Deja en paz al diablo (52 page)

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Authors: John Verdon

Tags: #Intriga

BOOK: Deja en paz al diablo
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Hubo un largo silencio.

—De acuerdo. —La voz de Clinter era plana. Sin acento. Sin sentimiento.

—¿De acuerdo qué?

—De acuerdo, puede usar mi casa. ¿Cuándo la necesita?

—Lo antes posible. Digamos… mañana por la noche. Del anochecer al amanecer.

—De acuerdo.

—Pero necesito que se mantenga absolutamente alejado.

—¿Y si al final necesita ayuda?

—¿Quién le ayudó en esa pequeña habitación de Buffalo?

—Lo de Buffalo fue diferente.

—Tal vez no tan diferente. ¿Hay llave para la puerta de la cabaña?

—No. Mis pequeñas víboras son las únicas llaves que he necesitado nunca.

—¿Sus rumoreadas serpientes de cascabel? —Recordó ese extraño detalle de cuando, una semana antes, había visitado la cabaña de Clinter. Parecía que había pasado un mes.

—Los rumores pueden ser más fuertes que los hechos, amigo. Nunca subestime el poder de la mente humana. Una serpiente en el cerebro vale por dos en el matorral —concluyó, con el acento irlandés de nuevo ganando fuerza.

41. El cómplice del diablo

Poco antes de las once de esa mañana, Kyle se sentó ante el ordenador. Conectó la impresora y un cable USB, y empezó a transferir documentos PDF de su Blackberry. Un compañero lo estaba manteniendo al día con resúmenes de clases y trabajos; así podía evitar ir hasta Nueva York. Su trabajo a tiempo parcial también podía hacerlo a distancia, empleando el correo electrónico, al menos de manera temporal.

A las once en punto, Gurney y Kim salieron para asistir a la reunión con Getz, que estaba prevista a las doce y media. Cogieron el Miata. Kim era la que conducía. Gurney confiaba en que así podría dedicar tiempo a pensar en su idea de atraer al Buen Pastor a la cabaña de Max Clinter. Y, con un poco de suerte, podría echar una cabezadita antes de llegar a Ashokan.

En algunos crímenes, descubrir el móvil podía conducirte al culpable. En otros asesinatos, identificar al culpable podía conducirte al móvil. Pero en su actual situación no tenía tiempo para ninguno de esos dos enfoques. Su única esperanza era conseguir que el culpable se identificara a sí mismo, cosa que parecía imposible. ¿Cómo se engaña a un hombre que es un experto en engañar a los demás?

Cuando estaban a medio camino de Ashokan por la carretera 28, Gurney pudo por fin echar una cabezadita. Veinticinco minutos después, Kim lo despertó. Ya estaban en Falcon’s Nest Lane, a un kilómetro de la casa de Getz.

—¿Dave?

—¿Sí?

—¿Qué crees que debería hacer? —le preguntó, con la vista fija en la carretera.

—Es una gran pregunta —contestó él vagamente—. Si decides echarte atrás con RAM, ¿hay un plan B?

—¿Para qué necesitamos un plan B?

Antes de que se le ocurriera una respuesta, el coche llegó a la imponente entrada de la propiedad de Getz. Kim pasó entre las columnas de piedra y se metió en el túnel de rododendros que conducía a la casa.

Al salir del coche, los recibió el rotor de un helicóptero. El ruido era cada vez mayor. Gurney y Kim miraron hacia arriba a través de los árboles que los rodeaban. Enseguida estuvo tan cerca que podían sentirlo y oírlo al mismo tiempo. No vieron el aparato, que había descendido por el otro lado, hasta que estuvo a punto de aterrizar en la azotea. El cabello de Kim se enredó en su cara, debido al viento que levantaba el helicóptero.

Cuando aquella suerte de torbellino cesó, la chica buscó en su bolso y sacó un pequeño cepillo. Se peinó, se enderezó el bléiser y sonrió a Gurney. Subieron por la escalera en voladizo hasta la puerta y llamaron.

No hubo respuesta. Gurney lo intentó de nuevo. Después de esperar medio minuto, cuando ya estaba a punto de llamar por tercera vez, una de las puertas se abrió.

La boca de Rudy Getz esbozaba algo parecido a una sonrisa. El brillo de sus pupilas y sus párpados caídos hacían pensar que estaba colocado. Llevaba vaqueros negros y una camiseta del mismo color, como en la última visita que le habían hecho; sin embargo, ahora una chaqueta de sport color lavanda pálido había sustituido a la de hilo blanco.

—Eh, me alegro de verles. Puntualidad. Me gusta. Adelante, adelante.

El interior moderno, con sus muebles fríos de metal y cristal, era como Gurney lo recordaba. Getz estaba chascando los dedos como si así lo exigiera su elevado nivel de energía. Señaló la mesita de café ovalada de metacrilato y el grupo de sillas; el mismo lugar donde habían celebrado su anterior reunión.

—Sentémonos. Es hora de tomar una copa. Me encantan los helicópteros, los adoro. RAM tiene una flota. Somos famosos por eso: los «ramcópteros». El primero en llegar al lugar donde se ha producido una noticia es siempre un ramcóptero. Si es un suceso realmente importante, enviamos dos. Nadie más tiene los suficientes recursos para enviar dos. Es algo de lo que sentirse orgulloso. Pero cuando vuelo siempre aterrizo con sed. ¿Quieren tomar una copa conmigo?

Antes de que Gurney o Kim pudieran responder, Getz se llevó dos dedos a los labios y silbó: una nota ruidosa y aguda que en el exterior se habría oído a quinientos metros. Casi de inmediato, la patinadora entró desde el otro lado de la sala. Gurney reconoció los patines, el vestido ajustado de bailarina sobre un cuerpo atractivo, el pelo azul oscuro puesto de punta con gel, los ojos de un azul asombroso.

—¿Alguna vez han tomado Stoli Elit? —preguntó Getz.

—Yo solo tomaré un vaso de agua, si puede ser —dijo Kim.

—¿Usted, detective Gurney?

—Agua.

—Lástima. El vodka Stoli Elit es verdaderamente especial. Cuesta una fortuna. —Miró a la patinadora—. Claudia, cielo, a mí ponme tres dedos. —Colocó tres dedos en horizontal para indicar cuánto quería.

La joven pivotó en las puntas de los patines y salió patinando por el umbral del fondo.

—Así pues, ya que estamos, sentémonos a hablar. —Getz hizo un gesto hacia las sillas.

Kim y Gurney se sentaron a un lado de la mesa; Getz, al otro lado.

Claudia volvió patinando y puso un vaso delante de Getz. Él lo cogió, probó el líquido transparente y sonrió.

—Perfecto.

La patinadora le dedicó a Gurney una mirada evaluadora y una vez más desapareció por el otro lado.

—Muy bien —dijo Getz—. Negocios. —Posó sus ojos brillantes en Kim—. Cielo, sé que quieres decir cosas. Empecemos sacándonos eso de encima. Cuéntame.

Por un momento, la chica pareció perdida.

—No sé qué decir, salvo que estoy horrorizada. Horrorizada por lo que ha ocurrido. Me siento responsable. Esta gente a la que han matado, la han matado por mi culpa. Por culpa de
Los huérfanos del crimen
. Hay que detenerlo, acabar con ello.

Getz la miró.

—¿Eso es todo? —Parecía desconcertado, como si le hubiera estado haciendo una prueba a una actriz y esta hubiera dejado de hablar después de la primera frase.

—Eso… y todo el tono del programa. No era lo que esperaba. La forma en que lo editaron, esa introducción con la carretera rural oscura, los llamados expertos a los que les pedían opinión… Para ser sincera, me pareció basura.

—¿Basura?

—En resumen, quiero que se cancele el programa.

—En resumen, quieres que se cancele el programa. Tiene gracia.

—¿Gracia?

—Sí, gracia. ¿Estás segura de que no quieres una copa?

—He pedido agua.

—Sí, eso es verdad. —Getz la señaló con el índice como si fuera el cañón de una pistola y sonrió. A continuación cogió su vodka y se lo tomó en dos tragos largos—. Vale, vamos a poner algunos puntos sobre las íes. Un poco de orden para empezar. Deberías mirar tu contrato, cielo, así comprenderías mejor algunas cosas, como quién es dueño de qué, quién toma las decisiones, quién cancela los programas, etcétera. Pero no es momento de perderse con legalidades. Tenemos cuestiones más importantes de las que hablar. Deja que te cuente unas pocas cosas sobre RAM que…

—¿Me estás diciendo que no vas a cancelarlo?

—Por favor. Deja que te ponga en contexto. Sin contexto no podemos tomar buenas decisiones. Por favor, déjame terminar. Estaba empezando a decir que hay unas pocas cosas sobre RAM que puede que no sepas. Por ejemplo, ¿sabías que tenemos más programas número uno que ninguna otra televisión por cable? Tenemos la más alta…

—No me importa.

—Por favor, déjame hablar. Estas son cosas que puede que desconozcas. Nuestras cifras de audiencia son las mayores del negocio, y mejoran cada año. Nuestra compañía madre es la compañía de medios de comunicación más grande del mundo; nosotros somos su división más rentable. El año que viene lo seremos aún más.

—No veo qué importancia tiene eso en este caso concreto.

—Por favor, escucha. Entendemos de programación. Entendemos de audiencias. ¿El resumen? ¿Quieres hablar de resumen? El resumen es que sabemos lo que estamos haciendo y lo hacemos mejor que nadie. Tenías una idea de programa. Nosotros estamos convirtiendo esa idea en oro. Alquimia de los medios. Eso es lo que hacemos. Convertimos las ideas en oro, ¿lo entiendes?

Kim se inclinó hacia delante.

—Lo que entiendo es que han matado a gente a causa de este programa —contestó, levantando la voz.

—¿Cuánta gente?

—¿Qué?

—¿Sabes cuántas personas mueren cada día en este planeta? ¿Cuántos millones?

Kim lo miró; por un momento se había quedado sin habla.

Gurney aprovechó la oportunidad para preguntar, en un tono desenfadado.

—¿Los nuevos crímenes harán aumentar la audiencia?

Getz esbozó otra sonrisa.

—¿Quiere la verdad? Las audiencias se dispararán. Haremos especiales de noticias, debates sobre la Segunda Enmienda, quizás incluso un
spin-off
. Recuerde el proyecto que le ofrecí:
A falta de justicia
, una revisión crítica de casos sin resolver. Eso podría pegar fuerte. Aún hay mucho sobre la mesa, detective.
Los huérfanos del crimen
tiene mucho potencial. Una franquicia. Alquimia de los medios.

Kim cerró los puños.

—Esto es tan… asqueroso.

—¿Sabes lo que es, cielo? Es la naturaleza humana.

Sus pupilas destellaron.

—A mí me suena a odio y codicia.

—Exacto. Lo que he dicho: naturaleza humana.

—¡Eso no es la naturaleza humana! ¡Eso es basura!

—Deja que te diga algo. El animal humano es solo otro primate. Quizás incluso el más asqueroso y estúpido de todos. Es la verdad, la realidad. Y yo soy realista. Yo no he creado este maldito zoo. Solo me gano la vida con él. ¿Sabes lo que hago? Alimento a los animales.

Kim se levantó de su silla.

—Hemos terminado. Me voy.

—Te perderás un gran almuerzo de
sushi
.

—No tengo hambre. He de irme. Ahora.

Empezó a caminar en dirección a la puerta. Gurney se levantó sin hacer ningún comentario más y la siguió. Getz se quedó donde estaba.

Habló en voz alta cuando Gurney y Kim ya estaban cerca de la puerta.

—Antes de que se vayan, me gustaría que oyeran algo. Estamos tratando de encontrar un nuevo eslogan. Tenemos dos opciones finalistas. El primero es: «RAM News: la mente y el corazón de la libertad». El segundo: «RAM News: nada más que la verdad». ¿Cuál les suena mejor?

Negando con la cabeza, Kim abrió la puerta y salió lo más deprisa que pudo.

Gurney miró al hombre, que todavía estaba sentado detrás de la mesa de metacrilato. Estaba recogiendo una pelusa invisible de su chaqueta de color lavanda suave.

42. Opción remota

Kim conducía de un modo tan temerario por aquella carretera llena de cambios de rasante, que atravesaba el bosque de pinos que protegía la finca de Getz, que Gurney pareció olvidarse por un momento del ejecutivo de RAM y de su repugnante empresa.

Cuando el coche derrapó por segunda vez sobre el arcén, se ofreció a conducir él. Kim se negó, pero redujo la velocidad.

—No puedo creerlo —dijo la chica, negando con la cabeza—. Estaba tratando de crear algo bueno. Algo de verdad. Y mira en qué se ha convertido: en algo espantoso. Dios, ¡qué estúpida soy! ¡Qué estúpidamente ingenua he sido!

Gurney la miró. Con aquel bléiser azul, aquella blusa blanca sin adornar, aquel sencillo corte de pelo de repente tenía el aspecto de una niña disfrazada de adulta.

—¿Qué voy a hacer? —Lo dijo en voz tan baja que Gurney apenas la oyó—. Supongamos que el Buen Pastor sigue matando. Esa advertencia, «Deja en paz al diablo», estaba pensada para mí. Pero yo no hice caso. Eso implica que todos los asesinatos son culpa mía. ¿Cómo podemos impedir que Getz siga adelante con esta bazofia horrible?

—No creo que podamos parar a Getz.

—Oh, Dios…

—Pero podría haber una forma de parar al Pastor.

—¿Cómo?

—Es una opción remota.

—Cualquier cosa es mejor que nada.

—Podría necesitar tu ayuda.

Kim se volvió hacia él.

—Haré cualquier cosa. Cuéntame. Sea lo que sea, yo…

El coche se desvió rápidamente hacia el quitamiedos.

—¡Dios! —gritó Gurney—. ¡Vigila la carretera!

—Lo siento, lo siento. Haré cualquier cosa que esté en mi mano.

Tal vez no fuera muy sensato contárselo mientras ella estaba conduciendo, pero no podía darse el lujo de esperar. Se le acababa el tiempo. Esperaba saber disimular sus dudas, sus temores, para que a Kim su plan no le pareciera tan endeble como a Clinter.

—Bueno, creo, cuando menos, tener un par de cosas claras sobre el Buen Pastor. Primero: mataría sin pensárselo a cualquiera que represente una amenaza para él, siempre y cuando pensara que puede hacerlo sin arriesgarse lo más mínimo. Segundo: considera que mi interés en el caso supone una amenaza para él, y está en lo cierto.

—¿Y?

—Utilizaremos los micrófonos de tu apartamento para permitirle oír ciertas cosas, cosas que le harán pensar que está ante una oportunidad irresistible.

—¿Una oportunidad de matarte?

—Sí.

—¿Crees que es el Buen Pastor quien me ha estado espiando? ¿Que no fue Robby?

—Sí, claro, podría haber sido Robby, pero yo apuesto por el Buen Pastor.

Parecía preocupada, pero asintió animosamente.

—Vale. ¿Qué vamos a decir para que nos oiga?

—Quiero que sepa que estaré en un lugar muy aislado, en una posición muy vulnerable. Quiero que crea que la situación le ofrece una oportunidad única de matarme a mí y a Max Clinter, que necesita acabar con nosotros y que nunca tendrá una mejor ocasión de hacerlo.

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