Dame la mano (53 page)

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Authors: Charlotte Link

Tags: #Intriga, Relato

BOOK: Dame la mano
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—¿Que a qué he tenido que renunciar? ¡A mi madre! ¡A mi madre, he tenido que renunciar continuamente!

Me quedé perpleja.

—¿A mí?

—Por desgracia, eres la única madre que tengo.

—Pero yo…

—Nunca estabas —me interrumpió—. Siempre estabas en esa granja, corriendo tras ese Chad Beckett, mientras yo lo único que encontraba día tras día cuando volvía de la escuela era comida preparada y una nota en la que me decías que estabas en la granja de los Beckett y que volverías más tarde. Ojalá hubiera guardado todas esas notas. ¡Podría llenar un contenedor entero con ellas!

En ese momento me di cuenta de que tenía razón. Jamás llegué a renunciar del todo a ti, Chad. Del mismo modo, me daba igual que estuvieras convirtiéndote en alguien parco en palabras y poco social; para mí seguías siendo el joven guapo e impetuoso que eras durante los años de la guerra, el que se sentaba conmigo al atardecer en la cala de Staintondale y quería luchar en el frente para salvar al mundo. Aquel joven a quien yo había idolatrado, del que lo esperaba todo, con el que compartía en mis fantasías un universo de ensueño. Todo eso sin darme cuenta de que tan solo era real en mis fantasías, pero no en las tuyas. Respecto a ti, debes de pensar que a pesar de las décadas que han pasado sigo siendo una romántica, pero yo en cambio no creo que pueda atribuírseme una vena romántica. Me he engañado mucho a mí misma. Me convencí de que necesitabas que alguien, ¡yo!, te respaldara. Tu padre murió y tú pasaste mucho tiempo completamente solo en la granja. Te mataste a trabajar a modo de penitencia y te abrumaban las preocupaciones. Yo te preparaba la comida y me llevaba tu ropa para lavártela. Hablaba contigo acerca de los problemas relacionados con las cosechas y del descenso del precio de los cereales. Estaba más al corriente de la rutina de la granja que del trabajo de mi marido en la universidad, que no me interesaba lo más mínimo. Pero por encima de todo perdí el contacto con lo que le pasaba por la cabeza a mi hija, perdí de vista su alma y su vida. Sabía cuánto costaba un kilo de lana de oveja, pero en cambio desconocía cuándo se representaba la obra de teatro escolar en la que mi hija tenía un papel destacado y aparecería cantando un solo.

Y cuando al fin te casaste y te convertiste en padre, estaba tan acostumbrada a esa vida solitaria contigo que fui incapaz de separarme de ti. No podía distanciarme solo porque ya hubiera otra mujer. Incluso se me metió en la cabeza la idea de ayudarla también a ella. Era joven, no tenía experiencia y tanto trabajo la superaba. Siempre estuve dispuesta para ayudarla, siempre allí «por si me necesitaba». Lo único es que, en realidad, nunca se dio el caso. La familia no tenía problemas irresolubles. Lo más probable era que el único problema fuera yo misma.

Tu esposa, Chad, debió de aborrecerme. Pero tenía un carácter servil y tímido, se limitaba a callar y a sufrir.

Lo más absurdo de todo es que en realidad no manteníamos ningún idilio. Físicamente, jamás engañamos a nuestras parejas. A veces pienso que tal vez eso habría simplificado las cosas, o al menos las habría dejado más claras. Quizá Oliver me habría pedido el divorcio, si lo hubiera descubierto. Puede que tu esposa hubiera encontrado las fuerzas necesarias para marcharse, si nos hubiera sorprendido juntos en la cama. Pero nadie sabía con certeza qué echarnos en cara. Sobre todo porque yo desempeñé el papel de buena samaritana.

La cuestión es que en ocasiones me preocupa si las cosas habrían podido ser distintas sin Brian Somerville. Si habríamos acabado casándonos, teniendo un par de hijos y siendo felices. ¿O es que son todo imaginaciones mías, una vez más? ¿De verdad nuestra relación habría resistido a un Brian Somerville si hubiéramos estado destinados a estar juntos? Resulta agobiante y fascinante por igual imaginar que la vida de dos personas y las de sus respectivas parejas e hijos pueda decidirla una casualidad como esa: si esa mañana de noviembre de 1940 mi madre y yo hubiéramos salido hacia la estación un poco antes o un poco después, es probable que no nos hubiéramos encontrado con la señorita Taylor y con Brian. Y algunas cosas habrían transcurrido de otro modo. Tal vez todo hubiera sido distinto.

Respecto al escándalo de 1970, el drama de Semira Newton y la presión de la policía y de los medios de comunicación, creo que lo superamos mejor de lo que podríamos haber esperado. De un modo sorprendente, nadie me hizo ningún reproche porque en la época en la que sucedieron todos aquellos hechos decisivos yo no era más que una niña, y se asumió que no podría haber sospechado el terrible destino que le esperaba a Brian. Los medios de comunicación apenas repararon en mí; solo en alguna ocasión me mencionaron de pasada, y ni siquiera lo hicieron por mi nombre completo. Y en tu caso, sin que tuvieras que hacer nada al respecto, surgió la oportunidad de atribuir los acontecimientos a tus padres para librarte. Todo el mundo creyó que había sido Arvid quien había entregado a Brian a Gordon McBright y tú optaste por no contradecirlos. En todo caso, decidiste no ponerte en primera línea, para escapar al punto de mira e imputar así a tu padre: lo que hiciste fue negarte por sistema a hablar del asunto con nadie. Aunque no fue tan solo por ese tema por el que te comportaste de aquel modo. En esa época, de todos modos ya habías dejado prácticamente de comunicarte con tu entorno.

El caso acabó siendo un escándalo que levantó mucho revuelo. «El niño olvidado», rezaban los titulares de los periódicos, o «El niño sin nombre». Como cabía esperar la prensa se cebó con el tema, pero por fortuna nosotros aún éramos jóvenes cuando había sucedido todo, y pudimos aferrarnos a esa juventud para quedar libres de culpa y salvarnos de una buena. Para la opinión publica, la responsabilidad del suceso recayó sobre Arvid Beckett, el hombre que jamás había querido tener a Brian en su granja y que no había mostrado compasión alguna por él. Lo hicisteis los dos, tanto él como tú, pero Arvid ya era un anciano enfermo y tenía la mente bastante confusa, por lo que no creo que llegara a comprender la trascendencia de esa decisión.

¿De qué habría servido revelar públicamente ese hecho y meternos en dificultades nosotros y, de paso, a nuestras familias?

Te conozco a la perfección, Chad, tal vez mejor que a cualquier otra persona del mundo que haya conocido a lo largo de mi vida, y me parece que si has leído todo esto, aunque solo lo hayas ojeado superficialmente, en este punto debes de tener la frente fruncida y debes de estar pensando: Sí, ¿y qué? No sé por qué tiene que volver a poner sobre el tapete todas estas viejas historias…

No estoy segura de poder convencerte con mi explicación, pero lo intentaré.

Lo he escrito todo porque quería enfrentarme a la verdad, y la única manera que sé de hacerlo con toda claridad y sin tapujos es por escrito. Los pensamientos quedan interrumpidos súbitamente, son volátiles, se pierden antes de llegar a ser formulados en su totalidad. Al escribirlos, se eliminan esos pretextos. Escribir obliga a mantener una concentración y a formular de forma precisa lo indecible. No es posible dejar frases a medias. Hay que terminarlas por mucho que debas retorcerte y exprimirte el cerebro, aunque los dedos prefieran no llegar siquiera a tocar el teclado. Lo que quieres es huir, pero sigues escribiendo.

Eso es lo que me ocurre a mí.

¿Y por qué te lo he mandado todo?

Pues porque eres parte de mi historia, Chad, y de mi verdad. Porque nuestros destinos están entretejidos, entre sí y también con el destino de Brian Somerville. En esta vida que hemos vivido, ninguno de los tres puede entenderse sin los otros dos. De un modo bello pero también triste y en cualquier caso especial, me siento unida a vosotros. Por eso creí que lo más justo era compartir nuestra historia contigo.

Tal vez sea también cierto anhelo de justicia lo que motiva que te mande estos escritos. No me resultó fácil enfrentarme a la verdad, Chad. Quizá por eso creo que lo correcto sería que tú hicieras lo mismo. No puedo obligarte a leerlo todo, por supuesto. Cabe la posibilidad de que te hayas limitado a pulsar la tecla de borrar en cuanto te has dado cuenta de qué va la historia.

Tal vez decides protegerte y no pasar por todo esto. También lo comprendería.

Pero quería compartir mi vida contigo. De un modo u otro, aunque sea de este.

Fiona

Jueves, 16 de octubre (2)
3

Leslie se preguntó por qué se sentía tan mal. No podía ser por culpa del whisky. ¿O sí? No le quedaba nada más por vomitar después de lo que había echado durante la noche. Tal vez era porque había dormido demasiado poco, dos horas, como mucho. Y había leído demasiadas cosas que la habían abrumado. La situación no se le antojaba más clara; bien al contrario, parecía perderse todavía más en una nebulosa.

¿Qué había sido de Brian Somerville? ¿Y quién era esa tal Semira Newton?

Salió del dormitorio y reparó en que poco a poco empezaba a amanecer; entre los oscuros nubarrones y el mar se divisaba una luminosa franja roja. Estaba saliendo el sol, pero Leslie dudaba si llegaría a verlo en todo el día. Todo apuntaba a que volvería a ser otro gris día de otoño.

Entró en el salón y le sorprendió encontrar a Dave, ya vestido, que acababa de descolgar el teléfono. Él se sobresaltó al verla y lo colgó de inmediato. Al parecer no había querido que lo sorprendieran llamando.

—Ya te has levantado —constató él.

—Tú también —replicó Leslie.

—No he dormido nada bien —dijo Dave—, no hacía más que darle vueltas…

No llegó a decir qué era lo que tanto lo había atribulado, pero a Leslie no le pareció nada difícil adivinarlo.

—No tienes ni idea de lo que hacer con tu vida —dijo ella.

Él sonrió sin ganas.

—Dicho así parece un eufemismo. Más bien me siento como si estuviera en un callejón sin salida y no sé si debo intentar seguir adelante o retroceder. Me he perdido, me he perdido por completo.

Leslie señaló el teléfono.

—¿Ibas a llamar a Gwen?

—No. Quería llamar a una amiga pero… tampoco es tan importante.

—Ah.

Dave la miró con aire pensativo.

—Pareces cansada, Leslie. Creo que tú tampoco debes de haber dormido muy bien.

—Demasiado poco, en cualquier caso.

Leslie no quería contarle nada acerca de lo que su abuela había escrito ni sobre las horas que había pasado leyendo.

Intentó dejar de pensar en Brian Somerville y en Semira Newton, fuera quien fuese, y concentrarse solamente en Dave.

—¿Por qué dudaba la policía de tu declaración con respecto al sábado? —preguntó.

La borrachera y el malestar de la noche anterior no le habían permitido ahondar en aquella cuestión, pero más tarde, ya tendida en la cama, esa pregunta le había rondado la cabeza una y otra vez. Dave había hablado de unas «incongruencias» y a continuación se había apresurado a cambiar de tema.

Por el lenguaje gestual de él, Leslie vio con claridad que este estaba considerando rápidamente hasta qué punto debía contárselo, hasta que al fin decidió compartir con ella, con tanta resignación como alivio, lo que había tenido que explicar a la inspectora Almond.

—Una vecina me vio salir de nuevo el sábado por la noche —dijo Dave—. Después de que yo hubiera dicho que me había quedado en casa el resto de la noche. Y decidió contárselo a la policía.

—¿Y es cierto? ¿Volviste a salir de casa?

—Sí.

Leslie lo miró, sorprendida.

—Pero ¿por qué? Y ¿adónde?

Dave percibió recelo y miedo en la mirada de ella, por lo que alzó las manos para tranquilizarla.

—No he matado a tu abuela, Leslie, de verdad, créeme de una vez. Pero sí volví a salir, es solo que no me apetecía contarlo.

Leslie supuso lo que estaba a punto de confesarle.

—¿Estuviste con otra mujer?

Dave había estado todo el rato de pie en medio de la habitación, pero en ese momento lo único que pudo hacer fue dejarse caer pesadamente sobre uno de los sillones y extender las dos piernas mientras se preparaba para una capitulación en toda regla.

—Sí.

—¿Toda la noche?

—Sí.

—Dave…

—Lo sé. Soy un monstruo; lo que he hecho es inaceptable, he mentido a Gwen y la he engañado… ¡Lo sé!

—¿Quién es esa mujer?

—Karen. Una estudiante. Estuvimos saliendo juntos bastante tiempo. Rompí con ella por Gwen.

—Por lo que parece, no rompiste con ella del todo.

—Sí, de hecho sí. Pero he vuelto a caer en la tentación una y otra vez. Ella no quería perderme y siempre me lo ponía muy fácil… Pero claro, las cosas no deberían haber ido por ese camino.

Leslie se le acercó un poco.

—Dave, tienes un idilio con tu ex novia. Y anoche querías acostarte conmigo. Y…

—Lo siento —la interrumpió él—. Siento mucho si te he…

—No me has hecho daño, Dave. —Esa vez fue ella quien lo interrumpió a él—. De momento es posible que seas capaz de hacer feliz a cualquier mujer de Scarborough que te guste medianamente y no tenga ningún inconveniente al respecto. No me tomo como algo personal el hecho de haber sido una más.

Él la miró con calidez, o eso le pareció a ella.

—No habrías sido una más, Leslie. Tú no eres una más.

—Soy una parte de tu caótica y confusa situación vital, Dave. Igual que esa Karen. Igual que Gwen. Estás inmerso en una crisis y actúas por impulsos, sin orden ni concierto, con la angustiosa esperanza de que se te abra algún camino. Te has dado cuenta de que tu manera de tomarte la vida no va a ninguna parte, o que al parecer fue un error no haber tenido jamás una idea clara al respecto. Uno percibe esas cosas cuando se acerca a los cuarenta. Y luego suele reaccionar presa del pánico.

Dave esbozó una tenue sonrisa.

—¿Igual que tú?

—Yo no soy sospechosa de haber cometido un asesinato. Ni estoy engañando a nadie. Los ataques de pánico los supero sola.

—Acompañados de una buena cantidad de whisky.

—Las consecuencias del whisky también las sufro yo sola.

Dave se levantó, estaba más tenso que antes.

—¿Qué pretendes, Leslie? Todo esto no solo me lo dices porque no tengas nada mejor que hacer. ¿Adónde quieres llegar?

Ella respiró profundamente.

—Conozco a Gwen desde hace una eternidad. Mi abuela y su padre fueron amigos durante toda la vida. He pasado mucho tiempo en la granja de los Beckett. Eso no significa que seamos grandes amigas; somos demasiado distintas para eso. Pero en cierto modo me siento responsable de lo que pueda sucederle. Es casi como parte de la familia para mí. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras veo cómo…

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