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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (33 page)

BOOK: Danza de espejos
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Mark recordaba que, un vez, Galen había colocado un par de contactos ocultos de Komarr en esa área, atrapados sin duda en la barrida post-complot por Seguridad Imperial de Barrayar. Pero él se preguntó si hubiera podido encontrarlos en el caso de que los sueños de venganza de Galen se hubieran hecho realidad. Una manzana hacia allí, dos hacia la derecha… Ivan seguía charlando con la chica de la panadería. Mark echó a andar.

Se alegró de encontrar la dirección en un par de minutos; decidió que no hacía ninguna falta que entrara a ver. Se volvió y tomó una especie de atajo hacia la calle principal y la panadería. Pero era un callejón sin salida. Se volvió otra vez hacia el cruce.

Una vieja y un jovencito delgado, que lo habían visto pasar, sentados sobre un alféizar, lo miraron al salir. La mirada opaca de la vieja se encendió con leve hostilidad cuando él volvió a ponerse en el foco corto de su vista.

—Ése no es un niño. Es un muti —le siseó al jovencito. ¿Su nieto? Le dio un golpe con el codo para acicatearlo—. Un muti en nuestra calle.

El joven se puso de pie lentamente y se colocó frente a Mark. Mark se detuvo. El chico era más alto que él —¿quién no era más alto que él? —pero no mucho más fuerte, con el pelo grasiento y pálido. Abrió las piernas en posición agresiva frente a Mark, bloqueándole la salida. Ay, Dios. Nativos. En todo su desagradable esplendor…

—No deberías estar aquí, mutito. —El muchacho escupió, como un matón. Mark estuvo a punto de echarse a reír.

—Tienes razón —concedió con tono tranquilo. Puso el acento de un terrestre del Atlántico medio, no de Barrayar—. Este lugar es un asco.

—¡De otro mundo! —gimió la vieja con un tono de mayor desaprobación todavía—. Ya puedes saltar al infierno, extranjero.

—Me parece que ya estoy en él —dijo Mark con sequedad. Malos modales, pero no estaba de buen humor. Si esos gamberros de los suburbios querían burlarse, él haría lo mismo—. Barrayaranos. Si hay algo peor que los Vor, son los tontos que están debajo. Con razón la galaxia desprecia este lugar. —Le sorprendía la forma en que afloraba su rabia reprimida y lo bien que le sentaba, aunque sería mejor que no la dejara salir del todo.

—Vamos a darte, mutito —prometió el chico, alzándose amenazador sobre las puntas de los pies. La vieja bruja lo alentó con un gesto obsceno. Una extraña combinación; las viejas y los punks solían ser enemigos mortales, pero esos dos parecían totalmente de acuerdo. Camaradas del Imperio, sin duda, unidos contra un enemigo común.

—Mejor mutito que brutito —entonó Mark con falsa cordialidad.

El joven frunció las cejas.

—¡Eh! ¿Me estás insultando?

—¿Ves algún otro brutito por los alrededores? —Cuando el muchacho miró al lado, Mark lo siguió con la mirada—. Ah, perdón, hay un par más. Comprendo tu confusión. —Le subió la adrenalina, y el almuerzo se le convirtió en un bulto de reproches en el vientre. Dos chicos más, más fuertes, mayores, pero adolescentes. Posiblemente drogados, sin entrenamiento. Pero… ¿dónde estaba Ivan? ¿En un recreo?—. ¿No vais a llegar tarde al colegio? ¿Tal vez a la clase de repaso? No os va bien en ésa, estoy seguro, y es tan importante…

—Un mutito cómico —dijo uno de los mayores. No se reía.

El ataque fue súbito y casi cogió a Mark por sorpresa; pensó que la etiqueta exigía que primero intercambiaran algunos insultos más, y estaba pensando en algunos buenos. La excitación se le mezcló extrañamente con la anticipación del dolor. O tal vez lo que era excitante era la anticipación del dolor. El punk más grande intentó darle una patada en la entrepierna. Él lo cogió de un pie con una mano y lo tiró hacia arriba. Cayó sobre las piedras con un golpe que lo dejó sin respiración. El segundo le lanzó un puñetazo, y Mark lo cogió del brazo. Al girar, el punk atropelló sin querer al más delgado. Desgraciadamente, ahora los dos estaban entre Mark y la boca del callejón.

Se pusieron de pie, sorprendidos y furiosos. ¿Qué clase de presa fácil habían esperado?
Ya soy bastante fácil
. Había perdido reflejos después de dos años de no moverse. Se estaba quedando sin aliento. Pero el peso extra hacía que resultara más fácil de derribar.
Tres contra un extranjero, pequeño y gordo, ¿eh? ¿Os gusta la ventaja? Vamos, acercaros, pequeños caníbales
. Todavía tenía la bolsa de la panadería aferrada al puño y abría y cerraba los brazos como invitándolos.

Le saltaron encima todos juntos, comunicándose por señas. Pero el
katas
puramente defensivo seguía funcionando bien y terminaron todos en el suelo, sacudiendo la cabeza, víctimas de la inercia de su propia agresión. Mark meneó la mandíbula, que había recibido un golpe que lo había despertado del todo. El siguiente asalto no fue tan bueno: Mark terminó sin aire, rodando por el suelo, y perdió la bolsa bajo los pies de alguien. Después, uno de ellos le hizo una llave y se vengaron hasta cierto punto con golpes poco científicos de puños cerrados. Ahora Mark se estaba quedando sin respiración y la cosa se ponía seria. Decidió hacer un ataque súbito y luego salir corriendo hacia la otra calle. Tal vez la cosa habría terminado así y todo se habría limitado a un buen rato pero uno de los punks, un idiota, sacó una vieja picana gastada y le apuntó con ella.

Mark casi lo mató instantáneamente con una patada en el cuello; le pegó justo a tiempo pero el golpe aterrizó levemente desviado. A pesar de la bota, sintió cómo crujían los tejidos, una sensación horrorosa que le subió por el cuerpo. Retrocedió, espantado, mientras el muchacho caía al suelo, haciendo extraños ruidos con la garganta.
No. No me entrenaron para pelear. Me entrenaron para matar. ¡Mierda, mierda!
No sabía cómo lo había hecho, pero casi le había aplastado la laringe. Rezaba por que el golpe no hubiera tocado una de las venas principales. Los otros dos asaltantes se quedaron mudos de la impresión.

Ivan llegó corriendo por la esquina.

—¿Qué diablos estás haciendo? —gritó con voz ronca.

—No sé —jadeó Mark, inclinado sobre las manos y las rodillas. Le sangraba la nariz y tenía toda la camisa nueva manchada. La reacción, un poco diferida, le estaba haciendo temblar—. Me saltaron encima. —
Yo los provoqué. ¿Por qué?
¿Por qué estaba haciendo eso? Había pasado tan rápido…

—¿El muti está con usted, oficial? —preguntó el flacucho en una mezcla de sorpresa y miedo.

Mark captó en la cara de Ivan su deseo de decir que no tenía nada que ver.

—Sí —le oyó decir, ahogándose, al final. El punk grande, todavía de pie pegó un salto hacia atrás y desapareció corriendo. El muchacho delgado estaba atado a la escena por la presencia del herido y la vieja, aunque se veía que también él tenía ganas de escapar. La bruja, que se había levantado para acercarse a su campeón caído, gritaba acusaciones y amenazas contra Mark. Era la única que no parecía impresionada por el verde del uniforme oficial de Ivan. Luego llegaron los guardias municipales.

Cuando tuvo la seguridad de que iban a atender al punk herido, Mark se calló la boca y dejó que Ivan manejara el asunto. Ivan mintió como… como un soldado para que el nombre
Vorkosigan
no apareciera en los papeles; los guardias municipales también se dieron cuenta de quién era, acabaron con la histeria de la vieja y los sacaron de allí con rapidez. Treinta minutos después estaban de nuevo en el coche de superficie de Ivan. Esta vez, Ivan conducía mucho más despacio, tal vez por el miedo que aún tenía, supuso Mark, de haber estado a punto de perder a quien tenía a su cargo.

—¿Dónde diablos estaba ese tipo del perímetro exterior que iba a ser mi ángel custodio? —preguntó Mark, tocándose las contusiones de la cara con manos temblorosas. Le había dejado de sangrar la nariz. Ivan no le había permitido entrar en el coche hasta que estuvo seguro de que ya no perdía sangre ni tenía ganas de vomitar.

—¿Quién crees que llamó a la guardia municipal? El perímetro exterior es discreto, no sé si lo sabías.

—Ah. —A Mark le dolían las costillas pero no tenía nada roto. A diferencia de su progenitor, él nunca se había quebrado un hueso. Muti. Mutito.—. ¿Miles también tenía que enfrentarse con esa porquería? —Lo único que les había hecho era pasar caminando por delante. Si Miles hubiera estado vestido como él, ¿también lo habrían atacado?

—¡Miles no hubiera caminado solo por un lugar así! ¡No era tan estúpido!

Mark frunció el ceño. Galen le había dado la impresión de que el rango de Miles lo hacía inmune a los prejuicios de Barrayar contra los mutantes. ¿Sería cierto que el hijo de Vorkosigan tendría que estar calculando su seguridad, pensando dónde iría, con quién se vería… todo el tiempo?

—Y si se hubiera encontrado en una situación así —siguió Ivan—, habría salido de ella hablando. Se hubiera deslizado, como una anguila, fuera de la trampa. ¿Por qué mierda te peleaste con tres tipos? Si querías pelearte con alguien para sacarte la rabia de encima, ¿por qué no viniste a verme? A mí me encantaría pelearme contigo.

Mark se encogió de hombros, incómodo. ¿Era eso lo que había estado buscando en secreto? ¿Castigo? ¿Acaso por eso las cosas le salían tan mal últimamente?

—Yo pensaba que vosotros erais los Vor, los grandes. ¿Por qué tenéis que deslizaros como anguilas? ¿No podéis pararlos en seco y listo?

Ivan ya croaba:

—No. Y no puedes imaginarte lo contento que estoy de no tener que ser tu guardaespaldas permanente.

—Si esto es un ejemplo de tu trabajo, yo también me alegro —le ladró Mark. Se inspeccionó los caninos. Tenía las encías y los labios hinchados pero los dientes no estaban sueltos.

Ivan se limitó a gruñir. Mark se acomodó, preguntándose cómo estaría el muchacho del cuello partido. Los guardias municipales se lo habían llevado para darle algún tratamiento. Mark no debería haber peleado contra él; había estado en un tris de matarlo. Tal vez hubiera podido matar a los tres. Después de todo, los punk sólo eran caníbales pequeños. De pronto cayó en la cuenta de que por eso Miles hubiera intentado salir del paso hablando; no por miedo ni por
noblesse oblige
, sino porque esa gente no podía nada contra el… peso de la clase Vor. Mark se sintió enfermo.
Que Dios me ayude
.

Ivan pasó por su apartamento, en una torre de uno de los mejores distritos de la ciudad, no lejos de los modernos edificios de gobierno que albergaban al Comando del Servicio Imperial. Allí dejó que Mark se lavara y se quitara las manchas de sangre de la camisa antes de volver a la Casa Vorkosigan. Mientras le arrojaba la camisa seca desde el secador, le hizo notar:

—Mañana te dolerá el torso. Con un golpe así, Miles habría estado tres semanas en un hospital. Yo habría tenido que sacarlo de allí en camilla.

Mark se miró las manchas rojas, que empezaban a ponerse moradas. Se estaba quedando rígido. Media docena de músculos protestaban por el abuso. Eso podía ocultarlo, pero iba a tener que dar explicaciones de las marcas de la cara. Contarle al conde y a la condesa que había tenido un problema con el coche de superficie resultaría creíble puesto que el conductor había sido Ivan, pero dudaba que pudiera mantener la mentira mucho tiempo.

Finalmente, fue Ivan el que dio explicaciones. Lo devolvió a la condesa con un relato verdadero aunque minimizado de la aventura de Mark:

—Bueno, se alejó un poco y lo empujaron. Gentes de la zona, claro. Lo alcancé antes de que la cosa pasara a mayores. Adiós, tía Cordelia… —Mark lo dejó marcharse sin decir nada.

A la hora de la cena había llegado a la Casa el informe completo. Mark sintió la tensión cuando ocupó su lugar en la mesa, frente a Elena Bothari-Jesek, que estaba de vuelta después de su informe extenso y seguramente sangriento en los Cuarteles Generales de SegImp. Cuando el sirviente humano hubo servido el primer plato y abandonado el comedor, el conde dijo:

—Mark, me alegro de que la lección de hoy no haya sido letal.

Mark se las arregló para terminar de tragar sin ahogarse y dijo con voz baja:

—¿Para él o para mí?

—Para ambos. ¿Quieres un informe sobre tu… víctima?

No.

—Sí, por favor.

—Los médicos del hospital municipal van a darlo de alta dentro de un par de días. A dieta líquida por una semana. Dicen que va a recuperar la voz.

—Me alegro. —
No quise
… ¿Qué sentido tenían las excusas, las disculpas, las protestas? Ninguno.

—Decidí pagarle los gastos médicos, en privado, pero Ivan ya lo había hecho. Lo pensé, y me pareció bien que la cosa quedara así.

—Ah. —¿Entonces él tenía que pagarle a Ivan? ¿Tenía dinero, derecho a tener dinero? ¿Ante la ley? ¿Moralmente?

—Mañana dijo la condesa —Elena será tu guía nativa. Y Pym irá con vosotros.

Elena no parecía muy feliz con la idea.

—Hablé con Gregor —siguió el conde Vorkosigan—. Lo impresionaste bastante. Dio su aprobación para que yo te presente formalmente como mi heredero y miembro cadete de la Casa Vorkosigan en el Consejo de Condes. Cuando a mí me parezca, si se confirma la muerte de Miles. Obviamente, el paso todavía es prematuro. No estoy seguro de si sería mejor presionar para que los condes te confirmen antes de conocerte o cuando hayan tenido tiempo de acostumbrarse a la idea. Una maniobra rápida, del tipo ataque sorpresa, o un sitio largo y tedioso… Por una vez, creo que el sitio sería mejor. Si ganamos, la victoria sería mucho más segura.

—¿Me pueden rechazar? —preguntó Mark.
¿Es ésa la luz que veo al final del camino?

—Para que heredes el título de conde, tienen que aceptarte y aprobarte por simple mayoría. Mi propiedad es un asunto aparte. Normalmente, la aprobación del hijo mayor es mera rutina, y si no hay hijo puede hacerse cargo el primer pariente masculino capacitado. No siempre tiene que ser un pariente, técnicamente, aunque casi siempre lo es. Hubo un caso famoso, de uno de los condes Vortala, en la Era del Aislamiento. El conde se peleó con su hijo. El joven lord Vortala se alió con su suegro en la guerra del Mercado Zidiarch. Vortala lo desheredó y se las arregló para manipular una sesión de condes y conseguir que aprobaran como heredero a su caballo, Medianoche. Dijo que el caballo eran tan inteligente como el hijo y que a diferencia de él nunca lo había traicionado.

—¡Qué antecedente más… esperanzador para mí! —se ahogó Mark—. ¿Y cómo le fue al conde Medianoche? Digamos en comparación con un conde corriente.

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