Era su paranoia, decidió Mark, la que le hacía pensar que todas las cabezas se volvían hacia él y que una onda de silencio cruzaba la multitud al verlo pasar; pero no había duda: algunas cabezas se volvían para mirarlo y algunas conversaciones se detenían a su paso. Uno de los grupos que cambiaron de actitud fue el de Ivan Vorpatril y su madre, lady Alys Vorpatril; ella hizo un gesto que invitaba a la condesa a acercarse.
—Cordelia, querida. —Lady Vorpatril la miró con una sonrisa preocupada—. Tienes que ponerme al día. La gente pregunta.
—Sí, bueno, ya sabes lo que pasa en estos casos —suspiró la condesa.
Lady Vorpatril asintió, con ironía y volvió la cabeza para decirle a Ivan, en tono de seguir con la conversación que evidentemente había interrumpido la entrada de los Vorkosigan:
—Esta noche procura ser agradable con las chicas Vorsoisson. Ella es la hermana menor de Violetta Vorsoisson. Tal vez te guste cuando la conozcas mejor. Y Cassia Vorgorov está aquí también. Es la primera vez que viene al Cumpleaños del Emperador. Y está Irene Vortashpula: más tarde tienes que bailar con ella, aunque sólo sea una vez. Se lo prometí a su madre. Por favor, Ivan, esta noche hay muchas chicas convenientes. Procura aplicarte un poco más… —Las dos mujeres se dieron el brazo, como para apartar a Mark e Ivan de la conversación que pensaban tener en privado. Un gesto firme de la condesa Vorkosigan a Ivan y Mark le dio a entender que ella lo estaba poniendo otra vez bajo la protección de su primo. Recordó la última vez: hubiera preferido la formidable protección social de la condesa.
—No he entendido nada. ¿De qué se trata todo eso? —preguntó Mark a Ivan. Un sirviente pasó con una bandeja de bebidas y, siguiendo el ejemplo de su acompañante, Mark se sirvió también. Resultó ser un vino blanco seco mezclado con cítricos, bastante agradable.
—El rodeo de ganado bienal —ironizó Ivan con una mueca—. Esto y el Baile de la Feria de Invierno son los lugares en que las vaquillas de los altos Vor salen al ruedo para que las inspeccionen.
Ése era un aspecto de las ceremonias del Cumpleaños del Emperador que Galen no le había mencionado nunca. Mark echó un trago más grande a su bebida. Ahora ya no maldecía tanto a Galen por lo que le había obligado a aprender como por lo que no le había dicho nunca.
—No me van a mirar a mí, ¿verdad?
—Considerando algunos de los sapos que besan, no veo por qué no —se encogió de hombros Ivan.
Gracias, Ivan
. De pie junto al brillo rojo y azul del alto Ivan, probablemente parecía un sapo marrón y cuadrado, pensó Mark. Ciertamente se sentía así.
—No tengo nada que ver con todo esto —dijo con firmeza.
—No estés tan seguro. Hay sólo sesenta herederos de los condes, pero muchas más hijas que colocar. Cientos, me parece. Cuando se sepa lo que pasó al pobrecito de Miles, podría pasar cualquier cosa.
—¿Quieres decir que… no tendría que buscar mujeres? ¿Podría esperar tranquilamente que ellas vinieran a buscarme? —O por lo menos a buscar su nombre, su posición y su dinero. Le dominó una oscura alegría, aunque ambos términos parezcan contradictorios. Prefería que lo amaran por su rango o su poder a que nunca lo amaran; los tontos orgullosos que decían lo contrario nunca habían llegado tan cerca como él del hambre de cariño, del deseo de contacto humano.
—Me parece que funcionaba para Miles —dijo Ivan, con un inexplicable rastro de envidia en la voz—. Nunca conseguí enseñarle a aprovecharse. Claro que no toleraba que lo rechazaran. Mi lema era
Prueba de nuevo
, pero él se tambaleaba y se metía en su concha durante días enteros. No era aventurero. O tal vez no era ambicioso. Tendía a dejar de buscar apenas encontraba la primera mujer segura. Primero Elena y después, cuando eso no pudo ser, Quinn. Aunque comprendo que alguien decida dejar de buscar después de Quinn. —Ivan terminó lo que quedaba de vino y cambió el vaso por uno lleno cuando pasó una bandeja con bebidas.
El almirante Naismith, se recordó Mark, era la personalidad
alterna
de Miles. Seguramente Ivan no lo sabía todo sobre su primo.
—¡Ah, mierda! —exclamó Ivan, mirando por encima de su vaso—. Ahí viene una de las de la breve lista de Mamere, directo hacia aquí.
—¿Pero estás buscando mujeres o no? —preguntó Mark, confuso.
—No tiene sentido buscar a las que están aquí. Son todo mírame y no me toques. No hay oportunidad.
Mark supuso que para Ivan,
oportunidad
significaba sexo, por lo menos en ese contexto. Como muchas culturas atrasadas que todavía dependían de la reproducción biológica en lugar de confiar en la tecnología de los replicadores uterinos, los barrayaranos dividían el sexo en dos categorías: lícito, dentro de un contrato formal en el que se reclamaba toda la progenie, e ilícito, es decir, todo el resto. Mark se sintió todavía mejor. ¿Entonces este lugar era una zona segura, una zona sin sexo? ¿Nada de tensión, nada de terror?
La joven que Ivan había visto estaba cada vez más cerca. Llevaba un vestido verde pastel, suave y largo. Llevaba el cabello castaño oscuro atado hacia atrás en trenzas y bucles sueltos con algunas flores naturales entretejidas.
—¿Y qué tiene ésa de malo? —susurró Mark.
—¿Estás bromeando? —murmuró Ivan—. ¿Cassia Vorgorov? ¿Ese renacuajo con cara de langostino y de caballo, más lisa que una tabla? —Se interrumpió cuando ella llegó cerca y le hizo un gesto amable con la cabeza—. Hola, Cass. —Consiguió eliminar todo el aburrimiento de su voz.
—Hola, lord Ivan —dijo ella, sin aliento. Lo miró con sonrisa encandilada. Era cierto, tenía la cara un poquito larga y la figura delgada, pero Mark pensó que Ivan era demasiado quisquilloso. La chica tenía una bonita piel y ojos hermosos. Bueno, todas las mujeres de allí tenían ojos hermosos, por la forma en que se los pintaban. Y los perfumes intensos. Cassia no tendría más de dieciocho años. La sonrisa tímida tan absolutamente fija en Ivan casi le hizo llorar.
A mí nadie me ha mirado así nunca. ¡Ivan, eres un asqueroso desagradecido!
—¿Tienes ganas de bailar? —le preguntó ella a Ivan, alentadora.
—No demasiado —dijo Ivan, encogiéndose de hombros—. Todos los años igual.
Ella se entristeció. La primera vez que venía, supuso Mark. Si hubiera habido escaleras, a Mark le hubieran entrado ganas de tirar a su primo por ellas. Se aclaró la garganta. La mirada de Ivan cayó sobre él y se iluminó con la inspiración.
—Cassie —dijo suavemente—, ¿conoces a mi nuevo primo, lord Mark Vorkosigan?
Ella pareció verlo por primera vez. Mark esbozó una sonrisa. Ella lo miró indecisa.
—No… me dijeron… Supongo que no es exactamente igual que Miles, ¿o sí?
—No —dijo Mark—. No soy Miles. ¿Cómo está usted, lady Cassia?
Recuperando los modales un poco tarde, ella le contestó bruscamente, después de una pausa:
—¿Cómo está usted… Lord… Mark? —Hizo un gesto con la cabeza, y las flores se tambalearon sobre su frente.
—¿Por qué no conversáis un poco para conoceros? Disculpad, tengo que ver a alguien… —Ivan hizo un gesto a un camarada vestido de rojo y azul del otro lado de la sala y se alejó.
—¿Tiene ganas de bailar? —intentó Mark. Había estado tan concentrado para acordarse de todos los movimientos formales de la ceremonia de impuestos y la cena, para no mencionar el Quién es quién de trescientos nombres que empezaban con «Vor», que no había pensado realmente en el baile.
—Mmmm… más o menos. —Los ojos de ella abandonaron de mala gana la retirada exitosa de Ivan, tocaron a Mark y se desviaron.
¿Viene aquí a menudo?, consiguió no decir Mark. Pero ¿qué podía decir? ¿Le gusta Barrayar?
No, eso no servía.
¡Qué linda niebla que hace fuera! Dentro también. Vamos, dame una pista, nena… ¡Di algo! ¡Cualquier cosa!
—¿En serio eres un clon?
Ah, no, cualquier cosa menos eso
.
—Sí.
—¡Ay, Dios!
Más silencio.
—Mucha gente es como yo —observó él.
—¡Oh! —Se le iluminó la cara de alivio—. Discúlpeme, lord Mark. Mi madre me está llamando… —Le dirigió una sonrisa espasmódica y se apresuró hacia un grupo de Vor al otro lado de la sala. Mark no había observado que la llamaran.
Suspiró. Bueno, ahí se venía abajo eso de la poderosa atracción del rango. Lady Cassia no estaba demasiado ansiosa por besar a un sapo.
Si yo fuera Ivan, haría lo que fuera por una muchacha que me mirara de ese modo
.
—Pareces pensativo —observó la condesa Vorkosigan, a su lado de pronto. Él se sobresaltó.
—Ah, hola de nuevo. Sí. Ivan me ha presentado a esa chica. Supongo que no es su novia ni su amiga.
—No… Yo estaba mirando la escena por encima del hombro de Alys Vorpatril. Me quedé allí para que ella no lo viera. Por caridad.
—No… no entiendo a Ivan. Ella me parecía una buena chica.
La condesa Vorkosigan sonrió.
—Todas son buenas chicas. Ésa no es la cuestión.
—¿Y cuál es entonces la cuestión?
—¿No te das cuenta? Bueno, tal vez cuando tengas más tiempo para observar. Alys Vorpatril es una madre amorosa, de verdad, pero no puede resistir la tentación de ocuparse de todos los asuntos del futuro de Ivan. Ivan es demasiado agradable, o demasiado haragán para resistirse abiertamente. Así que hace todo lo que ella le pide… excepto la única cosa que ella desea por encima de todo: que se case y le dé nietos. Personalmente, creo que él se equivoca de estrategia. Si realmente quiere sacarse de encima a su madre, los nietos ocuparían gran parte de la atención de la pobre Alys. Mientras tanto, ella tiene el corazón en un puño cada vez que él sale con el coche de superficie.
—Eso me parece lógico —aceptó Mark.
—A veces me entran ganas de darle una bofetada por ese jueguecito suyo, pero no estoy segura de que sea consciente de él, y además la mayor parte de la culpa es de Alys.
Mark vio cómo Lady Alys alcanzaba a Ivan en la sala. Supuso que estaría vigilando si cumplía con la breve lista.
—Usted parece capaz de mantener una actitud maternal bastante tranquila —observó de pasada.
—Eso… eso tal vez sea un error —murmuró ella.
Él levantó la vista y retrocedió interiormente frente a la desolación de muerte que sorprendió, por un segundo, en los ojos de la condesa.
Qué boca la mía. ¡Mierda!
La mirada desapareció tan rápidamente que no se atrevió a disculparse.
—No del todo tranquila —dijo ella con voz suave, cogiéndole nuevamente del brazo—. Ven, te voy a enseñar cómo se tejen las redes al estilo de Barrayar.
Lo llevó por la larga sala.
—Como ya habrás visto, esta noche hay aquí dos agendas. —La conferencia de la condesa empezaba con tono amable—. La agenda política, la de los viejos, una renovación anual de las formas de los Vor, y la agenda genética de las viejas. Los hombres creen que la de ellos es la única, pero es sólo un autoengaño que ayuda a inflar el ego. Todo el sistema Vor se funda en el juego de las mujeres, que va por debajo. Los viejos de los consejos de gobierno se pasan la vida discutiendo contra algo o viendo cómo hacer para financiar esa instalación militar fuera del planeta. Mientras tanto, el replicador uterino está entrando lentamente detrás de ellos y ni siquiera son conscientes del debate que va a alterar fundamentalmente el futuro de Barrayar se lleva a cabo en este mismo instante en sus casas: es el debate de sus esposas y sus hijas. ¿Usar o no usar el replicador? Demasiado tarde para dejarlo afuera del planeta: ya está aquí. Toda la clase media lo está exigiendo. Todas las madres que aman a sus hijas lo exigen para salvarlas de los daños físicos de llevar a un niño en el vientre. Y luchan no sólo contra los viejos, que no tienen ni idea, sino contra toda una vieja guardia de hermanas que le dicen a sus hijas: «Nosotras tuvimos que sufrir, así que vosotras también tenéis que sufrir.» Mira alrededor de ti esta noche, Mark. Estás viendo la última generación de hombres y mujeres de Barrayar que van a bailar este baile a la vieja usanza. El sistema Vor está a punto de cambiar por el lado más ciego, el lado que da hacia sus cimientos. Cambiar, o no conseguir hacerlo a tiempo… Media generación más, y no van a tener ni idea de lo que les pasó.
Mark casi hubiera jurado que su voz didáctica, tranquila, escondía una satisfacción salvaje, vengativa. Pero la expresión era tan fría y tan lejana como siempre.
Un joven con uniforme de capitán se le acercó de pronto y saludó con un gesto a la condesa y a Mark.
—El mayor de protocolo requiere vuestra presencia, mi señor —murmuró. La frase pareció flotar en el aire, indeterminada, durante un momento—. Por aquí, por favor.
Los guió fuera de la larga sala de recepción, por una escalera de mármol tallado y un corredor hacia una antecámara donde esperaban media docena de condes o sus representantes oficiales. Detrás de un arco blanco de la cámara principal estaba Gregor, rodeado por una pequeña constelación de hombres, vestidos sobre todo de azul y rojo, aunque tres de ellos usaban las ropas oscuras de Mark.
El emperador estaba sentado en una sencilla silla de tijera.
—Esperaba un trono —susurró Mark a la condesa.
—Es un símbolo —susurró ella—. Y como la mayoría de los símbolos es heredado. Es una silla de oficial de campo militar, estándar.
—Ah. —Entonces tuvo que dejarla porque el mayor de protocolo llevó a su lugar en la fila. El lugar de los Vorkosigan.
Aquí viene
. Mark tuvo un momento de pánico total: pensó que no tenía la bolsa de oro, que se le había caído en el camino, pero no, estaba atada y a salvo en la túnica. Desató los cordones de seda con manos sudorosas.
Ésta es una ceremonia estúpida e intrascendente. ¿Por qué estoy tan nervioso?
Se dio la vuelta y caminó hacia delante —casi perdió la concentración por un susurro anónimo que le llegó desde algún lugar en la antecámara detrás de él, «¡Dios mío, los Vorkosigan van a hacerlo realmente!»—, subió, saludó militarmente y se arrodilló sobre la pierna izquierda. Sacó la bolsa con la mano derecha, extendió la palma hacia arriba, tartamudeó las palabras formales y sintió como si las miradas de los presentes le destrozaran la espalda como rayos de arcos de plasma. Sólo después de un rato levantó la vista para mirar al Emperador a los ojos.
Gregor sonrió, cogió la bolsa y pronunció las palabras de aceptación, otra fórmula tradicional. Entregó la bolsa al Ministro de Finanzas, de pie a su lado en traje negro de terciopelo, pero luego hizo un gesto para que el hombre se alejara.