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Authors: Michael Reaves

Tags: #Ciencia Ficción

Darth Maul. El cazador en las tinieblas (18 page)

BOOK: Darth Maul. El cazador en las tinieblas
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Era difícil decirlo en esa siniestra oscuridad, pero, a juzgar por el eco de sus pasos, el túnel parecía estar ensanchándose de algún modo. A lo largo de los últimos centenares de metros habían estado pasando ante lo que parecían pasajes laterales, apenas algo más que manchones de oscuridad en las paredes, y la imaginación de Lorn se apresuró en poblarlos de todo tipo de desagradables moradores. Ratas blindadas grandes como aerocoches era una imagen de la que podía prescindir alegremente. La vida en los niveles superiores de Coruscant podía ser una experiencia maravillosa, al haberse erradicado siglos antes problemas como el de la contaminación ambiental. Pero los beneficios tecnológicos siempre tienen un precio, y si éste no lo pagaban los niveles superiores tendrían que hacerlo los inferiores. Bajo el paisaje urbano del planeta había un paisaje muy diferente, compuesto por desperdicios industriales y productos químicos carcinógenos. Los programas de noticias más sensacionalistas de la holored siempre hablaban de las peligrosas mutaciones que podían encontrarse en las alcantarillas y los sistemas de drenaje, historias que, en ese momento, Lorn no tenía problemas en creer. Estaba seguro de oír ominosos ruidos reptantes a los lados, un lento pisotear y arrastrar de alguna bestia bípeda al seguirlos, la furtiva respiración de algo enorme y hambriento a punto de saltar sobre ellos.
Para ya
, se dijo con severidad.
Sólo es tu imaginación
.

—¿Habéis oído eso? —preguntó Assant.

Se pararon. I-Cinco sondeó la oscuridad en varias direcciones con sus rayos oculares sin que revelaran nada más que viejas paredes cubiertas de musgo.

—Tengo los audiorreceptores a su máximo alcance. No oigo nada que pueda indicar peligro. Además, mis radares no detectan ningún movimiento en las proximidades.

—Puede que tú tengas un radar —dijo Assant—, pero yo tengo a la Fuerza, y en este momento me dice que no estamos solos.

—Imposible —dijo Lorn.

Los Jedi siempre usaban la Fuerza como un comodín, como una excusa para justificar todo tipo de actos y opiniones. No dudaba de la existencia de la Fuerza ni de que ellos pudieran controlarla, ya que había visto muchas muestras de ambas cosas. Pero tenía la impresión de que la usaban sobre todo para justificar actos cuestionables.

—¿De verdad crees que algo que pueda vivir aquí tendría acceso a un anulador de radar? —continuó diciendo.

Iba a enumerar varias razones sarcásticas sobre por qué era una idea ridícula cuando algo brotó de la oscuridad y le golpeó en la cabeza, haciéndole perder por un rato cualquier interés en proseguir la conversación.

— o O o —

Darsha sacó el sable láser de su clip y lo activó. No tenía ni idea de la clase de amenaza a la que se enfrentaban, pero, fuera cual fuera, les había rodeado. El androide y ella se colocaron espalda contra espalda, con la forma inconsciente de Pavan entre ellos, en el suelo. I-Cinco tenía las dos manos levantadas, con los dedos índices extendidos, como un niño que simulara apuntar con unas pistolas de rayos. Giró lentamente la cabeza en 360 grados, iluminando los alrededores. A la izquierda había una galería, dos más a la derecha. No se movía nada. No había indicación de dónde provenía el arma que había tumbado a Pavan. Era un palo curvado que en ese momento podía verse en el suelo, a los pies de la Jedi.

—Aquí estamos demasiado al descubierto —dijo en voz baja—. Coge a tu amigo y pongámonos al menos con la espalda contra la pared.

El androide no dijo nada. Manteniendo el dedo izquierdo extendido, bajó el otro brazo para rodear la cintura de Pavan, levantando al inconsciente humano con la misma facilidad con que Darsha habría levantado a un niño pequeño. Empezaron a moverse cautelosamente hacia la pared más próxima.

El ataque vino de la única dirección que no se esperaban: de arriba.

Una red de fina malla cayó sobre ellos sin previo aviso. Darsha sintió que se extendía encima suyo y la atacó con el sable láser, consiguiendo sólo que éste chirriara y emitiera una lluvia de chispas. Se dio cuenta demasiado tarde que la red estaba cargada con algún campo de fuerza. Sintió que una descarga de energía la recorría el cuerpo y la oscuridad volvió a envolverla, por segunda vez en las últimas horas.

Capítulo 19

D
isciplina.

La disciplina es todo. Conquista el dolor. Conquista el miedo.

Y, lo que es más importante, conquista el fracaso.

Fue la disciplina lo que permitió a Darth Maul sobrevivir a una caída de treinta metros sobre un montón de escombros y cascotes; la disciplina de combate teräs käsi, que le proporcionaba un control completo sobre su cuerpo, pudiendo realizar acrobacias aéreas para dirigir su caída y evitar saledizos ornamentales, cornisas y demás obstáculos potencialmente letales; la disciplina del Lado Oscuro, que le permitía manipular la gravedad, aminorando su descenso lo bastante como para golpear el suelo sin convertirse por ello en una bolsa de huesos rotos y órganos desgarrados. Maul pudo dirigir de ese modo la caída de su cuerpo y así sobrevivir, incluso estando medio aturdido a resultas de la inesperada explosión de su motojet.

Pero ni siquiera alguien en tan soberbia forma física como él podría salir de semejante explosión y caída completamente ileso. Tras el impacto, yació semiconsciente entre los restos, apreciando vagamente que a corta distancia tenía lugar una segunda explosión provocada por el aerocoche al estrellarse.

Yació allí, y recordó.

— o O o —

No hay dolor donde hay fortaleza.

A Darth Maul le parecía haber tenido siempre a su lado a su Maestro. Era una parte de su vida, implacable, indomable, inexorable. La disciplina había sido su guía desde mucho antes de aprender a hablar. Darth Sidious le había moldeado, esculpiendo su cuerpo y su mente como si fuera un arma sin fisuras, convirtiendo a un niño débil y plañidero en el guerrero definitivo. Y Maul estaba dispuesto a morir por él, sin preguntas ni titubeos. Los objetivos de Lord Sidious eran los objetivos de los Sith, y éstos debían hacerse realidad, costase lo que costase.

Toda la existencia de Maul había sido un entrenamiento continuo. Todo había sido ejercicio e instrucción desde sus primeros años, desde mucho antes de que la voz se le tornara grave. Había estudiado y aprendido los intrincados movimientos y formas del estilo de combate teräs käsi, con sus pautas de movimientos basadas en las actitudes de caza de diversas bestias de toda la galaxia: la «embestida del wampa», el «rancor rampante», la «serpiente dragón danzarina», y muchas más. Había realizado ejercicios en entornos que iban de la gravedad cero a campos gravitatorios que doblaban el de Coruscant. Había dominado el intrincado y peligroso uso del sable láser de doble hoja. Y todo ello con un fin: ser la mejor herramienta posible al servicio de la voluntad de su Maestro.

Pero no había aprendido sólo a luchar. Las enseñanzas de su Maestro habían abarcado mucho más que eso. También había aprendido discreción, subterfugio, intriga.

Lo que se hace en secreto tiene un gran poder.

Uno de sus primeros recuerdos era el de ser llevado ante el Templo Jedi. Tanto Sidious como él habían ido disfrazados de visitantes. El control que tenía su Maestro del Lado Oscuro había bastado para que sus enemigos no sintieran su presencia, siempre y cuando no entraran en el edificio. De todos modos, eso habría sido improbable, ya que el Templo no estaba abierto a los visitantes. Habían permanecido allí durante la mayor parte del día, señalándole Darth Sidious los diferentes rostros de sus enemigos a medida que éstos salían y entraban. A Maul le resultó emocionante darse cuenta de que podía estar en presencia de los Jedi, mientras escuchaba a su Maestro hablarle de su futura caída, sin que ellos tuvieran ni la más remota idea del inevitable destino que les aguardaba.

Ésta era la gran gloria y la oculta fortaleza de los Sith: el hecho de que sólo eran dos: Maestro y aprendiz. Sus operaciones clandestinas podían tener lugar prácticamente ante las mismas narices de los Jedi, y los muy idiotas no sospecharían nada hasta que fuera demasiado tarde. Pronto llegaría el día de la caída de los Jedi, muy pronto.

Pero para él nunca sería demasiado pronto.

La ira es algo vivo. Aliméntala y crecerá.

El twi’lek con el que combatió no había sido el primer Jedi con el que había cruzado el sable láser, pero no estaba muy lejos de volver a tener ese honor. Había sido revigorizante comprobar que él, Darth Maul, era mejor en combate que sus odiados enemigos. Ansiaba poder enfrentarse a uno de los guerreros Jedi más grandes: Quizá Plo Koon, o Mace Windu. Eso sí que pondría a prueba su habilidad. Y no tenía ninguna duda de que acabaría teniendo esa oportunidad. Su odio por los Jedi era lo bastante fuerte como para hacer real por sí solo una confrontación así.

Pronto.

— o O o —

Recuperó la consciencia, dándose cuenta que estaba tumbado sobre un montón de basura no muy lejos de donde el Jedi había provocado su propio fin y casi también el de Maul. Un saqueador devaroniano estaba a punto de quitarle el sable láser, caído cerca de él. El Sith miró al intruso, y éste no perdió tiempo en desaparecer.

Cogió el sable láser y se puso en pie. Sus músculos, huesos y tendones aullaron de dolor, pero el dolor no significaba nada. Lo único que importaba era saber si había completado o no su misión.

Los retorcidos restos del aerocoche yacían cien metros calle abajo. Maul lo investigó. Había quedado aplastado por grandes pedazos de ferrocreto y duracero que requerirían demasiado tiempo para ser movidos, hasta con la ayuda de la Fuerza. Abrió los sentidos, intentando determinar si el cuerpo de sus enemigos yacía bajo los cascotes. Lo que le dijo la Fuerza le hizo cerrar el puño en gesto de furia.

El aerocoche estaba vacío.

Cabía la posibilidad de que la explosión los hubiera arrojado fuera del coche antes de que cayeran los escombros, en cuyo caso los carroñeros de la ciudad debían haberse llevado los cuerpos del lugar. Pero no estaba seguro de que hubiera pasado de ese modo. Dado el tipo de suerte que había tenido el corelliano hasta ese momento, Maul sabía que sólo se sentiría cómodo informando a Lord Sidious de que por fin estaba resuelto el problema cuando viera el cadáver de Pavan, y a ser posible con la cabeza separada de los hombros gracias a su sable láser.

Empezaba a sentir cierto respeto por ese Lorn Pavan. Aunque gran parte de su capacidad para evadir a su destino podía achacarse a la suerte, el aprendiz de Sith debía admitir que otra parte se debía a los instintos de supervivencia de Pavan. Evidentemente, nunca habría durado tanto tiempo en los niveles bajos de no tener la capacidad de una cucaracha para sentir y evitar el peligro. Aun así, Maul estaba ligeramente impresionado. Cosa que tampoco era muy importante. La habilidad de su presa para permanecer con vida sólo haría que su inevitable triunfo fuera aún más satisfactorio.

Empezó a registrar la zona, rastreando los filamentos del Lado Oscuro, buscando el camino que habían tomado. Vio el quiosco casi de inmediato. Incluso sin la Fuerza para guiarlo, supo que era la única ruta de escape que podían haber tomado. Desgraciadamente, la explosión del aerocoche había cubierto de escombros la entrada al subterráneo.

Se le estaba agotando la paciencia. Cinco metros calle arriba había una rejilla de ventilación que parecía dar al mismo conducto subterráneo que el quiosco. Encendió uno de los extremos de su sable láser y lo hundió en la rejilla. La hoja cortó fácilmente los listones metálicos. La rejilla cayó un segundo después al interior del conducto, y Darth Maul la siguió.

Aterrizó con suavidad. El túnel entero temblaba por el rugido de alguna bestia titánica. Maul alzó la mirada para ver un transporte de carga sin conductor dirigiéndose hacia él a más de cien kilómetros por hora.

Cualquier otro, incluido un atleta entrenado en un campo gravitatorio mucho más pesado, habría quedado aplastado y reducido a papilla. Pero Maul se aferró a la Fuerza y dejó que lo desplazara hacia arriba y a un lado como si estuviera al extremo de una gigantesca banda elástica. El gigante metálico no le acertó por milímetros.

Maul se descubrió parado en una estrecha pasarela que parecía correr a un lateral del conducto. Miró a su alrededor, buscando con los ojos y la mente. Sí… habían escapado por aquí. Su rastro estaba fresco.

Podían huir, pero no esconderse.

Darth Maul reanudó la caza.

— o O o —

El primer pensamiento que tuvo Lorn cuando recuperó parcialmente la consciencia fue que para qué podía molestarse alguien en secuestrarlo y sacarlo de Coruscant para abandonarlo en uno de los gigantescos mundos gaseosos de la galaxia, probablemente Yavin. Resultaba obvio que era eso lo que había pasado, ya que sentía que la gravedad y la presión atmosférica lo aplastaban hasta convertirlo en una pasta sin huesos. Sobre todo a su cabeza. Y fuera lo que fuera lo que estuviera respirando, no se parecía ni de lejos a una cómoda mezcla de nitrógeno y oxígeno.

Igual habían aparcado en una órbita demasiado próxima al horizonte de un agujero negro, y esas fuerzas estaban haciéndole pedazos. Algo que explicaría por qué le dolía la cabeza de forma tan abominable, y por qué no sentía ni las manos ni los pies.

Pestañeó y vio cierta luz de color verdegrís. Se dio cuenta de que yacía sobre un frío suelo de piedra, con los brazos y piernas atados. La luz, por débil y temblorosa que fuera, seguía siendo excesiva para que pudiera encajarla con ese dolor de cabeza.
Esta vez sí que he debido cogerla buena
, pensó.
Puede que I-Cinco tuviera razón en lo de las células de mi hígado, pero no pienso admitirlo delante de él
.

Aun así, seguía habiendo algo raro en la situación. Sabía que si se daba la ocasión podía llegar a ser un borracho bastante desagradable, pero nunca había llegado al punto de que tuvieran que atarlo. Hmm. Igual debería volver a abrir sólo un ojo, con mucho cuidado, claro, y echar otro vistazo a su alrededor.

Mirándole a apenas un palmo de distancia había un rostro que no habría imaginado ni en sus peores pesadillas.

Lorn jadeó y se echó instintivamente hacia atrás, intentando apartarse de la monstruosa aparición. El repentino movimiento puso en marcha un detonador térmico que alguien había implantado en su cráneo con muy poco civismo, y el dolor le resultó tan asombrosamente intenso que por un momento se olvidó de la
cosa
que le observaba.

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