Authors: Charlaine Harris
—Tengo ganas de quererle —dije—. Es tan bello y parece tan interesado... pero la verdad es que da mucho, mucho...
—Miedo —dijo Sam para completar la frase.
—Sí.
—¿Y se acercó a ti a través de Eric?
Ya que por lo visto a mi bisabuelo le parecía bien que Sam conociera su existencia, le conté los detalles de mi primer encuentro con Niall.
—Hmmm. La verdad es que no sé qué opinar respecto a todo esto. Debido a la tendencia que presentan los vampiros a comerse a las hadas, los vampiros y las hadas no suelen interactuar.
—Niall es capaz de camuflar su olor —le expliqué con orgullo.
Sam sufría una sobrecarga de información.
—Otra cosa que no había oído decir nunca. Me imagino que Jason no tiene ni idea de todo esto.
—Oh, Dios mío, no.
—¿Sabes que se pondría celoso y se enfadaría contigo?
—¿Por el hecho de que yo conozco a Niall y él no?
—Sí. Le corroería la envidia.
—Sé que Jason no es la persona más generosa del mundo —empecé a decir, y me interrumpí cuando Sam resopló—. De acuerdo —dije—, es un egoísta. Pero sigue siendo mi hermano y tengo que estar a su lado. Aun así, tal vez sea mejor que no se lo diga nunca. De todos modos, y aun después de haberme dicho que mantuviera su presencia en secreto, he visto que Niall no ha tenido el más mínimo problema en cuanto a mostrarse ante ti.
—Supongo que antes habrá hecho sus comprobaciones —dijo en voz baja Sam. Me abrazó, un gesto que fue para mí una agradable sorpresa. Tenía la sensación de que necesitaba un abrazo después de la aparición de Niall. Le devolví el abrazo a Sam. Era cálido, y reconfortante, y humano.
Aunque ninguno de los dos fuéramos del todo humanos.
Pero al instante pensé: «Lo somos, también». Teníamos más en común con los humanos que con la otra parte de nosotros. Vivíamos como humanos; moriríamos como humanos. Conocía muy bien a Sam y sabía que deseaba tener una familia, alguien a quien amar y un futuro que incluía todo lo que los humanos normales y corrientes deseaban: prosperidad, salud, descendencia, risas. Sam no quería ser el líder de ninguna manada y yo no quería ser la princesa de nadie, aunque tampoco que cualquier hada de pura sangre pensara que yo no era más que un subproducto inferior de su propia maravilla. Ésa era una de las grandes diferencias entre Jason y yo. Él pasaría la vida deseando ser más sobrenatural de lo que era; yo había pasado la mía deseando serlo menos, si es que mi telepatía era realmente un hecho sobrenatural.
Sam me dio un beso en la mejilla y luego, después de un instante de duda, dio media vuelta para dirigirse a su tráiler, cruzó la verja situada entre el bien recortado seto y subió las escaleras que daban acceso al pequeño porche que había construido junto a la puerta. Cuando introdujo la llave en la cerradura, se volvió y me sonrió.
—Otra noche, ¿vale?
—Sí—dije—. Otra noche.
Sam me observó subir al coche e hizo un gesto para recordarme que cerrara las puertas con el seguro. Esperó a que le obedeciera y entró en el tráiler. Durante el camino de vuelta a casa anduve cavilando sobre preguntas profundas y preguntas superficiales, y tuve suerte de no encontrar tráfico en la carretera.
Cuando al día siguiente aparecí soñolienta, me encontré con Amelia y Octavia sentadas en la cocina. Amelia había agotado todo el café, pero había limpiado la cafetera y en cuestión de minutos tuve a punto mi tan necesitada taza. Amelia y su mentora mantenían una discreta conversación mientras yo farfullaba de un lado a otro sirviéndome unos cereales, añadiéndoles un poco de azúcar y vertiendo la leche por encima. Me encorvé sobre el tazón porque no quería derramar leche sobre mi camiseta de tirantes. Y, por cierto, empezaba a hacer demasiado frío como para andar por casa con camiseta de tirantes. Me puse una chaqueta barata hecha con tela de chándal y así pude acabar mi café y mis cereales a gusto.
—¿Qué os lleváis entre manos vosotras dos? —pregunté, indicando con ello que ya estaba preparada para interactuar con el resto del mundo.
—Amelia me ha contado tu problema —dijo Octavia—. Y me comunicado también tu amable oferta.
¿Qué oferta?
Asentí con sensatez, como si supiera de qué me hablaba.
—No tienes ni idea de lo feliz que me hace poder irme de casa de mi sobrina —dijo ansiosa la mujer de más edad—. Janesha tiene tres pequeños, incluyendo uno que justo está empezando a caminar, y un novio que entra y sale. Duermo en el sofá del salón y cuando los niños se despiertan por la mañana, entran y ponen los dibujos. Aunque yo esté todavía durmiendo. Es su casa, claro está, y llevo ya semanas allí, de modo que han perdido la noción de que soy una invitada.
Comprendí que Octavia dormiría a partir de ahora en la habitación que había delante de la mía o en la que quedaba libre arriba. Prefería que fuese en la de arriba.
—Y ahora que soy mayor, necesito tener un lavabo más cerca. —Me miró con ese menosprecio irónico que muestra la gente cuando admite el paso del tiempo—. De modo que abajo me iría de perlas, sobre todo si tengo en cuenta la artritis de mis pobres rodillas. ¿Te he comentado ya que el apartamento de Janesha está en un piso alto?
—No —dije casi sin mover la boca. Jesús, qué deprisa había ido todo.
—Y ahora vayamos con tu problema. No practico la magia negra ni nada por el estilo, pero necesitas alejar de tu vida a estas dos mujeres, tanto a la enviada de la señorita Pelt como a ella misma.
Moví vigorosamente la cabeza en sentido afirmativo.
—De modo que hemos tramado un plan —dijo Amelia, incapaz de mantenerse callada por más tiempo.
—Soy toda oídos —dije, y me serví una segunda taza de café. La necesitaba.
—La manera más sencilla de librarse de Tanya, naturalmente, es contarle a tu amigo Calvin Norris lo que está haciendo —dijo Octavia.
Me quedé mirándola boquiabierta.
—Probablemente, esta solución daría como resultado que a Tanya le pasasen cosas bastante malas —dije.
—¿No es eso lo que quieres? —La apariencia inocente de Octavia era realmente maliciosa.
—Bueno, sí, pero no quiero que muera. No quiero que le suceda nada que no pueda superar. Simplemente quiero que se marche y no regrese jamás.
—Que se marche y no regrese jamás suena a bastante definitivo —apuntó Amelia.
También me lo sonaba a mí.
—Lo diré con otras palabras. Quiero que viva su vida, pero lejos de mí —dije—. ¿Queda así bastante claro? —No pretendía ser cortante, sino simplemente expresar de forma correcta lo que pretendía.
—Sí, señorita. Creo que eso lo hemos comprendido —dijo Octavia empleando un tono gélido.
—No quiero que haya malos entendidos —dije—. Hay mucho en juego. Me parece que a Calvin le gusta Tanya. Por otro lado, estoy segura de que Calvin podría espantarla con total efectividad.
—¿Lo suficiente como para que se fuese para siempre?
—Tendrías que demostrar que dices la verdad —dijo Amelia—. En cuanto a que quiere sabotearte.
—¿Qué habéis pensado? —pregunté.
—Muy bien, te contaremos lo que hemos pensado —dijo Amelia, y me expuso a continuación la Fase Uno, algo que podría haber pensado por mí misma. La ayuda de las brujas, sin embargo, serviría para que el plan funcionase sobre ruedas.
Llamé a Calvin y le pedí que se pasase por mi casa a la hora de comer, cuando tuviera tiempo. Se quedó sorprendido al oírme, pero accedió a mi petición.
Y más sorprendido se quedó cuando entró en la cocina y encontró allí a Amelia y Octavia. Calvin, el líder de los hombres pantera que vivían en la pequeña comunidad de Hotshot, había coincidido ya varias veces con Amelia, pero no conocía a Octavia. La respetó de inmediato porque al instante reconoció su poder. Un detalle que fue de gran ayuda.
Calvin tendría unos cuarenta y cinco años, era fuerte y robusto, seguro de sí mismo. Empezaba a mostrar canas, pero caminaba erguido como si se hubiera tragado un palo y poseía un carácter calmado que impresionaba a todo el mundo. Estuvo durante un tiempo interesado por mí, y me dolía no haber podido sentir lo mismo. Era un buen hombre.
—¿Qué sucede, Sookie? —dijo después de rechazar la oferta de unas galletas, un té o una Coca-Cola.
Respiré hondo.
—No me gusta ir contando chismes de la gente, Calvin, pero tenemos un problema —dije.
—Tanya —replicó de inmediato.
—Sí —dije, sin molestarme en esconder lo aliviada que me sentía.
—Es muy astuta —dijo, y no me gustó nada sentir cierto tono de admiración en su voz.
—Es una espía —dijo Amelia. Amelia iba directa al grano.
—¿De quién? —Calvin ladeó la cabeza hacia un lado, sin estar sorprendido pero con curiosidad.
Le conté una versión resumida de la historia, una historia que estaba tremendamente harta de repetir. Pero Calvin necesitaba saber que tenía un gran problema con los Pelt, que Sandra me perseguiría hasta la tumba, que Tanya era pesada como un tábano.
Calvin estiró las piernas mientras escuchaba, con los brazos cruzados sobre su pecho. Llevaba unos pantalones vaqueros nuevos y una camisa de cuadros. Olía a árboles recién cortados.
—¿Quieres lanzarle un hechizo? —le preguntó a Amelia cuando yo terminé con mi explicación.
—Queremos —dije—. Pero necesitamos que la traigas aquí.
—¿Cuál sería el efecto? ¿Le haría algún daño?
—Perdería el interés por hacerle daño a Sookie y a su familia. Ya no querría seguir obedeciendo a Sandra Pelt. No le haría ningún daño físico.
—¿Le supondría un cambio mental?
—No —dijo Octavia—. Pero no es un hechizo tan seguro como el que la llevaría a no querer venir por aquí nunca más. Si le practicásemos este último, se iría de aquí y no querría volver jamás.
Calvin reflexionó sobre el tema.
—Esa chica me gusta —dijo—. Está llena de vitalidad. Pero me preocupan los problemas que está causando entre Jason y Crystal y he estado pensando en qué pasos dar para que Crystal deje de gastar como una loca. Me imagino que el tema está bien claro.
—¿Te gusta? —pregunté. Quería todas las cartas sobre la mesa.
—Eso he dicho.
—No, me refiero a si te «gusta».
—Bueno..., nos lo pasamos bien los dos de vez en cuando.
—No quieres que se vaya —dije—. Quieres intentar la otra alternativa.
—Es más o menos eso. Tienes razón: no puede quedarse y seguir tal como es. O cambia su forma de ser, o se marcha. —No parecía muy satisfecho con la idea—. ¿Trabajas hoy, Sookie?
Miré el calendario de la pared.
—No, es mi día libre. —Iba a tener dos días libres seguidos.
—Iré a buscarla y la traeré aquí esta noche. ¿Tendrán las señoras tiempo suficiente para prepararlo todo?
Las dos brujas se miraron y se consultaron en silencio.
—Sí, será suficiente —dijo Octavia.
—Llegaremos hacia las siete —dijo Calvin.
El asunto iba inesperadamente sobre ruedas.
—Gracias, Calvin —dije—. Has sido de gran ayuda.
—Si funciona, mataremos varios pájaros de un solo tiro —dijo Calvin—. Ahora bien, si no funciona, claro está, estas dos señoras dejarán de estar en mi lista de personas favoritas. —Su voz sonó completamente prosaica.
Las dos brujas no quedaron muy satisfechas.
Calvin vio entonces a Bob, que acababa de entrar en la estancia.
—Hola, hermano —le dijo Calvin al gato. Miró a Amelia con ojos entrecerrados—. Me parece que no siempre te salen bien los trucos.
Amelia dio la impresión de sentirse culpable y ofendida al mismo tiempo.
—Éste funcionará —dijo entre dientes—. Ya verás.
—Eso espero.
Pasé el resto del día dedicada a la colada, repasándome las uñas, cambiando las sábanas..., todas esas tareas que reservas para cuando tienes tu día libre. Pasé por la biblioteca para cambiar mis libros y no sucedió absolutamente nada. Estaba de guardia una de la ayudantes a tiempo parcial de Barbara Beck, lo que me vino muy bien. No me apetecía recordar otra vez el horror del ataque, como me sucedería a buen seguro durante mucho tiempo cada vez que me encontrara con Barbara. Me di cuenta de que la mancha había desaparecido del suelo de la biblioteca.
Después fui al supermercado. No hubo ataques de hombres lobo, ni aparecieron vampiros. Nadie intentó matarme a mí ni a ningún conocido mío. No aparecieron nuevos parientes secretos y absolutamente nadie intentó involucrarme en sus problemas, maritales o del tipo que fuese.
Cuando llegué a casa, podría decirse que todo apestaba a normalidad.
Me tocaba cocinar y decidí hacer unas costillas de cerdo. Cuando preparo mi mezcla favorita para empanar lo hago en grandes cantidades, de modo que dejé las costillas en remojo con leche y luego las rebocé con la mezcla para que estuvieran listas para introducir en el horno. También dejé hechas unas manzanas rellenas con pasas, canela y mantequilla, que puse en el horno, y a continuación aliñé unas judías verdes de lata, un poco de maíz también de lata y lo puse a calentar a fuego lento. Al cabo de un rato, abrí el horno para poner la carne. Pensé en preparar también unas galletas, pero me pareció que ya teníamos suficientes calorías en marcha.
Mientras yo cocinaba, las brujas estaban en la sala de estar preparando sus cosas. Me dio la impresión de que se lo pasaban en grande. Oía la voz de Octavia, que me recordaba la de una maestra. De vez en cuando, Amelia le formulaba una pregunta.
Mientras cocinaba, siempre solía murmurar para mis adentros. Confiaba en que el hechizo funcionase y me sentía agradecida con las brujas por mostrarse tan solícitas y querer ayudarme. Pero me sentía un poco dejada de lado en el ámbito doméstico. La breve mención que le había hecho a Amelia diciéndole que Octavia podía quedarse con nosotras por una temporada había sido algo provocado por el calor del momento. (Estaba segura de que a partir de ahora vigilaría mejor mis conversaciones con mi compañera de casa). Octavia no había mencionado si se quedaría en mi casa por un fin de semana, un mes o por un periodo de tiempo indefinido. Y eso me daba miedo.
Me imaginaba que podría haber acorralado a Amelia y decirle: «No me has preguntado si Octavia podía quedarse justo ahora en este momento, y estamos en mi casa». Pero tenía una habitación libre y Octavia necesitaba un lugar donde hospedarse. Era un poco tarde para descubrir que no me sentía del todo feliz al tener una tercera persona en la casa..., una tercera persona a la que apenas conocía.