Authors: Charlaine Harris
De hecho, cuando llegué a casa había ya recuperado los ánimos. No había nadie. Dudé, preguntándome si llamar a Tara o suplicarle a Sam que se tomara una hora libre, o incluso llamar a Bill para que me acompañase a Hotshot..., simples muestras de debilidad por mi parte. Aquello tenía que hacerlo sola. Calvin me había aconsejado que fuera vestida cómoda y poco sofisticada, y mi uniforme del Merlotte's cumplía ambos requisitos. Pero no me parecía correcto presentarme en un acto como aquél vestida de esa manera. Podía haber sangre. No tenía ni idea. Me puse unos pantalones que utilizaba para hacer yoga y una sudadera vieja de color gris. Me recogí el pelo. Parecía que iba vestida como si fuera a hacer limpieza de armarios.
De camino a Hotshot, puse la radio y canté a todo pulmón para evitar pensar. Seguí el ritmo de Evanescence y coincidí con las Dixie Chicks en lo de que no pensaba venirme abajo..., una buena canción para subirte los ánimos.
Llegué a Hotshot bastante antes de las siete. La última vez que había estado allí había sido con motivo de la boda de Jason y Crystal, donde había bailado con Quinn. Fue esa visita de Quinn en la que intimamos. Viéndolo en retrospectiva, me arrepentía de haber dado aquel paso. Había sido un error. Había confiado en un futuro que nunca llegaría a ser. Me había precipitado. Esperaba no volver a cometer nunca más ese error.
Aparqué junto a la carretera, igual que lo hice para la boda de Jason. Esta noche no había tantos coches como aquélla, en la que habían sido invitados también humanos normales y corrientes. Pero había unos cuantos vehículos que no eran del pueblo. Reconocí la camioneta de Jason. Los demás pertenecían a los pocos hombres pantera que no vivían en Hotshot.
En el jardín trasero de la casa de Calvin se había congregado ya una pequeña multitud. El gentío me abrió paso hasta que llegué al centro del grupo y me encontré con Jason, Crystal y Calvin. Vi algunas caras conocidas. Una mujer pantera de mediana edad llamada Maryelizabeth me saludó con un ademán. Vi a su hija a su lado. La chica, cuyo nombre no conseguía recordar, no era ni mucho menos la única espectadora menor de edad. Me entró esa sensación espeluznante que te pone la piel de gallina, esa sensación que tenía cada vez que intentaba imaginarme la vida diaria en Hotshot.
Calvin miraba al suelo y no levantó la vista. Tampoco Jason me miró a los ojos. Sólo Crystal estaba erguida y desafiante, clavando su mirada en la mía, retándome a mirarla. Me atreví, y pasado un instante desvió la vista.
Maryelizabeth llevaba en la mano un libro viejo y desvencijado que abrió por la página que había marcado con un pedazo de periódico. La comunidad se quedó inmóvil. Para eso estaban todos allí reunidos.
—Gente del colmillo y la garra, nos hemos reunido aquí porque uno de nosotros ha roto sus votos —leyó Maryelizabeth—. En la ceremonia de matrimonio de Crystal y Jason, panteras de esta comunidad, ambos prometieron ser fieles a sus votos de matrimonio, tanto en su forma felina como en estado humano. El representante de Crystal fue su tío Calvin, y el de Jason fue su hermana, Sookie.
Me di cuenta de que las miradas de todos los miembros de la comunidad pasaron de Calvin a mi persona. Muchos de aquellos ojos eran de color amarillo dorado. La endogamia había producido en Hotshot resultados algo alarmantes.
—Crystal ha roto sus votos, un hecho presenciado por ambos representantes, y, debido a su embarazo, su tío se ha ofrecido a recibir el castigo en lugar de Crystal.
Aquello iba a ser más desagradable de lo que me imaginaba.
—Teniendo en cuenta que Calvin ocupa el puesto de Crystal, ¿deseas ocupar, Sookie, el puesto de Jason?
«Oh, mierda». Miré a Calvin consciente de que mi expresión le preguntaba si había alguna manera de salir de todo aquello. Y su expresión me respondió que no. De hecho, su expresión era de lástima por mí.
Jamás perdonaría a mi hermano, ni a Crystal, por aquello.
—Sookie —dijo Maryelizabeth.
—¿Qué tendría que hacer? —pregunté, y si mi voz sonó apagada, llena de rencor y de rabia, tenía buenos motivos para ello.
Maryelizabeth volvió a abrir el libro y leyó la respuesta.
—Existimos gracias a nuestra agudeza y nuestras garras y, si la fe se quebranta, una garra se quebranta —dijo.
Me quedé mirándola, tratando de dar sentido a sus palabras.
—O tú o Jason tenéis que partirle un dedo a Calvin —dijo simplemente—. De hecho, y ya que Crystal rompió por completo sus votos, tenéis que partirle por lo menos dos. Más sería mejor. Jason será quien elija.
«Más sería mejor». Por Dios y por todos los Santos. Intenté mostrarme serena. ¿Quién le haría más daño a mi amigo Calvin? Mi hermano, sin duda. Si me consideraba verdaderamente amiga de Calvin, tenía que ocuparme yo. ¿Tendría valor para hacerlo? Pero el tema no estaba en mis manos.
—No creía que esto fuera a pasar, Sookie —dijo Jason. Parecía a la vez enfadado, confuso y a la defensiva—. Si Calvin lo hace por Crystal, quiero que Sookie lo haga por mí —le dijo a Maryelizabeth. Jamás pensé que podía llegar a odiar a mi propio hermano, pero en aquel momento descubrí que era posible.
—Que así sea —dijo Maryelizabeth.
Intenté animarme mentalmente. Al fin y al cabo, no era quizá tan malo como había anticipado. Me había imaginado a Calvin siendo fustigado o teniendo que fustigar a Crystal. O tal vez haciendo cosas horrorosas con cuchillos; eso habría sido mucho peor.
Intenté creer que no podía ser tan malo hasta el momento en que dos de los hombres se acercaron con un par de bloques de hormigón y los depositaron sobre la mesa de picnic.
Y entonces, Maryelizabeth sacó de no sé dónde un ladrillo. Me lo entregó.
Mi cabeza empezó a temblar de forma involuntaria y sentí una fuerte punzada en el vientre. Las náuseas me revolvieron el estómago. Con la mirada fija en aquel ladrillo rojizo, empecé a imaginarme lo que aquello me costaría.
Calvin dio un paso adelante y me cogió la mano. Se inclinó para hablarme al oído.
—Querida —dijo—, tienes que hacerlo. Lo acepté cuando opté por representarla en la boda. Y sabía quién era. Y tú conoces a Jason. Podría muy fácilmente haber sido al contrario. Podría ser yo quien estuviera a punto de hacértelo a ti. Y tú no tienes tanta capacidad de curación como yo. Es mejor así. Y tiene que ser así. Es lo que exige nuestra gente. —Se enderezó y me miró a los ojos. Los suyos eran dorados, tremendamente extraños y resolutos.
Junté los labios y me obligué a asentir. Calvin me lanzó una mirada vigorizante y ocupó su lugar en la mesa. Colocó la mano sobre los bloques de hormigón. Sin más preámbulos, Maryelizabeth me entregó el ladrillo. El resto de las panteras esperaba pacientemente a que yo llevara a cabo el castigo. Los vampiros lo habrían engalanado todo con un vestuario acorde para la ocasión y seguramente habrían utilizado un ladrillo superespecial procedente de cualquier viejo templo, pero no era el caso de las panteras. Aquél no era más que un vulgar ladrillo. Lo sujeté con ambas manos por el lado más largo.
Después de observarlo durante un interminable minuto, le dije a Jason:
—No quiero volver a hablar contigo nunca. Jamás. —Miré entonces a Crystal—. Espero que lo disfrutaras, puta —dije, me volví lo más rápidamente posible y dejé caer el ladrillo sobre la mano de Calvin.
Amelia y Octavia estuvieron un par de días revoloteando por casa hasta que decidieron que la mejor política que podían seguir era dejarme sola. Leer sus pensamientos ansiosos sólo servía para ponerme aún más arisca, pues no deseaba aceptar el consuelo de nadie. Tenía que sufrir yo misma lo que había hecho y esto significaba no poder aceptar nada que aminorara mi tristeza. De modo que me dediqué a pasear por toda la casa mi estado de humor triste, enfurruñado y ensimismado.
Mi hermano se pasó una vez por el bar, y le di la espalda. Dove Beck decidió no beber más en el Merlotte's, una decisión que me parecía bien, pese a ser para mí el menos culpable de todos ellos (lo que no lo convertía en un personaje libre de toda culpa). Cuando entró por la puerta Alcee Beck comprendí enseguida que su hermano se había confesado con él, pues Alcee estaba todavía más malhumorado que de costumbre y me miraba a los ojos cada vez que podía, simplemente para darme entender que se encontraba en la misma posición que yo.
Calvin no apareció, a Dios gracias. No lo habría soportado. Me bastaba con las conversaciones de sus compañeros de trabajo de Norcross en las que se mencionaba el accidente que había sufrido trabajando en casa con su camioneta.
La tercera noche, y de la forma más inesperada, Eric se presentó en el Merlotte's. Una sola mirada y de repente noté la garganta floja y los ojos llenos de lágrimas. Pero Eric entró como si fuese el propietario del local y fue directamente al despacho de Sam. Instantes después, Sam asomó la cabeza indicándome con señas que pasara yo también.
Entré, sin esperar que Sam cerrase la puerta de su despacho.
—¿Qué sucede? —me preguntó Sam. Llevaba días intentando averiguarlo y yo me había defendido en todo momento de sus bienintencionadas preguntas.
Eric se había colocado a un lado, con los brazos cruzados sobre su pecho. Realizó un gesto con una mano que quería decir: «Cuéntanoslo, estamos esperando». A pesar de su brusquedad, su presencia sirvió para relajar el nudo que sentía en mi interior, el nudo que había mantenido las palabras encerradas en mi estómago.
—Le hice pedazos la mano a Calvin Norris —dije—. Con un ladrillo.
—Eso es que..., él fue el representante de tu cuñada en la boda —dijo Sam, atando rápidamente cabos. Eric ponía cara de no entender nada. Los vampiros saben alguna que otra cosa sobre cambiantes (necesitan saberlo) pero se consideran muy superiores a ellos, por lo que no se esfuerzan en aprender detalles concretos sobre los rituales y el ritmo que comporta ser un cambiante.
—Tuvo que partirle la mano, que no es más que la representación de la garra cuando adoptan la forma de pantera —explicó Sam con impaciencia—. Ella representaba a Jason. —Sam y Eric intercambiaron una mirada que me asustó por su total consonancia. A ninguno de los dos le gustaba Jason ni una pizca.
Sam me miró a mí y luego a Eric, como si esperara que Eric hiciera alguna cosa para que yo me sintiera mejor.
—No le pertenezco —dije de forma cortante, pues todo aquello me hacía sentirme manejada en cierto sentido—. ¿Creías que la presencia de Eric me haría sentir feliz y despreocupada?
—No —respondió Sam, también algo enojado—. Pero esperaba que te ayudara a hablar de lo que te pasa.
—Lo que me pasa —dije en voz baja—. De acuerdo, lo que me pasa es que mi hermano lo dispuso todo para que Calvin y yo fuéramos a ver a Crystal, que está embarazada de cuatro meses, y lo arregló de tal manera que coincidiéramos allí al mismo tiempo. Y que cuando llegáramos, nos encontráramos a Crystal en la cama con Dove Beck. Como Jason sabía que sucedería.
—Y por esto —dijo Eric— le tuviste que partir los dedos al hombre pantera. —Con el mismo tono podría haberme preguntado también si tuve que hacerlo adornada con huesos de pollo y dando tres vueltas antes en torno a él, pues era evidente que aquello eran las extravagantes costumbres de una tribu primitiva.
—Sí, Eric, eso es lo que tuve que hacer —dije apesadumbrada—. Tuve que partirle los dedos a mi amigo con un ladrillo y delante de un montón de gente.
Por primera vez, Eric pareció darse cuenta de que no había enfocado bien el tema. Sam lo miraba exasperado.
—Y yo que pensaba que serías de gran ayuda —dijo.
—Tengo muchos temas en marcha en Shreveport —replicó Eric algo a la defensiva—. Entre ellos, ser el anfitrión del nuevo rey.
Sam murmuró entre dientes algo que me sonó sospechosamente similar a «Jodidos vampiros».
Aquello era totalmente injusto. Esperaba recibir toneladas de compasión al confesar finalmente el motivo de mi malhumor. Pero Sam y Eric estaban tan ofuscados, enfadados el uno con el otro, que ninguno de los dos me prestó ni un momento de atención.
—Bueno, gracias, chicos —dije—. Ha sido muy divertido. Eric, has sido de gran ayuda..., aprecio mucho tus palabras amables. —Y salí, como hubiera dicho mi abuela, dejando el pabellón muy alto. Regresé al bar y atendí las mesas con una cara tan seria que me di cuenta de que algunos me tenían tanto miedo que se reprimieron incluso de pedirme más bebidas.
Viendo que Sam seguía en su despacho con Eric, decidí limpiar las superficies de detrás de la barra... Era muy posible, de todos modos, que Eric se hubiese marchado ya por la puerta de atrás. Fregué, froté y preparé algunas cervezas para Holly, y lo coloqué todo tan meticulosamente bien que pensé que Sam tendría algún pequeño problema para encontrar las cosas. Quizá durante un par de semanas.
Sam apareció listo para ocupar su puesto, miró el mostrador con muda insatisfacción y sacudió la cabeza para indicar que me largara de detrás de la barra. Mi mal humor iba en aumento.
¿Sabes lo qué sucede a veces cuando alguien intenta animarte...? ¿Y tú ya has decidido que por narices nada en el mundo te hará sentirte mejor? Sam me había puesto a Eric delante como si éste fuera una pildora de la felicidad que se me pudiera administrar sin más, y estaba molesto porque no me la había tragado. Y yo, en lugar de sentirme agradecida al ver que Sam me tenía tanto cariño, hasta el punto de haber llamado a Eric, me enfadaba con él por haber dado por sentado aquello.
Estaba de un humor completamente negro.
Quinn no estaba. Lo había hecho desaparecer. ¿Un error estúpido o una decisión inteligente? El veredicto estaba aún por ver.
En Shreveport había muerto un montón de hombres lobo por culpa de Priscilla, y yo había sido testigo de la muerte de varios de ellos. Créeme, esas cosas te calan hondo.
Habían muerto además varios vampiros, incluyendo algunos con los que había tenido bastante trato.
Mi hermano era un cabrón taimado y manipulador.
Mi bisabuelo jamás me llevaría de pesca con él.
De acuerdo, empezaba a ponerme tonta. De pronto, sonreí al imaginarme al príncipe de las hadas vestido con un viejo pantalón vaquero con peto y una gorra de béisbol de los Bon Temps Hawks, con una lata de gusanos en una mano y un par de cañas de pescar en la otra.
Miré a Sam de reojo mientras retiraba los platos de una mesa. Le guiñé el ojo.
Sam dio media vuelta, moviendo la cabeza de un lado a otro, pero capté un amago de sonrisa en las comisuras de su boca.