Deja en paz al diablo (46 page)

Read Deja en paz al diablo Online

Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

BOOK: Deja en paz al diablo
3.6Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Bueno, Dave, dígame: ¿qué demonios pretende?

—Si concreta un poco más la pregunta, estaré encantado de responderla.

La teniente miró su ensalada. Pinchó una de las guindillas con el tenedor, se la metió en la boca, la masticó y se la tragó sin ningún signo de desasosiego.

—Creo que está muy muy implicado en este caso. Me parece que es más que un favor que le está haciendo a una chiquilla con una idea fantástica. Así que dígame qué es. Necesito saberlo.

Gurney sonrió.

—¿Por casualidad Daker le ha contado que RAM quiere que colabore en un programa de televisión sobre operaciones policiales fallidas?

—Algo así.

—Bueno, no tengo ninguna intención de hacerlo.

Ella le dedicó una mirada larga y apreciativa.

—Vale. ¿Tiene algún otro interés económico o profesional en este caso?

—No.

—Bien. Así pues, ¿de qué se trata? ¿Qué le atrae?

—Hay un boquete en el caso lo bastante grande para que pase un camión. También es lo bastante grande para no dejarme dormir por la noche. Y han ocurrido cosas peculiares concebidas para acabar con el proyecto de Kim y desalentarme con respecto a mi participación. Tengo una reacción contraria a esa clase de esfuerzos: empujarme hacia la puerta hace que quiera quedarme en la sala.

—Antes yo misma he dicho algo parecido. —Lo soltó de una manera tan plana que resultaba difícil saber si pretendía establecer camaradería o si se trataba de una advertencia para que no intentara manipularla. Antes de que Gurney pudiera decidir entre ambas posibilidades, ella continuó—: Pero tengo la sensación de que hay algo más, ¿me equivoco?

Se preguntó lo sincero que tenía que ser.

—Hay más. Soy reacio a contárselo, porque me hace parecer estúpido, pequeño y resentido.

Bullard se encogió de hombros.

—La vida está llena de elecciones básicas, ¿no? Podemos parecer fantásticos, elegantes y geniales, o podemos decir la verdad.

—Cuando empecé a examinar el caso del Buen Pastor para Kim Corazon, le pregunté a Holdenfield si creía que el agente Trout estaría dispuesto a verme para escuchar mi punto de vista del caso.

—¿Y ella dijo que no lo haría, porque usted ya no es un miembro activo de la policía?

—Peor, me dijo: «Está de broma». Solo ese pequeño comentario. Un pequeño comentario exasperante. Supongo que parecerá una razón descabellada para que me aferre a esto y me resista a soltarlo.

—Por supuesto que es una razón descabellada, pero al menos ahora ya sé qué hay detrás de su tenacidad. —Se comió una segunda guindilla—. Volviendo a ese gran boquete que lo mantiene despierto por las noches: ¿qué preguntas le atormentan a las dos de la madrugada?

No tuvo que pensar la respuesta.

—Tres grandes preguntas. Primera, el factor tiempo. ¿Por qué los asesinatos empezaron cuando lo hicieron, en la primavera del 2000? Segunda, ¿qué líneas de investigación se interrumpieron o no llegaron a iniciarse por la aparición del manifiesto? Tercera, ¿qué hacía que «matar a los ricos codiciosos» fuera la tapadera perfecta para ocultar lo que estaba ocurriendo?

Bullard levantó una ceja, desafiante.

—Suponiendo que estuviera ocurriendo algo distinto a matar a los ricos codiciosos, una hipótesis sobre la cual usted está mucho más convencido que yo.

—Se convencerá. De hecho…

«¡El Buen Pastor ha vuelto!» La inquietante sincronía del anuncio de la televisión encendida encima de la barra hizo que Gurney se detuviera en medio de la frase. Uno de los melodramáticos presentadores de RAM compartía la pantalla con un famoso evangelista que lucía un tupé de cabello gris, el reverendo Emmet Prunk.

—Según fuentes fiables, el temido asesino en serie de Nueva York ha vuelto. El monstruo está acechando una vez más el paisaje rural. Hace diez años el Buen Pastor acabó con la vida de Harold Blum de un balazo en la cabeza. Hace dos noches, el asesino volvió. Regresó a la casa de la viuda de Harold, Ruth. Entró en su residencia en plena noche y le clavó un picahielos en el corazón. —La expresión exagerada del hombre era tan atrayente como repulsiva—. Esto es tan… Es tan inhumano…, tan inconcebible… Lo siento, amigos, hay cosas en este mundo que simplemente me dejan sin habla. —Negó con la cabeza de manera adusta y se volvió hacia la otra mitad de la pantalla, como si el teleevangelista estuviera realmente sentado a su lado en el estudio y no en otro lugar—. Reverendo Prunk, siempre da la sensación de que tiene las palabras adecuadas. Ayúdenos. ¿Cuál es su opinión sobre este terrorífico suceso?

—Bueno, Dan, como cualquier ser humano normal, mis sentimientos van del horror a la indignación. Sin embargo, creo que en la obra de Dios hay un propósito en todo suceso, por espantoso que pueda parecer desde un punto de vista meramente humano. Alguien podría preguntarme: «Pero, reverendo Prunk, ¿cuál podría ser el propósito de esta pesadilla?». Y yo le contestaría que en una demostración de tanta maldad hay mucho que aprender sobre la naturaleza del mal en el mundo de hoy. Lo que veo en los crímenes brutales del Buen Pastor, pasados y presentes, es su absoluto desprecio por la dignidad de la vida humana. Este monstruo no tiene respeto por sus víctimas. Son paja arrastrada por el viento de su voluntad. No son nada. Una voluta de humo. Un terrón de tierra. Esta es la lección de nuestro Señor, lo que ha puesto ante nuestros ojos. Nos está mostrando la verdadera naturaleza del mal. Toda vida humana es un don sagrado. Acabar con una vida, eliminarla como una voluta de humo, pisarla como un terrón de tierra, ¡eso es la esencia del mal! Esta es la lección de nuestro Señor, para que los justos la vean en los hechos del demonio.

—Gracias, reverendo. —El presentador volvió a mirar a cámara—. Como siempre, sabias palabras del reverendo Emmet Prunk. Y ahora cierta información importante sobre la buena gente que hace posible RAM News.

Una secuencia de anuncios ruidosos e hiperactivos sustituyeron a los presentadores.

—Dios —murmuró Gurney, mirando a Bullard a través de la mesa.

Ella le sostuvo la mirada.

—Dígame otra vez que no va a trabajar con esa gente.

—No voy a trabajar con esa gente.

Bullard le sostuvo la mirada y esbozó un gesto extraño, como si las guindillas le estuvieran repitiendo.

—Volvamos a lo de las líneas de investigación que quedaron relegadas por el manifiesto. ¿Tiene alguna idea de cuáles podrían ser?

—Lo obvio. Para empezar:
cui bono
? ¿Quién podría beneficiarse de los seis asesinatos? Esta pregunta tendría que estar en lo alto de la lista de las cosas que nunca se examinaron después de que el manifiesto condujera a concluir que el asesino tenía una misión.

—Vale, le escucho. ¿Qué más?

—Una conexión. Algún vínculo anterior entre las víctimas.

—¿Además de lo del Mercedes?

—Exacto.

Bullard parecía escéptica.

—El problema con eso es que haría que los coches fueran algo secundario. Se convertirían en una coincidencia…, una coincidencia enorme, ¿no le parece?

Aquella objeción ya se la había planteado Jack Hardwick. Gurney no tuvo respuesta entonces y seguía sin tenerla ahora.

—¿Qué más? —preguntó Bullard.

—Investigar profunda e individualmente cada uno de los casos.

—¿Qué quiere decir?

—Una vez que el patrón de asesinato en serie se aceptó como evidente, se enfocó la investigación en ese sentido.

—Por supuesto que sí. ¿Cómo…?

—Solo estoy haciendo una lista de caminos no explorados. No estoy diciendo que tuvieran que ser explorados, solo que no lo fueron.

—Deme un ejemplo.

—Si los asesinatos se hubieran investigado como crímenes individuales, el proceso habría sido completamente diferente. Sabe tan bien como yo lo que ocurriría en cualquier caso de asesinato premeditado en el que no hubiera un motivo claro, obvio. Se empezaría por investigar la vida y las relaciones de la víctima: amigos, amantes, enemigos, conexiones criminales, antecedentes, malos hábitos, malos matrimonios, divorcios desagradables, conflictos profesionales, testamentos, deudas, presiones y oportunidades económicas. En otras palabras, habríamos hurgado en la vida de la víctima buscando todo lo que pudiera tener cierto interés, por mínimo que fuera. Sin embargo, en este caso…

—Sí, sí, por supuesto, en este caso no ocurrió nada de eso. Si alguien iba por ahí disparando al azar por las ventanillas de los Mercedes en medio de la noche, nadie iba a ponerse a perder tiempo y dinero comprobando los problemas personales de cada víctima.

—Obviamente. Un patrón psicopatológico, sobre todo con un desencadenante simple como un coche negro brillante, hace que encontrar al psicópata culpable se convierta en el único foco. Las víctimas son solo componentes genéricos del patrón.

La mujer le dedicó una mirada dura.

—Dígame que no está sugiriendo que los asesinatos del Buen Pastor tenían seis motivos diferentes que surgían de las vidas individuales de las seis víctimas.

—Sería absurdo, ¿no?

—Sí. Igual de absurdo que la idea de que seis coches similares sean una coincidencia.

—No puedo discutir con usted sobre eso.

—De acuerdo, entonces. Hasta ahí los caminos no seguidos. Hace un rato ha mencionado el factor tiempo como una de las cuestiones que le inquietan por las noches. ¿Algo en concreto sobre eso?

—Nada específico ahora mismo. En ocasiones un examen detallado de cuándo ocurrió algo puede llevarnos a comprender por qué sucedió. Por cierto, su referencia a mis noches inquietas me ha recordado algo que quería decirle: resulta que Paul Villani, hijo de Bruno Villani y que participa en el proyecto de Kim, tiene registrada una Desert Eagle.

—¿Cuándo la consiguió?

—No tengo acceso a esa información.

—¿En serio? —Bullard hizo una pausa—. Creo que el agente Trout tiene interés en averiguar cómo ha conseguido cierta información.

—Lo sé. Está perdiendo el tiempo, pero gracias por mencionarlo.

—También está interesado en su granero.

—¿Cómo sabe eso?

—Daker me contó que su granero ardió en circunstancias sospechosas, que un investigador de incendios encontró su bidón de gasolina escondido en algún sitio y que debería ser muy cauta al tratar con usted.

—¿Y qué le dice eso?

—Que no les cae muy bien.

—¡Menuda revelación!

—Matthew Trout puede llegar a ser muy mal enemigo.

—Todo el mundo tiene su bestia negra.

Bullard asintió, casi sonrió.

Acto seguido cogió el teléfono.

—¿Andy? Necesito cierta información sobre un permiso de armas… Paul Villani… Sí, el mismo… Una Desert Eagle… Me han dicho que tiene una, pero la gran pregunta es desde cuándo… La fecha del permiso original… Exacto… Gracias.

Comieron en silencio durante un rato. Se terminaron los
antipasti
y la mayor parte de la pizza, mientras una serie de anuncios de programas de
realities
de RAM destellaban en las tres pantallas de televisión del restaurante.

Un programa se llamaba
Montaña rusa
: al parecer, era un concurso en el que cuatro hombres y cuatro mujeres competían entre sí para ganar o perder el mayor número de kilos —o ganarlos primero y perderlos después— en un periodo de veintiséis semanas, durante las cuales los obligaban a permanecer constantemente en compañía unos de otros. El ganador de una edición anterior había pasado de 59 a 119 kilos, y luego otra vez a 58, con lo cual había ganado el bono de doblar el peso y el de reducirlo a la mitad.

Gurney se preguntó si su país tenía algo especial para que los medios se dejaran llevar todos por esa locura, o bien si todo el mundo había perdido el juicio. En ese momento le llegó un mensaje de texto de Kim: le había enviado por correo electrónico el archivo de vídeo de su conversación con Jimi Brewster.

Ver el nombre de Kim en el identificador de pantalla le recordó algo. Miró a Bullard, que estaba haciendo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta.

—Supongo que querrá mandar al laboratorio de Albany la copia del mensaje que el Pastor envió a Kim. ¿Qué quiere que haga con él?

—¿Dónde está ahora?

—En el apartamento de mi hijo, en Manhattan.

Bullard vaciló unos instantes, como si archivara ese dato para un examen posterior.

—Que lo lleve a la oficina de enlace de la policía del estado en la comisaría central del Departamento de Policía de Nueva York, en el número uno de Police Plaza. Cuando volvamos a la comisaría, daré las instrucciones necesarias para que llegue al laboratorio.

Gurney estaba a punto de guardarse el teléfono otra vez en el bolsillo cuando se le ocurrió que Bullard podría estar interesada en el vídeo de Brewster.

—Por cierto, teniente, hace un tiempo Kim entrevistó a Jimi Brewster, uno de los llamados huérfanos. Es el que…

Ella asintió.

—El que odiaba a su padre, el cirujano. Leí algo sobre él en la pila de información que Daker me echó encima.

—Exacto. Bueno, Kim acaba de mandarme una copia del vídeo de su entrevista con él. ¿Quiere verlo?

—Por supuesto. ¿Puede reenviármelo ahora mismo?

• • •

Cuando volvieron a la sala de conferencias, Trout, Daker y Holdenfield ya estaban sentados a la mesa. Aunque Gurney y Bullard llegaban solo un minuto tarde, Trout lanzó una mirada a su reloj.

—¿Tiene que ir a algún otro sitio? —preguntó Gurney, cuyo tono desenfadado y su sonrisa insulsa apenas le protegieron de tanta hostilidad.

Trout prefirió no responder. Ni siquiera levantó la mirada. Se limitó a intentar sacarse con la uña una pizca de algo que se le había quedado entre los dientes.

En cuanto Bullard y Gurney ocuparon sus asientos, Clegg entró en la sala y puso una hoja de papel ante la teniente. Esta la examinó con un gesto de curiosidad.

—¿Significa esto que habéis empezado a hacer las llamadas de advertencia?

—Llamadas iniciales para establecer contacto —explicó Clegg—, para saber rápidamente quién está localizable y quién no. Si podemos hablar con ellos, les decimos que dentro de una hora volveremos a llamarlos para ofrecerles información relacionada con el caso. Si nos sale el buzón de voz, les pedimos que nos devuelvan la llamada.

Bullard asintió, examinando de nuevo la hoja.

—Según esto se ha hablado directamente con la hermana de Ruth Blum, en ruta de Oregón a Aurora; con Larry Sterne, en Stone Ridge; y con Jimi Brewster, en Barkville. ¿Qué ocurre con el resto de la gente de la lista?

Other books

The Mysteries by Lisa Tuttle
The Summer That Never Was by Peter Robinson
Into Eden: Pangaea - Book 1 by Augustus, Frank
The Vow by Jody Hedlund
Letters to a Young Poet by Rainer Maria Rilke