crímenes. Por otra parte, se había extendido la convicción de que el autor había sido el mismo en los dos casos. Cuanto más tiempo siguieran buscando a ciegas, con más tenacidad se agarraría la inspectora a cualquier punto de referencia que pudiera tener y que, por desgracia, en ese caso era él mismo, Dave Tanner. Gracias al hecho de que Fiona Barnes lo hubiera puesto de vuelta y media ante un buen puñado de testigos, Dave se encontraba justo en el punto de mira. Por supuesto, aún tenía un as en la manga que podía sacar en caso de necesidad, pero solo pensaba recurrir a ello cuando no le quedara ninguna otra opción.

—Gwen, ¿sabes…? —empezó a decir, aunque se detuvo al verle la cara, ese rostro que reflejaba tanto candor y una lealtad ciega.

Dave había querido explicarle que a algunas personas se las acusaba injustamente y acababan entre rejas por culpa de policías ambiciosos y de jueces corruptos, por culpa de la presión mediática, que azuzaba a los agentes y los movilizaba en direcciones equivocadas, por culpa de los enchufados de las altas esferas políticas, que no dudarían en sacrificar a un ciudadano insignificante si las camarillas de ambiciosos arribistas así lo querían. Nunca había creído que fuera suficiente con no cometer injusticias para que no te condenaran por ello. Jamás había confiado en el sistema judicial, más bien lo consideraba cínico y corruptible. Al fin y al cabo, ese convencimiento es el que veinte años atrás lo había enemistado definitivamente con su padre, ese archifuncionario del gran sistema, y había provocado que desde entonces no hubiera vuelto a tener ni el menor contacto con su familia.

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