Déjame entrar (42 page)

Read Déjame entrar Online

Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

BOOK: Déjame entrar
7.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

Birgit lo miró con cara interrogante y él hizo un gesto con la mano: empezad, empezad.

El coro comenzó a cantar:

Guíame, Señor, guíame en la virtud. Deja que mis ojos vean tu camino…

Una de las más bellas composiciones del viejo Wesley. A Bror Ardelius le habría gustado disfrutar de la belleza de la canción, pero la columna de humo había empezado a preocuparle. Un humo blanco y espeso salía de la pila bautismal y en el fondo de lo que era la pila propiamente dicha ardía algo con una llama de color blanquiazul, algo efervescente chisporroteaba. Un aire dulzón alcanzó su nariz y los feligreses miraron a su alrededor tratando de averiguar de dónde procedía aquel chisporroteo.

Pues sólo tú, Dios, sólo tú das al alma paz y seguridad…

Una de las mujeres del coro empezó a toser. Los feligreses volvieron la cabeza de la pila humeante hacia Bror Ardelius para recibir instrucciones de cómo debían comportarse si aquello estaba
incluido.

Varias personas más empezaron a toser, se pusieron pañuelos o los brazos delante de la boca y de la nariz. La iglesia comenzó a llenarse de una débil niebla y, a través de aquella niebla, Bror Ardelius vio cómo alguien de la última fila de bancos se levantaba y salía por la puerta corriendo.

Sí. Es lo único sensato.

Se acercó hasta el micrófono.

—Sí, ha ocurrido un pequeño… contratiempo y yo creo que es mejor que… abandonemos el local.

Apenas hubo pronunciado la palabra «contratiempo» Staffan abandonó la tarima y comenzó a andar hacia la salida con pasos rápidos y controlados. Lo comprendió de inmediato. Era ese ladrón empedernido que Yvonne tenía por hijo el que había hecho aquello. Ya desde ese momento intentó contenerse, porque sospechaba que si agarraba a Tommy en aquel instante había muchas posibilidades de que le atizara una hostia.

Evidentemente era justo eso lo que necesitaba aquel gamberro, ésa era precisamente la guía que le faltaba.

Columna de nube, ven y ayúdame. Un par de bofetadas bien dadas es lo que le hace falta a este joven.

Aunque Yvonne, en la situación actual, no lo aceptaría. Cuando estuvieran casados las cosas cambiarían. Entonces, por sus cojones que iba a hacerse cargo de la educación de Tommy. Ahora, antes que nada, tenía que agarrarle. Darle un meneo al menos.

Pero Staffan no llegó muy lejos. Las palabras de Bror Ardelius desde el púlpito actuaron como el pistoletazo de salida para los feligreses, que sólo habían estado esperando su aprobación para abandonar la iglesia. A mitad de camino, ya en el pasillo central, se quedó bloqueado por ancianas menudas con preferencia de paso que se apresuraban hacia la salida con implacable determinación.

Su mano derecha se dirigió automáticamente a la cadera, pero la frenó y cerró el puño. Aunque hubiera
tenido
la porra no habría sido apropiado usarla allí.

Cada vez salía menos humo de la pila bautismal, pero la iglesia estaba ahora envuelta en una niebla que olía a fabricación de golosinas y a productos químicos. Las puertas de salida estaban abiertas de par en par y a través del humo se veía, en un rectángulo nítidamente marcado, la luz de la mañana.

Los feligreses se movían hacia la luz, tosiendo.

En la cocina sólo había una silla, y nada más. Oskar la acercó al fregadero, se subió a ella y meó en la pila mientras corría el agua del grifo. Cuando terminó volvió a colocar la silla en su sitio. Parecía rara en aquella cocina vacía. Como algo en un museo.

¿Para qué la usará?

Echó una ojeada a su alrededor. Encima del frigorífico había una hilera de armarios a los que sólo se podía llegar subiéndose en la silla. La llevó hasta allí y puso la mano en el agarradero del frigorífico para apoyarse. Le dio un vuelco el estómago. Tenía hambre.

Sin pensárselo dos veces, abrió el frigorífico para ver qué había. No mucho: un brik de leche abierto, medio paquete de pan, mantequilla y queso. Oskar cogió la leche.

Pero… Eli…

Estaba con el brik en la mano, parpadeando. Aquello no encajaba. ¿Comía también comida normal? Sí. Seguro que lo hacía. Sacó la leche del frigorífico, la puso en la encimera. En los armarios no había casi nada. Dos platos, dos vasos. Cogió un vaso, echó leche en él.

Y entonces le vino a la cabeza. Con el vaso de leche fría en la mano se le vino a la cabeza, con toda su fuerza.
Ella bebe sangre.

Anoche, en medio del sueño y ya desconectado del mundo, en la oscuridad, todo aquello le había parecido posible de alguna manera. Pero ahora, en la cocina, donde no colgaban mantas de las ventanas y las persianas dejaban pasar la suave luz de la mañana, con un vaso de leche en la mano, parecía tan… fuera de todo.

Era como:
Si tienes leche y pan en tu frigorífico entonces tienes que ser una persona.

Dio un trago y lo escupió inmediatamente. Estaba ácida. Olió lo que quedaba en el vaso. Sí. Ácida. La tiró al fregadero, aclaró el vaso y se enjuagó con agua para quitarse el sabor de boca; después miró la fecha de caducidad del paquete.

CONSUMIR PREFERENTEMENTE ANTES DEL 28 DE OCTUBRE.

Hacía diez días que había caducado. Oskar comprendió.

La leche del viejo.

El frigorífico estaba todavía abierto. La comida del viejo.
Asqueroso. Asqueroso.

Oskar lo cerró de un portazo. ¿Qué había estado haciendo allí el viejo? ¿Qué tenían Eli y él…? Le entró un escalofrío.
Ella lo ha matado.

Sí. Eli había tenido al hombre para poder… alimentarse de él. Como si fuera un banco de sangre vivo. Eso era lo que hacía. ¿Pero por qué había aceptado el hombre? Y si ella lo había matado, ¿dónde estaba el cuerpo?

Oskar miró de reojo los armarios altos de la cocina y de pronto no quiso permanecer ni un minuto más allí. En el fondo, no quería permanecer ni un minuto más en aquel piso. Salió y atravesó el pasillo. La puerta del cuarto de baño seguía cerrada.

Es
ahí dentro donde está acostada.

Entró rápidamente en el cuarto de estar, cogió su bolsa. El walkman estaba encima de la mesa. Sólo tendría que comprar auriculares nuevos. Al ir a cogerlo para guardarlo en la bolsa, vio la nota. Estaba en la mesa del sofá, justo a la altura de su cabeza mientras había estado durmiendo.

Hola.

Espero que hayas dormido bien. Yo también voy a dormir ahora. Estoy en el cuarto de baño. Por favor, procura no pasar por allí. Confío en ti. No sé qué ponerte. Espero poder gustarte aunque ya sabes cómo son las cosas. Yo te quiero. Mucho. Ahora estás aquí acostado en el sofá roncando. Por favor. No tengas miedo de mí. Por favor, por favor, por favor no tengas miedo de mí. ¿Quieres que nos veamos esta tarde? Escribe en el papel si quieres que nos veamos.

Si escribes NO, me mudaré esta tarde. Tendré que hacerlo pronto de todos modos. Estoy sola. Más sola de lo que tú puedas pensar, creo yo. O tal vez puedas.

Perdona que te haya roto el aparato de música. Coge el dinero si quieres. Tengo mucho. No tengas miedo de mí. No tienes que tenerlo. A lo mejor lo sabes. Espero que lo sepas. Te quiero mucho.

Tuya, Eli

P. D. Puedes quedarte si quieres. Pero si te vas, asegúrate de que la puerta quede cerrada.

Oskar leyó la nota un par de veces. Después cogió el bolígrafo que había al lado. Echó un vistazo alrededor de la habitación vacía, la vida de Eli. Encima de la mesa estaban aún los billetes que ella le había dado, arrugados. Cogió
uno
de mil, se lo guardó en el bolsillo.

Se quedó mirando el espacio en blanco que había bajo el nombre de Eli. Después bajó el bolígrafo y escribió con letras tan grandes como el espacio que había en blanco la palabra


Dejó el bolígrafo encima del papel, se levantó y guardó el walkman en la bolsa. Se volvió por última vez y miró las letras, que ahora se veían boca abajo.


Luego meneó la cabeza, rebuscó el billete en el bolsillo, lo volvió a dejar encima de la mesa. Cuando salió al rellano de la escalera se aseguró de que la puerta quedaba bien cerrada. Tiró de ella varias veces.

Del informativo Dagens Eko, 16:45, domingo 8 de Noviembre de 1981

La búsqueda por parte de la policía del hombre que en la madrugada del domingo huyó del hospital de Danderyd después de matar a una persona, no ha dado ningún resultado.

La policía ha rastreado durante el domingo el bosque de Judarn, en el oeste de Estocolmo, en busca del hombre que según se cree es el llamado asesino ritual. El hombre se encontraba en el momento de la huida gravemente herido y la policía sospecha ahora que haya tenido un cómplice.

Arnold Lehrman, de la policía de Estocolmo:

—Sí, es la única alternativa. No hay ninguna posibilidad física de que haya podido huir en ese… estado. Hemos tenido allí fuera treinta hombres, perros, un helicóptero de reconocimiento. Es imposible, sencillamente.

—¿Vais a continuar buscando en el bosque de Judarn?

—Sí. La probabilidad de que se encuentre todavía en esa zona no se puede descartar a pesar de todo. Pero vamos a bajar el número de efectivos aquí para poder concentrarnos en… para analizar cómo ha podido escapar de aquí.

El hombre tiene la cara terriblemente desfigurada y en el momento de la huida iba vestido con una bata de hospital de color azul. La policía agradece cualquier colaboración de los ciudadanos que tenga que ver con el caso en el número de teléfono…

Domingo 8 de Noviembre (tarde)

El interés de la ciudadanía por la búsqueda en el bosque de Judarn era máximo. Los diarios de la tarde consideraron que no podían volver a publicar el retrato robot una vez más. Habían confiado en las fotos de la detención, pero a falta de ellas los dos periódicos publicaron la de la oveja.

Expressen
la publicaba incluso en portada.

Se podía decir lo que se quisiera, pero en aquella foto había desde luego un cierto dramatismo. El policía con la cara retorcida por el esfuerzo, la oveja despatarrada y con la boca abierta. Casi se podían oír los resuellos, los balidos.

Uno de los periódicos había llegado incluso a ponerse en contacto con la casa real para obtener alguna declaración. Al fin y al cabo, la oveja a la que el policía trataba de aquella manera era la oveja del rey. No obstante, el rey y la reina habían hecho público dos días antes un comunicado en el que anunciaban que esperaban su tercer hijo y, quizá, pensaron que aquello era suficiente. La casa real se abstuvo de hacer comentarios.

Naturalmente, también se dedicaron varias páginas a publicar mapas del bosque de Judarn y de la Zona Oeste.

Dónde habían visto al hombre, cómo había desarrollado la policía las labores de búsqueda, etcétera. Pero de todo aquello ya se había hablado en otras ocasiones. La foto de la oveja, sin embargo, era algo nuevo: lo que permanecería en la retina.

Expressen
se había atrevido incluso a gastar una pequeña broma. El pie de foto empezaba con las palabras: «¿
Lobo con piel de oveja
?».

Era necesario reírse un poco, que buena falta hacía. Se palpaba el miedo. El mismo hombre que había matado al menos a dos personas, casi a tres, estaba ahora otra vez suelto en la calle y los niños volvieron a cargar con el toque de queda. Una excursión al bosque de Judarn prevista para el lunes se suspendió.

Y en medio de todo esto había una rabia contenida al comprobar que un individuo, un solo individuo, podía condicionar la vida de tantas personas solamente por la fuerza de su maldad y de su… inmortalidad.

Sí. Los expertos y catedráticos que fueron invitados para exponer su opinión en los periódicos y en la televisión decían lo mismo: era
imposible
que el hombre siguiera vivo. Pero, preguntados directamente, reconocían unos minutos después que su huida también había sido igual de imposible.

Un catedrático agregado de Danderyd causó muy mala impresión en el informativo Aktuellt al responder en tono agresivo:

—Estaba hasta hace poco conectado a un respirador. ¿Sabe lo que significa eso? Significa que no podía respirar por sí mismo. Añádale a eso una caída desde treinta metros de altura…

El tono del catedrático daba a entender que el periodista era un idiota y que todo aquello no era en realidad más que un invento de los medios de comunicación.

Así que el caso se convirtió en un caldo de cultivo para conjeturas, exageraciones, habladurías y —lógicamente— miedo. No es de extrañar que a pesar de todo publicaran la foto de la oveja. Al menos era concreta. Así que la imagen de la oveja se extendió sobre el reino y llegó a los ojos de la gente.

Lacke la vio cuando con sus últimas coronas se compró un paquete de Prince rojo en el kiosco del Amante, de camino a casa de Gösta. Había estado durmiendo toda la tarde y se sentía como Raskolnikov: el mundo era borrosamente irreal. Echó una ojeada a la instantánea de la oveja y asintió para sí. En su estado actual no le parecía raro que la policía se dedicara a detener ovejas.

Sólo cuando ya había andado la mitad del camino hasta la casa de Gösta se acordó de la foto y pensó: «¿Qué cojones es eso?». Pero no tuvo fuerzas para volver a comprobarlo. Encendió un cigarro y siguió.

Oskar la vio cuando volvió a casa después de pasarse la tarde dando vueltas por Vällingby. Al salir del metro se encontró con Tommy, que entraba. Tommy estaba algo aturdido, excitado y dijo que había hecho «una cosa cojonuda», pero no le dio tiempo a contar más porque se cerraron las puertas. En casa había una nota en la mesa de la cocina: su madre había quedado con el coro esa tarde. Había comida en el frigorífico, la propaganda estaba repartida, besos.

En el banco de la cocina estaba el periódico de la tarde. Oskar miró la foto de la oveja y leyó todo lo que ponía sobre la búsqueda. Luego se puso a hacer un trabajo que tenía algo abandonado últimamente: recortar y guardar los artículos sobre el asesino ritual en los diarios de los últimos días. Sacó el montón de periódicos del armario de la limpieza, buscó su cuaderno de recortes, tijeras, pegamento y se puso manos a la obra.

Staffan la vio a unos doscientos metros del lugar donde había sido tomada. No había pillado a Tommy, y tras unas escuetas palabras a una Yvonne desolada había salido hacia Åkeshov. Alguien allí se había referido a un colega a quien él no conocía con las palabras «el ovejo», pero él no lo entendió hasta que unas horas después pudo ver el periódico.

Other books

Deeper by Mellie George
The Agent Runner by Simon Conway
Dragon Haven by Robin Hobb
Forever This Time by Maggie McGinnis
The Law of Moses by Amy Harmon
Karma by Susan Dunlap
The Campbell Trilogy by Monica McCarty