—Ah, no sé, no sé. —Alzó las cejas—. Quiero decir, qué proyecto para un hombre retirado de la vida pública… Todo un planeta para jugar. Sergyar. ¿No lo descubriste tú cuando eras capitana de Investigaciones Astronómicas Betanas?
—Sí. Si la expedición militar barrayarana no hubiera llegado antes que nosotros, Sergyar sería una colonia hermana de Beta. Y estaría mucho mejor administrada, te lo aseguro. Realmente necesita a alguien que la gobierne. Los asuntos ecológicos están pidiendo a gritos una cabeza inteligente. Quiero decir, ¿qué me dices de la plaga de gusanos? Un poco de prudencia estilo betanés habría… bien. Ya lo resolverán, supongo.
Miles y Mark se miraron. No era telepatía. Pero la idea de que tal vez Aral Vorkosigan no era el único experto activo de cierta edad que Gregor podría exportar a Sergyar era algo que aparentemente compartían los dos.
Mark frunció el ceño.
—¿Y cuándo podría ser esto, señora?
—No antes de un año.
—Ah. —Mark parecía contento.
Pym asomó la cabeza por la arcada.
—Listos, señora —informó.
Todos entraron en el gran salón blanco y negro y encontraron al conde al pie de la escalera curvada. Él los miró uno por uno con alegría a medida que llegaban.
El conde había perdido peso debido a la operación, pero eso sólo le daba un aspecto más atlético en su ropa roja y azul. Llevaba el uniforme y las espadas con espontánea facilidad. Miles suponía que en tres horas quedaría agotado, pero antes habría dejado una primera impresión duradera entre los muchos observadores de su primera salida formal con el corazón nuevo. Tenía un color excelente, la mirada tan penetrante como siempre. No le quedaba un solo cabello que no fuera canoso. Pero, fuera de eso, se habría podido pensar que iba a vivir para siempre.
Excepto que Miles ya no pensaba una cosa de ese tipo. El ataque cardíaco lo había dejado alelado, aterrorizado. Retroactivamente. No era porque su padre tuviera que morir algún día, tal vez antes que él —ése era el orden correcto de las cosas y Miles no deseaba que fuera al revés, por el conde mismo —pero sí por el hecho de que Miles no estaría allí cuando sucediera. Cuando él lo necesitara. Tal vez estaría pasándoselo bien con la Flota Dendarii, por ejemplo, y no lo sabría hasta al cabo de semanas y semanas.
Demasiado tarde
.
Como los dos iban de uniforme, el teniente saludó militarmente a su padre almirante con el tinte de ironía con el que solía hacerlo cuando estaban en familia. Miles hubiera preferido abrazarlo, pero habría parecido raro.
A la mierda con lo que pareciera o dejara de parecer. Caminó hasta su padre y lo abrazó.
—Hey, muchacho —dijo el conde, sorprendido y contento—. No está tan mal la cosa, en serio. —Después de devolverle el abrazo, retrocedió y los miró a todos: su elegante esposa, sus dos hijos, sí, ahora eran dos. Sonriendo con la misma sensación de posesión que un hombre rico, abrió lo brazos como para abrazarlos a todos, un segundo, casi como con vergüenza—. ¿Están listos los Vorkosigan para atacar la Feria de Invierno? Querida capitana, presiento que no se van a rendir inmediatamente. ¿Cómo anda tu pie, Mark?
Mark sacó el pie derecho y lo retorció en el aire.
—Listo para ser pisado por cualquier doncella Vor con cien kilos, señor. Tengo las puntas de acero por debajo —agregó a Miles, a un lado—. No pienso correr riesgos.
La condesa se cogió del brazo de su esposo.
—Adelante amor. Victoria para los Vorkosigan.
Convalecencia para los Vorkosigan, sería una frase más adecuada, pensó Miles.
Pero deberían ver cómo dejamos a los otros
…
A Miles no le sorprendió en absoluto que la primera persona que encontraran en la fiesta al entrar en la Residencia Imperial fuera Simon Illyan.
Illyan estaba vestido como siempre para esas funciones: un uniforme de desfile rojo y azul que escondía una multitud de conexiones y uniones de comu.
—Ah, está aquí en persona esta noche —murmuró el conde, viendo a su antiguo jefe de Seguridad al otro lado del vestíbulo—. Entonces no creo que haya grandes líos en otra parte. Me alegro sinceramente.
Entregaron lo que traían para protegerse de la nieve al personal de Gregor. Miles estaba temblando. Llegó a la conclusión de que la última aventura le había desequilibrado el calendario. Siempre se las arreglaba para conseguir una misión fuera del planeta en invierno. Illyan hizo un gesto de reconocimiento y se acercó a ellos.
—Buenas noches, Simon —dijo el conde.
—Buenas noches, señor. Todo tranquilo, por ahora.
—Me alegro. —El conde levantó una ceja, divertido—. Estoy seguro de que el Primer Ministro Racozy se alegrará de saberlo.
Illyan abrió la boca pero volvió a cerrarla.
—Ah… La costumbre —dijo, avergonzado. Miró al conde Vorkosigan con una especie de frustración, como si la única forma que conociera de relacionarse con su comandante de treinta años fuera presentarle informes. Pero el almirante conde Vorkosigan ya no los recibía—. Me siento muy raro —admitió.
—Ya se acostumbrará, Simon —le aseguró la condesa Vorkosigan. Y sacó decidida a su esposo de la órbita de Illyan. El conde le dirigió un vago saludo al partir.
Illyan miró a Miles y a Mark.
—Mm —dijo con el tono del hombre que acaba de salir perdiendo en un intercambio de caballos.
Miles se puso derecho. Los médicos de SegImp le habían dado el alta para volver al servicio en dos meses, dependiendo de los resultados de un último examen físico. Él no se había molestado en mencionarles el problema de las convulsiones. Tal vez la primera había sido un efecto de la pentarrápida. Y la segunda y la tercera, reacciones contra las drogas. No había tenido más. Illyan lo miró y movió la cabeza.
—Buenas noches, señor —dijo Mark a Illyan—. ¿SegImp mandó mi regalo de Feria de Invierno a los clones?
Illyan asintió.
—Quinientos marcos a cada uno, enviados individualmente y a tiempo, sí, señor.
—Me alegro. —Mark le sonrió con una sonrisa tensa, una de esas sonrisas suyas que hacían que uno se preguntara lo que estaba pensando. Los clones eran el pretexto que había dado Mark a Illyan para entregar a SegImp el millón de dólares betaneses que había jurado entregarle; los fondos pagaban los gastos de los clones, la escuela exclusiva, entre otros. Illyan se había quedado tan impresionado que se había puesto absolutamente robótico, efecto que Miles había observado con gran fascinación. Para el momento en que los clones pudieran arreglarse solos, el millón casi se habría terminado, según había calculado Mark. Pero los regalos de la Feria de Invierno habían sido personales y separados, uno para cada uno.
Mark no preguntó qué habían dicho los clones, aunque Miles se moría de ganas por saberlo. En lugar de eso, hizo un gesto como si Illyan fuera un empleado con el que había terminado un asunto de poca importancia y se dirigió al salón. Miles se despidió y lo alcanzó. Mark reprimía una enorme sonrisa, y tenía una mirada satisfecha.
—En este tiempo —le confió Mark a Miles en voz baja—, me preocupaba porque nunca me habían hecho un regalo. Nunca se me cruzó por la cabeza preocuparme por no haber
entregado
uno. La Feria de Invierno es una fiesta maravillosa, ¿sabes? —Suspiró—. Ojalá hubiera conocido lo suficiente a esos clones y hubiera podido elegir algo para cada uno. Bien elegido. Pero por lo menos ellos pueden elegirlo solos. Es como darles dos regalos en uno. ¿Cómo diablos conseguís algo para regalarle a… digamos, Gregor?
—Recurrimos a la tradición. Doscientos litros anuales de mermelada de arce de las montañas Dendarii, enviados a su casa, y listo. Si crees que Gregor es difícil, piensa en nuestro padre… Es como tratar de darle un regalo de Feria de Invierno al Padre Invierno en persona.
—Sí, ya pensé en eso.
—A veces no se puede devolver a alguien lo que hace por ti. Lo único que se puede hacer es darle algo. Todo lo posible. Y seguir dándoselo. ¿Les… les firmaste los créditos a esos clones?
—Algo así. En realidad, firmé «Padre Invierno». —Mark se aclaró la garganta—. Ése es el propósito de la Feria de Invierno, creo yo. Enseñar a… a seguir dando. Ser Padre Invierno es el final del juego, ¿verdad?
—Eso creo.
—Estoy empezando a entenderlo. —Mark asintió, decidido.
Caminaron juntos hacia el salón de recepción, y buscaron bebidas. Estaban mirándolos mucho, notó Mark, divertido; miradas disimuladas de la flor de los Vor, reunidos allí como todos los inviernos.
Ah, Barrayar. Sí que tenemos una sorpresa para ti
.
Mi hermano me sorprendió a mí, eso no puedo negarlo
.
Iba a ser muy divertido tener a Mark como hermano.
Un aliado por fin… Creo
… Miles se preguntó si alguna vez podría hacer que Mark amara a Barrayar como él. La idea lo puso extrañamente nervioso. Mejor no amar demasiado a ese planeta. Barrayar podía ser letal como objeto de amor… Y al mismo tiempo, era todo un desafío. Tenía suficientes desafíos para seguir siempre adelante: no había necesidad de nada artificial. Pero debería tener cuidado con cualquier cosa que Mark pudiera interpretar como un intento de dominación. La alergia intensa de Mark contra cualquier intento de control era perfectamente comprensible, pensaba Miles, pero hacía que ser su mentor fuera una tarea bastante delicada.
Será mejor que no hagas un trabajo demasiado bueno, hermano mayor. Ahora eres prescindible, ya lo sabes
. Se pasó una mano por el uniforme brillante, muy consciente de lo que significaba
prescindible
. Y sin embargo, que el discípulo le ganara al maestro era la última victoria del maestro.
Una paradoja fascinante. No puedo perder
.
Miles sonrió.
Sí, Mark. Atrápame si puedes. Si puedes
.
—Ah. —Mark hizo un gesto hacia un hombre en uniforme color borravino de Vor, al otro lado del salón—. Aquél de allí, ¿no es lord Vorsmythe, el industrial?
—Sí.
—Me encantaría hablar con él. ¿Le conoces? ¿Puedes presentarme?
—Claro. Estás pensando en invertir, ¿eh?
—Sí. He decidido diversificarme. Dos tercios de inversiones en Barrayar y un tercio en la galaxia.
—¿En la galaxia?
—Voy a poner algo de dinero en tecnología médica de Escobar.
—¿Azucena?
—Sí. Necesita capital. Yo voy a ser uno de esos socios sin voz. —Mark dudó—. La solución tiene que ser médica, ya sabes… ¿Apostarías a que las Durona no me van a dar ganancias?
—No. No creo. En realidad voy a tener mucho interés en apostar en tu contra.
Mark sonrió abiertamente.
—Ya veo. Tú también estás aprendiendo.
Miles presentó a Mark y lord Vorsmythe. Vorsmythe estaba fascinado: por fin encontraba a alguien que quería hablar de su trabajo allí mismo, en la Feria. La mirada aburrida se desvaneció de su cara apenas oyó la primera pregunta exploratoria de Mark. Miles dejó a su hermano solo. Vorsmythe hacía gestos expansivos. Mark escuchaba como si tuviera una grabadora funcionándole en la cabeza. Miles se alejó para no molestarlos.
Vio a Delia Koudelka al otro lado del salón y se acercó a ella para pedirle un baile para más tarde, y así eliminar a Ivan. Si tenía suerte, tal vez ella le daría la oportunidad de hablar de sus heridas de duelo…
Después de una charla fascinante sobre los sectores económicos de alto crecimiento en Barrayar, Vorsmythe tuvo que irse con su esposa, que lo estaba reclamando. Se separó de Mark sin ganas, y prometió enviarle algunos folletos.
Mark buscó a Miles con la vista. El conde no era el único Vorkosigan en peligro de pasarse físicamente esa noche mientras trataba de probar su salud a los observadores de alta alcurnia, y Mark lo sabía.
Por defecto, se había convertido en confidente de Miles en cuanto a ciertos autoexámenes que su hermano no quería compartir con sus superiores de SegImp. Habían compartido revisiones de bases de conocimiento, material viejo que iba desde matemática del quinto espacio hasta regulares de SegImp. Mark hizo una sola broma sobre el asunto; la broma le demostró la profundidad del terror que obligaba a Miles a seguir con los exámenes, especialmente cuando encontraba un agujero en su memoria. A Mark le molestaba muchísimo la duda, la extraña lentitud desesperada en su hermano mayor. Esperaba que Miles recuperara pronto su confianza en sí mismo, tan odiosa desde siempre. Era otra vez esa extraña reciprocidad: Miles tenía cosas que quería recordar y no podía; Mark se debatía contra cosas que quería olvidar. Y no podía.
Alentaría a Miles para que hiciera de guía un poco más. Miles disfrutaba de ser el experto: eso lo ponía automáticamente en la única posición a la que era adicto. Sí, que expandiera un poco su ego, siempre tan inflable. Ahora Mark podía tolerarlo. Le disputaría una carrera más adelante, cuando Miles recuperara su antigua velocidad, cuando fuera más deportivo.
Finalmente, Mark saltó sobre una silla, estiró el cuello y vio a su hermano saliendo de la habitación en compañía de una mujer rubia que llevaba un vestido de terciopelo azul: Delia Koudelka. La hermana más alta de Kareen. Están aquí. Dios. Abandonó la silla y fue a buscar a la condesa. La encontró al cabo de un rato en un salón del tercer piso charlando con otras mujeres mayores, obviamente amigas. Ella vio la sonrisita ansiosa de él y se disculpó. Se reunieron en un rincón del corredor alfombrado.
—¿Tienes problemas, Mark? —preguntó ella, arreglándose las faldas sobre un pequeño sofá. Él se sentó, nervioso, al otro lado.
—No lo sé. Los Koudelka están aquí. Prometí bailar con Kareen en este baile si volvía a casa a tiempo. Y… le había pedido que tuviera una charla… sobre mí… ¿Charlasteis las dos?
—Sí.
—¿Y qué sabe ella ahora?
—Bueno, fue una conversación muy larga…
Ah, mierda
…
—Pero en general le dije que yo creía que eras un muchacho inteligente que había tenido experiencias muy desagradables, pero que si alguien te convencía de usar tu mente para resolver tus problemas, yo te apoyaría para que pidieras su mano.
—¿Terapia betanesa?
—Algo así.
—Estuve pensando en la terapia betanesa. Mucho. Pero tengo terror de que las notas de mi terapeuta terminen en el informe de un analista de SegImp. No quiero ser un maldito espectáculo. —Otra vez.
—Creo que yo podría arreglar eso.
—¿En serio? —Él levantó la vista, esperanzado y alerta—. ¿Aunque no pudieras leer los informes?