— o O o —
Darsha siguió a Lorn e I-Cinco por la escalerilla. Era una escalada larga y claustrofóbica, y resultaba agotadora tras los padecimientos sufridos. La idea de salir por fin de ese abismo sin ley que era el Pasillo Carmesí la ayudaba a seguir subiendo.
En lo alto había otra escotilla de acceso que I-Cinco abrió sin problemas. Le siguieron por ella y se encontraron en una gran sala que, a juzgar por su aspecto, antaño fue el generador de energía de varias manzanas de edificios. Tenía dos pisos de altura y estaba llena de conductos de todo tipo, con una abrumadora cantidad de pasarelas y lo que parecían varios generadores termales viejos. Debieron cerrar esa planta energética en algún momento del pasado para convertirla en un almacén. Al final de la sala había una sala de almacenaje de grueso duracero diseñada para desperdicios tóxicos. I-Cinco echó un vistazo en su interior.
—Más chatarra, incluyendo una pequeña cámara de congelación al carbón —informó, examinando luego el lugar para ver varios contenedores de combustible y tanques de gas almacenados por todo el lugar—. Yo en tu lugar no dispararía la pistola láser.
—Si de mí depende, no volveré a disparar una —repuso Lorn, con sincera intensidad.
Darsha miró a I-Cinco y habría jurado que el androide sonreía. Al otro lado de la sala había una puerta. En lo alto de las paredes había varias ventanas y la luz del sol entraba brillante por ellas. Le dio un abrazo a Lorn.
—Lo hemos conseguido.
Él pareció sorprenderse, sintiéndose luego inseguro, antes de dejarse llevar por el momento y devolver el abrazo. Pero, antes de que él pronunciase alguna palabra, la alegría de Darsha se desvaneció arrastrada por una inundación de temor.
Notó su presencia antes de poder verlo. Se separó de Lorn y giró hacia la puerta, sable láser en mano.
La puerta se abrió.
El Sith estaba allí.
D
arth Maul se detuvo en el umbral y contempló a su presa, sintiendo que la sorpresa y el horror de las dos personas que tenía ante sí llenaban toda la sala. Estaban atrapadas. Él lo sabía y ellas también, y eso hacía más glorioso aún ese momento. Sonrió con calma.
Había llegado con rapidez a la parte inferior del conducto, usando las luces de la deslizadora policial para abrirse paso entre el tráfico. Los había perdido, claro, pero un rápido reconocimiento del conducto le reveló el único destino lógico del grupo. Y durante todo ese tiempo había actuado con la menor conexión posible de la Fuerza, ocultándose a su abrazo. Había vivido por tanto tiempo dentro de las poderosas fronteras del Lado Oscuro que el dejar de hacerlo había hecho que se sintiera desnudo y ciego, pero había sido necesario para no delatarse ante la aprendiz Jedi que ayudaba a su presa. Había volado circundando el edificio, viendo en él sólo unas pocas ventanas de acero transparente y una única puerta al interior. Ni intentándolo podría haber concebido una trampa mejor.
Todavía más apartado de la Fuerza de como lo había estado en años, alargó hacia la puerta que conducía al interior del edificio el tentáculo de consciencia más pequeño que pudo crear. Y allí se había quedado, esperando la confirmación de que su presa llegaba a su último destino.
Y, cuando por fin llegó, él volvió a rodearse de la Fuerza, disfrutando de la sensación mientras el Lado Oscuro lo envolvía. Notó de inmediato la reacción de la padawan, y entonces abrió la puerta.
Darth Maul avanzó un paso, encendiendo las dos hojas de su sable láser. Había sido un momento perfecto, pero como todos los que son así, había sido fugaz, quedando ya atrás. Era momento de crear otro mucho más satisfactorio: el del triunfo por completar su misión.
— o O o —
Darsha se sintió paralizada por la sorpresa durante unos latidos de su corazón increíblemente largos, y derrotada por sus propias emociones. El miedo, la desesperación y la desesperanza clavaron las garras en ella, dejándola sin voluntad. Se enfrentaba al enemigo último: a un Sith que era mucho más poderoso en la Fuerza que ella. Había matado al Maestro Bondara, uno de los mejores luchadores de los Jedi.
Ríndete
, le susurraba insistente una voz en su cabeza.
Suelta el arma. Ríndete…
Pero cuando el Sith activó las hojas gemelas de su sable láser, se despertaron en ella los años de entrenamiento que casi se habían convertido en un instinto. El consejo desesperado que había oído en su cabeza fue acallado.
Abrazó a la Fuerza.
No hay emoción; hay paz.
Su miedo se evaporó, siendo reemplazado por la calma. Seguía siendo muy consciente de que el Sith era muy capaz de matarla, pero era una preocupación muy lejana. Si la muerte era inevitable, entonces sólo importaba la manera de enfrentarse a ella.
No hay ignorancia; hay sabiduría.
Ese mismo año había asistido a una clase sobre técnicas de combate impartida por el Maestro Yoda, y el recuerdo de la misma acudió a la padawan.
Yoda se había plantado ante los estudiantes allí reunidos y les había hablado con esa voz fina que de alguna manera llegaba a todos los rincones de la sala de conferencias sin necesidad de amplificadores.
—Mejor que el entrenamiento, la Fuerza es. Más que experiencia o agilidad proporciona.
Y había hecho una demostración. Tres miembros del Consejo —Plo Koon, Saesee Tiin y Depa Billaba, todos excelentes luchadores— avanzaron para atacarlo. El Maestro Yoda no iba armado, y no pareció moverse más de un metro con su paso lento y mesurado. Aun así, ninguno de los tres pudo ponerle un solo dedo encima. La lección le había llegado hasta lo más hondo: el conocimiento de la Fuerza era infinitamente mejor que la técnica.
Así que Darsha se sumergió en la Fuerza, sin intentar mantener algún control sobre ella, dejando que se apoderara de su persona, tal y como había hecho al enfrentarse al taozin y los raptores. ¿Cuántas veces le había dicho el Maestro Bondara que se relajara, que se limitara a dejarse llevar? Y así lo hizo en ese momento, sintiendo que conectaba con la Fuerza de una manera más profunda que nunca antes. No supo decir cómo lo sabía, sólo que era así. Sintió que sus sentidos se aguzaban hasta alcanzar el filo del diamante, y todos los detalles, visibles o invisibles, de la abandonada planta de energía resaltaron a sus ojos. Conocía cada pared, puerta y pieza de maquinaria, cada partícula de polvo.
Y supo lo que tenía que hacer.
Y todo ello en menos de un segundo.
Haciendo un pequeño gesto con la mano, Darsha empujó telequinéticamente a Lorn e I-Cinco hacia atrás, enviándolos a varias docenas de metros de distancia, hasta la sala de almacenamiento que sabía diseñada para ser lo bastante fuerte como para contener desperdicios peligrosos y volátiles. El Sith no podría llegar enseguida hasta ellos, así que eso les daría más tiempo. Con un pensamiento, estropeó el mecanismo de la cerradura para que la puerta no pudiera abrirse y encendió el sable láser. Su brillo dorado resplandeció en la penumbra de la vieja estación generadora.
Las hojas rubí del sable láser del Sith giraron cuando él saltó, y ella avanzó para recibirlo.
— o O o —
Lorn golpeó la puerta de la cámara de residuos, pero ésta no se abrió.
—¡Darsha! ¡Abre la puerta!
Tiró frenéticamente de la manilla, pero el cierre estaba estropeado. En la escotilla había una pequeña mirilla de acero transparente amarilleado, y por ella pudo ver a Darsha combatiendo al Sith, las hojas de energía entrechocando en una lluvia de chispas.
¡Era una locura! ¿Qué había hecho esa muchacha? Debía saber que no tenía ninguna oportunidad contra el demonio que había matado a su Maestro. Quizá los tres juntos habrían tenido alguna oportunidad, con su pistola y con los dedos láser de I-Cinco. Pero de ninguna manera podría ella hacer nada estando sola.
Iba a morir.
Y, con toda probabilidad, él la seguiría, pero no pensó en ello. Lo único que le importaba era abrir esa escotilla para llegar hasta ella y ayudarla de algún modo.
Sacó la cuchilla vibratoria de un bolsillo y lo probó con la cerradura. Nada.
—¡I-Cinco, sácanos de aquí! —gritó.
Cuando el androide no le respondió, se volvió para ver por qué.
Estaba encendiendo la unidad congeladora de carbono. Una nube de humo, de vapor de carbonita, llenaba la pequeña cámara.
—¿Qué estás haciendo? ¡Ella va a morir!
—Sí. Así es.
— o O o —
Darth Maul sintió un cambio en la Fuerza cuando la mujer avanzó hacia él. Interesante; era más poderosa de lo que él había supuesto. No importaba, claro. Él, que se había entrenado toda la vida para matar a los Jedi, no podía fallar en acabar con una simple padawan. Pero si era una contrincante de mayor valía emplearía más tiempo en matarla. Claro que no había otra salida del edificio; y su objetivo y el androide no irían a ninguna parte.
Bien podía disfrutar con eso.
Giró las hojas gemelas en un amplio arco por encima de su cabeza, lo más indicado para separar la parte superior del cuerpo de la inferior.
Y ella bloqueó el golpe con su arma de plasma amarillo, desviando la primera hoja, y deslizándola por la segunda para ir más allá de ella.
El Sith cambió de dirección, cargando hacia adelante, en la forma conocida como «sarlacc al ataque», para atravesarle el corazón.
Su envite fue desviado por ella con un golpe descendente, al tiempo que elevaba la punta para destriparlo.
Pero él ya no estaba en el misino sitio, ya que había dado una voltereta hacia atrás, aterrizando en una posición defensiva.
Darth Maul le enseñó los dientes. Era una digna contrincante para ser padawan. No conocía ningún Maestro Jedi que viviera en la Fuerza con más intensidad que ella en ese momento.
Pero acabaría por matarla. Lo sabía tanto como lo sabía ella.
Lanzó un ataque simultáneo, usando la Fuerza para lanzar contra ella una llave energética oxidada y un cubo lleno de cierres viejos que había sobre una mesa, al tiempo que él mismo saltaba hacia adelante, moviendo el sable láser en una variante de la «ola de la muerte» del teräs käsi.
Era un entretenimiento que ya duraba demasiado. Ya era hora de matarla y de ocuparse de su principal objetivo.
— o O o —
No hay pasión; hay serenidad.
Era cierto. Cada acto efectuado era concienzudo y bien definido, pero no estaba precedido de ninguna emoción o pensamiento consciente. La Fuerza la guiaba, ayudándola a realizar los relampagueantes movimientos necesarios para desviar los del Sith, y hasta a contraatacar.
Pero no bastaba con eso. El Sith era el mejor luchador que había visto Darsha. Sus movimientos eran precisos, su control de la Fuerza el de un músico tocando un intrincado solo. Todo lo cual hacía más urgente que la información sobre él llegara hasta el Templo.
Empleó la Fuerza para desviar la herramienta y el cubo con piezas que le había lanzado. Pero algunas de éstas le alcanzaron en piernas y torso cuando saltó cinco metros hasta una pasarela que recorría toda la longitud de la sala. Al aterrizar, captó un atisbo del rostro de Lorn, enmarcado en la mirilla de la escotilla de la unidad de contención. Apenas tuvo tiempo para recobrar el aliento antes de que el Sith volviera a estar ante ella. Tenía unos ojos hipnóticos, de un tono dorado que contrastaban siniestramente con los tatuajes negros y rojo sangre que le cubrían el rostro. No le impidieron bloquear sus golpes cuando redobló sus ataques, haciendo girar las dos hojas con tal rapidez que parecían fundirse para formar un escudo carmesí.
Cuando interpuso su hoja entre las de él se oyó un siseo, y saltó un fogonazo de chispas cuando se separaron, ella para desviar un golpe, él para atacar con la hoja contraria.
Darsha cortó del revés, notando un punto débil en la defensa de su enemigo.
Era una trampa cuidadosamente dispuesta, y él giró su arma para interrumpir el movimiento de la padawan, y al mismo tiempo acertarla de lleno.
Pero ella ya no estaba allí, al haberse propulsado lateralmente hacia una nueva posición situada a un metro de distancia, con el sable láser apuntando al pecho de su rival.
Y el Sith atacó, golpeando a izquierda-derecha-izquierda en una serie de movimientos que la dejaron agotada, pese a estar ayudada por la Fuerza. Desvió los golpes, forzando a su mente a no seguir la táctica de su contrincante, a relajarse y mantener su profunda conexión con la Fuerza. Los pensamientos eran un riesgo.
Notaba que su enemigo no compartía esa debilidad. Tenía un mayor control consciente del poder, y eso le daba ventaja. Si ella intentaba aumentar su control de la Fuerza, reduciría su capacidad para reaccionar, pero si no lo hacía así, sólo podría defenderse.
El dilema reverberó en ella mientras mantenía su conexión con lo que la rodeaba, explorando con sus sentidos, buscando alguna solución con la mente.
Cuando encontró una, la examinó y se dio cuenta de que era su única posibilidad.
— o O o —
Lorn agarró al androide por los brazos e intentó apartarlo de los controles de la unidad. Fue como intentar apartar un satélite de su órbita.
—¿Qué estás haciendo?
—Procurar que su sacrificio no sea en vano —contestó sin dejar de manipular los controles.
—¡No lo será, si disparas contra esa maldita puerta y la abres!
—Ni siquiera mis reacciones son tan rápidas como las del Sith —siguió diciendo I-Cinco, con voz enloquecedoramente calmada—. Y yo soy mucho más rápido que tú y que la padawan Assant. Está haciendo por nosotros lo que su Maestro hizo por ella… ganar tiempo.
—¿Y de qué servirá eso? Estamos encerrados en este lugar…
—Con una unidad congeladora de carbono que puede adaptarse para que nos ponga en crioéstasis.
La sorpresa impidió por un momento que Lorn siguiera protestando.
—Es teóricamente posible que un ser viviente sea congelado en un bloque de carbonita y que después se le reviva —continuó el androide—. Leí un interesante tratado al respecto en un número de
Scientific Galactica…
Lorn se volvió con un rugido pugnando por salir de su garganta y apuntó la pistola láser contra la cerradura de la escotilla. Llegaría hasta ella de un modo u otro.
—¡Para! —le ordenó I-Cinco—. Este lugar está sellado magnéticamente. El rebote acabaría por matarnos a los dos.
El corelliano giró sobre sus talones y apuntó a I-Cinco.