Déjame entrar (43 page)

Read Déjame entrar Online

Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

BOOK: Déjame entrar
4.52Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los mandos de la policía estaban cabreados por la falta de tacto de los diarios, pero a la mayoría de los agentes de a pie les pareció una cosa divertida. Excepto al propio «ovejo», naturalmente. Éste tuvo que soportar durante varias semanas un «beeee» o un «Qué jersey más bonito, ¿es de lana?» de vez en cuando.

Jonny la vio cuando su hermano pequeño, medio hermano pequeño, Kalle, de cuatro años, se dirigió a él con un regalo. Una pieza de construcción que había envuelto en la primera página del periódico del día. Jonny lo echó de su habitación diciéndole que no tenía ganas y cerrando la puerta. Volvió a sacar el álbum de fotos de nuevo, miró las fotografías de su padre, de su padre de verdad, que no era el padre de Kalle.

Un rato después oyó cómo su padrastro gritaba a Kalle por haber estropeado el periódico. Jonny desenvolvió entonces el regalo, haciendo girar la pieza de construcción entre los dedos mientras miraba la foto de la oveja. Se echó a reír y notó que la oreja le tiraba. Guardó el álbum en la bolsa de gimnasia, era más seguro ocultarlo en la escuela, y de allí sus pensamientos fueron a qué demonios iba a hacer con Oskar.

La foto de la oveja iba a abrir un pequeño debate sobre la ética de los periódicos en lo referente a la publicación de imágenes; no obstante, los dos diarios de la tarde la incluirían en el número especial de fin de año con las mejores fotografías del año. El carnero apresado pastaría a principios de verano por los prados del palacio de Drottningholm, ignorante por siempre de su protagonismo a la luz de los focos.

Virginia duerme envuelta en edredones, mantas. Los ojos cerrados, el cuerpo totalmente quieto. Dentro de un momento se va a despertar. Once horas ha permanecido de esta manera. La temperatura de su cuerpo ha bajado a veintisiete grados, lo cual equivale a la temperatura del aire dentro del armario. El corazón late muy débilmente cuatro veces por minuto.

Durante esas once horas su cuerpo se ha transformado irreversiblemente. El estómago y los pulmones se han adaptado a un nuevo tipo de vida. Lo más interesante, desde el punto de vista médico, es el quiste aún en fase de crecimiento en el nódulo sinusal del corazón, el grupo de células que rigen las contracciones. Un desarrollo similar al del cáncer, células extrañas que se reproducen de forma incontrolada.

Si se pudiera tomar una muestra de esas células extrañas y ponerla bajo el microscopio, se vería algo que todos los cardiólogos desecharían diciendo que se habían mezclado las pruebas. Una broma de muy mal gusto.

El nódulo sinusal está ciertamente compuesto por células cerebrales.

Sí. Dentro del corazón de Virginia se está desarrollando un pequeño cerebro independiente. Este nuevo cerebro, durante su formación, ha dependido del cerebro grande. Ahora es autosuficiente, y lo que Virginia sintió durante un terrible instante es totalmente cierto: que viviría aunque su cuerpo muriera.

Virginia abrió los ojos y supo que estaba despierta. Lo supo aunque el hecho de abrir los párpados no supusiera ninguna diferencia. Estaba igual de oscuro que antes, pero se despertó su consciencia. Sí. Su consciencia le hacía guiños a la vida al tiempo que otra cosa se escondía.

Como…

Como llegar a una casita de verano que ha estado deshabitada durante el invierno. Uno abre la puerta, alarga la mano buscando el interruptor de la luz y en el mismo instante en que ésta se enciende se oye el rápido chasquido, los arañazos de pequeñas patas en el suelo; uno capta el rastro de una rata que desaparece bajo el fregadero.

Uno se siente molesto. Sabe que ha vivido allí mientras él estaba fuera. Que considera la casa como suya. Y que va a salir de nuevo tan pronto como apague la luz.

No estoy sola.

Sentía la boca como papel. No tenía tacto en la lengua. Siguió tumbada, pensando en la casita que ella y Per, el padre de Lena, alquilaron durante algunos veranos cuando Lena era pequeña.

El nido que habían encontrado debajo del fregadero. Habían roído en trozos pequeños algunos cartones vacíos de leche y un paquete de cereales y construido una casita, una construcción fantástica de trozos de papel de distintos colores.

Virginia sintió una especie de remordimiento cuando aspiró la casita. No, más que eso. Un sentimiento supersticioso de
transgresión
. Cuando pasó la trompa fría y metálica de la aspiradora sobre aquella edificación tan frágil y delicada, a la que la rata había dedicado todo el invierno, sintió como si estuviera expulsando de allí a un espíritu bueno.

Y así fue. Como la rata no caía en las ratoneras y seguía alimentándose de la comida de ellos, Per puso raticida. Discutieron a causa de ello. Habían discutido por otras cosas. Por todo. A principios de julio la rata murió, en algún sitio dentro de la pared.

A medida que el olor del cuerpo muerto y putrefacto de la rata se extendía por todas partes, también su matrimonio fue descomponiéndose aquel verano. Habían vuelto a casa una semana antes de lo previsto, puesto que no soportaban ni el hedor ni el uno al otro. El espíritu bueno los había abandonado.

¿Qué habrá sido de la casa? ¿Vivirá alguien allí ahora?

Oyó un chillido, agitación.

¡Es una rata! ¡Entre las mantas!

Sintió pánico.

Aún envuelta se echó hacia un lado, dio contra las puertas del armario de manera que éstas se abrieron y cayó rodando al suelo. Dio patadas y agitó los brazos hasta que consiguió liberarse.

Asqueada se arrastró hasta la cama, hacia el rincón, puso las rodillas debajo de la barbilla y se quedó mirando fijamente el montón de edredones y mantas esperando algún movimiento. Cuando llegara, iba a gritar. Gritaría tanto que vendrían todos los vecinos con martillos, con hachas y darían golpes en el montón hasta que la rata muriera.

El edredón que estaba encima era verde con lunares azules. ¿No se movía algo allí? Tomó aire antes de gritar y el chillido, la agitación se oyó de nuevo.

Yo… respiro.

Sí. Había sido la última constatación que hizo antes de quedarse dormida: que no respiraba. Entonces volvió a respirar. Para comprobarlo tomó aire de nuevo y volvió a oír otra vez el chillido, la agitación. Venía de sus pulmones. Se habían resecado mientras ella dormía, hacían ruido. Tosió, y sintió en la boca un sabor a podrido.

Recordó. Todo.

Se miró los brazos. Estaban cubiertos de estrías de sangre reseca, pero no se veía ninguna herida o cicatriz. Se concentró en la zona del pliegue del codo, donde sabía que se había cortado por lo menos dos veces. Puede que se viera una estría de piel rosada. Sí. Posiblemente. Todo lo demás se había curado.

Se frotó los ojos y miró el reloj. Las seis y cuarto. Era por la tarde. Oscuro. Volvió a mirar hacia el edredón azul, los lunares azules.

¿De dónde viene la luz?

La lámpara del techo estaba apagada, fuera era de noche, las persianas estaban bajadas. ¿Cómo era posible que ella viera todos los contornos y los matices de los colores con tanta nitidez? Dentro del armario estaba oscuro como boca de lobo. Allí no veía nada, pero ahora… era como a la luz del día.

Algo de luz siempre se filtra.

¿Respiraba?

No había manera de comprobarlo. En cuanto empezaba a
pensar
en la respiración comenzaba también a controlarla. Tal vez sólo respirara cuando pensaba en ello.

Pero aquella primera respiración, la que confundió con una rata… no había sido algo voluntario. Aunque puede que sólo hubiera sido como un… como un…

Cerró los ojos.

Ted.

Lo había visto nacer. Al hombre que era el padre de Ted, Lena no lo había vuelto a ver desde la noche en que se quedó embarazada de Ted. Algún hombre de negocios finlandés que se encontraba en Estocolmo en una conferencia y esas cosas. Así que Virginia había presenciado el parto. No dejó de
dar la lata
hasta que lo consiguió.

Y entonces se le vino a la cabeza. Las primeras inspiraciones cuando Ted empezó a respirar.

Cómo había nacido. Aquel cuerpecillo sucio, amoratado, apenas humano. El vuelco de alegría que sintió en su pecho se tornó en un mar de inquietud al ver que el niño no respiraba. La comadrona que con calma había cogido en sus manos a aquel pequeño ser. Virginia había creído que lo sujetaría boca abajo y le daría un azote en el culo, pero justo cuando la comadrona lo tomó en sus brazos se le formó una pompa de saliva en la boca. Una pompa que crecía, crecía… y explotó. Y después vino el llanto, el primer llanto. El niño respiraba. ¿Entonces?

¿La primera respiración chillona de Virginia había sido eso? ¿El llanto de… un nacimiento?

Se estiró, se puso boca arriba en la cama. Siguió pasando su película personal del parto. Cómo había sido ella quien había lavado a Ted porque Lena estaba muy débil, había perdido mucha sangre. Sí. Después de que Ted saliera había corrido la sangre por la camilla del parto, y las enfermeras allí, con papel, un montón de papel… Poco a poco había dejado de sangrar.

El montón de papel ensangrentado, las manos rojas de la comadrona. Calma, eficacia pese a toda… la sangre. Toda la sangre.

Sentía sed.

Tenía la boca pastosa y pasaba la cinta una y otra vez, hacía zoom en todo lo que estuviera cubierto de sangre: las manos de la comadrona para
deslizar la lengua por aquellas manos, las pelotillas empapadas del suelo para metérselas en la boca y chuparlas, el coño de Lena del que salía un hilillo de sangre que…

Se puso de pie de un salto, corrió hasta el cuarto de baño, levantó la tapa de un golpe, puso la cabeza en la taza. No salió nada. Sólo arcadas secas, náuseas. Apoyó la frente en el borde de la taza. Las imágenes del parto volvieron a pasar en tropel una vez más.

Noquieronoquieronoquie…

Se golpeó la frente con fuerza contra la taza y un géiser de puro dolor helado entró en erupción en su cabeza. Todo se volvió de color azul claro ante sus ojos. Sonrió y cayó de lado en el suelo, sobre la alfombra de baño que…

Costaba catorce noventa, pero la compré por diez coronas porque tenía un montón de pelos cuando la cajera le quitó la etiqueta, y cuando salí de Åhlens en la plaza había una paloma que picoteaba en una caja de cartón en la que quedaban algunas patatas fritas, y la paloma era de color gris… y… azul… tenía…

… la luz de frente…

No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. ¿Un minuto, una hora? Quizá sólo unos segundos. Pero algo había cambiado. Estaba tranquila.

Allí tendida, sentía la suavidad de la pelusilla de la alfombra contra la mejilla mientras observaba el tubo con manchas de óxido que bajaba del lavabo hasta el suelo. Le parecía que el tubo tenía una forma bonita.

Un fuerte olor a orines. No era ella la que se había orinado, porque lo que olía era… el pis de Lacke, que reconocía. Encogió el cuerpo, puso la cara en el suelo bajo la taza, olió. Lacke… y Morgan. No podía comprender cómo lo sabía, pero lo sabía. Morgan había orinado fuera.

Pero Morgan no ha estado aquí.

Sí, claro. Aquella tarde, la noche que la trajeron a casa. La tarde cuando fue atacada.
Mordida
. Sí, claro. Todo coincidía. Morgan había estado allí, había hecho pis mientras ella permanecía tumbada en el sofá después de haber sido mordida y ahora podía ver en la oscuridad y no soportaba la luz y necesitaba sangre y…

Vampira.

Eso era. No había contraído ninguna enfermedad rara y desagradable que se pudiera curar en un hospital, o con psiquiatría, o con…

¡Terapia de luz!

Se echó a reír; tosiendo, se puso boca arriba en el suelo; mirando al techo volvió a repasar todo lo que había ocurrido. Las heridas que se curaban rápidamente, cómo le afectaba la luz del sol en la piel, la sangre… Lo dijo en voz alta:

—Soy una vampira.

No podía ser. No existen. Y sin embargo, todo parecía más fácil. Como si una presión dentro de su cabeza se aligerara. Como si se le quitara el peso de una culpa. No era culpa
suya
. Las fantasías repugnantes, las cosas terribles que se había hecho a sí misma durante toda la noche. Era algo de lo que ella
no tenía la culpa.

Era algo… totalmente natural.

Se enderezó a medias, abrió el grifo, se sentó en la taza y miró cómo salía el agua, cómo la bañera se llenaba lentamente. Sonó el teléfono. Lo escuchó como si fuera una señal sin importancia, un sonido mecánico. No significaba nada. De todas formas no podía hablar con nadie. Nadie podía hablar con ella.

Oskar no había leído el periódico del sábado. Ahora lo tenía delante, encima de la mesa de la cocina. Lo había mantenido abierto por la misma página desde hacía un buen rato y había leído y releído el pie de texto de la foto. Una imagen que no se podía quitar de la cabeza.

El texto trataba del hombre que habían encontrado congelado en el hielo al lado del hospital de Blackeberg, de cómo habían realizado los trabajos de levantamiento. En una fotografía pequeña se veía al maestro Ávila; estaba allí, señalando la superficie de agua, el agujero en el hielo. En la reproducción de las palabras del maestro, el periodista había corregido su particular forma de hablar.

Todo aquello era ciertamente muy interesante y valía la pena recortarlo y guardarlo; sin embargo, no era lo que Oskar estaba mirando sin poder apartar la vista.

Era la foto del jersey.

Embutido bajo la cazadora del cadáver habían encontrado un jersey de niño manchado de sangre y ése era justamente el que salía en la foto, colocado sobre un fondo neutro. Oskar lo reconoció.

¿No tienes frío?

En el artículo decía que el hombre muerto, Joakim Bengtsson, había sido visto con vida por última vez el sábado 24 de octubre. Hacía dos semanas. Oskar recordó aquella tarde, cuando Eli hizo el cubo. Le había acariciado la mejilla y su amiga había desaparecido del patio. Por la noche, ella y su… el viejo… discutieron y el hombre se había marchado.

¿Fue aquella tarde cuando Eli lo hizo?

Sí. Probablemente. Al día siguiente ella tenía mucho mejor aspecto.

Miraba la foto. Era en blanco y negro, pero en el artículo decía que el jersey era de color rosa claro. El autor especulaba con la posibilidad de que el asesino tuviera además otra víctima joven sobre su conciencia.

Espera ahí.

El asesino de Vällingby. Al parecer, apuntaba el periódico, la policía tenía indicios bastante consistentes de que al hombre del hielo lo hubiera matado el llamado asesino ritual, que había sido detenido precisamente una semana antes en la piscina de Vällingby y ahora había huido.

Other books

A Change of Pace by Budd, Virginia
Beach Ride by Bonnie Bryant
Viper's Defiant Mate by S. E. Smith
Twist of the Blade by Edward Willett
Latimer's Law by Mel Sterling
Solomon Gursky Was Here by Mordecai Richler
Cambio. by Paul Watzlawick