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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Danza de espejos (8 page)

BOOK: Danza de espejos
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¡Mark!
, había gritado Miles mientras se lo llevaban a rastras (en ese momento pensó que se lo llevaban hacia la muerte).
¡Tú te llamas Mark!

Yo no soy Mark, NO soy tu hermano, maníaco de mierda
. La negativa era apasionada, grande, pero cuando sus ecos morían, le parecía que no había nadie en la cámara vacía que quedaba dentro de su cráneo.

Le dolía la cabeza, una tensión trituradora que le subía por la columna a través de los hombros y el cuello y se filtraba por debajo de la nuca. Se pasó la mano por el cuello pero la tensión circuló por los brazos y volvió a los hombros.

No era su hermano. Pero para ser exactos, no podía culpar a Naismith por empujarlo a la vida como los progenitores de los otros clones de la Casa Bharaputra. Ah, sí, él y Naismith eran genéticamente idénticos. Era una cuestión de… intención, tal vez. Y de dónde venía el dinero.

Lord Miles Naismith Vorkosigan tenía seis años cuando robaron la muestra de tejido de una biopsia en un laboratorio de Barrayar durante el último aliento de la resistencia de Komarr a la conquista imperial de Barrayar. Nadie, ni barrayarano ni komarrés estaba intrínsecamente interesado en Miles, el chico inválido. El foco de atención estaba en su padre, el almirante conde Aral Vorkosigan, regente de Barrayar, conquistador (o carnicero) de Komarr. Aral Vorkosigan había suministrado la voluntad y la astucia que habían convertido a Komarr en la primera conquista de Barrayar fuera del planeta. Y por lo tanto se había convertido en el blanco de la venganza y resistencia komarresas. La esperanza de una resistencia con éxito se había desvanecido a tiempo. La esperanza de venganza seguía viva en la amargura del exilio. Despojado de ejército, armas, apoyo, un grupo de odio komarrés había planeado una venganza lenta, loca. Golpear al padre a través del hijo a quien todos sabían que adoraba…

Como un brujo en un viejo cuento, los komarreses hicieron un trato con el diablo para hacer un doble. Un clon bastardo, pensó él con una risa silenciosa, sin humor. Pero las cosas salieron mal. El chico original, inválido, envenenado antes del nacimiento por otro enemigo asesino de su padre, creció raro, impredecible; el duplicado genético creció bien… ésa había sido la primera clave de que era distinto a los demás clones. Cuando los otros clones iban a ver a los médicos, volvían más fuertes, más saludables, crecían más rápido. Cada vez que él iba, y lo mandaban con mucha frecuencia, los tratamientos dolorosos los debilitaban y atrofiaban más. Los hierros que le ponían en los huesos, el cuello, la espalda, nunca lo ayudaron mucho. Ellos lo habían convertido a propósito en ese enano jorobado como moldeándolo en una prensa, un molde de su progenitor.
Si Miles Vorkosigan no hubiera sido inválido, yo podría haber sido normal
.

Cuando por fin empezó a sospechar el verdadero propósito de las vidas de sus compañeros del criadero —porque los rumores corrían entre los chicos en formas extrañas y secretas que ni siquiera sus cuidadosos guardianes podían controlar del todo —sus deformidades somáticas le produjeron una alegría contenida. Seguramente no usarían ese cuerpo para un trasplante de cerebro. Tal vez lo descartarían… tal vez se escaparía de esos sirvientes-guardianes siempre sonrientes.

Su verdadera huida, cuando los dueños de Komarr vinieron a buscarlo a los catorce años, fue como un milagro. Y luego empezó el entrenamiento. Los tutores infinitos, duros, el adoctrinamiento, los ejercicios. Al principio un destino, cualquier destino, parecía glorioso comparado con el final de sus compañeros del criadero. Aceptó con ganas el entrenamiento para reemplazar a su progenitor y dar el golpe por la querida Komarr, un lugar que nunca había visto, contra la malvada Barrayar, otro lugar ignoto. Pero aprender a ser Miles Vorkosigan resultó algo así como la carrera de a paradoja de Zenón. No importa lo mucho que aprendiera, lo frenéticamente que se entrenara, lo duros que fueran los castigos por los errores cometidos. Miles aprendía más, y más rápido; para cuando él llegaba, su meta ya se había movido, intelectualmente y en cualquier otro sentido.

La carrera simbólica se hizo literal cuando los tutores komarreses decidieron llevar a cabo la sustitución. Persiguieron al esquivo y joven lord Vorkosigan por medio nexo sin darse cuenta de que, cuando se desvanecía o dejaba de existir, en realidad reaparecía en la persona del almirante Naismith. Los komarreses nunca supieron lo del almirante Naismith. Y dos años antes se habían encontrado, no como fruto de un plan sino de una casualidad, en la Tierra, justo en el lugar en el que había empezado la estúpida raza humana. El encuentro de una venganza que ya se había enfriado hacía veinte años.

El retraso temporal había sido crítico en una forma que los komarreses ni siquiera notaron. Cuando empezaron a perseguir a Vorkosigan, el clon comprado estaba en la cumbre de su condicionamiento mental, comprometido con las metas de la revuelta, deseoso de participar, inconsciente del peligro. ¿Acaso ellos no lo habían salvado del destino de los demás clones? Dieciocho meses de fracasos, viajes, observación y exposición a informaciones y puntos de vista sin censura, incluso de charlas con algunas pocas personas, habían sembrado dudas secretas en esa mente joven. Y para decirlo con todas las letras, no se podía duplicar ni siquiera una imitación de un hombre con educación galáctica como Vorkosigan sin aprender algo sobre cómo pensar aunque fuera de contrabando. Y en medio de todo eso, la cirugía para reemplazar huesos perfectamente sanos por otros sintéticos, sólo porque Vorkosigan se había aplastado los suyos, había sido terriblemente dolorosa. ¿Y si la próxima vez Vorkosigan se quebraba el cuello? Él se había dado cuenta poco a poco, sin querer.

Meterse en la cabeza a lord Vorkosigan, poco a poco, era lo mismo que un trasplante de cerebro, muy parecido a la operación con escalpelos vibradores tejido vivo.
El que planea una venganza debe cavar dos tumbas
. Pero los komarreses estaban cavando la segunda para
él
. Para la persona que él nunca había tenido oportunidad de ser, el hombre que podría haber sido si no se hubiera visto forzado a luchar para ser otro, siempre, continuamente.

Algunos días no sabía a quién odiaba más, si a la Casa Bharaputra, a los komarreses o a Miles Naismith Vorkosigan.

Cerró la comuconsola con un resoplido y se levantó para sacar el precioso cubo de datos del bolsillo del uniforme en el que todavía lo tenía escondido. Pensó un poco, se lavó y se volvió a depilar antes de ponerse el uniforme gris de los oficiales Dendarii. Se había convertido en lo más parecido a un hombre que cumple con las reglas. Que los Dendarii vieran sólo la superficie pulida y no el hombre dentro del hombre dentro de…

Reunió todo el coraje que pudo, salió del camarote, pasó por el corredor y pulsó el timbre del camarote del capitán hermafrodita.

No hubo respuesta. Pulsó el timbre de nuevo. Enseguida sonó la voz borrosa y aguda de Thorne:

—¿Sí?

—Naismith.

—Ah, entra, entra, Miles. —La voz cobró interés.

La puerta se deslizó a un lado y él entró detrás. Inmediatamente se dio cuenta de que el retraso en abrir la puerta era debido a que Thorne estaba en la cama, apoyado sobre un hombro. El cabello castaño suelto, la mano libre colgando del teclado con el que había abierto la puerta.

—Perdona —dijo él, retrocediendo, pero la puerta ya se había cerrado de nuevo.

—No, no importa. —El hermafrodita sonrió como entre sueños, dobló su cuerpo en una C y palmeó la cama, en una invitación. El lugar que palmeaba estaba justo enfrente de su regazo cubierto por las sábanas—. Siempre a tu disposición. Siéntate. ¿Quieres que te haga masajes en la espalda? Pareces tenso. —Esa cosa usaba un camisón abiertamente provocativo, seda tenue con puntillas y un cuello en uve muy pronunciado que revelaba la pálida piel de los pechos.

Él prefirió la silla. La sonrisa de Thorne adquirió un tono peculiar, sardónico, a pesar de que seguía perfectamente relajado. Se aclaró la garganta.

—Yo… he pensado que es hora de darte el informe más detallado que prometí. —
Debería haber controlado los turnos de guardia
. ¿Acaso el almirante Naismith no hubiera recordado el ciclo de sueño de su capitán?

—Es hora más que hora, creo yo. Me alegro que hayas salido de la niebla. ¿Qué coño estuviste haciendo en las últimas ocho semanas, Miles? ¿Quién murió?

—Nadie. Bueno, ocho clones, supongo.

—Mmm. —Thorne hizo un gesto de asentimiento. Se desvaneció la sinuosidad seductora de su postura y se sentó de nuevo, erguido, a sacarse con los puños el resto de los sueños de los ojos—. ¿Té?

—Claro. Bueno… puedo volver cuando termine el ciclo de sueño. —
Mas bien cuando tengas la ropa puesta
.

La cosa hizo girar las piernas envueltas en seda y las apoyó en el suelo.

—Por supuesto que no. De todos modos, falta una hora para que me levante. He estado esperando esta ocasión. —Caminó en chancletas hasta el armario del ritual del té. Él aprovechó el momento para colocar el cubo de datos en la comuconsola y se detuvo, amable y práctico a la vez, para que el capitán tomara los primeros tragos del líquido oscuro y caliente y se despertara del todo. Deseaba que volviera a ponerse el uniforme.

No encendió la pantalla hasta que Thorne se le acercó.

—Tengo un holomapa detallado del complejo médico de la Casa Bharaputra. Los datos no tienen más de cuatro meses. Más horarios de guardia y esquemas de patrulla y la seguridad es mucho mayor que la de un hospital civil normal, más bien como la de un laboratorio militar o algo por el estilo, pero no se trata de una fortaleza. La mayor preocupación es que los intrusos locales no puedan entrar a robar algo. Y, ya que estamos, que algunos de los pacientes menos voluntarios no abandonen el edificio por su cuenta. —Una parte significativa de su vida estaba en ese mapa, en el cubo.

La imagen, codificada en colores, se extendió en líneas y láminas de luz sobre la placa de vídeo. El complejo era exactamente eso: un vasto espacio de túneles, edificios, jardines terapéuticos, laboratorios, áreas de minifabricación, depósitos, garajes y hasta dos puertos de transbordadores con partida directa a la órbita del planeta.

Thorne bajó la taza, se inclinó sobre la comuconsola y miró con interés. Levantó el control remoto y dio vuelta al mapa, lo expandió, lo achicó, lo dividió.

—¿Queremos capturar las entradas de transbordador?

—No. Los clones están todos juntos aquí, en el ala oeste, en esta especie de hospicio. Supongo que si aterrizamos aquí en este patio de ejercicios, estaremos encima del dormitorio común. No me preocupa el daño que pueda causar el transbordador cuando baje.

—Naturalmente. —Una sonrisa apareció en la cara del capitán—. ¿Tiempo?

—Quiero que sea de noche. No tanto para cubrirnos puesto que no hay forma de disimular el aterrizaje de un transbordador de combate, como porque es el único momento en que todos los clones están juntos en un área pequeña. De día se los divide para hacer ejercicios, jugar, van a la piscina y a algunos otros sitios.

—¿Clases?

—No exactamente. Sólo les enseñan el mínimo necesario para socializarlos. Es suficiente con que sepan contar hasta veinte y leer carteles de señales. Los cerebros son descartables. —Ésa había sido la otra señal de que él era diferente de resto. Un verdadero tutor humano le había enseñado con varios programas de aprendizaje virtual en la computadora. Se había perdido durante días en la paciencia de las máquinas. A diferencia de sus tutores de Komarr, más adelante, ellas repetían la información infinitamente, no lo castigaban ni lo insultaban ni se ponían locos de rabia ni le pegaban o lo obligaban a cansarse físicamente hasta que vomitaba o se desmayaba…—. A pesar de todo eso, los clones adquieren una cantidad importante de información. Mucho de lo que saben viene de los juegos de holovídeo. Son chicos brillantes. Muy pocos tienen progenitores estúpidos: hay que tener capacidad para amasar la fortuna necesaria para comprar esa extensión de vida. Tal vez sean poco escrupulosos, pero estúpidos no son.

Los ojos de Thorne se aguzaron mientras diseccionaba el área del vídeo, separando los edificios capa por capa, estudiando el terreno.

—Así que… una docena de comandos Dendarii con todo el equipo despiertan a cincuenta o sesenta chicos de un buen sueño en medio de la noche… ¿Ellos saben que vamos a buscarlos?

—No. Y a propósito, asegúrate de que los de la tropa saben… no parecen chicos. Vamos a llevar los del último año de crecimiento. Tienen unos diez u once años de edad real, pero con la aceleración del crecimiento casi parecen adultos de veinte años.

—¿Delgados como adolescentes?

—No, no. Tienen una condición física espectacular. Son saludables. Mucho. El objetivo de utilizar este tipo de crianza y no una artificial es exactamente ése.

—¿Y saben… lo que les va a pasar? —preguntó Thorne frunciendo el ceño.

—No, no se lo dicen. Les cuentan todo tipo de mentiras, según el caso. Les dicen que están en una escuela especial, por razones de seguridad, para salvarlos de un peligro exótico, o que son príncipes o princesas o herederos de un hombre rico o de un militar importante, y que algún día, pronto, vendrán sus padres o sus tíos o sus embajadores a buscarlos y llevárselos a un futuro maravilloso… y luego, por supuesto, viene la última persona sonriente y los separa de sus compañeros y les dice que hoy es el día, y ellos corren… —se detuvo, tragó saliva —y buscan sus cosas y se enorgullecen de su suerte frente a sus amigos…

Thorne estaba golpeando el control del vídeo con la palma sin darse cuenta. Se le había ido el color de la cara.

—Me hago una idea.

—Y se van de la mano de sus asesinos, ansiosos, felices.

—Será mejor que no sigas, amenos que estés tratando de hacerme perder la última comida.

—Pero hace años que esto pasa —se burló él—. ¿Por qué tanta inquietud ahora? —Se arrancó la amargura. Naismith. Tenía que ser Naismith.

Thorne le dirigió una mirada penetrante, atento de pronto.

—Yo quería freírlos en la órbita la última vez, si mal no recuerdo. El que no quiso fuiste tú.

¿Qué última vez?
No en los últimos tres años. Mierda, iba a tener que leer la bitácora desde más atrás. Se encogió de hombros, con gesto ambiguo.

—Así que —dijo Thorne—, ¿estos chicos van a pensar que somos enemigos de sus padres, que los secuestramos justo cuando van a irse a casa? Preveo problemas…

BOOK: Danza de espejos
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