Si hay una clave, tiene que estar antes
. Empezó otra vez desde el principio, desde que se separaban del grupo en el vestíbulo. La tercera vez lo detuvo y avanzó paso a paso, examinándolo todo. Esa absorción paciente, delicada, era casi placentera. Se olvidó de sí mismo en ella. Los detalles diminutos… uno casi podía perderse en ellos, una anestesia para el dolor en el cerebro.
—
Te tengo
—susurró. Había pasado tan rápido que era casi subliminal, por lo menos si se pasaba en vídeo en tiempo real. Al pasar por el cartel en la pared, una flecha en un cruce de corredores:
Envío y Recepción
.
Echó una mirada a Bothari-Jesek que lo miraba. ¿Cuánto tiempo hacía que estaba sentada allí? Parecía relajada, las largas piernas dobladas sobre los tobillos, los largos dedos unidos.
—¿Qué es lo que tienes? —le preguntó con tranquilidad.
Él llamó al holomapa de los edificios fantasmales con la línea de marcha de Tonkin y Norwood en ellos.
—No aquí —señaló—, sino
allí
. —Marcó un complejo un poco al lado de la ruta en la que habían marchado los Dendarii con la crío-cámara—. Ahí fue Norwood. Por ese túnel. Estoy seguro. Yo vi ese lugar, conozco el edificio. Mierda, yo jugaba al escondite con mi amigos hasta que venían las nodrizas y nos hacían volver al dormitorio. Lo veo en mi cabeza con tanta seguridad como si tuviera el vídeo del casco de Norwood aquí, en la consola. ¡Llevó esa crío-cámara a Envío y Recepción y la mandó!
Bothari-Jesek se puso de pie.
—¿Es posible? No tuvo tiempo…
—No sólo posible sino fácil… El equipo de envíos es totalmente automático. Lo único que tenía que hacer era poner la crío-cámara en la máquina de embalaje y escribir en el teclado. Los robots la mandaron al muelle de embarque. Es un lugar de mucho tránsito: se reciben suministros para todo el complejo, se envían desde datos en discos hasta cuerpos congelados o partes de cuerpos para trasplantes y fetos de ingeniería genética o equipos de rescate. Y crío-cámaras reacondicionadas. De todo. Funciona todo el día y toda la noche y seguramente lo evacuaron de emergencia y dejaron la máquina encendida para que se siguiera ocupando de todo automáticamente. Norwood pudo haber generado la etiqueta de envío en la computadora. La fijó y se la dio al robot de transporte… Y si era tan inteligente como yo creo que era, borró el registro del archivo. Después salió corriendo al encuentro de Tonkin.
—¡Así que la crío-cámara está en un muelle de carga, abajo…! ¡Espera a que se lo diga a Quinn! Supongo que será mejor que les pasemos la información a los bharaputranos para que la busquen…
—Yo… —él levantó una mano como para impedir la llamada—, creo…
Ella se volvió a dejar caer en el asiento y lo miró con ojos intrigados.
—¿Crees…?
—Hace un día entero desde que nos elevamos. Y medio día más desde que dijimos a los bharaputranos que la buscaran. Si estuviera en el muelle de carga, creo que la habrían encontrado. El envío automático es muy eficiente aquí. Creo que la crío-cámara se fue, tal vez en una hora ya estaba fuera. Creo que Fell y los bharaputranos dicen la verdad. Se están volviendo locos. No sólo no hay crío-cámara sino que no tienen ni la menor idea de adónde se fue.
Bothari-Jesek estaba erguida en su asiento.
—¿Y nosotros? —preguntó—. Dios. Si tienes razón… podría estar de camino a cualquier parte. Pasar por cualquier estación de transferencia orbital… Podría haber saltado incluso… Simon Illyan va a tener un ataque cuando se entere de esto.
—No, a cualquier parte no —corrigió Mark atentamente—. Norwood sólo puede haberla mandado a un lugar que conociera bien. Un lugar del que se acordara, incluso en medio del fuego, el miedo y el peligro.
Ella se lamió los labios, pensándolo.
—Correcto —dijo por fin—. Casi a cualquier parte. Pero por lo menos podemos empezar a adivinarlo a partir de los archivos personales de Norwood. —Se sentó y le dirigió una mirada grave—. ¿Sabes? Lo haces bien, solo en una habitación tranquila. No eres tonto. No veo cómo podrías serlo. Lo que pasa es que no eres del tipo de los oficiales de campo.
—No me parezco a ningún tipo de oficial. Odio a los militares.
—A Miles le encanta el trabajo de campo. Es adicto a la adrenalina.
—Yo odio la adrenalina. Odio tener miedo. No puedo pensar cuando estoy asustado. Me congelo cuando la gente me grita.
—Pero sí sabes pensar… ¿Cuánto tiempo estás asustado?
—La mayor parte —admitió él con amargura.
—Entonces… entonces, ¿por qué… —dudó ella, como eligiendo las palabras con cuidado—, por qué sigues tratando de ser Miles?
—¡Yo no quiero ser Miles, ustedes me están obligando!
—No me refería a ahora. Hablaba en general.
—No sé qué diablos quiere decir…
Veinte horas después, las dos naves Dendarii dejaron la Estación Fell y maniobraron para lanzarse hacia el Punto de Salto Cinco. No estaban solas. Una escolta de media docena de naves de seguridad de la Casa Fell iba tras ellas. Los vehículos rápidos de Fell eran naves de guerra para espacio local, sin varillas de Necklin ni capacidad para salto a través del agujero de gusano: utilizaban toda su energía para conseguir un impresionante conjunto de armas y escudos. Naves con músculo.
El convoy terminaba con crucero de Bharaputra, que los seguía un poco más lejos, más un yate que una nave de guerra, preparado para recibir al barón Bharaputra. La transferencia que se había acordado tendría lugar en el espacio cercano a la estación Punto de Salto Cinco del barón Fell. Desgraciadamente, la crío-cámara de Miles no estaba a bordo de esa nave.
Quinn había estado a punto del colapso antes de aceptar lo inevitable. Bothari-Jesek le había arrinconado literalmente contra una pared, en la última reunión privada en la sala de informes.
—¡Yo no me voy sin Miles! —aulló Quinn—. ¡Primero mando a ese hijo de puta de Bharaputra a hacer caminata espacial sin traje!
—Mira —siseó Bothari-Jesek, con la chaqueta de Quinn en el puño. Si hubiera sido un animal, pensaba Mark, habría tenido las orejas pegadas contra la cabeza. Él se encogió en un asiento y trató de hacerse pequeño. Más pequeño—. Mira, esto a mí tampoco me gusta nada. Pero la situación escapa a nuestra capacidad. Miles está fuera de las manos de Bharaputra, eso es evidente, y no sabemos adónde ha ido. Necesitamos refuerzos; no naves de guerra sino personal de inteligencia bien preparado. Un montón. Necesitamos a Illyan, a SegImp, los necesitamos buenos y cuanto antes. Es tiempo de cortar esto y salir corriendo. Cuanto más rápido salgamos de aquí, antes podremos volver.
—Yo pienso volver —juró Quinn.
—Eso va a ser algo entre tú y Simon Illyan, y te aseguro que él va a estar tan interesado como tú en recuperar esa crío-cámara.
—Illyan es un barrayarano —Quinn buscaba la palabra con furia—,
un burócrata
… No lo siente como nosotros…
—No estés tan segura —susurró Bothari-Jesek.
Al final, Bothari-Jesek, el deber de Quinn para con el resto de los Dendarii y la lógica de la situación habían podido más que los sentimientos de la capitana. Y Mark se encontró vestido de gris para lo que esperaba que fuera su última aparición en público como almirante Naismith, ahora y para siempre: la supervisión de la transferencia de su huésped al transbordador de la Casa Fell. Mark deseaba que no fuera un buen destino.
Bothari-Jesek vino a escoltarlo personalmente desde su camarote-prisión al corredor de la compuerta donde se engancharía la nave de Fell. Parecía tranquila como siempre, aunque cansada. A diferencia de Quinn, limitó sus críticas a pasarle a mano sobre la insignia para arreglársela. La chaqueta con bolsillo era suelta y bajaba lo suficiente como para cubrir la forma en que el pantalón le mordía la cintura y la carne sobresalía en un rollo sobre el cinturón. Él se la bajó con firmeza y siguió a la capitana del
Peregrine
.
—¿Por qué tengo que hacer esto? —le preguntó con voz quejosa.
—Es nuestra última oportunidad de probar a Vasa Luigi que tú eres Miles Naismith y que esa… esa cosa de la crío-cámara es un clon. En caso de que la crío-cámara no haya salido del planeta, claro y por si, vaya donde vaya, Bharaputra la encuentra antes que nosotros.
Llegaron a la compuerta al mismo tiempo que un grupo de tecnos Dendarii muy armados que tomaron posiciones en los controles de los ganchos del muelle. El barón Bharaputra apareció poco después, escoltado por una preocupada capitana Quinn y dos guardias Dendarii muy nerviosos. Los guardias, pensó Quinn, eran puramente ornamentales. El verdadero poder, la verdadera amenaza, las piezas pesadas de ese tablero de ajedrez eran la Estación de Punto de Salto Cinco y las naves de Fell que la defendían. Se las imaginó, organizadas en el espacio alrededor de las naves Dendarii. Jaque. ¿El rey era el barón Bharaputra? Mark se sentía como un peón disfrazado de caballero. Vasa Luigi ignoró a los guardias, mantuvo su mirada en Quinn, la reina negra, pero puso los ojos sobre todo en la compuerta del transbordador.
Quinn saludó a Mark.
—Almirante.
Él le devolvió el saludo.
—Capitana.
Se quedó en posición de descanso, como si estuviera supervisando la operación. ¿Se suponía que charlara con el barón, que lo atacara con palabras? Esperó que Vasa Luigi abriera las hostilidades. El barón también esperaba, con una paciencia y un control perturbadores, como si ni siquiera percibiera el tiempo como lo percibía Mark.
A pesar de que los Dendarii tenían muchas menos armas, estaban a minutos de la fuga. En cuanto se completara la transferencia, el
Peregrine
y el
Ariel
saltarían y los clones estarían fuera del alcance de las manos asesinas de Bharaputra. Eso lo había logrado, con malos resultados, pagando el precio de desgracias que ya no tenían arreglo, pero lo había logrado. Pequeñas victorias.
Por fin llegó el ruido de los ganchos del transbordador de Fell que tomaban posición en la compuerta y el siseo del tubo flexible que se sellaba. Los Dendarii supervisaron la dilatación del portal del muelle y se quedaron en posición de firmes. Del otro lado del portal, un hombre vestido con los colores verdes de la Casa Fell y la insignia de capitán, y flanqueado por dos guardias ornamentales propios, asintió y se identificó a sí mismo y a su nave de origen.
Enseguida identificó a Mark como el oficial de mayor rango en la habitación y lo saludó militarmente.
—Saludos del barón Fell, almirante Naismith, y él le devuelve a usted algo que olvidó accidentalmente en nuestra estación.
Quinn se puso pálida de esperanza; Mark hubiera jurado que oía detenerse ese corazón desde lejos. El capitán Fell se separó de la compuerta. Pero lo que pasó por allí no fue la crío-cámara tan ardientemente deseada sobre una camilla flotante sino una fila de tres hombres y dos mujeres, con ropas de civil. Todos parecían avergonzados, furiosos. Uno de ellos cojeaba y otro lo ayudaba a caminar.
Los espías de Quinn. El grupo de voluntarios Dendarii que ella había tratado de meter en la estación Fell para continuar la búsqueda. La cara de Quinn se puso roja de rabia pero levantó el mentón y dijo con claridad:
—Dígale al barón Fell que agradecemos su atención.
El capitán de Fell recibió el mensaje con un saludo y una sonrisa amarga.
—Los veré en la sala de informes, tan pronto sea posible —jadeó ella e hizo un gesto para que se fueran. Se marcharon con la cabeza baja, acompañados de Bothari-Jesek.
El capitán de Fell anunció:
—Estamos listos para recibir a nuestro pasajero.
Puntillosamente, no puso ni un pie sobre el
Peregrine
. Se quedó allí, en el límite, esperando. De la mismo forma, los guardias Dendarii y Quinn se alejaron del barón Bharaputra, que levantó el mentón y empezó a caminar hacia adelante.
—¡Mi señor! ¡Espéreme!
Al oír el grito a sus espaldas, Mark giró la cabeza. Los ojos del barón también se abrieron, sorprendidos.
La chica eurasiática de cabello negro se deslizó desde un corredor lateral y se lanzó hacia delante a la carrera. Llevaba de la mano a la rubia platino. Pasó como un rayo alrededor de los guardias Dendarii, que tuvieron el sentido común de no sacar las armas en un momento como aquel, pero no los reflejos necesarios para atraparlas al pasar. La rubia de pies pequeños no era tan atlética y corría casi sin equilibrio con el otro brazo cruzado sobre los pechos, jadeando y sin aire, los ojos azules muy abiertos de miedo.
Mark la imaginó acostada sobre una mesa de operaciones, el cráneo sin cabello, el chillido de una sierra quirúrgica atravesando el hueso, la lenta muerte de las neuronas desgarradas en la base del cerebro, luego el cráneo vacío y la mente, como un regalo inútil, memoria, persona, una ofrenda a algún dios oscuro en las manos enguantadas del monstruo enmascarado…
La cogió por las rodillas. La mano de ella soltó la de la muchacha de cabellos negros y cayó sobre la cubierta. Se puso a gritar y a darle patadas, retorciéndose, saltando y corcoveando sobre la espalda. Aterrorizado con la idea de perderla, él se fue echando sobre ella hasta ponerse encima con todo su peso. Ella se movía debajo, sin fuerzas. No tenía ni idea de que hubiera debido darle patadas entre las piernas.
—No. Basta, basta. Por Dios, no quiero hacerte daño —le murmuraba él en el oído a través del cabello de olor dulce que se le metía en la boca.
Mientras tanto, la otra muchacha había logrado pasar a través de la compuerta. El capitán de la guardia de la Casa Fell se quedó confuso con la llegada de ella pero no con los guardias Dendarii. Sacó un destructor nervioso para repeler el primer avance reflexivo de los hombres de Quinn.
—Deténgase ahí mismo. ¿Qué es esto, barón Bharaputra?
—¡Mi señor! —gritó la chica eurasiática—. ¡Por favor, lléveme con usted! ¡Quiero unirme con mi señora!
—Quédate en ese lado —le aconsejó el barón con calma—. Ahí no pueden tocarte.
—Vamos a ver si podemos… —empezó a decir Quinn, adelantándose, pero el barón levantó una mano, los delicados dedos un poco encogidos, ni un puño ni una obscenidad, pero sí algo levemente insultante.
—Capitana Quinn. Seguramente usted no desea crear un incidente y retrasar su partida, ¿verdad? Esta niña está ejerciendo su derecho a elegir. Viene conmigo por propia voluntad.
Quinn dudó.