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Authors: Daniel Domscheit-Berg

Dentro de WikiLeaks (26 page)

BOOK: Dentro de WikiLeaks
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Birgitta se nos unió poco después. También daba la impresión de que la situación actual le sobrepasaba.

Entonces sonó el teléfono de Kristinn. Aceptó la llamada, y tras escuchar respondió satisfecho y nos informó enseguida con expresión aliviada. La orden de captura había sido retirada. ¡Qué día tan fantástico! Todos estábamos de acuerdo, sin embargo, en que Julian debería recapacitar con urgencia sobre su comportamiento respecto a las mujeres.

De las relaciones entre Julian y las mujeres podían decirse dos cosas. A Julian le gustan las mujeres, no es ningún secreto. Pero nunca había una mujer concreta que ocupara sus pensamientos, sino que se trataba de una cuestión general. Cuando acudíamos a una conferencia, con frecuencia hacía una evaluación de las asistentes. Pero no hablaba de piernas, pecho, posaderas, como se suele atribuir generalmente a los hombres. La querencia de Julian por las mujeres no tenía el carácter grosero que han descrito los medios.

Julian se fijaba en los detalles. Por ejemplo, en las muñecas, los hombros, la nuca. Puedo asegurar que nunca dijo algo parecido a «qué tetas». Pero sí decía por ejemplo: «Esa mujer tiene unos pómulos bonitos, le da un aspecto aristocrático». O cuando contemplábamos a una grácil mujer, mientras rebuscaba algo en su bolso al pasar a nuestro lado, Julian decía: «Debe de ser muy agradable que a uno le toquen esas manos». Y ahí quedaba todo; nunca me hizo ningún comentario obsceno sobre las mujeres.

Debo admitir que me contagió un poco su pasión por las mujeres. Pero entonces yo ya estaba comprometido. Todavía recuerdo la conferencia de Global Voices en Budapest. Tras la conferencia fuimos a una fiesta que se celebraba en la azotea de un viejo supermercado y bebimos una cantidad considerable de absenta. Ninguno de los dos agunatábamos bien el alcohol, así que cuando abandonamos la fiesta para regresar a nuestro apartamento estábamos un poco achispados.

Había una fuga de gas en el apartamento, por lo que en su interior olía fatal. Una de las tuberías debía tener algún poro. Para dormir alternábamos entre la litera y el sofá, y hacíamos chistes tales como: «Si oyes que respiro roncamente, tírate por la ventana», o «¿Quieres que les diga algo a tus padres cuando les de la mala noticia?». Pero el apartamento era barato y estaba en el centro. En Budapest llevábamos en realidad una buena vida.

En todo caso, en el camino de regreso en aquella noche de absenta, tuvimos una especie de visión conjunta: una mujer pasó a toda velocidad en sus patines en línea, con pantalones cortos y un top estrecho. Parecía muy interesante y sexy. Nuestras fantasías fueron en aumento, y no pudimos dejar el tema durante toda la noche.

De regreso en nuestro gaseado apartamento rememoramos los sucesos de aquella noche. Julian se tumbó en el sofá, yo subí a la litera. Hablamos sobre la conferencia, planes de futuro…

De vez en cuando uno de nosotros decía: «¡Qué mujer!».

Y el otro respondía: «Sí, era increíble».

Más adelante recordaríamos de forma recurrente aquella patinadora, que se convertiría en el símbolo de la mujer de nuestros sueños.

En aquella época no tuve relaciones con otras mujeres, y sin embargo tenía remordimientos. Era consciente de que cada vez me alejaba más de mi novia en Wiesbaden debido a que con frecuencia estaba de viaje.

El criterio de Julian para considerar a una mujer deseable era muy simple: veintidós años. Tenía que ser joven. También era importante que no le cuestionara y que fuera consciente de su papel en tanto que mujer. Asimismo, debía ser inteligente, era un atractivo más. No percibí ningún otro patrón concreto. No le importaba si era flaca o gorda, alta o bajita, o rubia. Si era guapa, aún mejor, pero no era una condición imprescindible. Creo que en los primeros años de WikiLeaks, Julian con frecuencia se sentía solo. O esa es la impresión que tuve cuando viajábamos juntos a las conferencias.

Durante un tiempo me pareció que empezaba a haber algo entre Birgitta y Julian. Pero Birgitta era lo contrario de una mujer sumisa: era una persona íntegra, y siempre decía lo que pensaba. Sin duda alguna es una mujer atractiva, aunque hace tiempo que dejó de tener veintidós años. En alguna ocasión Julian me comentó que era la mujer de sus sueños. Quizás era pura charlatanería. Siempre creía que tenía que decir algo importante constantemente. Como sea, yo tenía la sensación de que nunca podría tener una relación duradera con una mujer que estuviera a su altura.

A menudo hablábamos sobre la teoría de la evolución. El más fuerte no solo prevalecía, sino que además se le distinguía por sus descendientes de mayor vitalidad. Sus genes tendrían un valor especial, por lo que debían propagarse, o al menos esa era la tesis.

Estaba presente el día en que Julian se jactó ante un gran grupo de ser padre en casi todos los lugares del mundo. Muchos Julian pequeñitos, uno por continente, era una visión que parecía encantarle. El que se ocupara de sus hijos, si existían de verdad, era otra cuestión.

Julian también podía ser muy atento con las mujeres. En un primer momento era galante y encantador, pero nunca les prestaba demasiada atención. Lo que provocaba como resultado que siempre volvieran a él. Su falta de interés las atraía.

En el caso de las acusaciones que tuvieron lugar en Suecia, al parecer se trataba de un conflicto sobre la utilización del preservativo. Anna A., una de las dos mujeres afectadas, preguntó a la policía hasta qué punto su relación con Julian podía ser perseguida por la ley. De ese modo, se puso en marcha la investigación. Anna A. es miembro del partido socialdemócrata cristiano de Suecia y había invitado a Julian a un seminario sobre «El papel de los medios en situaciones de conflicto», que se celebró en Estocolmo.

Lo que pasó entre aquellas mujeres y Julian solo pueden saberlo ellos. Los hechos para mí se reducían a la acusaciones presentadas. Debido al cargo ocupado por Julian en WikiLeaks, tuvimos que posicionarnos. Una orden de captura internacional contra el portavoz de una organización perjudica también la imagen de los proyectos que representa. Si a alguien le gusta o le parece bien, es otra cuestión. Muchas personas, además de yo mismo, le pedimos que se retirara un poco de la vida pública por este motivo. Julian, por el contrario, pronto empezó a manifestar que se trataba de una campaña de difamación del Pentágono. Afirmó incluso que le habían avisado poco antes de que utilizarían trucos sucios contra él, y de que debía tener cuidado de «no caer en la trampa del sexo». A nosotros nos dijo que no podía mencionar los contactos que le habían advertido de ello, pero que se trataba de personas dignas de confianza.

En el
chat
, hablábamos continuamente sobre el tema.

J: A finales de semana todo habrá terminado.

D: No, no creo que eso suceda.

D: Lo que pasará es que (si no hacemos nada para evitarlo), se producirá una repercusión pública aún mayor.

D: Porque a la gente no le está gustando la manera de llevar este asunto.

D: Simplemente por eso.

D: Quieren ver que hay consecuencias.

D: Y en vista de tus declaraciones, además del hecho que estamos intentando cambiar el punto de vista de toda esta historia, esto no es lo que esperan de nosotros.

D: Todo esto no hará que la gente que se siente herida, o como sea, se retire, sino todo lo contrario.

D: Esta reacción hará que la gente se manifieste públicamente de verdad.

J: ¿Es esta la postura que quieres difundir?

D: ¿Qué postura?

J: Si es así, te voy a machacar.

D: LOL (carcajadas)

D: WTF [what the fuck] (qué demonios), J.

D: En serio.

D: ¿Qué es toda esta basura?

D: ¿Te has vuelto loco?

D: No voy a seguirte el juego mucho más, J.

D: En serio.

D: Estás disparando al mensajero de la noticia, y eso no está bien.

D: El que tiene serios problemas eres tú.

D: Y eso podría perjudicar el proyecto.

D: Y eso es lo que me importa.

D: No me estás animando mucho a ayudarte, con tu manera de actuar.

D: No me lo puedo creer.

D: ¿Has considerado, aunque solo fuera en una ocasión, en todo el mar de arrogancia en el que pareces estar sumido, que no siempre los demás tienen la culpa de todo?

D: Te deseo suerte, estoy cansado de tener que sacarte las castañas del fuego.

D: Decídete.

J: Vete y reflexiona sobre tus acciones y tus palabras. Estoy al corriente de muchos de tus comentarios, aunque tú creas que no. No consentiré ninguna deslealtad en situaciones de crisis.

D: Creo que no entiendes el alcance de la situación, J.

D: Con toda sinceridad.

D: Te repito que no voy a seguir dando la cara por ti, ni intentar minimizar los daños.

D: Mucha suerte con tu actitud.

D: Por mi parte no tengo nada de lo que me tenga que avergonzar.

J: Así sea.

¿Cómo podía hacerle ver que lo que me importaba era el proyecto? Nos recriminó que habíamos caído en la campaña de difamación y que ahora le atacábamos por la espalda.

Me había hablado de las dos mujeres, y desmentido que hubiera tenido relaciones sin preservativo, aunque sin dar más detalles. No puedo ni quiero juzgar los sentimientos de aquellas mujeres, ni el comportamiento de Julian con ellas. Su perdición fue haber tropezado con dos mujeres emancipadas, sobre todo teniendo en cuenta sus actitudes machistas, en un país en el que los criterios jurídicos en relación con la violencia de género son mucho más estrictos que en la mayoría de naciones. Debido a su repercusión mediática como estrella del pop, no en último término Julian había caído en algo que no podía controlar.

Por último, se planteó la cuestión de quién pagaría sus gastos de abogados. No podía recurrir sin más a las donaciones, puesto que se trataba de acusaciones privadas. No me hubiese opuesto a que Julian hiciera una factura por el trabajo realizado en los pasados años dirigida a la fundación, por ejemplo, para contar con los fondos suficientes para sufragar los gastos de su abogado. En varias ocasiones intenté proponérselo en el
chat
. Pero Julian simplemente no respondió.

Mi suspensión

Al día siguiente de que se emitiera la primera orden de captura contra Julian en Suecia, regresamos a Berlín. Me atrincheré en casa. Pasé horas sentado, casi siempre en la sala de estar, ante la mesa situada frente a una ventana con vistas a un edificio en construcción, con el ordenador encendido y la mirada puesta en el
chat
, en el que participaba de vez en cuando. Apenas iba al Club, donde anteriormente solía acudir a diario para trabajar. Cualquiera hubiese podido darse cuenta de que algo me atormentaba, y no me apetecía que nadie me preguntara.

Anke se sentía desconcertada. Supongo que hubiera preferido decirme mucho antes: «Déjalo ya, te está destrozando». Pero también era consciente de hasta qué punto mi corazón seguía unido a WikiLeaks, y de que mi reacción no habría sido buena ante tal consejo, precisamente porque sabía que ella tenía razón.

Me di cuenta de que, poco a poco, en mi interior, me estaba distanciando de WikiLeaks. Debo admitir que el conflicto personal entre Julian y yo tal vez había sido el principal detonante, aunque no el único. Había muchas otras cuestiones de base que hacía tiempo que me preocupaban, y que se agudizaron en aquel día en que regresamos a Berlín.

Hacía tiempo que me atormentaba el hecho de haber mentido a la opinión pública sobre la verdadera estructura de WikiLeaks. Durante muchos meses únicamente trabajamos dos personas a tiempo completo y solo contábamos con un servidor. Nuestro deficiente sistema de copias de seguridad me daba además muchos quebraderos de cabeza. En última instancia yo era el responsable, pero el sistema no funcionaba como era debido. A lo largo de aquellos años, con frecuencia me despertaba en mitad de la noche porque me asaltaba el pánico al pensar en las copias de seguridad, que quizá no se habían realizado correctamente por enésima vez. Entonces saltaba de la cama y volvía a hacer un nueva copia, con más adrenalina que sangre en las venas.

A pesar de haber concedido cientos de entrevistas, todavía me costaba responder a las preguntas sobre nuestras supuestas comprobaciones de autenticidad. Hasta finales del año 2009, prácticamente solo Julian y yo verificábamos los documentos que nos llegaban. Aunque la afirmación de que podíamos recurrir a unos ochocientos expertos voluntarios no era ninguna falsedad, si hablamos con rigor, a decir verdad omitíamos el pequeño detalle de que no existía ningún mecanismo para integrarlos en el proceso. Ninguno de aquellos expertos había tenido jamás acceso al material. En su lugar, éramos Julian y yo quienes comprobábamos si los documentos habían sido manipulados desde el punto de vista técnico, y quienes decidíamos si nos parecían plausibles, tras realizar nuestras propias pesquisas. Y confiábamos en que todo iría bien. Resultaba evidente que éramos buenos, y con el tiempo desarrollamos el olfato necesario para discernir los documentos auténticos. Por lo que sé, no cometimos errores. Pero también hubiera podido salir mal.

Mientras fui capaz de tranquilizarme con la idea de que estábamos trabajando en la mejora del sistema, y de que había que tener en cuenta que eran los comienzos, pude aceptarlo. Pero después de casi tres años, ni yo mismo me lo seguía creyendo. En los últimos meses, habíamos tenido la posibilidad de llevar adelante con más ímpetu nuestras propias propuestas de reformas. Disponíamos de dinero. Contábamos con unos cuantos ayudantes de confianza, más recursos, y sin embargo, no nos ocupábamos de este problema lo suficiente. Nuestra actitud era temeraria y jugábamos con la confianza de nuestros informantes y el dinero de las donaciones.

En otros tiempos, el único con quien podía hablar en serio sobre todos estos problemas era Julian. Sabía tan bien como yo cuáles eran nuestras debilidades internas. No obstante, me guardaba para mí la mayoría de las preocupaciones, porque no tenía ganas de discutir.

Entre tanto comencé a intercambiar opiniones al respecto con el Arquitecto y Birgitta, así como con Herbert, y también con Harald Schumann, el periodista del
Tagesspiegel
. La sala del
chat
, en la que debatíamos sobre aquello cada vez más alarmados, tenía un nombre muy apropiado. Se llamaba «Mission First» (ante todo, la misión).

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