Deja en paz al diablo (53 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

BOOK: Deja en paz al diablo
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—Así pues, ¿nos sentamos en mi apartamento y decimos ciertas cosas con la esperanza de que él esté escuchando?

—O de que lo escuche después. Supongo que está grabando las transmisiones de esos micrófonos en un dispositivo activado por la voz. Es probable que lo compruebe una o dos veces al día. Debemos desvelar la información que nos interesa de un modo sutil. Tiene que parecer algo natural. Ha de creer que estamos en el apartamento por alguna razón. Realidad ordinaria, descuidada. Tiene que sentir que está escuchando cosas que no debería estar escuchando.

Cuando llegaron a la granja de Gurney, poco después de las tres, Kyle estaba en el estudio, con su ordenador, rodeado de documentos salidos de la impresora, una BlackBerry, un iPhone y un iPad. Los saludó sin apartar la mirada de la pantalla, en la que tenía abierta una especie de hoja de cálculo.

—Hola, ¿qué tal? Ahora estoy con vosotros. Estoy cerrando esto.

No había señal de Madeleine, que al parecer todavía no había vuelto de la clínica. Mientras Kim subió a cambiarse de ropa, Gurney escuchó el contestador del teléfono fijo. No había mensajes. Primero fue al cuarto de baño y luego a la cocina. Abrió el frigorífico, pues recordó que no había comido nada.

Al cabo de un par de minutos, cuando Kim volvió a bajar, todavía estaba delante del frigorífico, con la mirada perdida. Trataba de darle forma a la representación que Kim y él iban a llevar a cabo más tarde. Todo dependía de que funcionara.

Ver a Kim en la cocina, vestida con unos vaqueros y una sudadera suelta, lo sacó de su ensimismamiento.

—¿Quieres comer algo? —preguntó.

—No, gracias.

Kyle entró en la habitación detrás de ella.

—Supongo que habéis oído la noticia.

La expresión de Kim se congeló.

—¿Qué noticia?

—Otro asesinato, la mujer de una de las personas con las que hablaste. Lila Sterne.

—¡Oh, Dios, no! —Kim se agarró al borde de la isla de la cocina.

—¿Lo han dicho por la radio? —preguntó Gurney.

—Lo he visto en Internet. Noticias de Google.

—¿Qué dijeron? ¿Algunos detalles?

—Solo que la mataron con un picahielos, anoche. «La policía está en la escena, la investigación continúa. El monstruo anda suelto.» Mucho drama y pocos hechos.

—Mierda —murmuró Gurney.

Kim parecía perdida.

Gurney se acercó a ella y la rodeó con los brazos. La chica lo abrazó con fuerza. Cuando lo soltó, respiró profundamente y retrocedió.

—Estoy bien —dijo, respondiendo a una pregunta que nadie le había hecho.

—Bien, porque luego necesitaremos estar enteros.

—Lo sé.

Kyle frunció el ceño.

—¿Enteros? ¿Para qué?

Gurney explicó de la manera más calmada y razonable de la que fue capaz cómo pretendía aprovechar el equipo de escucha instalado en el apartamento de Kim. Intentó que su plan pareciera más coherente de lo que era. ¿A quién estaba tratando de convencer, a Kyle o a sí mismo?

—¿Hoy? —le preguntó su hijo, incrédulo—. ¿Planeas hacerlo esta noche?

—En realidad —dijo Gurney, sintiendo otra vez que el tiempo se le escurría entre las manos—, deberíamos salir para Siracusa lo antes posible.

Kyle parecía muy preocupado.

—¿Estáis… preparados? Me refiero a que parece muy complicado. ¿Tienes idea de lo que vas a decir? ¿Qué quieres que oiga el Buen Pastor?

—Es posible que haya que improvisar bastante —contestó Gurney, tratando de parecer tranquilo—. Nos presentamos en el apartamento de Kim en medio de una discusión acerca del encuentro que hemos mantenido hoy con Rudy Getz. Kim me dice que quiere acabar con la serie de
Huérfanos
en RAM porque teme que el Pastor asesine a más gente, que incluso la mate a ella. Yo le digo que debería seguir adelante, que no podemos dejar que el Buen Pastor controle la situación de esta manera.

—Espera un momento —le interrumpió Kyle—. ¿Por qué ibas a decir eso?

—Quiero que me vea a mí, y no a Kim, como el objetivo primario. Ha de creer que ella desea que se cancele la serie y que yo supongo un obstáculo: por mi orgullo, por mi determinación de no retroceder ni un centímetro, por mi voluntad de ganar la batalla.

—¿Ya está? ¿Ese es el plan?

—No, hay más. En medio de la discusión, recibiré una llamada de teléfono, supuestamente de Max Clinter. Los micrófonos solo transmiten lo que se oye en la casa, no al otro lado del hilo telefónico. De mis palabras ha de deducir que Max ha descubierto cierta información que señala la identidad del Buen Pastor. Tal vez algo que encaja con cosas que he descubierto yo mismo. Cualquiera que esté escuchando tendrá que concluir que Max y yo estamos convencidos de quién es el Buen Pastor y de que vamos a reunirnos mañana en su cabaña, para comparar notas y decidir cuáles han de ser los siguientes pasos.

Kyle se quedó en silencio un buen rato.

—Así pues…, la idea es que él… ¿qué? ¿Que vaya a la cabaña de Clinter para matarte?

—Si lo manejo bien, lo verá como una forma poco arriesgada de eliminar una gran amenaza.

—Y vosotros… —dijo Kyle, paseando la mirada de su padre a Kim—, ¿vosotros vais a improvisar todo esto sobre la marcha?

—En este momento es la única forma. —Dave levantó la mirada al reloj de la pared—. Hemos de irnos.

Ella parecía aterrorizada.

—Necesito mi bolso.

Cuando Gurney oyó sus pisadas subiendo por la escalera, se volvió hacia Kyle.

—Quiero enseñarte algo. —Lo condujo al dormitorio principal y abrió el cajón inferior de la cómoda—. No sé a qué hora volveré esta noche. En caso de que ocurra algo inesperado (o llegue un visitante no deseado), quiero que sepas que esto está aquí.

Kyle miró al cajón abierto. Dentro había una escopeta recortada de calibre doce y una caja de cartuchos.

43. Hablar con el Pastor

Gurney y Kim se dirigieron a Siracusa en coches separados. Tal y como estaban las cosas, cuanto más margen de maniobra tuvieran, mejor. Cuando estuvieron delante de aquella vieja casa, cuya mitad correspondía al apartamento de Kim, Gurney repasó el plan otra vez.

—Te diga lo que te diga —insistió—, reacciona como si creyeras que es cierto. Intenta actuar lo menos posible, déjate llevar por lo que sientes. Es importante que estés relajada, ¿de acuerdo?

—Supongo. ¿Alguna cosa más?

—Solo una cosa más: ten el móvil preparado y listo para usarlo. En algún momento te haré una señal para que marques mi número y suene mi teléfono. Entonces fingiré mantener la falsa conversación con Clinter. Me inventaré lo que me tenga que inventar. Tú solo sé tú misma. No has de hacer nada más. —Le hizo un guiño y esbozó una sonrisa. Enseguida lo lamentó, avergonzado de su falsa bravuconería.

Kim tragó saliva, abrió la puerta del pequeño vestíbulo y, a continuación, la de su apartamento. Condujo a Gurney por el pasillo, hasta la sala. Él miró a su alrededor: el sofá, la mesa de café barata, el par de sillones gastados, cada uno con su correspondiente lámpara de suelo. Todo estaba como lo recordaba, hasta la raída alfombra de color tierra en la parte central.

—Pasa, siéntate, Dave. Solo tardaré un minuto —dijo Kim, natural. Se alejó por el pasillo, se metió en el cuarto de baño y cerró con estrépito la puerta.

Gurney caminó por la sala, se sonó la nariz, se aclaró la garganta varias veces y se sentó ruidosamente en el sofá. Al cabo de unos minutos, Kim volvió y los dos dejaron los móviles en la mesa.

—Bueno…, ¿quieres tomar algo?

—Sí, tengo sed. ¿Qué hay?

—Lo que quieras.

—Eh, un zumo, si puede ser.

—Creo que sí; dame un segundo. —Kim recorrió el pasillo hasta la cocina.

Gurney oyó un entrechocar de vasos y el grifo abriéndose y cerrándose.

La chica volvió con dos vasos de agua vacíos. Le pasó uno a él, lo entrechocó con el suyo y dijo: —Salud. —Se sentó de lado en el sofá, para verlo.

—Salud. ¿Cómo es que estás tomando vino? ¿Para no sentirte tan mal por el contrato con RAM?

Ella dejó escapar un sonoro suspiro.

—Todo esto es una pesadilla.

—La televisión es así, supongo.

—Quieres decir que tendría que estar encantada de trabajar con el gusano de Rudy.

—No —dijo Gurney—, pero tienes que pensar en tu futuro.

—No estoy segura de que quiera esa clase de futuro. ¿Acaso —dijo como si bromeara— estás interesado en aprovechar la oportunidad que te ha ofrecido Getz de tener tu propio programa?

—Ni hablar —dijo Dave. Tosió y se aclaró la garganta—. ¿Me lo puedes volver a llenar? —Señaló el teléfono móvil de Kim.

Kim asintió y lo cogió.

—Sí que tienes sed. —Se levantó ruidosamente y le dio un manotazo a su vaso, que, en realidad, estaba vacío—. ¡Mierda! ¡Lo siento!

La chica salió hacia el pasillo.

Gurney sonrió. Kim tenía talento.

Sonó su teléfono. Contestó y empezó a hablar.

—¿Max?… Claro, adelante… ¿Qué quiere decir?… ¿Por qué lo pregunta?… ¿Qué?… ¿En serio?… Sí, sí, por supuesto… Claro… No, no, el mensaje de Facebook era falso… Ah, bien pensado… ¿Seguro?… Mire, lo que dice tiene todo el sentido, pero hay que confirmar esa identificación, y me refiero a confirmarla al cien por cien, sin dejar cabos sueltos… Es absolutamente increíble, pero… Puede… Tal vez tenga razón… Claro… ¿Cuándo?… Sí, lo llevaré todo… Muy bien… Sí… Tenga cuidado… Mañana a medianoche… ¡Seguro!

Gurney dejó su teléfono en la mesa, murmurando.

—¡Vamos!

Kim volvió a la sala.

—Tu zumo —dijo, como si le estuviera entregando un vaso—. ¿Quién ha llamado? Pareces entusiasmado.

—Era Max Clinter. Parece que el Buen Pastor por fin ha cometido algunos errores. Para empezar, en casa de Ruth Blum y en el taller de coches. Eso ya lo sabía, pero Max acaba de descubrir otra cosa y… sabemos quién es.

—¡Oh, Dios mío! ¿Habéis identificado al Buen Pastor?

—Sí. Al menos estoy convencido al noventa por ciento. Pero quiero estar seguro del todo. Es demasiado importante para dejar cabos sueltos.

—¿Quién es? ¡Dímelo!

—Todavía no.

—¿Todavía no?

—No puedo arriesgarme a cometer un error, no ahora. Hay demasiado en juego. Voy a reunirme con Clinter mañana por la noche, en su cabaña. Tiene algo que quiere que vea. Si encaja con lo que ya tenemos, cerraremos el lazo… y el Pastor será historia.

—¿Por qué esperar hasta mañana por la noche? ¿Por qué no ahora mismo?

—Clinter ha estado fuera desde que recibió un mensaje del Buen Pastor para que condujera por el barrio de Ruth, en Aurora. Se asustó. Ni siquiera quiere estar en el condado de Cayuga durante el día. Dice que mañana a medianoche es lo antes que puede estar en la cabaña.

—¡No puedo creerlo! ¡No puedo creer que sepas quién es el Buen Pastor y no me lo digas! —Sonó aterrorizada, casi fuera de sí.

—Es más seguro de este modo. —Esperó un par de segundos, como si reflexionara sobre algo—. Creo que, por ahora, deberías ir a un hotel. Será mejor que no llames la atención. ¿Por qué no recoges tus cosas y nos largamos de aquí?

44. Valoración

No volvieron a hablar hasta que estuvieron en el aparcamiento de uno de los hoteles de la vía de servicio de la I-88.

Eran casi las siete y media, y el anochecer de finales de marzo se había convertido en noche. Habían encendido las luces del aparcamiento, lo que creó una atmósfera visual que no era ni oscuridad ni luz diurna; en un planeta que tuviera un sol azul gélido y donde todos los colores fueran apagados y fríos aquella sería la luz del día.

Kim se había unido a Gurney en el asiento delantero del Outback para hablar de su improvisación y sobre si su plan habría funcionado. Kim fue la primera en plantear una pregunta práctica.

—¿Crees que el Pastor morderá el anzuelo?

—Creo que sí. Podría sospechar. Probablemente es la clase de persona que sospecha de todo, pero tendrá que hacer algo. Y para hacer algo, ha de aparecer. En el escenario que hemos planteado, el riesgo de no hacer nada sería más grande que el que correría al actuar. Eso lo comprenderá. Es un tipo muy lógico.

—Así pues, ¿lo hemos hecho bien?

—Lo has hecho mejor que bien. Has quedado muy natural. Ahora, escúchame: pasa esta noche en este hotel. No abras la puerta a nadie, bajo ninguna circunstancia. Si alguien trata de convencerte para que abras la puerta, llamas inmediatamente a seguridad. ¿Vale? Telefonéame en cuanto te levantes por la mañana.

—¿Alguna vez vamos a estar a salvo?

Gurney sonrió.

—Eso espero. Creo que todos estaremos a salvo después de mañana por la noche.

Kim se estaba mordiendo el labio inferior.

—¿Cuál es tu plan?

Gurney se echó hacia atrás en el asiento y contempló la desagradable iluminación del aparcamiento.

—Mi plan es dejar que el Buen Pastor dé un paso adelante y se condene. Pero eso será mañana por la noche. Esta noche el plan es ir a casa y dormir lo que no he dormido desde hace dos días.

Kim asintió.

—Vale. —Hizo una pausa—. Bueno, será mejor que vaya a la habitación.

Kim cogió su bolso, salió del coche y entró en el hotel.

Después de que entrara en el vestíbulo del hotel, Gurney bajó del coche y fue a la parte de atrás. Se tumbó boca arriba y metió la mano debajo. No le costó mucho quitar el localizador GPS del soporte del parachoques. De nuevo en su asiento, abrió el dispositivo con un pequeño destornillador y desconectó la batería.

A partir de ese momento y hasta cuando acabara toda aquella historia, no quería que nadie supiera dónde estaba.

45. El discípulo del diablo

El Señor me lo dio. El Señor me lo quitó.

Esa noche Gurney disfrutó de siete horas ininterrumpidas de sueño, algo que necesitaba. Aun así, a la mañana siguiente se despertó con una sensación de pavor: un miedo indescriptible que solo se alivió, en parte, después de ducharse, vestirse y enfundarse su Beretta.

A las ocho de la mañana estaba mirando por la ventana de la cocina: el sol era un disco blanco frío en la neblina matinal. Había tomado la mitad de su primera taza de café del día, esperando que surtiera efecto. Madeleine continuaba sentada a la mesa del desayuno con sus copos de avena, su tostada y
Guerra y paz
.

—¿Has estado despierta leyendo eso toda la noche? —preguntó.

Ella pestañeó por la interrupción, visiblemente confundida y molesta.

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